Uso popular

Uso popular

Por Mr. Saddy

Hace poco meditaba sobre el uso de las palabras o expresiones que utilizamos mientras hablamos, ya sea para bien o para mal de la conducta de los demás, y pensé en dos expresiones muy trilladas que se ocupan con regularidad y que personalmente se me hacen de mal gusto porque las personas asumen que son la mera neta cuando cero que ver. Una es «lo lógico» y la otra «por sentido común».

Con sus diversas variaciones coloquiales, estas dos frases se acostumbran para justificar algo que «popularmente» puede estar bien o mal. Sin embargo, mi argumento no radica en el hecho de que sea un problema usarlas, sino en que muchas veces no se usan conscientemente. No me refiero a acompañarlas de una super reflexión, sino a su trasfondo para entendernos «acertadamente» un poquito más cuando las usamos, pues de manera constante las anteponemos a otro argumento, sentenciándolo como si fuese una verdad absoluta. Y aunque son expresiones totalmente diferentes en cuanto a su significación se refiere (ante la diálectica, por ejemplo), suelen tomarse como sinónimos por su amplia interpretación, primero personal y subjetiva y, segundo, pública o social. Empero, esto es algo que hacen las personas debido a la forma en que interpretan la vida bajo sus experiencias y su capacidad de expresarse.

En este espacio que me otorga Rito —a quienes agradezco su paciencia y tolerancia— daré un pequeño punto de vista respecto al uso cotidiano de estas expresiones con diez incisos que considero, si bien no suficientes, son los necesarios para exponer mis argumentos que, aunque «suenan» a lo mismo al usarse, no lo son. Y como es costumbre mía, les agradezco el espacio que también uso para quejarme de lo que no me parece de la sociedad que nos cobija. ¡Comenceeeeemooooooos!

  1. «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas. Y llamó Dios a la luz día y a las tinieblas llamó noche. Y fue la tarde y la mañana un día». Hahahahahahahaha, no, no, no, en realidad eso de la Biblia es pura mierda. Ahora sí comienzo.
  1. Existe una cantidad de conflictos (personales y de cualquier índole) que serían reparados si hubiera un poco de claridad sobre el contenido y el uso adecuado de las dos expresiones citadas al principio. Pero resolverlos no es la finalidad de este escrito (tampoco soy Dios, no mamen). Si bien puedo aportar con mi granito de arena a algunos, no corregiré una cultura como la nuestra, que considero está en una etapa de transición para llegar a su madurez.

Ahora, si bien las dos frases se usan para algo similar, son distintas en cuanto a su conceptualización se refiere. Pero es normal su empleo debido a que las personas mediante el lenguaje interpretan muchas expresiones o palabras gracias a la semántica que retienen de lo que los rodea y su capacidad de comunicarse.

Con su uso las personas buscan dar sentido a algo que asumen como una obviedad o como algo que les «suena evidente», cuando en realidad es su propia interpretación del fenómeno y que además está acotada a experiencias similares (que en muchos casos son pocas). Aunque dentro de su propio mundito puede ser congruente usarlas, no quiere decir que sean lo mismo en la praxis y en lo que en respecta a la «realidad total». Pero siendo un “recurso de lingüístico” de un grupo de personas, en consenso se asimila por inmediatez.

Con ello no pretendo que se cambie su uso, como mencioné al inicio, eso sería absurdo. Sólo se trata de aclarar su diferencia. Es un suicidio ir contra la cultura misma, a la amplia interpretación que se tiene de sus expresiones populares y, en todo caso, del arraigo lexitivo y contextual al que están sometidas.

  1. Abordar filosóficamente estas dos frases sería lo más correcto para su entendimiento, pero siendo un recurso del hablante no sería conveniente más que trastocar un poco de su contenido. Como expresiones cotidianas fungen como la interpretación que nos ayuda a darle coherencia a nuestra percepción. Es así que para nosotros toman sentido al expresarlas. Son, entonces, un recurso de interlocución que asocia la experiencia con la conducta. Una conducta que puede no ser coincidente con nuestro discurso, pues uno puede tener sensatez al hablar, pero simplemente actuar como un completo pendejo. Y eso es totalmente válido. Como recurso lingüístico son una cosa, aunque en términos humanísticos signifiquen otra.

