Citar en formato Simpson

Citar en formato Simpson

Por Dorian Huitrón Álvarez

Siempre es un buen momento para admirar la capacidad de algunas personas para citar versos o ideas en cualquier conversación. Ya sea por erudición, perspicacia o simple ingenio, poder presumir de un amplio repertorio de afirmaciones llenas de sabiduría es algo que, cuando menos, merecería un premio o un concurso para medir la habilidad de los conspicuos involucrados.

La verdad nunca he tenido el valor de comprobar en qué capítulo, apartado u hoja exacta de tal o cual obra se encuentran las citas que estas admirables personas tuvieron la elegancia de compartirme. Si me citan el elogio de Chesterton por la cerveza les creo; si declaman la estrofa de Gilberto Owen, que mañosamente Mario Santiago Papasquiaro se robó años más tarde, también les creo. Obviamente no pondré aquí las citas exactas, porque, como es evidente, yo no soy de esas personas.

Puedo considerar mi memoria como una enciclopedia de ideas banales. Como buen hijo de mi generación, mi cabeza está llena frases famosas de series televisadas, jingles de juguetes y de cientos y cientos de escenas de caricaturas. Comúnmente podría decir que, comparado con la habilidad de las citas literarias, éstas parecerían más enfocadas a la burla, al tono jocoso de una plática y, aunque hay algo de razón en ello, también podrían sorprendernos los chispazos de ingenio que son inseparables en la comedia.

Algo así encuentro en algunos diálogos de Los Simpson. Pareciera increíble la cantidad de frases que pueden y se han extraído del programa para la vida diaria. Dice Chesterton que la clave del humor, entendido en su término moderno, es el poder transformador de la simpleza y la incongruencia. A lo que hace bien al recordarnos una de las primeras bromas registradas en la historia de la literatura occidental: Ulises nombrándose como Nadie al encontrarse con el cíclope.

Así pues, ¿cómo sería posible tender el puente entre el Nadie de Ulises con “a la grande le puse Cuca” de Homero Simpson? Creo que la respuesta estaría en la simpleza que resuelve las escenas: mientras que el cíclope se lamenta por ser derrotado por algo tan común como el sustantivo Nadie (“Nadie me está golpeando”), Homero apacigua a Marge señalando el ingenio para ponerle un nombre chistoso a una mamá zarigüeya que duerme donde debería estar el extintor de un monorriel.

Nada puede “malir sal” al recurrir a la sabiduría Simpson, dirían algunos eruditos en el tema. Sin embargo, citar a Los Simpson pareciera más una cualidad de ingenio cercana al refrán o al dicho popular. Esta carga de sabiduría cotidiana es útil por dos cualidades simples: lo concreto de su lección y lo identificados que podemos llegar a sentirnos al escucharlos. ¿No es precisamente el refrán popular lo que nos hizo preguntarnos en qué nos parecemos a las macetas? He ahí el punto central del humor: el absurdo que deviene en lección, algo que también acerca al chiste y a la cita a su verdadero origen literario.

Pero aunque se busque la amenidad de la plática, el remate que rompa la solemnidad de cualquier tema, no podemos dejar de notar que hoy en día este tipo de recursos divertidos atraviesan una crisis. Basta con preguntarnos cuándo fue la última vez que escuchamos un chiste o la última que escuchamos un refrán. ¿Será acaso la señal de que se acerca el final del humor o simplemente es un cambio generacional en las maneras en que pensamos la comedia?

Hoy podríamos terminar una conversación o una jornada laboral con un contundente “¡Vete al demonio, Krabappel!”, pero no con una elucubrada aventura de Pepito. Incluso es más fácil bautizar nuestro ocio repitiendo “Voy al rato, voy al rato, voy al rato” en voz de Homero Simpson y no con un refrán cuyas enunciaciones parecen estar contadas.

