¡El rock es vagabundo!

¡El rock es vagabundo!

Por Víctor Manuel Guadarrama Prado “El Monch”

Como señala Raquel Gutiérrez, las sociedades modernas son un “conjunto de fragmentos confrontados y antagónicos subordinados por el capital, unificados ilusoriamente en totalidades aparentes y conflictivas atravesadas por relaciones de explotación y dominación”, a través de la organización de la vida cotidiana y el manejo y contención de los conflictos internos. Sin embargo, existen momentos históricos en que “los conflictos, antagonismos y desgarramientos internos en una sociedad desbordan todo el andamiaje diseñado para su administración y encauzamiento” (2008, p.19). El rocanrol mexicano surge en el momento en que la incapacidad de la modernidad de cumplir la promesa de emancipación se vuelve evidente. La inconformidad de una generación derivó en prácticas de interrupción y resistencia que no se instalaban en ningún orden práctico ni en la tentación sintética y positiva.

A diferencia de la crítica de las izquierdas durante el movimiento jipi/teca, que desechaban el movimiento por la ausencia de un proyecto revolucionario, a través del desmadre se logró desconfigurar el orden instituido, se problematizó el progreso, la continuidad del proyecto revolucionario mexicano, las relaciones patriarcales y la legitimidad de la educación oficial. Esto permitió traspasar el umbral de las transformaciones y contestar el discurso del progreso como único camino a la utopía. El momento de autorreflexión que se vivió en la crisis del modelo desarrollista permitió una interrupción del tiempo cotidiano del capital, generando el desplazamiento de una temporalidad lineal a una temporalidad horizontal, en la cual la utopía se interpretaba como u-vía, en un presente que se extendía hasta su conclusión.

La u-vía es el lugar de la proximidad perdida, la cual fue “exorcizada” del cuerpo burgués a través de la ciencia positiva y el pudor cristiano, arrojándola al lado salvaje donde habitan los negros y las brujas, cuyos cuerpos sexuados dibujan con su ausencia los contornos de la civilización moderna. Su recuperación en las juventudes, a través de Chuck Berry y Nina Simone, llevó a experimentar con formas de democracia radical, en comunas y movimientos espirituales, en formas de vinculación erótica, cuya finalidad era intensificar la vida en experiencias colectivas que permitieran formar vínculos emotivos/solidarios. Nunca fue necesario tomar el poder, solo hacía falta, como repetía Timothy Leary: turn on, tune in, drop out.

El conocimiento, de esta forma, ya no quedaba vinculado al progreso sino a una temporalidad interrumpida en la que se daba una suspensión del orden y de los cánones. Ésta abrió la posibilidad, en el ámbito de lo local, de inventar lugares otros. Espacios heterotópicos donde el vacío daba origen a un sentido/necesidad de dirección, pero no una dirección con un objetivo, sino una insinuación de camino, una invitación al vagabundeo que trazaba geografías subversivas, dislocaba y fragmentaba el orden establecido. Un vagabundeo que encantaba lugares con su paso y permitió cartografiar un mundo más allá del panóptico. La Ciudad de México se vivió como una ciudad fronteriza en el pleno centro del país: efímera, mutante, con sus hoyos funky y sus toquines ilegales en los barrios, donde los jóvenes podían echar desmadre y compartir la experiencia del rocanrol en libertad. Sin juicios que limitaran su ser, la realidad se volvía muchos mundos posibles.

El tiempo libre era el cronotopo de una generación que en el momento de cuestionarse a sí misma y a su contexto desbarataba los supuestos sobre los que se constituía el camino a la adultez. De ahí que el gran “problema” con la juventud siempre haya sido cómo regular o apropiarse de su tiempo libre, o inclusive reprimirlo. Es en ese tiempo del vagabundeo en el que se construyen vínculos emotivos/solidarios basados en el encuentro cara-a-cara, donde se comparte y construye colectivamente el horizonte de deseo. Como señala Raquel Gutiérrez, “[s]on esas acciones generalizadas de insubordinación y desafío a la normatividad y a los tiempos de la producción del capital y del estado, las que han abierto la etapa histórica en la que vuelve a ser pertinente la reflexión sobre la emancipación social” (2008, p.46).

