por Redacción | Jul 2, 2021 | Julio
Por Paulo Neo
A buen fin, no hay mal principio.
Ray Bradbury
La mañana está fría. El cielo, gris ceniza. Y hay un exceso de humedad que lastima, que se adhiere pegajosa, cruelmente. Sobre todo se siente en las orejas, en los dedos de los pies y en la punta de la nariz.
La foto la saqué esta mañana, antes de salir rumbo a la oficina.
¿Por qué lo hice? No lo sé bien. Creo que la imagen me suscitó algo así como una mezcla de ternura y profunda envidia. Voy a explicarlo un poco. Resulta que mi esposa es docente de una universidad europea muy prestigiosa y vanguardista. Las clases que imparte para el Instituto de Lenguas Modernas son virtuales, vale aclarar. Con lo cual no necesita asistir a ningún establecimiento, y eso le resulta muy conveniente, ya que además es escritora, y para mejor: novelista. Lo que significa que casi no sale de casa. A no ser que se le antoje algo de comer o tenga que bajar a recibir alguno de los paquetes de libros que suelen llegar semanalmente. Todo el mundo sabe lo maniático y quisquilloso que un novelista puede resultar.
Ahora bien, debo decir que nuestra relación ha mejorado muchísimo en los últimos tiempos. Sobre todo desde que tenemos el magnífico “Energy Pod”, el aparato de la foto. Que viene a ser como una especie de cúpula rebatible y acolchada, mezcla de secador de peluquería y hamaca paraguaya electrónica que lo tiende a uno un poco hacia atrás y lo envuelve gratamente. Favoreciendo la circulación, la relajación y la ausencia, como se puede apreciar en la imagen.
No les voy a mentir, al principio tuve mis serias dudas al respecto.
Pero tengo que decir que me convenció el hecho de que los empleados de Google o la Nasa disfrutan de estos aparatos en sus respectivos espacios de trabajo. La idea al comprarlo era poder distendernos un poco los fines de semana, ya saben, nada del otro mundo.
Ahora bien, la cuestión es que mi esposa, de a poco ha ido tomándole cariño al aparato. Primero aprovechaba para dormirse unos minutos después del almuerzo, en ese momento en que la modorra le gana al cuerpo. Cosa más que entendible, claro. Pero luego, gradualmente, fue intensificando el uso.
Ahora apenas despierta se prepara un café y se instala un buen rato; al mediodía, otro; a la tarde, otro más. Después de la cena, otro.
Para resumir, la mayor parte del día se la pasa así, en una actitud exasperante de relajación total, de absoluta ausencia. O de presencia fantasmal, si se quiere. Que vaya uno a saber si no es la misma cosa, a fin de cuentas.
por Redacción | Jul 2, 2021 | Julio
Por Yessika María Rengifo Castillo
Al día siguiente, recordé que Eva volvería a casa después de cuatro años en Berlín. Su trabajo de economista internacional no le permitía regresar pronto al país y eso me entristecía el corazón. Sabía que mi mujer era una excelente profesional pero su ausencia hacía que mis días perdieran sentido, a tal punto que la computadora y el celular eran mi aliento.
Al otro lado de la pantalla se construían los sueños de nuestra casa con un jardín, los seis hijos y las copas de vino tinto en invierno, que eran la luz de mis noches de aflicción sin Eva.
por Redacción | Jul 2, 2021 | Julio
Por Alejandro Díaz De Pardo
Los ojos se juntaron en un soplo amoroso bajo las emanaciones de clorofluorocarbonados de las empresas, bajo el cielo negro, sin sol, sin más que densos cúmulos enhollinados y dispuestos a escupir su ácido a la madre muerta. Los ojos se juntaron, se juntaron sus formas y sus pensamientos bajo los edificios de cristal y las torres transformadoras de energía humana. Todo se centra en aquella escena oscurecida por una niebla venenosa que trasiega como el ángel de la muerte por entre las calles luego de la antigua hecatombe, cien veces peor que Chernobyl.
—¿Sientes el paseo? —su voz en un hilillo audible a los oídos de su acompañante en la oscuridad.
—No, Audrey —otra voz suave entre murmullos y sonidos industriales en lontananza que se dejaba oír entre la tenue oscuridad.
—Está oscuro.
—Desde hace tanto… Audrey, ¿me amas?