¿Es esta una prueba de que la fugacidad y condensación de nuestros días llegaron también a prescindir de la carga poética en nuestro imaginario cotidiano? La narrativa de las peripecias de Pepito o la métrica y ritmo de los refranes y dichos hoy parecen un recurso anacrónico destinado al olvido. No hay tiempo para las lecciones, poco a poco han sido reemplazadas por el chiste ingenioso, el fugaz intento por terminar un diálogo con un remate para mirar directamente a los ojos de nuestros interlocutores y decir: “¿Qué les pareció eso, barbones piojosos?”

La Ilíada y la Odisea fueron obras originalmente concebidas para la tradición oral, al igual que todas las disertaciones de Sócrates. La memoria y la oralidad como gran biblioteca hoy parece un proyecto que sólo pocos son capaces de llevar a cabo y salir bien librados. Entonces, no debería parecernos extraño que dentro de poco debamos recopilar todos los chistes, dichos y refranes mexicanos en un antológico libro para evitar el olvido de esa sabiduría.

Tal vez las frases Simpson son el nuevo chiste generacional, aunque incluso ellas entrarían a juicio sobre su vigencia. Pero no quiero provocar el aburrimiento de tan amables lectores, sólo quiero evitar pensar en lo que hace distinta la memoria de quienes citan a Goethe de la que apura un final gritando: “¡Ya cómete la maldita naranja!”.  

La erupción del principitín: Happy endings

La erupción del principitín: Happy endings

Por Francisco José Casado Pérez

¿Es un final feliz o un final triste?, pregunta el ictérico y calvo gordinflón. Su esposa replica: Es un final y basta. Las novelas, y seguido, películas y series, se estructuran linealmente desde la irrupción de un inicio, la deriva de su desarrollo hasta su final, giro epistémico de la propia finitud biológica: nacer, crecer, reproducirse y morir. Sin embargo, el punto medio entre el desarrollo y la descendencia ha sido objeto de variopintos cuestionamientos y reconfiguraciones desde mediados del siglo XX, por las identidades de género, preferencias sexuales, el feminismo, las maternidades/paternidades, la planeación familiar, junto a otras vicisitudes del siglo como el poder adquisitivo, los tradicionalismos, entre otros. Al ser un hecho bipartito, conocer al otro significativo se ha vuelto un proceso sin certezas ni garantías; como se dijera entonces: “La vida es una tómbola tom-tom-tom-tómbola”.[1] Poco ha cambiado de eso.

Las relaciones amorosas, más en concreto, el romance, la sub-temática más predilecta del arte a representar sobre cada formato habido y por haber, desde la antigüedad hasta el tweet. Dijo Nick Cave: “Es muy bella esa idea de que nosotros mismos creamos nuestras catástrofes personales y que son las fuerzas creativas de nuestro interior quienes las instrumentan. Todos tenemos necesidad de crear, y la tristeza es un acto creativo” (2009: 19). No obstante, en relación a su contraparte, el desamor, piedra angular de la industria creativa, las condiciones son muy igualadas, apenas por un poco de nada la balanza se inclina hacia lo segundo. Queda claro que enlistar ejemplos sería un ejercicio interminable y a pesar de ello se continúan sumando más, debido a que, en justa medida, es uno de los testimonios más a la par de la propia evolución humana.

Los avatares son casi en su mayoría el tema central de conversaciones y chismes, hecho que entonces no debería extrañarnos ver reproducido en otros formatos y el caso de Jessica J. Díaz con Happy endings (2018), publicado por Matadero Editorial, no es la excepción. En consecuencia, los arquetipos tienen utilidad para todos los bandos, se acoplan a cualquier situación y propósito; para Jessica, el príncipe azul es la figura de un hombre (a quien censuraremos con una barra negra sobre los ojos) que se alza sobre el paisaje, representando un papel volátil en lo profundo de su núcleo volcánico. Es una bomba de tiempo a escasos segundos de estallar y cubrir todo de lava, ceniza, desolación. Un final que sólo será eso y punto.