Estos cronotopos del vagabundeo sirvieron para generar cohesión entre los jóvenes, a la vez que permitían unificar su inconformidad contra la sociedad, los agandalles y la represión. El rocanrol enfatizaba el sentido de comunidad renovada, que era la idea subyacente al desmadre. Woodstock y Avándaro no ocupan ese espacio mítico solo por la música que se tocó, sino que son la meta- metáfora de la contracultura porque por unos días se vivió la utopía. Por unos días reinó el rock, el LSD y la marihuana, espontáneamente se dio una dinámica basada en el amor y solidaridad entre desconocidos, libertad de ser, de olvidar y de recrear. Fue un cronotopo en el cual las personas se hacían cognoscibles por su proximidad, por su apertura. Era una comunidad de fronteras abiertas y relaciones promiscuas, donde el amor y la responsabilidad por el Otro eran el vínculo que vibraba en cada nota.

De ahí que se pueda decir que el rocanrol es el resultado de una temporalidad interrumpida, un suspense producido desde el que se intensifica la voluntad y la pasión. De entre el dolor y la angustia de la posguerra, con sus tiempos subordinados al capital, la juventud encontró una temporalidad que, al desplazarse horizontalmente, escapaba a la modernidad instrumental y abría las puertas a la alegría de vivir, tal vez participando en la frenética danza de la soledad -rythm & blues- se sacudirían toda la muerte, el odio, el vacío que les habían heredado de generación en generación. El rock es incertidumbre, es presentismo, es desmadre. Es la posibilidad de olvidar, de permanecer incompleto y en constante devenir.

I don’t know what’s gonna happen, man, but I wanna have my kicks before the whole shit house goes up in flames alright (Jim Morrison, American Prayer)

Bibliografía citada:

Gutiérrez, R. (2008) Los ritmos del Pachakuti: movilización y levantamiento indígena-popular en Bolivia (2000-2005). Buenos Aires: Tinta Limón.

El rock en México y el festival de Avándaro, 1971

El rock en México y el festival de Avándaro, 1971

Por Roberto Carlos Ruiz Mar

Durante las décadas de 1960 y 1970 ocurrió una transformación social a escala internacional y a nivel estructural, encabezada por la juventud de aquella época cuyo común denominador era exigir mayor libertad en distintos ámbitos: en la sexualidad, en el género, en la toma de decisiones (democratización), en la expresión, en las artes, en el uso de las drogas, entre otros temas. El himno que hermanó a esta generación en números sin precedentes fue el rock & roll, en sus letras se plasmaron las ideas de amor, paz y libertad.

En México esa unión se materializó en el festival de Avándaro de 1971, y debe reconocerse que hubo un antes y un después, pues fue el primero y el último durante muchos años. A pesar de que reunió a más de doscientos mil asistentes de todas las edades y de todos los estratos económicos dejando claro que en México había gran apoyo al género, tras el evento se desató una enorme censura y represión. Debemos recordar que las cicatrices de la Noche de Tlatelolco y del Halconazo seguían muy frescas, por lo que el régimen, tras ver la gran convocatoria reunida en Avándaro, interpretó el rock como otra forma de organización que debía silenciar para que todo aquello relacionado con la juventud no tuviera cabida. El rock dejó de sonar en las estaciones de radio, las bandas a pesar de ser muy virtuosas y de que actualmente se les pueda considerar como parte de la época de oro del rock mexicano, vieron cerrar las puertas de las disqueras frente a ellos, lo que condujo a que muchas desaparecieran, cambiaran de género o se mantuvieran en la clandestinidad.

Aunque la ‘Onda Chicana’ no tiene sus orígenes en la Ciudad de México, este punto en el mapa es de suma importancia pues es aquí donde se monopolizan las actividades económicas, políticas y culturales más importantes del país. Asimismo, representa un foco de irradiación hacia el interior de la República, por ello cuando el rock llegó, nada lo pudo detener. En 1971, el rock mexicano vivía un gran momento, las disqueras y la radio difundían este género y por todos los estados del país surgían bandas verdaderamente virtuosas que llegaron a tener reconocimiento y prestigio nacional e internacional.

La importancia del Festival de Rock y Ruedas de Avándaro también conocido como ‘el Woodstock mexicano’, celebrado el 11 y 12 de septiembre de 1971, radica en que fue el primer concierto de rock masivo en el país y hasta ese momento, y durante muchos años, fue el más grande realizado en el territorio nacional; además, la tensión política y social que experimentaba México en aquellos tiempos, lo hicieron destacar junto con las expresiones juveniles reprimidas y censuradas.

