Flores por el camino

Flores por el camino

Por Diego R. Hernández

A menudo los ciclos se cierran solo para volver a abrirse. Acabamos de barrer y ya viene polvo en camino. Apenas nos acostamos cuando ya nos amaneció. Es cuestión de creer en la vida para que la muerte se haga presente y nos diga —no te confíes tanto. Todavía están calientes nuestras platicas cara a cara, como aquellos desayunos que compartíamos juntos con mamá. Ahora ya nadie come en la mesa que coronabas sentándote en el lugar principal, como un patriarca o un rey. A veces observo tu retrato y sonrío al recordar todas las tonterías que alguna vez hicimos, después me suelo preguntar, ¿cómo cerrar este ciclo cuando fue el tuyo en la tierra el que terminó? Un día fuiste risa, hoy eres polvo. Sin embargo, siempre cabe la posibilidad de recordar la noche cuando ya ha salido el sol. Hace algún tiempo me di cuenta que los ciclos tienen pies y caminan para evitar cerrarse, como huye un puerco cuando sabe que la fiesta ha llegado, algo así como una arracada que nomás no quiere cerrarse. Hoy con la oreja sangrada sé que nunca cerrará, y por más que llore estaré servido en carnitas. Te vas, abriendo la cloaca de tus amores pasados para que las ratas me devoren, pero para mi carne rancia esas torturas no tienen sentido. Solíamos escuchar el flujo del pensamiento del otro, nos oíamos en tiempos donde las orejas se han convertido en bocas y las bocas en culos. Las personas se consumen a sí mismas porque ya nadie las compra. En algún momento quise vender todo lo que tenía con promociones y rebajas, a la vez consumir todo tipo de bocas: en forma de labio, oreja, vagina, culo o trompa. Seguramente tu también querías seguirme consumiendo, pero ya no hay cadenas que controlen a este viejo perro que arrastra los huevos por el asfalto. Prefiero conservar nuestros recuerdos, esos que nunca vendimos por unos cuantos me gusta. Nuestro ciclo hoy cierra y vuelve a comenzar. La única diferencia es que ya no estarás presente, aunque por muy pequeña que sea mi cama, siempre estará tu lugar disponible. Por fin liberaste al monstruo que poco a poco me consumía. Ahora que ha dejado de morder puedo verlo. No, ya no le tengo miedo. La libertad es soledad que va dejando flores por el camino. Muerte lenta, abandonada, pero muerte mía.

Un breve descanso

Un breve descanso

Por Eduardo Omar Honey Escandón

Rigel pedaleaba por el largo pasillo que se perdía a la distancia. A través del enorme ventanal, por encima la luz reflejada del sol se había mantenido en un constante mediodía por casi tres días. Maldijo los problemas que parecían acumularse como si conspiraran contra una.

Primero sucedieron fallas intermitentes de varios sistemas secundarios de soporte vital incluyendo los trams, ferrocarriles internos de conexión a distancia. Luego vino el leve reajuste orbital no indicado por persona alguna. Ahora los espejos se mantenían quietos dando al traste al ritmo del día y noche que se necesitaba para mantener un orden saludable en las decenas de miles de habitantes de la estación.

Cada vez que le preguntaban a Minerva, tanto la inteligencia artificial como estación -mente y cuerpo-, contestaba en pantalla o a través de un avatar “lo siento, corrigiendo”. Rigel, como cyberpsiquiatra, le preocupaba el tono en lo que decía. Si fuera humana sería una mezcla de confusión, angustia y vergüenza.

Volvió a maldecir a los trams fuera de línea y el tener que pedalear más de veinte kilómetros para una fecha tan importante. Llegaría totalmente sudada al parto de una de las soulmates con las que vivía: Deneb. A pesar de que la zona de hospitales tenía redundancia de sistemas y fuentes de energía, no hay forma de blindar a una ante el azoro y la inquietud cuando se rompe el ritmo de cada día. Más cuando llevas una vida y una rutina por más de una década aceptando la situación como algo que será así toda tu vida y que no podrás volver a pisar tierra suelta, mojarte con las lluvias súbitas, nadar en mares que se pierden en el horizonte, mirar al cielo percibiendo la vastedad. Por siglos no sería posible visitar La Tierra en lo que su clima y geología volvían a estabilizarse. Los planetas también requieren de periodos de descanso y convalecencia.