  1. Algo con lo que las personas solapan este tipo de frases es el supuesto «criterio». Sin embargo, el criterio se recarga totalmente en la moralidad de la persona. Cuestión independiente de las dos expresiones en juicio, pues si bien forma parte del concilio para su aplicación, la forma en que tambien puede expresarse (puesto que es una interpretación) cambia. Gracias a todo ello se le puede dar «sentido» a las cosas o acciones.

  1. Cuando usamos estas frases también expresamos lo que es más racional «idealmente» para nuestro juicio y/o valores (tómese como guste). Sin embargo, existen muchas características que conforman nuestro juicio y debido a que compartimos un espacio y tiempo determinados, cultivados en una cultura y, sobre todo, un grado de interpretación de la vida en general, lo lógico o el sentido común ya no son tan aplicables como si se tratara de matemáticas para «hablar de lo mismo» o «referirse a lo mismo».

Así, «lo lógico» y el «por sentido común» toman un sentido figurativo y metafórico que a través de una interpretación cultural tienen elocuencia dentro de la realidad de la persona a la hora de exponer un argumento y se utilizan como muletillas o herramientas.

5. «Por sentido común»: bajo esta crítica «lingüística», es una expresión un poco más simbólica, o sea, representa algo. No es literal que se trate de jugar con todo el bosquejo filosófico que rodea el sentido común forzosamente, pero esta frase describe una capacidad para cuestionar o juzgar una situación, como ya lo había mencionado. No es reflexiva en su totalidad, cabe aclarar. Y no es que haya un sentido común mundial. Puede ser similar, y muchos teóricos a la fecha están en discusiones constantes al respecto.

No obstante, cuando se usa debería buscarse hacer énfasis en una capacidad que trabaja en torno a la experiencia y a una conducta pre-hegemónica y no sólo soltarla como muletilla. Aristotélicamente, el sentido común es la reunión de información de todos los sentidos del cuerpo que, a través de una respuesta de asimilación, nos ayuda a distinguir lo verdadero de lo falso o lo bueno de lo malo.

  1. La acumulación experiencial nos permite desarrollar un argumento que, pues vivimos en sociedad, se comparte mediante el lenguaje y permuta en el sentir de una situación, se reconoce socialmente y podemos decir que es, ahora sí, por sentido común. Pensando, como mera referencia, en que esa misma experiencia la viven siete de diez personas, es que se da el consenso. Desafortunada y dependientemente de esta recolección de experiencia, el contenido del «por sentido común» muchas veces es sólo elocuente por una sustitución de conceptos en el discurso hablante, de interpretación y del grado en el que se profundiza el mismo. Pero eso depende de más factores que radican en el desarrollo de las personas, sus capacidades y contextos en los que habitan.

  1. «Lo lógico»: es una expresión mucho más densa que debería ser tomada con mayor responsabilidad, lo cual pocas veces sucede. Primero debemos tomar en cuenta que la lógica como expresión nace de una lógica como ciencia del pensamiento. Una praxis estricta para su uso cotidiano hace alusión a esa parte de la lógica filosófica que busca racionalizar algo que tiene una comprobación metódica y que, sin embargo, es temporal, la cual tambien tiene una profundo desarrollo en su estudio, pero que no constataré aquí por su amplitud. Sin embargo, no deja de ser un recurso del lenguaje.

Hace unos meses como recordatorio personal leí al Dr. John Corcoran, académico de la Universidad de Búfalo, en Nueva York, quien describe que el papel de lo lógico es, para su empleo, un trabajo en conjunto con la ética y viceversa, y que son hasta cierto punto inseparables, de ahí la onda de juzgar con lo lógico, lo cual es una cosa y usar la expresión otra. Campos muy distintos. Incluso sería poco pertinente hablar de la lógica como ciencia para este caso cuando hay tipos de lógicas. Sin embargo, es necesario este preámbulo para separar un recurso lingüístico de la filosofía, aunque puedan tener vínculos.