Los medios de comunicación

Al día siguiente al festival, el domingo 12 de septiembre de 1971, fue publicada en El Universal una crónica sobre lo ocurrido, con el encabezado: “Una Fiesta de Amor, Música y… Drogas”. En ella se narran los hechos del sábado 11 de septiembre, resaltando en gran medida, y al mismo tiempo juzgando, el uso de drogas (particularmente marihuana); se menciona la larga peregrinación de los asistentes, la convivencia entre distintas clases sociales, la presencia de la Policía Judicial del Estado, de elementos del ejército, de miembros de la Policía Federal y de la Dirección Federal de Seguridad, y agentes de la Policía de Tránsito. Finalmente, habla de la escasez de alimentos y la gran hermandad con la que los ‘hippies’ compartieron lo que tenían con sus ‘hermanos’ (Mendoza, 1971, 12 de septiembre: 11).

“Una Fiesta de Amor, Música y… Drogas”, tomado de la Hemeroteca Nacional (Mendoza, 1971, 12 de septiembre: 11)

La liberación sexual fue una de las razones por las que se satanizó el festival utilizando la imagen de ‘la encuerada de Avándaro’ para mostrarle a la sociedad lo mal que estaban las y los jóvenes con gusto por el rock & roll; sumado a ello, estaba el hecho de que los medios de comunicación al servicio del gobierno se dedicaron a ligar esta música con el consumo de drogas y eso motivó la censura hacia todo lo que tuviera relación con el rock en el país.

Entre los seguidores de este género en México, existe la frase ‘el rock no tiene la culpa’, y tiene razón, pues el régimen solamente buscaba un pretexto para terminar de censurar a la juventud que se había levantado en su contra y en el rock encontró el vehículo para conseguirlo. Es lamentable que esta censura se haya producido porque los mexicanos estaban generando música de la misma calidad que otros músicos internacionales, y callarlos generó que el mundo no los mirara; particularmente, estos actos autoritarios y fascistas del Estado mexicano al censurar el arte y las libertades son visibles incluso en nuestros días, 50 años más tarde, lo cual es muy preocupante.

En mi opinión, el mayor culpable en todo esto es el régimen priísta y su política que pretendió limitar las libertades de una generación que a gritos las pedía. Avándaro fue un fenómeno que tarde o temprano ocurriría, pues no solo era el rock, era el momento histórico del país y del mundo.

Referencias Bibliográficas:

  • Mendoza, X. (1971, 12 de septiembre). Una Fiesta de Amor, Música y… Drogas. El Universal, 11 (primera sección).
Fuera máscaras o la burbuja del rock

Fuera máscaras o la burbuja del rock

Por Ulises Abraham Torres Díaz

A las ocho y media de la noche de aquel 2 de julio de 1965 en la plaza de toros de Madrid, John, Paul, George y Ringo gritan a todo pulmón y sacuden sus cabezas ante poco más de cinco mil espectadores.  Los ojos del mundo están sobre ellos y no es para menos.  

Mientras tanto, a las afueras del estadio se apostaba un gigantesco despliegue militar, los tristemente célebres “grises, de Francisco Franco” estaban listos para arremeter contra cualquiera que pusiera en riesgo la estabilidad de la dictadura.  La presencia de los cuatro de Liverpool evidenció la brutalidad del régimen y alentó a miles de jóvenes a salir a las calles a enfrentar el sistema caduco y autoritario. Los Beatles en una noche dejaron al franquismo al descubierto, y a partir de ese momento pusieron en jaque al autoritarismo de cada país que visitaban y sobre todo de aquellos que no visitaban, como en el caso de México, donde por órdenes de Díaz Ordaz y el regente Uruchurtu, los cuatro fantásticos no se presentaron, ya que se les consideraba mala influencia para la juventud mexicana. 

Pero lo que inició con una sacudida de melenas desencadenó una brutal sacudida de cerebros, un despertar de consciencias. Millones de jóvenes por todo el mundo descubrieron en la voz del rock su propia voz, en la fuerza rítmica su propia fuerza y en la libertad de las composiciones, su propia libertad. Por primera vez en la historia, la música podía cambiar al mundo.

Ese mismo año, el tsunami del rock encontró la forma de invadir con sus olas incendiarias el planeta entero.                 