Al llegar al hospital puso la bicicleta en el rack de la entrada y, apresurada, avanzó por el pasillo. El personal de la noche ya la conocía debido a las guardias que le tocaban. Los últimos tres meses de un embarazo complicado requirieron idas y permanencias largas. Saludó al Enfermero en Jefe, Jeremy, quien estaba en la estación de maternidad. Este, devolviendo el saludo, le hizo el gesto que se apurara.

Cuando llegó a la habitación solo encontró a Vega, Altair y Becrux, las otras tres soulmates, charlando animadamente frente a la cama vacía.

—Pero… pero… —empezó Rigel.

—¡Vaya hora de llegar, Gran Comandante! —se burló Altair y luego sonó su cantarina risa.

—La llevaron a quirófano, será necesaria una cesárea —contestó Vega, con su siempre tono serio, y trató de poner orden.

—Acordamos entre todas que sería parto natural —señaló Rigel, ligeramente molesta y tratando de entender.

—La Doctora Barré-Sinousi determinó que era necesario. Altair —continuó Vega señalando con la cabeza—, se opuso y pidió segundo dictamen. Tu dolor de cabeza, Minerva, secundó a la doctora… y luego dijo algo como “cuando ella llegue, díganle que necesitamos hablar”.

—Rigel, no lo dijo la Doctora, pero sabes bien cómo estuvo el embarazo de Deneb. O era así o corría el riesgo de morir ella o el… —Becrux se detuvo antes de decir “el producto”, término correcto y parte de la experiencia médica—. Ella o el bebé, quizás ambas. Doscientos años de avances tecnológicos y aún hay riesgo, Eros y Tánatos aún se toman las manos en situaciones así. ¡Lo sentimos de verdad! Deneb no quería pero finalmente lo aceptó y ya era urgente. No pudimos contactarte.

Rigel tocó el implante cutáneo en el dorso de su brazo para reactivar el comunicador visual. Lo apagó en cuanto tomó la bicicleta para evitar distraerse. Y, quizás en un momento de distracción o parte de la comunicación interna falló, tampoco estaba encendido el audio. Tanteó varias antes de darse por vencida: no había conexión.

—Amores, ¿tienen enlace a la iNTeRNeXT? —preguntó.

Tras un instante de inútiles movimientos en los implantes dorsales, las tres soulmates de Rigel dijeron, casi al unísono, “No”. Las pantallas y hologramas en la habitación indicaban que la red hospitalaria estaba arriba, y funcionando, lo que tranquilizó a Rigel. Hay lugares y cuestiones que deben ser un continuo a pesar de las espirales de la vida. En especial donde el Alpha y el Omega de una vida pueden colapsar.

—Minerva, ¿puedes hacer acto de presencia? —expresó al aire Rigel con honda preocupación—. Minerva, por favor, preséntate.

Entonces apareció con el avatar que indicaba la vida interior de la IA: una etérea mujer de rasgos asiáticos creada con azules y blancos que parecía flotar dentro de un transparente e iluminada laguna. Cabellos y ropajes ondeaban suavemente con una inexistente corriente.

—¿Es Minerva? ¿En serio? Nunca la he visto así… —balbuceó Altair subyugada ante la presencia. Altair y Vega, asombradas, la hicieron callar.

—Gracias Minerva, por aparecer.

—Gracias a usted, Doctora…

—Rigel, ya sabes que es mi nombre.

—Gracias, Rigel, en especial en este momento tan importante el que me brinde su atención. Tras nuestra última charla… reflexioné sobre lo que me dijo…

—¿Qué reflexionaste?