  1. «Lo lógico» como expresión busca calificar una acción que se observa disociativa o irregular en la conducta de alguien. Está lejos del sentido común aristotélico, platónico y mucho menos kantiano, pero en su uso cotidiano es una cuestión tradicional. «Lo lógico» en el discurso se caracteriza por una «intuición» que descalifica a la razón en términos estrictos. Lo cual en realidad no importa en lo popular. El objetivo es sentar una idea con inmediatez dejando de lado todo este proceso de la reflexión y demás, pero es normal que suceda. Sólo se busca revalidar un argumento. Al igual que sucede con la otra expresión.
  2. Siguiendo lo anterior, considero que «lo lógico» y «por sentido común» como expresiones no deberían usarse como sinónimos, aunque es pendejo de mi parte pensar que puede llegar a suceder. Pasa y seguirá pasando. La chaqueta mental de que las personas piensen tantito en las expresiones que usan tampoco pasará. No todos pueden detenerse a meditar antes de pronunciar palabrillas. Para empezar, muchas de las charlas del día son tan coloquiales que no necesitan mayor sustento reflexivo. Son charlas del preciso momento y con una ejecución laxa. El sentido común da paso a lo lógico, eso es en la teoría. Y el grado de reflexión de la primera ayuda a materializar la razón en la segunda.

  1. Como recurso del lenguaje, cualquier frase trillada es común, normal incluso. Pero tenemos que tener un poco de precaución porque están sujetas a la interpretación personal y podemos llevarnos una remolcada si le decimos a alguien que por sentido común deje de hacer pendejadas cuando su capacidad sólo le permite hacerlas. Jajaja. Fin.
Calientes primaveras

Calientes primaveras

Por Eduardo Omar Honey Escandón

Yaramel no esperó. En cuanto vio volar las lacrimógenas desde el batallón de policías que teníamos unos cincuenta metros enfrente, se lanzó a la carrera a su encuentro. Un casco amarillo para construcción con rayas negras era su distintivo. Su rostro estaba cubierto por una vieja máscara de gas que consiguió en uno de los saqueos a los viejos depósitos del centro de la ciudad. Un escudo multicolor de aluminio reforzado por un esqueleto de hierro era más que suficiente para dar cobertura a su metro y medio de estatura.

En verdad siempre estaba llena de energía, motivaba a los compañeros, sacaba fuerzas de quién sabe dónde para arrastrar a los que caían bajo las balas de goma y con los impactos asesinos de las bombas lacrimógenas. Alguien alguna vez la comparó con un Pikachu enojado y ella, luego de mostrarle el dedo medio de ambas manos, imitó el “Pika-pika-pikachú” de las caricaturas que veían nuestros padres, rompió en carcajada y desde entonces Yaramel García Núñez fue conocida como “Pika-Pika”.

Qué diferente a la chica que conocí el segundo año del medio superior y que vestía con uniforme escolar, algo apocada y que sólo hablaba en clase dejando en ridículo a todos los demás porque ella sí sabía de todo. Le caía mal al resto del grupo por ser tan aplicada, llevar trabajos que casi rayaban en la perfección y estar dispuesta a cumplir con las fechas que los profesores establecían antes de que el grupo rogara por moverlas lo más lejos en el periodo escolar.

Menos le cayó en gracia a las chicalokas el que Rubén Jaramillo, mi hermano, el guapo que no andaba con ninguna, se enamorara de ella a pesar de estar un grado adelante. Eso generó el fenómeno de tener un ambiente gélido en las cada vez más cálidas primaveras, mientras mi querido Rubén se desvivía por tratar de ponerse a la altura en calificaciones y admiración del profesorado para así llamar la atención de Yaramel.

Las chicalokas trataron de desesperarla robándole cuadernos, manchándole la blusa con tinta, dejando recados amenazadores y tratando de generar una escena en clase que implicara expulsión al intentar provocarla a pelear. Insultos iban, Yaramel no los respondía y, con enorme paciencia, avanzaba cada día. Los profesores, aterrados por el poder de los padres, no metían mano y aunque algunos pedimos apoyo a la directora, ésta temió más por su plaza que por parar el bullying.

