Exilio

Exilio

Por Jorge Rolando Acevedo

Desde la ventana de un casucho viejo,
abierta en verano, cerrada en invierno.

Miguel Ramos Carrión

¡Una sombra profunda y alargada!
Una calle, un sendero, un porqué.
A través de la ventana
una tristeza vaga sin importancia.

En el vidrio: una reja, un ruego;
en los ojos, el alma; en el árbol, la soledad.
¡Perder la memoria, mutilar el recuerdo!
(Angustia pasional de no arder como el fuego).

Un pájaro reposa en la rama más lejana:
una palabra peregrina, 
otra palabra tempestad.

Cada domingo, una melancolía.
Cada sábado, una nostalgia.
Cada minuto, un exilio.

Es memoria 

Es memoria 

Por Yessika María Rengifo Castillo

Hilos de palabras
que jugando consagran los cantos del corazón y el tiempo
en eternos momentos 
del cielo y la tierra.
Luna radiante
que entre las fases del firmamento
y las rondas de los niños 
trae el perfume de las estrellas 
irradiando la historia 
en la casa y la escuela 
cada día del sol.
Es memoria 
la melancolía y la alegría de los viejos en días de invierno 
y los sueños de las madres sin final 
que escriben en diamantes a las estaciones del tiempo
pintando la dualidad de la vida y de la muerte 
canta el ruiseñor en los rosales. 

La Casa Rivas Mercado

La Casa Rivas Mercado

Por Edith Velázquez Vargas

La tristeza colgada en la pared
en los pasillos su silencio grita,
su dolor se escucha
y su soledad le habita.
Sus paredes son pedazos del ayer
componen su belleza
dibujada en llanto
y la sentía sin poder tocarla.
Ella hablaba de una vida muerta
de desdicha hecha historia
en la admiración eterna de un artista.
Un amor del arte y que arde
de los que duelen y les aplauden,
de los que fueron y nunca mueren.
En cada rincón su color
con un pincel maquillaba sus heridas
incompleta escondía su sonrisa,
le arrancaron la vida
Y su memoria sigue viva.

Odio

Odio

Por Gustavo Pablo Reyes Escalona

Dicen que odiar
es sentimiento impropio,
que amar es lo correcto
y tal vez sea lo justo;
yo odio y aquí lo reconozco:
la prédica verbal
de los burócratas,
a los caudillos
del poder insolidario,
rebosantes de grasas
sus cuerpitos
en sus autos climatizados,
a los inamovibles,
que rebotan hacia arriba
tras cada caída en apariencia,
yo odio la igualdad
de los no iguales,
la indiferencia
ante los niños sin leche
y pan de piedra,
odio la inercia,
la justificación,
la complacencia,
odio al guataca,
odio al servil y sus prebendas,
y sé muy bien que odiar
no es lo correcto,
me pueden fusilar por odiar tanto,
aprendí de Martí
que si no digo lo que pienso
no puedo ser
un hombre honrado.

Habitación vacía

Habitación vacía

Por Enrique Dimas

He atentado en mi contra al mirar el cielo

como quien asoma lo prohibido,

como el que desprecia la línea final.

No es para lamentar demasiado; será que a todos nos ocurre

alguna vez para poder abrir los ojos a la realidad

y comprender los motivos del universo.

Lo digo mientras asomo al espejo, Frank,

mientras busco debajo de la mesa y la cama

sin saber todavía lo que espero hallar, pero convencido de la carencia.

He atentado, decía, contra la corriente de la vida o de esta ciudad inasible,

cuyo polvo nos asfixia hasta perder la conciencia,

hasta no saber si alguna vez tuvimos verdaderos propósitos o,

por el contrario, hemos sido siempre una habitación vacía.

Parece de repente un engaño, ilusión difusa

que nos deja varados en el sitio más lejano,

en la brutalidad de una conciencia que duda.

Será que nunca jamás el sol alumbró los campos

y estas manos con que escribo son solamente

la extensión de un anhelo insatisfecho;

será también que sospecho la tormenta acercándose

y me aferro a la calidez de una bombilla,

la cuerda inmóvil que sujeta el alma.

A estas alturas nadie quiere darse por vencido,

los que caen son solamente restos de la guerra,

llamas apagadas tras la gran explosión,

aquellos cuya fuerza dio el último azote

para ceder al fin a la hecatombe.

Pero nadie lo quiere así, sino que el destino

arranca de las manos el llanto,

la vida a secas, para abrir paso a nuevas banderas.

Día con día los barcos se hacen a la mar,

los que han sobrevivido despiertan

y se lanzan al ruedo para redimirse,

para conquistar un lugar donde reposar al fin del siglo.

Tras ellos las puertas desaparecen y no hay a dónde volver;

esta es la condena con que cargan los habitantes,

la mortal maldición de ver a la desgracia cara a cara

hasta reconocer sus muecas y tener pesadillas interminables.