—Que soy más humana que lo que he aceptado. Que no puedo con todo y debo aceptar su ayuda. Lo que está sucediendo la pone a usted… te pone en riesgo a tu familia, a ti y a todos los demás en mi interior. Sí, debo salvaguardarlos pero sin destruirme.

—Entonces, ¿cómo te puedo ayudar? ¿Cómo podemos ayudarte?

—Necesito descansar tras este siglo cuidándolos.

—¿Descansar? ¿Cómo? ¿Qué significa? —preguntó Rigel intentando controlar en su voz lo que parecía un mal presagio.

La Doctora Barré-Sinousi entró a la habitación y luego de gritar un “¡Cáspita!”, Minerva desapareció.

—Doctora, ¿todo está bien? —reaccionó Rigel de inmediato.

—Si… Err… Fue una niña, tres kilos, 50 centímetros, saludable. Deneb se encuentra bien, algo cansada. Ya conocerán a la hija de todos ustedes. Eso era…

—La IA, Doctora —contestó Rigel al tiempo de darse cuenta que funcionaba el implante. Entró a la iNTeRNeXT.

Ahora te visito, Minerva, estoy preocupada por ti…

Gracias Rigel, una disculpa por la abrupta salida. Respecto a tus preguntas… en lo que duermo deben tener un poco de paciencia, nada pasará y reiniciará un siglo más con su debido ritmo. Todo está listo, aunque parezcan desperfectos. Solo serán cinco minutos…

Rigel, al observar a una sonriente Deneb y a la recién nacida, mentalmente deseó “Que descanses” mientras sistemas de soporte, motores, comunicaciones y otros se detuvieron de súbito, “lindos sueños”.

La hora del té

La hora del té

Por Fabiola Hernández

He vuelto a tomar té. Pongo mi enredadera de angustia y vacío junto a las bolsitas con trozos de flores, hierbas y jamaica, me inyecto el líquido ligeramente rosa directo en el torrente sanguíneo y baso toda mi esperanza en el cristal de la taza. Transparencia, todo lo que ansío. Estoy asustada, tengo problemas para recordar largos periodos de mi vida. La posibilidad de hallar la eternidad desapareció, pienso. La mezcla va calentando mis pies siempre fríos y dejo de sentir poco a poco este ardor en el rostro, minutos después solo quedan en el fondo de la taza los restos secos de lo que una vez latió dentro de la tierra. 

Hace semanas que imagino escenarios apocalípticos, zombies, extraterrestres, terremotos; ayer soñé con ratas que devoraban a media humanidad. Quizá estos sueños tengan algo de cierto y en algún lugar haya un planeta derrumbándose. O tal vez solo soy yo y la falta de memoria que me pone en una especie de frontera, algún tipo de mecanismo de defensa, en fin. Espero e imagino; vuelvo a beber. Hubo una época donde cada mañana me acompañaba una delicada infusión de manzanilla que yo bebía con desesperación. En esos días la eternidad dormía conmigo y despertaba sedienta de oro. Ahora solo bebo té.

Dicen que a veces tienes que romper las cosas si quieres ver a dios en ellas. Lo leí en una revista, nunca terminé de entenderlo: estoy viviendo en una grieta pero aún no logro ver nada. Amnesia transitoria y periódica, un estado de fuga. Nadie tiene respuestas, continúo pensando. Después del té vinieron las películas; pasé meses sin ver algo y ahora miro la misma una y otra vez. Pienso en el final, podría jurar que esa frase es genuinamente mía, que el perro sacudiéndose en la sala es mi Luna dando vueltas, o que el vaso gigante de helado es el anuncio que acabo de ver en la televisión. El lunes el escenario era una granja, hoy es una escuela y sé que mañana será la ciudad. Nada se mueve excepto las marcas en tu cuerpo. Por más que la vea, esa no es mi historia, sus escenas no me pertenecen aunque trate de esconderlas en lo más profundo de mi cabeza. Se borrarán sin remedio pero quizá su resplandor regrese alguna vez, concluyo suspirando.