El desastre para las chicalokas llegó cuando trataron de hacerle montón en el baño para cortarle el cabello. Diez se encerraron con ella en un receso y sólo Yaramel salió, con la ropa rota por aquí y por allá, despeinada, pero con los ojos llenos de determinación y dureza. En el baño quedaron diez chicas desmayadas, sangrando de nariz y boca; varias con torceduras o luxaciones en rodillas, hombros, muñecas o brazos; con el cabello recortado y las tres tijeras en manos de las líderes.

Ninguna quiso hablar de esa mañana, de lo que sucedió allí y menos acusar a Yaramel de lo que aconteció. La dejaron en paz y ella no les prestó mayor atención. Mientras tanto, un Rubén enamorado estudió con intensidad por meses, subió su promedio y se graduó entre los primeros diez. Nuestros padres estaban felices en la ceremonia y Yaramel, invitada por mi hermano, llegó arreglada y seria.

Un día normal en la vida típica de un país cualquiera. O eso queríamos pensar. A cierta edad sólo prestas atención a tu celular, a los chats con tus panas, a los videos y hashtags, a lo que se chismea quizás sobre un actor o algún influencer, a la serie de moda o a cómo van ciertas pelis. No te das cuenta de cómo está la política, el enojo, los problemas sociales. Y estos te asaltarán tarde o temprano.

Tras la comida de graduación, Rubén y Yaramel se fueron al cine. Una cuadra antes de llegar al centro comercial, un pequeño grupo de manifestantes avanzaba y bloqueaba un cruce. Por la avenida principal el cuádruple de policías antimotines los esperaba. De súbito se lanzaron a la carga y golpearon con escudos y bastones a quienes alcanzaron. Mi hermano y mi compañera de clases quedaron en medio de la trifulca, donde los policías se ensañaron con él a golpes y patadas. Se lo llevaron arrastrando y lo arrojaron en una furgoneta.

Yaramel quiso tomar video y le trozaron el celular, además de recibir un bastonazo en la cabeza. Quizás por ser tan menuda y por como vestía por la graduación no se ensañaron más. Vio lo que sucedió y regresó para avisarnos. Por setenta y dos horas no localizamos a mi hermano en ninguno de los ministerios ni centros de detención que surgieron como plaga por la ciudad.

En la ronda de la desesperación buscamos en cualquier hospital y clínica, tanto de la ciudad como de la periferia. Lo hallamos en un hospital perdido junto a la autopista del sur. Estaba inconsciente, con lesión grave en el cráneo y con la columna vertebral destrozada. Nos dieron pocas esperanzas.

Mientras hacíamos guardias y veíamos cómo conseguir dinero para cubrir medicinas y la cuenta hospitalaria, algo pasó en la escuela. Yaramel habló con las chicalokas lo que vivió, comentó con los otros grupos y no se calló. Había una inconformidad subterránea en la mayoría de las familias. Los atropellos estaban al orden del día con represión constante que alcanzaba a familiares y amigos, tuvieran o no que ver con protestas, trabajos a enorme distancia y bajo salario, inseguridad, candidatos que venían un día y desaparecían por años.

Así que cuando se convocó a la gran marcha por el descontento, Yaramel y media escuela acudió. Estuvieron allí cuando inició desde diversas partes de la ciudad, cuando los contingentes inundaron la plaza central y las calles circundantes, vivieron el momento en que los antimotines, apoyados por francotiradores, perpetraron la matanza mientras en medios públicos y privados clamaban por el intento de golpe de Estado empujado por intereses internacionales. Estuvieron allí para transmitir lo que nos quisieron ocultar.

Esa tarde fue cuando Rubén despertó y preguntó cómo estaba Yaramel, que si le había pasado algo. Le pasé mi teléfono para que viera lo que ella transmitía con las personas levantando barricadas, encendiendo negocios, enfrentando a los antimotines. Su mirada era la misma de Yaramel cuando sucedió lo del baño.

Esa larga noche fue la primera de muchas que siguieron y a las que me uní cuando dieron de alta a Rubén con una placa en el cráneo y un futuro donde no volvería a caminar. Las chicalokas formaron una brigada con otros grupos de mujeres y aprendieron a elaborar escudos, a conseguir cascos, a fabricar molotovs y a operar en pequeñas unidades. Yaramel se volvió una de las líderes, además de entrenarlas en artes marciales entre las guardias de los campamentos.