Sus ojos se cerraron por dos minutos. El sol quiso iluminar la tierra ennegrecida, mas el hollín y el humo impenetrable jamás lo permitirían.
—Sí, Sue —Audrey calla y avanza entre las máscaras de oxígeno junto con Sue que, tomando sus manos entre las suyas, le conduce a las ruinas de la antigua civilización, ya tan lejana ahora.
Las torres consumen día tras día, noche tras noche, cada gramo de energía que los campos humanos producen. Las aguas ya no se mueven en aquel estanque viscoso de pez ácida donde Sue lanza guijarros, donde observan los relámpagos verdes por el exceso de plomo en el aire, donde siente avanzar el azote de los Antiguos en forma de nube verdusca y arsenicosa que nunca deja de fluir ni de robarse las pocas vidas que pueden tomarse aquí…
Audrey le toma y le besa. Sus ojos se juntan tras el contaminar y la desolación.
—¿Por qué dudas? —Sue responde el beso, su voz se funde con el silencio.
Nada era cierto acaso entre las ruinas que daban cobijo al mundo y ahora sólo llama a las mutaciones aberrantes de ratas y palomas… La noche eterna cae sobre dos siluetas que se juntan entre las tumbas de un universo hace ya tanto tiempo destruido.
—Esto no es cierto Sue, no puede ser, no somos así —su exaltación se difumina; la sombra acaece.
—¿Por qué? Yo lo sé pero ¿importa acaso?
Audrey calla de nuevo. Miríadas de ratas gigantes azules de seis patas marchan hacia el pueblo para sacar lo poco que no se ha echado a perder sin la respectiva higienización. Quiere correr, quiere morir, quiere escapar… No quiere nada.
—¿Me amas? —la voz suave de Sue muere en el rugido de un verdolaga relámpago.
—Sí —se levanta— pero no es nuestro, eso era antiguo…
Ve la pez, la lluvia ácida caer y a las ratas arder bajo su mojar siniestro e inenarrable. Ve todo tan holístico, tan sereno e irremediablemente absurdo que lo quiere olvidar.
—Esto no es amor… No es nada.
—Dudas, tienes miedo…
Sue se levanta y avanza. Piensa huir, piensa llorar, piensa mucho y no piensa nada… No piensa acaso bajo la lluvia sulfúrica que destroza los campos, manchándolos de un familiar tono carmín denso y sucio del que se vieron empantanadas las planicies hace siglos, cuando se peleaba por el agua y el último aire respirable… Sus ojos se juntan, se observan, se estudian y se abrazan ante lo ilógico del orbe, de la maquinización salvaje y de nuestra propia ignorancia. Se besan, se precipitan en la pez y nadan gozosos en la tiniebla eterna de un efecto invernadero perpetuo como la esperanza que tanto mal hizo a los dueños de aquellas ruinas.
—¿Importa algo más acaso?
—No…no sé, ¡NO! —Audrey se hunde en la horrenda masa líquida, en la tremenda densidad del cuerpo negro que le abraza con fuerza de ofidio extinto y con la resolución de su palabra.
Los he visto nadar en el estanque de brea, los he visto estar, juntos sus ojos y sus bocas, entre nuestras máscaras de oxígeno vitalicias para nuestro amargo sobrevivir. Chernobyl fue juego, esto es el futuro. Los he visto ser como antes éramos mientras la madre vivía y podíamos nacer, no ser cultivados. Los he visto discutir, pensar, dudar, amar, vivir, sentir, crecer… Los he visto olvidar la desolación en la que están para abandonarse en una nueva obcecación, tan arcaica como el parto y la lectura en la actualidad, en esta actualidad morbosa y asquerosa…
La máquina ha vencido desde que nació hace diez siglos, ahora sabe más para heredar lo que queda de este planeta… La máscara cae al suelo, el ser inhala profundo. Sus ojos se juntan, se estremecen, se contraen sus pupilas biónicas al ver que el humano se desploma frente a sus metálicos pies.