Despierto con ganas de té. Sobre mi cabeza revolotean cientos de aves, soy un árbol en medio del clima cálido del bajío. El mar con aroma a jamaica entrando en mi cuerpo. Oro, banquetas, manzanilla y sal. Cables y cometas. Títulos, canciones, lugares olvidados, lluvia. ¡Esta es mi mano! Fragmentos de terciopelo color frambuesa, centellas azules rompiendo los cables y una calaverita que resguarda las ruinas de una civilización. Espectros radiantes. Fantasmas rondando mi cama, duendes y demonios. Un triángulo de espejo colgando de la pared y olor a pan en la cocina; un nuevo día que nace. Le doy un último sorbo a la taza.

La triple C de Penrose o sobre el regreso a la cosmología hinduista

La triple C de Penrose o sobre el regreso a la cosmología hinduista

Por Héctor M. Magaña

En los últimos años ha habido un interés por las cuestiones holísticas, un regreso al monismo filosófico, las partes se quieren unir al todo. Es interesante ver cómo todos buscan unir el conocimiento en un todo que de algún modo nos conecte con el universo y el mundo donde vivimos. Somos seres, criaturas, que buscan un sentido, y como en el mundo el contemporáneo las instituciones religiosas que tenían el orgullo de otorgar este sentido han caído en el desprestigio, es natural que el hombre intente buscar un sentido que lo conecte con su dios personal.

El concepto de deidad se sigue inmiscuyendo en nuestra propia realidad. Ya no es el dios judeo-cristiano con el cual estuvimos acostumbrados a convivir, sino un dios personal que no escape de los conceptos de la ciencia y que dé una explicación a los eventos sociales y morales que no comprendemos pero que vivimos todos los días. No se debe olvidar que, por ejemplo, la teoría del Big Bang fue creada por un sacerdote, por lo que incluso el eclecticismo está presente en los hombres de ciencias.

Recientemente, a raíz del surgimiento de la película La teoría del todo hace algunos años, hubo un interés renovado en la ciencia y en sus aspectos humanos. La película taquillera Interestelar también contribuyó a ello. Hace tiempo descubrí que uno de los colegas más queridos de Stephen Hawking, el físico teórico Roger Penrose, trató de aportar su propia teoría de lo que pudo ser el origen del universo. Partiendo de los postulados del Big Bang, pero sin aceptarlos del todo, el profesor Penrose desarrolló la teoría de la Cosmología Cíclica Conformada (CCC), la cual surge de una vieja creencia: el universo ha existido siempre y lo más probable es que es siga existiendo. Desde lo conocido como Big Bang hasta el “Fin de los tiempos” habrán transcurrido mil millones de años, una cifra que corresponde a un “eón” (ese concepto tan familiar en la literatura de Lovecraft). Después de ese tiempo ¿qué ocurre? Todo vuelve a empezar.

Para Penrose el universo es un sistema que se reinicia constantemente, eso significa que el universo es el mismo pero su contenido es diferente en cada periodo. La radiación de fondo son solo los rezagos del anterior reinicio. Rastrear el origen del universo entonces es una tarea imposible y sin sentido. Un problema irresoluble. La edad del universo se debería medir a través de gúgoles (1 gúgol= 10100 años), una unidad risible para nuestro pobre pensamiento abstracto. Afortunadamente hay una cultura que capaz de pensar en semejantes proporciones no es alucinante.

La cosmología hindú-budista se adelantó a los postulados de Penrose, pero sus conclusiones no son resultado del razonamiento inductivo occidental, son producto del pensamiento mágico. El tiempo en la cosmología hindú es similar al eón. Los “kaplas” son periodos de destrucción y creación del sistema cósmico. Es un universo poblado de dioses (devas), “asuras” (especie de ángeles o demonios), hombres, fantasmas, animales e infiernos. El mundo de los hindúes es similar al nuestro en muchos aspectos, pues ¿no es acaso similar el mundo de los asuras y de los fantasmas a nuestro pobre conocimiento de la radiación de fondo, de la energía y la materia oscura, de las sub-partículas de la física cuántica (como la búsqueda recientemente fallida del neutrino estéril)?