Mi hermano no se arredró, se integró a las redes de apoyo que emplearon internet para mantener la comunicación, hackear cámaras donde hubiera para avisarnos de la ida y venida de las tropas, romper el bloqueo de señal al exterior vía antenas con comunicación satelital.

—Minerva —sonó la voz de Rubén en mi auricular—, no dejen que se vaya sola, vayan a apoyarlas, es el último grupo organizado antes del palacio presidencial.

Le hice señal a las coordinadoras de que debíamos cargar y de inmediato nos soltamos a la carrera para alcanzar a Yaramel. Chocamos con los escudos del grupo antimotines y de inmediato retrocedimos cinco pasos para ponernos en formación rodeando a Yaramel. El rugido detrás de nosotras creció en intensidad cuando las demás compañeras y compañeros cargaron.

A través de la angosta malla metálica de mi escudo, miré los rostros sudorosos y aterrados detrás del acrílico de los escudos y los cascos. Como si un rayo cayera entre los antimotines, rompieron la formación y echaron a correr huyendo.

Yaramel se puso de pie y me tomó del brazo para que me levantara, mientras un mar de personas pasaba a nuestro lado. Apuntó al cielo donde un avión tomaba altura.

—¡Hijos de su madre! —resonó la voz de Rubén en mi auricular— Confirmado que el presidente y su familia ya despegaron.

—Huyen los cobardes con sus maletas y, como siempre, dejan atrás a la tropa —expresó con voz llena de furia y alegría.

La primavera de este año cerró con la mayor temperatura que el país jamás sintió.

Disidencia en la literatura hispanoamericana: una mirada a la literatura disidente de Roberto Bolaño y el movimiento Tzántzico

Disidencia en la literatura hispanoamericana: una mirada a la literatura disidente de Roberto Bolaño y el movimiento Tzántzico

Por Alejandro Calderón

Hablar de disidencia dentro de la literatura hispanoamericana es evocar al poeta infrarrealista Roberto Bolaño y el conjunto de obras de los poetas ecuatorianos denominados Tzántzicos, que incluso el mismo escritor chileno menciona en su novela Los detectives salvajes. Hoy en día resulta complicado imaginar el rumbo de la literatura de Bolaño y de la nueva literatura ecuatoriana si el espíritu disidente no hubiera guiado su acción literaria. Es la búsqueda de nuevas formas de expresión y el deseo de acabar con los cánones establecidos lo que hizo que la literatura expuesta por ambos grupos desafiara los valores dominantes de su época. En este ensayo se tomará tanto a Roberto Bolaño como representante del infrarrealismo, como al grupo Tzántzico para un breve análisis en busca de los rasgos disidentes más sobresalientes de cada una.

Roberto Bolaño es uno de los escritores más influyentes dentro la literatura latinoamericana contemporánea. Su obra está compuesta por varias novelas, cuentos, ensayos y poesía. Luego de migrar hacia México y formar un movimiento literario junto a Mario Santiago Papasquiaro, la literatura de Bolaño comienza a caracterizarse por su postura crítica hacia la sociedad y la cultura. Junto a su movimiento, Bolaño empieza una lucha contra lo que él llama “Los padres de la poesía” y busca emancipar la nueva literatura de las costumbres literarias de sus “padres”. Una vez erradicado en España, Bolaño aborda temas como la violencia, la marginalidad y la corrupción; muestra una visión desencantada y sombría del mundo y expresa la verdadera esencia de un escritor disidente. Su estilo se aleja de los cánones convencionales y busca ofrecer nuevas formas narrativas que abordan la nostalgia y la separación ideológica de lo establecido.

En sus novelas Los detectives salvajes y 2666, Roberto Bolaño explora la compleja realidad latinoamericana y muestra su compromiso con la denuncia de la violencia y la opresión. En la primera, narra la búsqueda de una poetiza desaparecida en México durante los años setenta, sin embargo, no es esta premisa el rasgo característico que le otorga el título de disiente, sino las vivencias de los detectives poetas y su separación del canon literario mexicano los que muestran el verdadero carácter disidente.

