Por Rusvelt Nivia Castellanos

Desde que tengo memoria, hace muchos años, me levanté del suelo de ajedrez. Soy un peón guerrero de los más legendarios. Llevo bastante tiempo en la insurgencia. Incluso ahora libro una batalla iracunda contra los enemigos. Audaz, actúo con valentía con tal de defender a la reina negra. Durante la lucha he cometido varios homicidios. Me ha tocado degollar alfiles y jinetes blancos con azarosa gravedad. Por lo demás, descubro que mi destino es un poco curioso. En el instante, yo sigo con vida extrañamente y precisamente yo hago la diferencia en esta guerra civil. Por lo valioso, soy la ventaja de mi legión negra. Siempre me muevo con sigilo entre cada casilla de cristal. El peligro es que la reina blanca es muy fuerte. Ella tiene la mejor posición en su campo imperial. Por tal motivo, todavía no puedo asediarla porque sé que me vencería con facilidad. Está de frente a mí, por lo cual debo ser fuerte y resistir hasta el final, así quizá sea el salvador de esta barbarie.

De repente se rompe el espacio compacto. Los centros se separan como agujeros. Mientras, yo subo con coraje de camino al castillo maligno. Al día de hoy los libertarios vamos unidos por la victoria. En efecto, queremos acabar con el terror, nos duele el ver tantas muertes. Por eso como héroes vamos con las torres a conquistar el reino blanco. El rey nos acompaña con cautela. Juntos corremos de marcha por la justicia humana. Añoramos un mundo nuevo. Más si al declive del sol ganamos, nuestros compatriotas por fin dejarán de ser esclavos y volverán entonces a nuestro país. Todo esto tan revolucionario lo inspiramos para luego irnos a rescatar la otra nación igual de humilde a nuestro pueblo. Y rebelde por mi ideología, yo sigo peleando en pie de ataque.

Ahora sin temor, combato contra un peón adversario. Sufro un poco sus arremetidas. Es duro estar vivo en este tablero de indecencia, sobre el furor, hiere mi brazo con su daga. Menos mal, lo cojo por la cabeza. Se siente angustiado. Acto seguido, le destrozo la garganta. Por ser cruel, acabo de matarlo a punta de cuchilladas. Era un terrorista de los racistas. Tras la acción, veo cómo él empieza a desangrarse horriblemente, cayendo despacio a un costado mío. Me acostumbré además a subsistir entre cualquier cantidad de cadáveres esparcidos por los diferentes cuadros. En verdad son muchos los gladiadores que han agonizado durante esta inmunda matanza.

Ante mi ruda destreza, por aquí dejo al soldado rezagado. Desde lo lógico, sé que como misión tengo que convertirme, por lo menos, en un digno caballero. Por eso no retrocedo. Esto causal, para gestar bien pronto la independencia social. Al tanto, voy para arriba siendo sigiloso. De paso como prosigo, resurge la hecatombe tan arrasadora, sólo hay mortandad. Sobre lo colosal, me debato entre los espectros y la supervivencia. Así de dual, evidencio este ambiente. De resto, consigo avizorar el futuro cual tendré que encauzarlo. Para lo certero, parece venirse encima el acabose de esta masacre sin restricciones. Por ahí quedan algunos enfermos moribundos, aún siguen de brutos soportando nuestra arremetida, guerreada contra la dama aria. Pero ninguno nos podrá aguantar por más de cinco minutos.

De sorpresa, sucede un sortilegio y es que logré llegar a la corona. Entonces, mejor escojo ser un alfilero antes que pedir ser un jinetillo. Más rápido me alisto para comerme a la reina tirana. Y sí, victoria, sorprendente victoria; jornaleros, hoy somos los vencedores. Por fin pudimos derrotar a los ignorantes. Mientras, yo me quedo con la dama cautiva, ilustrándola con ideas fraternas. Devoto, le ofrendo la dignidad y así volvemos de a poco a la felicidad. Ahora todos en paz.