“No se podía encender la radio en 1965 sin escuchar un nuevo clásico” Rubber soul, Help (The Beatles), I can´t get no (The Rolling Stone), Highway 61 revisited, Like a Rolling Stone (Bob Dylan), My generation (The who), Mr Tambourine Man (The byrds), Today (beach boys) Where have all the flowers gone (Peter Seeger). 1965 es también fundamental para la música en la lengua de Cervantes, se lanza Guitarra, (primer disco de Serrat), Wild teen punk from Perú (Los saicos), Una chica Yeye, etc.

Toda esta corriente sembró cambios importantes en el campo de la música, pero cosechó sus frutos en terrenos hasta entonces insospechados. Salpicó con sus acordes estruendosos la moda: finalmente los jóvenes podían dejar de vestirse como sus padres, los hombres podían llevar el cabello largo y las mujeres llevar la minifalda tan corta como les viniera en gana. Las calles florecían al tiempo que unos desadaptados sembraban margaritas en las escopetas. 

Aunque no por eclosión, pero sí en una afortunada coincidencia de espacio y tiempo, en el mundo de la literatura latinoamericana explota el boom; García Márquez, Cortázar, Fuentes y Vargas Llosa logran que los ojos de los jóvenes volteen a sus raíces y se sientan orgullosos de ellas, se exacerba una identidad y una apropiación cultural que nada tenía que ver con las fronteras sino con los ideales, con el peace and love, con el sexo, drogas y rock and roll. El rock llegaba hasta los más recónditos lugares del planeta. Somos más populares que Jesucristo, decía John Lennon, y no se equivocaba.

¿Qué onda es esa?

Poco tiempo después de la irrupción del rock, surgió en México una nueva literatura con la esencia contestataria y rebelde que retrataba los anhelos de una juventud en busca de identidad: la literatura de la onda. “La Onda va mucho más allá del cliché idiomático, conlleva connotaciones de mayor envergadura pues retrata gran parte de los modos de vida, inquietudes y propósitos de los jóvenes sesenteros (y posiblemente de los de finales de la década procedente), que podrían resumirse en el concepto de rebeldía ante los modelos sociales, familiares y hasta políticos hasta entonces establecidos. Sí, los onderos enarbolan el estandarte de la inconformidad y se empeñan en azotarla en el rostro de quienes representan los motivos de tal descontento.” (La literatura de la Onda y sus Repercusiones, Ignacio Trejo Fuentes) 

La generación beat había influido fuertemente sobre los jóvenes norteamericanos y su poesía instintiva y sexualizada llegó con su aullido destripador una década después a nuestro país, Woodstock había hecho historia, pero los jóvenes mexicanos querían su propia historia y estaban a punto de estallar. 

El rock metió sus narices hasta la cocina y se empolvó sin miramientos. Las juventudes se transformaron de una vaga silueta nocturna a una máquina imparable que recorría el mundo sobre dos vías: los sueños de libertad y el rechazo a una sociedad conservadora; esta generación era un caballo desbocado que corría a toda velocidad, directamente hacia la nada. Pensaba que podía cambiar al mundo, pero el Estado no lo permitiría, la brutalidad del aparato siempre ha sido una hidra de mil cabezas. Dejaron a los jóvenes soñar con otro mundo, para después aplastarlos con una saña nunca antes vista. 

“Cuando desperté la putosauria todavía estaba allí.” Efraín Huerta

Los sueños de cambiar al mundo se quedaron en el aire, el sistema político mexicano se había recrudecido y creado una nueva forma de abrirles la cabeza a los jóvenes, y era justamente esa, abrirles la cabeza, así, literalmente.  Después de la matanza del 2 de Octubre de 1968, se creía que nada podía ser peor, pero ese era otro sueño. Con la llegada de la nueva década llegó también una nueva forma de violencia, el terrorismo de estado, la guerra fría, una nueva matanza tuvo lugar en el 71, la violencia se extendió por una década.  A esos eventos le siguió una interminable secuencia de crisis económicas y desastres naturales como el terremoto del 85 que cambió para siempre nuestra realidad.

Pero de la noche a la mañana la efervescencia del rock se queda sin burbujas, pierde a la mayoría de sus adeptos, algunos cuantos quedan en el avión, el resto madura. La generación del rock se hace adulta y lleva pantalones largos, o vestidos más abajo de la rodilla, la chaviza se vuelve momiza en un abrir y cerrar de ojos. El sueño, como decía John Lennon, había terminado. 