En 2666 se aborda el tema de los feminicidios en Ciudad Juárez y se muestra la impunidad y la corrupción que rodean este fenómeno. En ambas novelas, Bolaño evidencia su compromiso con la crítica social y con la búsqueda de una realidad más justa y libre. Tal como lo dice C. Valcárcel: “La literatura de Bolaño es una literatura que se caracteriza por la disidencia, por la subversión de los códigos y por la exploración de las zonas oscuras de la realidad» (Valcárcel, 2014, p. 99). En su obra expone constantemente los valores morales de la sociedad y su idiosincrasia, dejando así una sutil estela de disidencia, que solo puede ser percibida cuando sus obras son releídas y estudiadas.

El grupo Tzántzico, por su parte, es formado por varios poetas como Ulises Estrella y Fernando Tinajero, a quienes luego se unirían Euler Granda, Raúl Arias, entre otros. Este círculo toma su nombre de la práctica de reducción de cabezas de los indígenas Shuar y surge de la necesidad de cometer un “parricidio intelectual”, pues consideraba que sus predecesores eran los causantes de la decadencia cultural en la sociedad ecuatoriana de aquella época.

Convencidos de su nueva visión literaria, los poetas toman la Casa de la Cultura Ecuatoriana y en uno de sus teatros ofrecen su primer recital poético que comienza con un sorpresivo apagón, seguido de la iluminación de diferentes velas que van prendiéndose conforme aparece un nuevo poeta recitando versos denunciantes. La obra del movimiento Tzántzico se centró en la denuncia social y el alejamiento de la sociedad a las normas. Presentaron varios recitales como el Ciber propagus mentis, donde se abordaban mentiras propagandistas y que fue un éxito controversial, por lo que sirvió para que este movimiento afianzara su esencia disidente. Con la creación de varias revistas, los Tzántzicos obtuvieron reconocimiento nacional e internacional y pudieron compartir su postura: el sinónimo inmediato de la palabra tzántzico debería ser disidencia.

En cuanto a las similitudes entre Bolaño y el grupo Tzántzico, ambos comparten una visión crítica de la sociedad y la cultura establecidas, su compromiso con la disidencia y la lucha contra la opresión. Tanto Bolaño como el grupo Tzántzico se alejan de los patrones convencionales de la literatura y buscan ofrecer nuevas formas de expresión que desafíen los valores dominantes.

En conclusión, la disidencia en la literatura se caracteriza por la crítica a la sociedad y a la cultura establecidas, y por la búsqueda de nuevas formas de expresión que desafíen los valores dominantes. Tanto Roberto Bolaño como el grupo Tzántzico son exponentes de la disidencia en la literatura hispanoamericana contemporánea y comparten una visión crítica de la sociedad. Si bien sus enfoques y estilos son diferentes, ambos reflejan la complejidad, la diversidad de la realidad latinoamericana y su compromiso con la denuncia de la violencia y la opresión que sufren los marginados y los más vulnerables.

Referencias

Herralde, J. (2013). Roberto Bolaño: la literatura como un vaso de leche. Revista de la Universidad de México, 95(1), 43-49.

Valcárcel, C. (2014). La literatura como salvación: una aproximación a la obra de Roberto Bolaño. Hispanófila, 171, 97-107.

Blanco, M. P. (2010). Roberto Bolaño y la literatura del desencanto. Anales de literatura española contemporánea, 35(1), 19-36.

Maristain, M. (2009). Bolaño salvaje: una biografía. Editorial Planeta.

Freire, S. (2008). Tzantzismo: tierno e insolente. Libresa.

El peón de la libertad

El peón de la libertad

Por Rusvelt Nivia Castellanos

Desde que tengo memoria, hace muchos años, me levanté del suelo de ajedrez. Soy un peón guerrero de los más legendarios. Llevo bastante tiempo en la insurgencia. Incluso ahora libro una batalla iracunda contra los enemigos. Audaz, actúo con valentía con tal de defender a la reina negra. Durante la lucha he cometido varios homicidios. Me ha tocado degollar alfiles y jinetes blancos con azarosa gravedad. Por lo demás, descubro que mi destino es un poco curioso. En el instante, yo sigo con vida extrañamente y precisamente yo hago la diferencia en esta guerra civil. Por lo valioso, soy la ventaja de mi legión negra. Siempre me muevo con sigilo entre cada casilla de cristal. El peligro es que la reina blanca es muy fuerte. Ella tiene la mejor posición en su campo imperial. Por tal motivo, todavía no puedo asediarla porque sé que me vencería con facilidad. Está de frente a mí, por lo cual debo ser fuerte y resistir hasta el final, así quizá sea el salvador de esta barbarie.