Sobre páginas atrevidamente azules —gran acierto editorial— que refuerzan la idea central del príncipe zarco, Jessica divide Happy endings en segmentos: “Ese, mi príncipe (variaciones sobre el príncipe azul)”; “El príncipe (cito)”; “Happy endings”; “El final feliz no”; “Sobre ciertos finales”; “Love” y “Epílogo”. Y unifica cada apartado con poesía mínima, prosa, referencias literarias y cinematográficas, además del recurso del inglés (Jessica es originaria de California, E.U., residente en México) para generar una atmósfera irónica sin soltar su carga sentimental porque, seamos honestos, después de la ilusión no es sano quedarse con ese resabio, es mejor expulsarlo. “Príncipe azul / (presente) // Te pienso. / Gracias por / arruinarme. / Para ti, estos poemas” (Díaz, 2018, 15). He aquí el poder de nombrar.

Si bien la estructura general de una historia amorosa comienza cuando uno conoce al otro, entre interacciones, citas y risas, hay más citas hasta que alguno da el primer paso, el primer beso, la primera relación sexual. Este último sería el Punto de no retorno, donde se abren los sentimientos hacia el inevitable punto de inflexión de preguntar: ¿qué se es?/¿qué se quiere del otro?: “Dijiste no, no quiero, yo sí, no, por qué, dame una razón, yo quiero, no quiero estar contigo, no puedo, me citaste en la librería, aquella… no estamos enamorados, pero no podría, como si hubiera algo simbólico, no tenerlo, sí, lo quiero, sí, yo sí, yo no… convénceme” (Ibíd., p. 45). Razón y motivo se entremezclan entre discurso y acción, una vez que se toma una decisión, queda en la boca un sabor tan bien conocido por muchos que lo habrán sentido antes.

hoy supo qué es el dolor, / le cortaron las uñas y entonces, igual que en una tragedia / shakesperiana o de / Eurípides revisitado lloró tanto que / le salió una lágrima, se puso amarillo, / le bajó la presión, / casi se desmaya o eso / parecía / Werther no / lo hubiera hecho igual, no, / de ninguna / manera (Ibíd., p. 78)

¿Y el final? Sólo es eso y ya. Ya en serio. Hay una cierta belleza dentro del abrupto y críptico final de Happy endings. En primer lugar, no es exactamente como se idealiza el concepto. Hay algo de felicidad en la pérdida; una sensación de alivio, otra oportunidad de dar cuenta que el mundo no termina, cualquiera, pero no entregado mansamente a la mordida del lector. El entrecruce del sismo del 2017 que afectó gran parte de la Ciudad de México es en gran medida la razón de esa extraña presencia de lo volcánico en el poemario de Jessica J. Díaz, debido a sus características tan equivalentes: son extraordinarios y, por consiguiente, inesperados, pero ello no impide el hecho de que no puedan ocurrir de nuevo: “El volcán monogenético solo hace erupción una vez. / No se apaga” (Ibíd., p. 94).

El éxito de cualquier obra, no necesariamente hablando del terreno económico, radica en la medida en que el autor no “habite” tan de frente en ella, al contrario, su ausencia agujera un photocall donde cada lector puede colocarse dentro del discurso. En la dupla amor-desamor, en este momento me referiría al rapero Tyler, The Creator, con sus trabajos discográficos Flower Boy (2017) e Igor (2019); puntualmente en el primero, con la pista Sometimes… donde al final se escucha: “What song you wanna hear?” y Tyler responde: “The one about me”. No obstante, para el caso de Happy endings habría que acercarse entre Gone, Gone / Thank you, así como I don’t love you anymore; pero la gran diferencia está en la insistencia en Are we still Friends?, en comparación con Jessica y su decisión de salir de aquella erupción y andar nuevamente el camino.