Bibliografía:

1.- Andrew Grant Jackson, autor del libro 1965 The most revolutionary year in music.

http://www.elmundo.es/cultura/2015/06/29/559030e7268e3ef11e8b457e.html

Beatlemania, los inicios. Consultado en: https://elpais.com/cultura/2015/04/08/actualidad/1428485593_998546.html

Generación Beat en México. Consultado en: https://www.razon.com.mx/la-generacion-beat-inspiracion-del-mexico-de-los-60/

Literatura de la onda. Consultado en: http://almomento.mx/ecos-de-mi-onda-la-literatura-de-la-onda/

La Musa

La Musa

Por Damián Damián, Sociólogo 

  Para Ana Jessica Ortiz Martínez  

                                                                                      “No hay peor dolor que recordar
                                                                               la felicidad en tiempos de la miseria”
Dante  Alighieri

La música nos acerca a otras realidades que se transcriben con la nuestra. Nos hace parte de ellas y extiende nuestra capacidad para imaginar, para pensar. Para bien o para mal, el mensaje, cuando lo hay, nos cobija y viste porque sentimos empatía con ese recuerdo que nos reanima un momento singular de nuestra vida. La música tiene esa capacidad de mancillar o nutrir la psique. Es un concepto, una filosofía que transgrede y transmite una forma del cómo ser. Es una expresión del alma e interpretación del mundo que nos rodea. Nosotros, los que sentimos la música, podemos darle un sonido a cada cosa que se mueve en esta tierra e incluso, a lo inerte e inamovible. Pues melodías hay a lo largo de nuestro camino a la muerte, tanto que nosotros mismos somos y llegamos a ser una canción.

Cada quién elige que decisiones tomar en su cotidianidad y eso infiere en el género musical de su preferencia, pero, en pocos casos, a lo largo de la vida se sostiene, transforma y se vive. En mi caso particular, lo que me ha mantenido hasta el momento fiel a mi género, a mi desmadre, es esa construcción de un mundo en donde la pasión y el amor por vivir está a nada de la punta de nuestros dedos, en donde muchos se asustan por ese escozor cálido que pueden sentir o el susurro del viento que dice: sueña, experimenta, arriésgate.

Lo he dicho siempre, la música es como la literatura. Hay tantos autores como músicos, y hay calidades, contenidos, realidades. Hay tantos libros como canciones. Podría decir, también en todo caso, que la música es literatura y viceversa, pero pocos géneros tienen ese acercamiento a esa práctica paradisíaca que no hace más que construir una utopía en nuestra imaginación que, lejos de dañarnos o demeritarnos idealizándonos, nos cultiva. Tristemente no todos estos escritores o músicos aprovechan esa capacidad meticulosa de interpretación para generar un cambio en el público, en las masas. En muchos casos se dejan llevar por las tendencias y el peso que pudieran arrastrar en cuanto a fama se refiere. Sin embargo, el rock es uno de esos movimientos culturales, momento de la historia, que cimbró totalmente a la sociedad. Las cargas simbólicas de su “radical” recreación de los valores a los que acostumbramos figuraron con una revolución total quebrantando el estereotipo habitual de la normalidad sin dejar de reconocer la resistencia al cambio por parte de la conservación. 

El rock nos dio la manumisión de esa normalidad que, si bien no es antisistémica, nos abre un panorama a una interpretación un poco más propia o crítica ante la que tradicionalmente tenemos arraigo. Sin dejar de lado que, desde sus orígenes en una sociedad conservadora hasta nuestros tiempos contemporáneos, en una sociedad líquida, ha imperado por la libertad de expresión, como lo decía, claro, de quienes seguimos sus principios. Ya que esa represión que, por decirlo habitualmente, el sistema nos ha impuesto y domina, se diluye con su armonioso estruendo soberano al pensamiento.

Particularmente, mi bandera, el Heavy Metal o metal como simplemente se le conoce, desde sus orígenes con Black Sabbath en Inglaterra, Barón Rojo en España, V8 en Argentina y Luzbel en México, como ejemplos meramente representativos, ha transgredido totalmente al sistema en donde formaron una nueva visión filosófica del ser libre. Tomando entre sus manos, en su mayoría, un bastión meramente literario. Sus piezas transmiten lo que pocos géneros recogen de la belleza humana: la poesía. 