Sue y Audrey nunca serían los mismos robots biomecánicos después de eso.
por Redacción | Jul 2, 2021 | Julio
Por José M. Nava
Los seres humanos vivimos en un mundo neoliberalista y en constante cambio por las revoluciones industriales que suceden cada vez más rápido; la evolución de las computadoras, de los chips y teléfonos ha sido de un ejemplo claro de esta narrativa, al tener operadores que llegan a racionalizar de forma óptima lo que haría el ser humano y hacer múltiples operaciones en un instante. Esto nos hace reflexionar a dónde llevaría el ritmo de vida tan apresurado al hombre: a dudar de su lugar y, así como esta crisis que ha existido desde la época Renacentista con Copérnico, a saber su ubicación en el cosmos, la cual nunca fue el centro de todo.
Actualmente la máquina es más funcional que un humano en sus distintas formas, inclusive se parece a él en su forma de pensar compleja, gracias a los avances en la inteligencia artificial y la computación cuántica. También los avances del campo de la genética, medicina y biología junto a otras disciplinas que involucran ciencias de la computación e ingeniería, nos han llevado a los cambios de los cuerpos y a una restitución de que el humano puede romper los límites impuestos por la naturaleza, en una evolución dirigida y que se considera mejor que la humana para poder sostenerse en esta maquinaria capitalista, aunque esto implica de una forma directa una regularización más fuerte sobre los cuerpos (Foucault, 2007).
El hombre está en una transición que conocemos como lo transhumano, un estado liminal el cual intenta transcender para alcanzar lo posthumano, que es totalmente dejar este lado humano, no solo en el ámbito físico, sino también metafísico en la construcción de un nuevo espíritu y valores (Brostom, 2008).
En este aspecto se hace una crítica sobre estos valores y a qué se le puede considerar mejor, pues no hay una generalidad dentro del mundo sociocultural tan diverso de los humanos y sus distintas cosmovisiones alrededor del globo (que ni aun la globalización ha podido unificar). Las mejoras que podríamos entender en primera instancia es la ingeniería genética para arreglar enfermedades desde antes que se produzcan, para alargar nuestro ciclo de vida y hacernos más fuertes en cualquier aspecto físico biológico. Pero si todo nuestro cuerpo se vuelve reemplazable ¿a dónde nos llevaría eso? Al mismo juego del consumismo y las “mejoras” del capitalismo, donde quienes condicionan estas reglas como la moda y la tendencia dictan ahora de qué forma ontológica cambiamos nuestro ser.
Bibliografía
- Bostrom N. (2008) Why I want to be a posthuman when I grow up. Recuperado el 18 de junio de 2021 de http://www.nickbostrom.com/posthuman.pdf .
- Foucault, M. (2007). Nacimiento de la Biopolítica; Curso en el Collège de France (1978-1979). Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica.
- Fukuyama F. (2004).Transhumanism. Foreign Policy. Recuperado el 18 de junio de 2021 de https://foreignpolicy.com/2009/10/23/transhumanism/
- Vaccari, A. (2014) la Posthumanidad como un bien objetivo: los peligros del futurismo en el debate sobre la optimización genética humana. Acta Bioethica, 20 (2), 237-245.
por Damian Damian | Jul 2, 2021 | Julio
Por Damián Damián, sociólogo
¿Qué pasaría si Facebook, empresa dueña de diversas redes sociales entre las que destacan WhatsApp e Instagram, dejara de funcionar? Que así de simple, un día cualquiera, nadie tuviera acceso a esa plataforma que, como decía el mismo Zuckerberg poco después de contemplar su creación, es una red social de «entretenimiento». Seguramente no habría muchos inconvenientes a nivel comunicacional, pues Facebook junto a Microsoft, Apple o Google son los manipuladores, por no decir dueños, de la mayoría de vida cibersocial y su indescifrable tráfico de datos. Incluso si por un tiempo dejara de funcionar la Internet los avances tecnológicos actuales tienen un desarrollo tan precoz y crudo ante la manera de comunicarnos que alguna otra empresa buscaría el reflote de las redes sociales mediante otros canales, como sucede con la competencia de Facebook actualmente.
Si eso llegase a suceder, utópicamente, solo con las redes sociales, que por un par de meses sufran un stop-by, la sociedad se colapsaría mucho peor que como lo hemos vivido este año y el anterior con el covid-19. Lo anterior sería, a modo comparativo, la mejor metáfora literaria de la obra Un mundo feliz de Aldous Huxley, de 1932. Novela distópica en donde una sociedad totalitarista (pseudoapocalíptica) controla la riqueza cultural, la libertad sensorial y mental del ser humano gracias a los tempestivos avances tecnológicos de su época y a una droga llamada soma, llegando al extremo del cultivo humano.