No dejará de haber expresiones artísticas sobre los principales temas humanos, que encabezan el amor y el desamor porque como se dijo antes, son tan complejos como la propia especie de su creador. En tanto ficción tiene cierta carga real, al menos hasta cierto nivel. Entiendo ambas partes en Happy endings porque en algún momento tuve mi rosto en uno y otro marco de la imagen. Hasta este momento comprendo que, por un lado, la comunicación, especialmente el autoconocimiento, son indispensables para saber qué querer con uno mismo y con el otro; por otro lado, sucede algo similar: uno debe tener en cuenta que hay también límites propios. No es fácil, lo sé de primera mano y me queda más claro después de esta obra de Jessica J. Díaz. Aprovecho para disculparme por los inconvenientes con quienes compartí la misma imagen; sin embargo, esto no cambia el estado actual de las cosas, no todo puede ser igual de fantástico que la primera secuela de Shrek o Terminator. Hasta la vista; lo que fue, fue.

Bibliografía

Díaz, Jessica J. (2018) Happy endings. Matadero Editorial.

Cave, Nick. (2009). Sobre la canción de amor. Diario de Poesía. 22(78).  https://ahira.com.ar/ejemplares/diario-de-poesia-n-78/

[1] Creación del compositor catalán Augusto Algueró Dasca (1934-2011), que fuera interpretada primero por la actriz y cantante Marisol y años más tarde por Jhonny Laboriel, Monna Bell, entre otros.

Amanece, suena “Una cruz de madera”, frente a las primeras luces un borracho recita

Amanece, suena “Una cruz de madera”, frente a las primeras luces un borracho recita

Por Aziz Córdova

Canta la mañana
y sus acordes
de viva porcelana
exhalan una luz demoledora


quién tuve que ser
para contemplar esta escena
cuánto tuve que sufrir
para agradecer
la sutil cadena
de sangre carmesí
amarrándome a este cuerpo


madre
padre
les he fallado
pues no moriré de pena
y nada soy salvo este deleite
de diluirse de pronto
dejadamente entre hojas de jade


abandono estos ojos
que ustedes hicieron con el cuidado de las bestias
con la saliva más amante
ya no pienso reclamar mi nombre
pues sé en el fondo que me llamo árbol,
perro y bicho
ya no pienso cargar este lastre
pues sé en el fondo
que no lo puedo todo
y la fuerza es una ilusión embriagante


amor quiero decir amor
pronunciarlo con las tripas
y en un lenguaje nuevo
donde no existe el engorroso recelo
y para decir: yo
haya que decir: planeta

Calma

Calma

Por Alberto Quero

He aprendido a no temer la calma,
sino a convertirla en un tiempo de puentes
que pueden cruzarse sin resquemor.
Normalmente, durante las horas huérfanas
me quedan las idas y venidas
sobre veredas que solamente yo he recorrido
y algunas melodías sin nombre:
cosas invisibles entre el humo de los días.
Busco refugio frente a mí mismo,
quemo disfraces,
me adhiero al suelo,
hago malabarismos, acrobacias,
trato de conjurar el calor del mediodía
y las jaquecas que lo preñan,
todo lo áspero:

quiero creerme incapaz de encallar.

Presagio sigiloso

Presagio sigiloso

Ilustración por Ansa Mustafa

Por Damián Andreñuk

Yamila,
cuando intente seducirte la codicia
con hábiles anzuelos transparentes,
cuando exhales la tristeza desde tu corazón
              en medio de una charla cotidiana,
cuando te encuentres abrumada por las inconsistencias
                                                   de toda realidad
       y combatas a una diosa siempre hambrienta
       y sus lúgubres acechos para deshabitarte,
cuando quizá bajo tus pasos decididos
los puentes del amor hacia la salvación
   de pronto, sin motivo, se derrumben,
cuando el mar y su extensión y su prodigio
              valgan menos que tus manos
          tus sueños o tus lágrimas,
cuando veas en el declive de tu rostro
                      un presagio sigiloso
         del más definitivo exilio,
cuando te hierva una inocencia desahuciada
allá en el fondo más oscuro de tu sangre
y quizá sientas con ardor desesperado
las lóbregas llamadas del suicidio
invitándote a borrar tus cicatrices,
no blandas ni empuñes ni enaltezcas
el pérfido puñal que esgrime la avaricia,
no deteriores tu vastísima comarca,
ojalá nunca te canses de ser niña
entre cuervos y tigres y palomas.