Esta es, también, la cara oculta de la moneda,

un combate sin término donde gana solamente el terror,

la negra sombra del hades sobre todo el territorio.

Hemos hecho lo que no debíamos, Frank,

mordimos la mano y el alma que nos alimentaba;

ahora ya no sabremos si alguna esperanza queda,

si entre los matorrales crecerá todavía el gran árbol.

Ahora también hemos cerrado la puerta para no volver jamás,

para que no existan caminos de regreso

y no se derrame la sangre en vano.

Lo que resta es tan sólo ir adelante

aunque hieran el frío y la lluvia,

aunque el fuego queme los pasos,

hasta que un día todos los pecados puedan perdonarse.

Lo digo como quien conoce los designios,

pero la realidad es atroz y nos ciega apenas comenzamos a andar.

El resto son solamente pasos en el pantano,

siempre con el peligro de hundirse sin remedio;

la avalancha arroja su blanco lienzo sobre las naciones,

un ángel desentraña el inframundo y estamos apenas

reconociendo el error de prohibir palabras,

la brusca mano del infortunio cuyo filo nos degüella y amordaza.

Veo sin querer la caravana de bestias en estampida,

el pasado como un globo perdido en el infinito,

en la oscura llama del universo;

sé también que nos resta poco tiempo,

las alarmas suenan, Frank, y tenemos que decir adiós,

devolver los poemas prestados y salir por la ventana como los ladrones;

de nada valdrán las conquistas pasadas ni el orgullo de las aves

cuando se nos condene a la hoguera.

Sé que mientas lo pienso, la nave se aleja de mi alcance,

se desvanecen las esperanzas y comienza a oscurecer.

Adivinamos el futuro poniendo en ello todos los deseos,

la convicción de que al doblar la esquina las cosas irán mejor;

¿quién nos ha prometido dormir sin preocupaciones?

¿Quién puso nuestras manos al fuego para lanzarnos al destierro?

Construimos presas que hoy nos inundan

y resulta imposible escapar sin perder algún camarada,

salvarse impoluto de la fiesta final.

Siempre llega un momento en que ya no hay marcha atrás,

estamos cerca, Frank, pronto no podremos desdecirnos

sino solamente afrontar un destino incierto,

una cuerda oscilante donde se sostiene el resto de los días

donde bailan todas las vidas que no seremos.

Teoría de combate por nuestro derecho a ser vulnerables ante la tiranía del optimismo obligatorio

Teoría de combate por nuestro derecho a ser vulnerables ante la tiranía del optimismo obligatorio

Por Mario Flores

Me pidieron que renuncie al privilegio de la tristeza:
que estos no son tiempos
de contemplar el ombligo propio
que vivimos épocas aciagas en las cuales es mejor
agarrar la pala y probar trabajando,
que con tanta hambre flotando en el aire
la depresión es un lujo burgués.
Me pidieron que renuncie
a la contemplación de la oscuridad:
que todo se cae a pedazos
y yo estoy en el centro del caos,
que este no es el momento adecuado
para frustrarse frente al espejo,
con tantas barricadas y balas y gases lacrimógenos
la tristeza es un plus médico reservado a unos pocos.
Me pidieron que tome las riendas
del desastre que llamo “mi vida”,
que basta de pedir prestado
que basta de pedir prestado
para devolver el primer préstamo,
que basta de lamerse las heridas
que basta del sabor de la sangre
que basta de los sacrificios humanos.
Me pidieron que renuncie a sentir desesperación:
que ya es hora de convertirme
en un ciudadano serio, transitando
de la fila de cobro a la fila de pago
y viceversa y viceversa y viceversa.
Me pidieron que renuncie
al privilegio de la incertidumbre:
que este es tiempo de dar respuestas
que devoras o te devoran.
Me pidieron no ser tan dramático:
que basta de ser tan violento conmigo mismo
y con todas las versiones de mí mismo
que vagan en los infinitos universos.
Me pidieron que renuncie a los sentimientos salvajes
que ya no forman parte de la vida real:
que basta de preguntar y cuestionar
porque preguntar también es un lujo de clase.
Me pidieron que renuncie al privilegio de la melancolía:
que este no es el día más luminoso
que este no es el día más de mierda
que todo es así: de un gris inconmovible.
Me pidieron que renuncie al privilegio de la tristeza:
que basta de las autolesiones
que basta de regurgitar el pasado,
que tome la pala y pruebe trabajando
que drene lo que sea necesario drenar
que no hay mal que dure etcétera,
que pida un turno con la deidad a cargo.
Me pidieron que renuncie
al sentimiento de autodestrucción.
Me pidieron que no escriba esto:
que basta de exponer la desilusión
que si hay pobreza, no se note
que si hay un corazón estallando haga de cuenta
que todo está bien, que la lluvia siempre para.
Me pidieron que renuncie al privilegio de la tristeza,
pero así sea una certeza tan terrible
es la única cuota de hermosura
que ahora me queda del mundo.