Sin duda alguna, las redes sociales son ese puente que establece conexiones con personas que apreciamos ante distancias memorables. Sin embargo, nos han hecho daño, culturalmente, en lo que respecta a la interacción cara a cara entre individuos, pues están distanciando la convivencia social. Este daño taciturno y cauteloso, aunque no es evidente y pareciera contradictorio, deteriora y merma en sí mismo el desarrollo de la comunicación entre los individuos. Y deteriora aún más uno de sus principales canales: el de la escritura.
El problema central al que me acerco, pero que evidenciaré más adelante, radica en la interpretación de las personas sobre el discurso escrito a través de las redes sociales, empero es necesario dejar claro algunos puntos para sopesarlo como una reflexión. Y es que es un problema, al que las redes sociales se han enfrentado para optimizar su funcionamiento, sin tomar como primer referente y evadiendo rasgos meramente humanos, que el mensaje emitido vía emisor-receptor debe ser claro para evitar malas interpretaciones. A parecer de un servidor, esta nueva forma de lenguaje que conjunta emojis y GIFs para expresar emociones, o memes para establecer un sarcasmo o un chascarrillo, limitan contundentemente el desarrollo del lenguaje escrito, sobretodo, y el verbal, consecuentemente, que ante su infinita vigencia no se pierde, pero se contamina y deforma.
A lo largo del texto de Huxley, uno de los problemas centrales gira en torno a la búsqueda de la felicidad, llegando a ella a través de una normopatía sistémica. Este tipo de sociedad “antiboicots” es silenciada a través de una droga llamada soma que, en rasgos sencillos, limita la libertad de expresión, reduciéndola al inhibir el ejercicio intelectual y la expresión emocional, tal y como está sucediendo, diametralmente, en nuestra realidad y a través de las redes sociales, con los likes, por ejemplo. Como mencionaba, la interacción a través de ellas ha, está, deteriorando gradualmente el discurso escrito; pienso, tal y como lo conocemos hoy podría dejar de ser indispensable en algún momento para muchas cotidianidades. Si de por sí ya causa problemas a la hora de comunicarnos, ahora imagínense cuando tengamos que usar un código QR en la frente como identificación oficial, como ya ocurre con los QR en las credenciales para votar. Leía entonces que la RAE, según el diario El País, por ejemplo, contiene ochenta y ocho mil palabras, de las cuales usamos entre mil y cinco mil palabras, siendo de estas cifras del discurso más coloquial al más erudito. Pero las redes sociales y su canal tan líquido, ante la interacción fugaz desgastan lo que ya el sistema educativo ha enseñado sin la rigurosidad que, a parecer mío, amerita.
Ahora bien, aclaro que no estoy culpando a las empresas de entretenimiento virtual de una problemática meramente educativa e histórico sociocultural. Sin embargo, contribuyen a mermar o socavar la escritura. Imagínense, el impacto que tiene una coma es abismal. No es lo mismo: no, andas de culero a no andas de culero. ¿Cuántos noviazgos o relaciones no tendrían otra dinámica distinta? Sin duda muchos. Asimismo, trabajos de equipo, juntas web, clases virtuales, un simple mensaje a la tía o al pariente que nos cae en la punta.
Todo cambia con el buen uso de la escritura. Por ejemplo, la abreviación “lol” (lo que parecería una carita de sorpresa) significa laughing out loud, y es muy común que lo asocien e interpreten de manera errónea. Su uso se ha normalizado y mal interpretado en el medio escrito. Otro ejemplo de mis favoritos es el emoji de la “súplica”. Ese emoji de ojos grandotes y cristalinos con expresión de mediana tristeza, en realidad tiene la finalidad de suplicarle al interlocutor un algo, pero casi en la mayoría de sus usos busca mostrar algún sentimiento de afecto o ternura, cuando la realidad es que uno suplica al emplearlo. Uno más, uno viejo, pero clásico, es el Kha o Khe, que en un sinfín de memes expresa un estado de “impresión” y que se deriva del ¡Qué!