Para este escrito quiero desempolvar dos creaciones características del género metalero debido a su acercamiento directo con las obras de las cuales emergieron. El primer álbum es La Leyenda de la Mancha de la banda española Mägo de Oz, de 1998. Este trabajo busca representar esa lucha eterna entre el pensamiento irracional y racional. Basado en la novela canon de la literatura universal de Miguel Cervantes de Saavedra, El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha cuya primera parte se editó en Madrid en el año 1605 y, diez años más tarde, en 1615 la segunda parte. En palabras del autor:

El propósito de este CD (…) no es otro que si no abrirte la puerta a un mundo fantástico, lleno de aventuras, de humor, en el que podrás encontrar una confrontación entre dos formas distintas de ver la vida: Una idealista representada por Don Quijote, defensor de la justicia, el honor, la belleza (…) y otra materialista representada por Sancho Panza, que siempre se muestra escéptico y no cree en otra cosa que no sea lo que puedan ver sus ojos y palpar sus manos.

Sin duda es una de los materiales de la agrupación que, a consideración, es un compendio meramente filosófico del cómo podemos percibir el pensamiento a raíz de una interpretación libre, a campo abierto de la imaginación, dejando muchos de los miedos que son elaborados por nuestra propia mente, así como para aligerar el alma de cargas que, al igual que los miedos, no nos permiten la libertad para reír, llorar, perdonar, amar y crecer. Trabajos como este nos dan la oportunidad de reflexionar sobre los diversos vericuetos de la existencia, apreciando a cada ser con su propia naturaleza, porque en realidad todo es tan simple en la vida que es muy incierta e imperfecta. He aquí un fragmento de Sancho Panza conversando con la muerte de Don Quijote, en donde, a percepción del autor: “cuando alguien querido se te va, nos queda la sensación de no haberle demostrado todo cuanto sentíamos”.

Ahora que ya tú no estás aquí
siento que no te di
lo que esperabas de mí.

Ahora que todo terminó
a quien de mi te alejó
yo le quisiera pedir. 

Que me deje sólo un día más
para poder hablar
de lo que eras para mí.

Que me deje disfrutar
de tu voz, y contemplar
tus ojos una vez más (…)

No creo en el más allá,
no sé dónde buscarte
y aquí no estás.

No creo en la eternidad,
necesito encontrarte
y estar en paz.

Necesito terminar
lo que un día empezamos a planear.
Lo que quiero es tenerte
y no recordar (…)

El segundo trabajo que magníficamente relata la obra de otro autor canon de la literatura es Legado de una Tragedia. Consistente en una pentalogía ópera rock, versa y traspapela en sus versos la vida del escritor Édgar Allan Poe. Entrega que consta en una primera trilogía biográfica y ficticia y dos capítulos epílogos, comienza con su primer trabajo en el 2008 y concluye en el 2020. En estas cinco entregas podemos apreciar las más terroríficas muestras de dolor y angustia de quienes nos entregamos al amor. Ese viaje de las desdichas diarias entre el martirio de perder o encontrar el peso de cada lágrima. Sin embargo, la mejor parte de la entrega la recargo en la segunda parte de la trilogía dividida en dos actos y describe la muerte de Édgar Allan Poe y su tormentoso viaje entre los nueve círculos del Infierno que Dante Alighieri penumbra en La Divina Comedia, con el fin de encontrarse con Satán, amo y señor del Infierno, e intentar romper el pacto que le condena a vagar en el dolor el resto de la eternidad.

Al igual que sucede en La Divina Comedia, Edgar Allan Poe es guiado en su andanza por el poeta Virgilio, haciendo el mismo recorrido que hace con Dante. A lo largo de su penante y tormentoso periplo se encuentra con dioses mitológicos, monstruos, la Laguna Estigia, Dite y con las condenadas almas de otros personajes históricos que hicieron un pacto similar con el diablo, cuyas vidas terrenales tuvieron paralelismos con la del autor y que ahora sufren el perverso castigo del desconsuelo. En la canción los Infortunios de la Virtud podemos apreciar una discusión entre el Marqués de Sade y Edgar Allan Poe sobre el cómo las virtudes naturales, morales o amorales pueden ser juzgadas por igual. Y así mismo la discursiva filosófica se encuentra en todo el trabajo entre Dante y Poe. He aquí un dialogo del Primer Acto de la segunda entrega:

Poe:  ¿Quién eres tú?, ¿Qué haces aquí? ¡Habla!         

Dante:  Mira alrededor, esta es mi obra magna.