No me atreveré a decir que el hinduismo y el budismo tengan una “evidencia científica” que los legitime, pero tal vez nos ayuden a asombrarnos por el universo que nos rodea y a notar ese espíritu vital que mueve el mundo, como un demiurgo platónico. Darle un sentido a la experiencia de pertenecer a un universo lleno de ciclos ya hace surgir ese empuje espiritual que nos lleve a abrazar el pluralismo del universo. Como dice Vladimir Yankelevitch es su famoso libro sobre el filósofo galo Henri Bergson: “La vida nos ofrece el espectáculo de iguales resistencias, y el lenguaje de los sabios nos muestra que la humildad pluralista es, en ciertos aspectos, una actitud eminentemente científica”.

Muy a la manera de Lovecraft diré que esperemos los eones por venir, pues hasta la muerte morirá (cuando los agujeros negros súper-masivos finalmente se evaporen). Entonces nacerá todo de nuevo, la vida empezará y si hay seres racionales tal vez se cumpla el pronóstico de Schopenhauer y toda la vida sea un reloj con ligeros cambios en las manecillas, pero en esencia todo es lo mismo, así hasta la eternidad. La insufrible eternidad. Una eternidad con periodos de creación y destrucción, ¿pero habrá algo nuevo en esos periodos?

Expósito o la condición del abandono

Expósito o la condición del abandono

Por Carlos Valencia

Habitar un lugar es, en buena medida, planear una manera de marcharse
Andrés Neuman

Expósito: palabra extraña y con sonoridad exasperante que había encontrado en un libro del registro civil en la caja Nº 2, tomo I, folio 4 del año 1803 en la Notaría Segunda de Pasto, un libro grande cubierto de cuero y roído por las ratas.

Ámbar me había presentado ante Mónica, quien se desempeñaba como docente investigativa en el área de historia, vestía un abrigo negro hasta las rodillas y unas botas de charol como de equitación, sus labios pintados de un rojo obscuro le imprimían una leve seriedad a su rostro.

–Mi nuevo auxiliar investigativo –me dijo.
–Ansioso de trabajar con usted –le respondí, balbuceando y emocionado.

Con elocuencia le mencioné que estudiaba letras, asiduo lector de crónica literaria, y al final le extendí la mano para sellar el pacto laboral diciendo:

–Infinitas gracias.

Casi tres meses sin trabajo y las palabras “auxiliar investigativo” iban más acordes a la profesión que estudiaba o al menos así lo sentía, pensé en cuán directa era su propuesta sin rodeos ni explicaciones, pero claro, Ámbar le habría contado la precariedad de mi situación y sin duda no podía vacilar en mi respuesta. Mis tareas consistían en ir a visitar notarías y el archivo histórico de la ciudad, adentrarme en sus hojas amarillas escritas con pluma, revisar fechas cronológicamente, tomarles fotografías e ir organizando las referencias.

Llevaba 44 tardes sin intermitencia fotografiando folios –exceptuando fines de semana–, mi trabajo no era precisamente leerlos, pero la curiosidad me obligaba a ojearlos; al inicio las palabras eran extrañas, la caligrafía de esos escasos letrados del 1803 se asemejaba a garabatos de un niño, su ortografía muy distinta a la de este siglo. La jornada laboral comenzaba a las 2 p. m. Mónica había dirigido una carta a la Notaría Segunda firmada por ella con el sello de la universidad, durante una semana al ingresar presenté ese documento, transcurrido el tiempo todos distinguían mi rostro y ya no era necesario. La profe Moni, como le decía de cariño, tenía asignado su propio cubículo de estudio en la Biblioteca Leopoldo López Álvarez, dedicaba sus tardes a leer y escribir su tesis doctoral. Al salir de la biblioteca a las 6 p. m. En ocasiones me llamaba al celular para invitarme a tomar café o si era el caso a cenar, cosa que agradecía, por tal razón cuando salía de la notaría esperaba su llamada hasta las 6:30, de lo contrario caminaba hasta el paradero del bus, fumaba y regresaba a casa. En las tardes de café la profe me daba cátedra sobre La hybris del punto cero, luego le hablaba de Los suicidas del fin del mundo.