De repente se rompe el espacio compacto. Los centros se separan como agujeros. Mientras, yo subo con coraje de camino al castillo maligno. Al día de hoy los libertarios vamos unidos por la victoria. En efecto, queremos acabar con el terror, nos duele el ver tantas muertes. Por eso como héroes vamos con las torres a conquistar el reino blanco. El rey nos acompaña con cautela. Juntos corremos de marcha por la justicia humana. Añoramos un mundo nuevo. Más si al declive del sol ganamos, nuestros compatriotas por fin dejarán de ser esclavos y volverán entonces a nuestro país. Todo esto tan revolucionario lo inspiramos para luego irnos a rescatar la otra nación igual de humilde a nuestro pueblo. Y rebelde por mi ideología, yo sigo peleando en pie de ataque.

Ahora sin temor, combato contra un peón adversario. Sufro un poco sus arremetidas. Es duro estar vivo en este tablero de indecencia, sobre el furor, hiere mi brazo con su daga. Menos mal, lo cojo por la cabeza. Se siente angustiado. Acto seguido, le destrozo la garganta. Por ser cruel, acabo de matarlo a punta de cuchilladas. Era un terrorista de los racistas. Tras la acción, veo cómo él empieza a desangrarse horriblemente, cayendo despacio a un costado mío. Me acostumbré además a subsistir entre cualquier cantidad de cadáveres esparcidos por los diferentes cuadros. En verdad son muchos los gladiadores que han agonizado durante esta inmunda matanza.

Ante mi ruda destreza, por aquí dejo al soldado rezagado. Desde lo lógico, sé que como misión tengo que convertirme, por lo menos, en un digno caballero. Por eso no retrocedo. Esto causal, para gestar bien pronto la independencia social. Al tanto, voy para arriba siendo sigiloso. De paso como prosigo, resurge la hecatombe tan arrasadora, sólo hay mortandad. Sobre lo colosal, me debato entre los espectros y la supervivencia. Así de dual, evidencio este ambiente. De resto, consigo avizorar el futuro cual tendré que encauzarlo. Para lo certero, parece venirse encima el acabose de esta masacre sin restricciones. Por ahí quedan algunos enfermos moribundos, aún siguen de brutos soportando nuestra arremetida, guerreada contra la dama aria. Pero ninguno nos podrá aguantar por más de cinco minutos.

De sorpresa, sucede un sortilegio y es que logré llegar a la corona. Entonces, mejor escojo ser un alfilero antes que pedir ser un jinetillo. Más rápido me alisto para comerme a la reina tirana. Y sí, victoria, sorprendente victoria; jornaleros, hoy somos los vencedores. Por fin pudimos derrotar a los ignorantes. Mientras, yo me quedo con la dama cautiva, ilustrándola con ideas fraternas. Devoto, le ofrendo la dignidad y así volvemos de a poco a la felicidad. Ahora todos en paz.

Odio

Odio

Por Gustavo Pablo Reyes Escalona

Dicen que odiar
es sentimiento impropio,
que amar es lo correcto
y tal vez sea lo justo;
yo odio y aquí lo reconozco:
la prédica verbal
de los burócratas,
a los caudillos
del poder insolidario,
rebosantes de grasas
sus cuerpitos
en sus autos climatizados,
a los inamovibles,
que rebotan hacia arriba
tras cada caída en apariencia,
yo odio la igualdad
de los no iguales,
la indiferencia
ante los niños sin leche
y pan de piedra,
odio la inercia,
la justificación,
la complacencia,
odio al guataca,
odio al servil y sus prebendas,
y sé muy bien que odiar
no es lo correcto,
me pueden fusilar por odiar tanto,
aprendí de Martí
que si no digo lo que pienso
no puedo ser
un hombre honrado.