Entonces, es cuando no entiendo a Facebook y a otras plataformas. Censura contenido a través de las reacciones que el mismo promueve, pero no censura o corrige el mal uso de la escritura, que amerita mayor importancia. Se echan la bolita entre el texto predictivo de los móviles y la ignorancia de la gente. Ahora solo me centro u observo la escritura en español. Pero ¿qué sucede con los demás lenguajes y sus términos en otros lugares del mundo o el cibermundo? Es más, sin irme tan lejos, este nuevo lenguaje inclusivo o incluyente que busca erradicar los estereotipos de género o el sexismo es muy claro cuando sustituye los Jefes por la Jefatura o los hombres por la humanidad, que en comparación con el elle o nosotres o sus variables con x como vosotrxs que buscan integrar a los individuos que no se sientan identificados con los demás pronombres tradicionales hace que se torne limitante, por no decir confuso, ante el dominio del idioma y que, sin lugar a dudas, han quedado a observación por parte de las academias de la lengua.
No dudo que en algún momento se normalicen los variantes discursos escritos como ha sucedido a lo largo de los años en sociedades como la nuestra, con una cultura con la facilidad de transformase, pues no es algo nuevo, pero como mencionaba con anterioridad, se trata de el buen uso de la escritura para tener una mejor comunicación como seres pensantes, pues la escritura es la parte de la extensión de nuestras ideas. Y mi meditabundez me ha llevado a la hipótesis de que las redes sociales y esta malformación del discurso escrito ha obligado a los individuos a interpretar y no a leer, que es como debería de ser. Observando entonces la escritura y fragmentándola para su interpretación, dejando de lado el placer de la lectura. Recuerdo a pie de sonido lo que mi profesor de Redacción (Sandro Cohen) en la universidad decía: el problema a la hora de escribir es que la gente escribe como habla, piensa que es así, pero esto no hace más que evidenciar lo poco que están estructuradas sus ideas, hay que aprender a escribir y hay que aprender a hablar.
Singularmente este fenómeno, las nuevas jergas de la escritura en internet, tiene abismos ante su normalización. Uno de ellos radica en el hasta qué punto todas estas plataformas llegarán a consecuentarlo. El mundo de las criptomonedas ha evadido la regulación fiscal, por decirlo así, para tener un ejercicio libre del poder adquisitivo en términos económicos. Pero ¿hasta qué punto la escritura se reducirá o revelará para recobrar su postura ante la humanidad deshumanizada? O peor aún ¿nos estarán programando todo este tipo de plataformas para una dominación inconsciente e inminente? Me causa mucha gracia, en muchos casos, cuando husmeo en los perfiles de Facebook o Instagram y veo el modo privado. Pienso si realmente pensaran que existe una privacidad o simplemente se harán pendejos. Siendo lo anterior parte de un nuevo dominio del autoengaño, también me he planteado si realmente las plataformas y sus dueños han meditado lo anterior expuesto. Seguramente sí. Pero si algo les pudiera pedir es que tuviesen tantita madre y obligaran a los usuarios a escribir mejor, es lo mínimo que deberían hacer después de meterles la reata con las políticas de seguridad y los términos y condiciones que prostituyen su calidad de individuos virtuales.
Finalmente estimados lectores, cavilo, en el horror más grande que contribuye a todo mi enjambre de letras: el acceso. ¿Cómo carajos promueven un panorama de la educación a través de la lectura si los libros se capitalizan? Tampoco pido que los regalen, pero ni siquiera el Fondo de Cultura Económica es tan económico. Y si la lectura no se da ¿la escritura para cuándo? No quisiera verme en un futuro en donde la quema de libros sea generalizada como en Fahrenheit 451, novela de Ray Bradbury de 1953, en donde, por resumir la trama general, no solo se queman libros, sino la extensión de la palabra.
por Redacción | Jul 2, 2021 | Julio
Por María de la Luz Carrillo Romero
Cada vez el género de la ciencia ficción nos revela situaciones graves que ponen en peligro la estabilidad y seguridad de la especie humana. Si bien somos seres creativos y de gran resiliencia, también destruimos a nuestro paso los diversos biosistemas con sus nefastas consecuencias como enfermedades, deforestación, crisis hídrica y hambruna. Sumado a estas situaciones, enfrentamos fenómenos naturales como tsunamis, terremotos, maremotos y la aparición de esferas luminosas parecidas a rayos de gran carga electromagnéticas. Como vemos, el panorama no es muy esperanzador y nos empuja, no solo a tomar conciencia sino también a actuar.