Poe:  Todo este horror surcaba tu mente, desolación, un canto de muerte.

Dante:  Tuve una visión, yo no soy quien juzga, solo mostré el precio de la culpa. Abrir las puertas del Inframundo.

Poe: La oscuridad de nuestro futuro.

Dante: Tu mejor que nadie para comprender la senda del horror. Puedo verme en ti, me es tan sencillo comprender todo tu dolor, tu angustia y la sed que asola tu alma. Yo también amé, mi adoración fue en vano. Nunca besé aquel rostro idealizado. Más allá del amor… el dolor, al menos ella fue tuya. Yo también amé, Beatriz fue solo mi musa

Poe: Más allá del amor… el dolor. Ella murió a temprana edad y con ella me enterró. El angosto valle de la soledad cuartea el corazón (…)

Y sin tantos preámbulos, estimado público, este acercamiento del Heavy Metal con la literatura clásica puede ser un viaje maravilloso que nos tiende ese puente entre las obras más benevolentes y malévolas de una época con nuestra vigente razón o imaginación. Así como esa calma versada que nos puede traer paz en los momentos más asfixiantes de nuestra vida porque, como decía Octavio Paz: “La mucha luz es como la mucha sombra. No deja ver…”. Es necesario soñar en la oscuridad para despertar en muchos casos con la felicidad.

Nudillos

Nudillos

Por Eduardo Paredes Ocampo

“Living is easy with eyes closed…
The Beatles, Strawberry Fields Forever

Antes de salir, abrió la caja y extrajo por última vez el objeto. Este –debido a sus cualidades metálicas y tocado por el sol herido del atardecer– reflejó el fulgor de los rayos por toda la habitación que hacía dos días (cuando había encontrado la camioneta) usaba de guarida. El prisma cromático emanado desde la pieza circular se regó desde sus manos hasta las fotografías colgadas en las paredes de esa sala: los remanentes de otra vida que, como la suya, había sido arrebatada seis meses antes.  

La rapidez del destrozo todavía lo hacía soñar con los hechos de un mundo latente, templado en su tan reciente tumba: su trabajo en la radiofónica, su esposa rozándole los nudillos con sus dedos, los pies helándosele al entrar al mar. Sueños que parecían hechos solo para sorprenderlo al despertarse en una casa desconocida, tiritando de frío y abrazándose a lo único que aún llevaba la marca del ayer: la caja y, adentro, el objeto circular, reluciente. 

Los demás resabios del pasado eran inmateriales. Con la repetición, su memoria consagraba aquellos tiempos en los que todavía no tenía que escapar por su vida o buscar desesperadamente por una mísera lata de conservas después de días sin comer. Si no era en sueños, durante sus vigilias y prolongados insomnios le venían a la mente conversaciones con amigos, promesas incumplidas a su esposa, moralejas añejas de sus padres y, entre una y otra remembranza, las melodías de tantas tonadas que, cada tarde y por el transcurso de tres horas, elegía para los radioescuchas del 88.1 de FM. Una canción era más recurrente. Cuando surgía le dibujaba una mueca en la boca, le raspaba el paladar en su paso hacia el exterior y, ya en forma de palabras y a punto de emerger, se le estrellaba en el reverso de los dientes –que se mantenían firmemente cerrados, aprisionando el “Strawberry Fields Forever” para no revelarse ante los Hambrientos. 

La melodía aparecía solo como murmullo entre los labios, arraigándola a los decibeles suficientes para oírse y no ser oído y así sentirse (por momentos y cerrando los ojos) exento del rumbo errado que el destino de la tierra tomó. Concentrándose en ese resabio de voz, se evadía del ahora, viajando hacia lo que más lo consolaba: su perdida cotidianeidad. Ese cuasi-tarareo de un John Lennon diminuto, empequeñecido tras la mordida, era el soundtrack para remembranzas como cuando su esposa, sorprendida de que no conociera la nemotecnia, le había enseñado a distinguir entre los meses de treinta y los de treintaiún días pasándole los dedos por los nudillos y los huecos adyacentes mientras le preguntaba ¿junio? ¿julio? ¿agosto?… Verla así, tratándolo con la mezcla de impaciencia y ternura con la que se trata a un niño, le había provocado una alteración visceral que solo al cabo de días de reflexión pudo traducir en una invitación a cenar, un ramo de rosas y unas cuantas palabras: “Diana, cambié de opinión… creo que sí quiero tener hijos”. Pero cuando su recuerdo llegaba a reconstruir lo que había seguido a sus palabras –la sonrisa de su esposa y el repentino brillo de sus ojos– paraba, en su mente, la pista en seco (“Let me take you dow…”), antes de que un dolor insufrible le robara la última voluntad por sobrevivir.                     