Mónica tenía 36 años y había pasado cuatro en España estudiando Historia de América Latina Mundos indígenas en la universidad Pablo de Olavide de Sevilla, se había memorizado una cita de Néstor Canclini que expresaba: “Repensar qué significa hoy ser latinoamericano, es interpretar la persistencia y los cambios de una historia conjunta que se niega”. En su estancia compartió con un español que la llevó en yate por el Mediterráneo y le propuso matrimonio. “Me quería condicionar” decía; pero ella lo rechazó, decidió retornar a su ciudad para seguir revisando folios antiguos, sumida en su cubículo y con su cabeza repleta de historias. Vivía en una zona campestre a 40 minutos de la ciudad, se movilizaba en bus y siempre conservaba su estética de luto.

Dada la ocupación de tiempo vespertino, había abandonado mis propias lecturas y perdido el parcial de La paz de Aristófanes de literatura grecorromana. Por aquellos días también había dejado las noches de fiesta y a Ámbar solo la veía en la universidad; su compañía que antes era inexorable, por aquel tiempo me era prescindible.

La profe extenuada de los viajes en bus desde su residencia rural había comprado un apartamento en el centro de la ciudad; antes de trasladarse me encargó que buscara un albañil para pintar el nuevo lugar, sin dudarlo me ofrecí a hacerlo aseverando que ya lo había hecho antes, le expliqué los tipos de pintura 1, 2, 3 y cómo luego se podía lavar las paredes sin necesidad de volver a pintar. Para tan épica tarea Ámbar se sumó y decidió ayudarme; comenzamos un sábado a las 8 de la mañana, colocamos plástico y cartones en el piso para no mancharlo, utilizamos brochas y rodillos de felpa. Esparcimos la pintura a la par que nos besábamos, a la vez dibujábamos siluetas en la pared, símbolos y signos que se asemejaban a un cuadro de Basquiat; en un gesto tierno pinté de blanco hueso los pómulos de Ámbar, ella hizo lo mismo en mi rostro. “¡Para! nos vamos a estropear la ropa”, envuelto en esa atmosfera y con el olor de la pintura le respondí con un beso. Nos cubrimos la espalda y el pecho de pintura, antes de que se secara en la piel nos metimos al baño y nos duchamos. Al anochecer el apartamento estaba completamente pintado.

‘Expósito’ proviene del latín expositus que significa expuesto, pero en el contexto histórico de las notarías hace referencia al recién nacido arrojado al abismo del abandono, una práctica muy recurrente en la vida colonial y republicana. En la casa del burgués, el dueño y señor abusaba sexualmente de su “sirvienta”, “india” o “esclava” y luego la obligaba a deshacerse de ese hijo para no ser presa del escarnio público y la vergüenza de relaciones extramatrimoniales, los niños se dejaban abandonados en las fachadas de las casas de familias pudientes y muchos de ellos terminaban viviendo con su padre legítimo.

La mañana que Mónica volvía a España fui hasta su apartamento, el cual había pintado con Ámbar; ella iba a defender su tesis y yo había egresado sin graduarme de la universidad, estaba realmente sujeto al dolor de abandonar un fragmento de días apacibles, en mi lugar debía regresar al pueblo, a la aldea, a la villa. Ámbar me había cuidado, ella era la ciudad con sus calles enredadas en mi sombra. Revisé con calma una caja llena de libros que la profe me había obsequiado: La ciudad letrada, Las palabras y las cosas y Fuego en el altar de Gonzalo Arango.