Es necesario mirar nuestro mundo de forma diferente porque la destrucción no es solo obra de los mismos seres humanos con sus guerras, donde la energía nuclear es una avasallante amenaza, también hay la posibilidad de vigilancia de otros observadores alienígenas atentos a atacar con artefactos avanzados a los terrícolas.
En este sentido, deseo compartir contigo algunos aspectos de la novela La esfera luminosa (Penguin Random House, México, 2019) del autor chino Liu Cixin que tiene grandes seguidores en su propio país y en el extranjero. Cabe señalar que es con su trilogía: El problema de los tres cuerpos donde plantea los desastres de las guerras entre varias potencias y la invasión paulatina y violenta de seres extraterrestres que cuentan con tecnologías avanzadas orientadas a destruir, despojar y reinar en el planeta tierra y otras galaxias.
Liu Cixin ha zanjado prejuicios en su propio país, donde consideran la ciencia ficción un género occidental y poco académico, sin embargo, el autor ha roto lo marginal y ha traspasado fronteras al plantear historias donde los avances de la ciencia están atravesados por principios filosóficos y morales. Sus personajes se mueven en situaciones complejas donde deben ponderar qué es lo más conveniente para ellos.
Liu Cixin es ingeniero informático, desde muy joven leyó a Julio Verne, autor que abrió su imaginación, no obstante, estaba prohibido este tipo de lecturas en el régimen de su país. Su profesión le ha permitido estar en contacto directo con los hallazgos científicos y tecnológicos más recientes de los cuales se inspira para nutrir sus historias, como esta portentosa novela. En Esferas luminosas el personaje principal, el joven Chen, se obsesiona por entender las esferas luminosas desde el día que una de ellas entrara de repente a su casa y fulminara a sus progenitores ante sus ojos, dejándolos como un montón de cenizas, precisamente el día en que Chen cumplía 14 años.
Impactado, desde ese momento empieza su transitar por sobrevivir, obtiene una beca y logra inscribirse a la universidad donde realiza estudios de física. Ahí conoce al veterano doctor Zhan Bin, posteriormente descubre que también su maestro en su juventud siguió las huellas de las esferas luminosas, fascinado por saber de dónde vienen, cómo es su estructura y si pueden ser construidas por los seres humanos en un laboratorio. También se entera que la esposa de su profesor fue eliminada por una de ellas. Lo extraño de estas muertes es que las esferas aparecen de repente y se confunden con rayos, pero lo curioso es que desintegran a sus víctimas dejando intactas las prendas y los objetos de cualquier tipo de material, como sucede con el cuaderno de notas de la esposa de Zhan Bin, en el cual solo las hojas nones se encuentran ligeramente quemadas y las hojas pares intactas.
Chen logra con su empeño obtener el grado de doctor y se dedica a investigar todo lo relacionado con este fenómeno. En su travesía va relacionándose con personajes como la joven militar Lin Yun la cual trabaja como comandante en los proyectos de elaboración de armas especiales creadas con tecnología de punta, la relación entre ellos los hace internarse más en el estudio del uso de las bolas luminosas como armas para la guerra, aunque Chen no está de acuerdo en que se usen en contra de las personas. Sin saberlo, todo su trabajo va a ser aprovechado por un mensajero misterioso venido del espacio, haciendo que todos los esfuerzos de Chen se compliquen.
Por otra parte, con un despliegue de teorías, leyes de la física cuántica y principios filosóficos Liu Cixin va construyendo la trama con momentos impresionantes y novedosos. Además expone datos comprobables en el ámbito científico como los casos ciertos de la aparición de estas esferas detectadas en lugares diversos del planeta y que aún son un misterio de aclarar cuál es su origen.
Finalmente, este autor nacido en 1963 ha logrado posicionarse como creador de una tendencia en su país. Ha sido premiado en nueve ocasiones con el premio Yinhe, el máximo galardón en China para la literatura de ciencia ficción. El premio Hugo, el «Nobel» de la ciencia ficción en 2015. Actualmente, Liu Cixin es vicepresidente de la Asociación de Escritores de la provincia de Shanxi y promueve la escritura en los jóvenes. Varias de sus obras han sido adaptadas para el cine como: La tierra errante, El problema de los tres cuerpos, generando en su auditorio una fascinación obsesiva sobre los avances de la tecnología y sus consecuencias destructivas.