Tales nostalgias –y lo que de ellas iba olvidando para completar con mentiras– lo dejaban físicamente exhausto. A veces pasaban días enteros en los que no podía salir del escondrijo escogido esa temporada (depresión la llamaban antes). Aun así, sabía que no podía deshacerse de ellas. Eran, con la caja y el objeto dentro, su única ruta de regreso a cuando la sinrazón significaba unos cuantos pobres, guerras, el calentamiento global y no hombres devorándose los unos a los otros.   

También estaba la otra cara de la moneda: no había día en el que no considerara acabarlo todo. Y, en esa ambigua balanza, conforme pasaban las semanas, iba pesando más la opción del suicidio. Tanta hostilidad acechante lo había obligado a acompañarse de un arma –la cual, debido a su habilidad para escabullirse y ocultarse, había tenido que usar sólo una vez. Aun cuando la pistola era la herramienta idónea para dar el salto a ciegas –y, si es que acertaba y existía un “más allá”, volver a ver a Diana–, se reusaba a hacerlo así. Lo repugnaba la imagen que de tal salida se había hecho: la de sus sesos esparcidos en una sala ajena, el correlato físico de su sagrada memoria lentamente escurriéndose a lo largo de una pared blanquísima. 

En vez, entre una y otra cavilación, había logrado idear una forma más digna y simbólica de irse. Desde que tal escenario le había venido a la mente, sus prioridades cambiaron y paradójicamente su supervivencia se subordinó a la compleción de su antítesis. Por ello, pasaba las horas del día en pos de una única meta: encontrar un automóvil con reproductor de CDs. Hubiera bastado cualquier reproductor de CDs (o, en todo caso, cualquier reproductor de música) pero parte del descalabro del mundo había surgido como consecuencia de un apagón generalizado de la corriente eléctrica. Como consecuencia, sus opciones se reducían a aquellos reproductores que tuvieran una fuente de energía autónoma a la de la corriente común –y, en ese escenario, sólo los autos cumplían tal requerimiento.  A los pocos días de iniciar su búsqueda, se había percatado de que existían varios impedimentos que se le interponían para completar el plan, algunos de los cuales eran: 1. en el momento del cataclismo, pocos autos se manufacturaban todavía con reproductores de CDs; 2. muchos de los que todavía contaban con tal función habían dejado de tener batería, después de más de seis meses sin arrancar; 3. a menudo era imposible abrir el switch para accionar el reproductor por la simple razón de que las llaves se habían perdido, etc. etc.   

Pese a estos y otros varios obstáculos, una tarde, después de dos meses de búsqueda, logró abrir una vieja camioneta (cuyas llaves estaba encima de una de las llantas). Después de varios intentos logró hacerla funcionar. Cada paso del proceso lo realizó con suma cautela: hizo un escaneo exhaustivo de la zona, se cercioró de que nadie volvería por el coche y, sobre todo fue lo más silencioso posible. Después de ver que su plan podría cumplirse pronto, decidió refugiarse en una casa frente al coche para custodiar su hallazgo, descansar durante dos días y prepararse mentalmente para lo que vendría.   

El objeto dejó de arrojar su relumbre por los rincones de la habitación: el ocaso avanzaba afuera, dejando la casa en penumbra. Era hora –y esa luz moribunda se lo indicaba. Objeto en mano, abrió la puerta para salir a un exterior dorado por un sol casi extinto. Sigilosamente caminó hacia la camioneta, la abrió y se subió al asiento del conductor. Tomó un largo aliento, el fin estaba cerca. Prendió el switch y luego la radio (solo estática surgía de las bocinas). Presionó el botón de la función de reproductor de CDs y acercó el objeto a la ranura correspondiente. Una vez inserto, escogió el track 8. Subió el volumen casi al máximo mientras los primeros acordes de “Strawberry Fields Forever” sonaban. A lo lejos, por la calle, vio un par de hambrientos acercándose, atraídos por la música –pronto, cuando el coro estallara, vendrían más. Entonces cerró los ojos y se dejó escapar, mientras pasaba las yemas de los dedos nudillo a nudillo.