Por Damián Damián, sociólogo

¿Qué pasaría si Facebook, empresa dueña de diversas redes sociales entre las que destacan WhatsApp e Instagram, dejara de funcionar? Que así de simple, un día cualquiera, nadie tuviera acceso a esa plataforma que, como decía el mismo Zuckerberg poco después de contemplar su creación, es una red social de «entretenimiento». Seguramente no habría muchos inconvenientes a nivel comunicacional, pues Facebook junto a Microsoft, Apple o Google son los manipuladores, por no decir dueños, de la mayoría de vida cibersocial y su indescifrable tráfico de datos. Incluso si por un tiempo dejara de funcionar la Internet los avances tecnológicos actuales tienen un desarrollo tan precoz y crudo ante la manera de comunicarnos que alguna otra empresa buscaría el reflote de las redes sociales mediante otros canales, como sucede con la competencia de Facebook actualmente.

Si eso llegase a suceder, utópicamente, solo con las redes sociales, que por un par de meses sufran un stop-by, la sociedad se colapsaría mucho peor que como lo hemos vivido este año y el anterior con el covid-19. Lo anterior sería, a modo comparativo, la mejor metáfora literaria de la obra Un mundo feliz de Aldous Huxley, de 1932. Novela distópica en donde una sociedad totalitarista (pseudoapocalíptica) controla la riqueza cultural, la libertad sensorial y mental del ser humano gracias a los tempestivos avances tecnológicos de su época y a una droga llamada soma, llegando al extremo del cultivo humano.

Sin duda alguna, las redes sociales son ese puente que establece conexiones con personas que apreciamos ante distancias memorables. Sin embargo, nos han hecho daño, culturalmente, en lo que respecta a la interacción cara a cara entre individuos, pues están distanciando la convivencia social. Este daño taciturno y cauteloso, aunque no es evidente y pareciera contradictorio, deteriora y merma en sí mismo el desarrollo de la comunicación entre los individuos. Y deteriora aún más uno de sus principales canales: el de la escritura.

El problema central al que me acerco, pero que evidenciaré más adelante, radica en la interpretación de las personas sobre el discurso escrito a través de las redes sociales, empero es necesario dejar claro algunos puntos para sopesarlo como una reflexión.  Y es que es un problema, al que las redes sociales se han enfrentado para optimizar su funcionamiento, sin tomar como primer referente y evadiendo rasgos meramente humanos, que el mensaje emitido vía emisor-receptor debe ser claro para evitar malas interpretaciones. A parecer de un servidor, esta nueva forma de lenguaje que conjunta emojis y GIFs para expresar emociones, o memes para establecer un sarcasmo o un chascarrillo, limitan contundentemente el desarrollo del lenguaje escrito, sobretodo, y el verbal, consecuentemente, que ante su infinita vigencia no se pierde, pero se contamina y deforma.

A lo largo del texto de Huxley, uno de los problemas centrales gira en torno a la búsqueda de la felicidad, llegando a ella a través de una normopatía sistémica. Este tipo de sociedad “antiboicots” es silenciada a través de una droga llamada soma que, en rasgos sencillos, limita la libertad de expresión, reduciéndola al inhibir el ejercicio intelectual y la expresión emocional, tal y como está sucediendo, diametralmente, en nuestra realidad y a través de las redes sociales, con los likes, por ejemplo. Como mencionaba, la interacción a través de ellas ha, está, deteriorando gradualmente el discurso escrito; pienso, tal y como lo conocemos hoy podría dejar de ser indispensable en algún momento para muchas cotidianidades. Si de por sí ya causa problemas a la hora de comunicarnos, ahora imagínense cuando tengamos que usar un código QR en la frente como identificación oficial, como ya ocurre con los QR en las credenciales para votar. Leía entonces que la RAE, según el diario El País, por ejemplo, contiene ochenta y ocho mil palabras, de las cuales usamos entre mil y cinco mil palabras, siendo de estas cifras del discurso más coloquial al más erudito. Pero las redes sociales y su canal tan líquido, ante la interacción fugaz desgastan lo que ya el sistema educativo ha enseñado sin la rigurosidad que, a parecer mío, amerita.

Ahora bien, aclaro que no estoy culpando a las empresas de entretenimiento virtual de una problemática meramente educativa e histórico sociocultural. Sin embargo, contribuyen a mermar o socavar la escritura. Imagínense, el impacto que tiene una coma es abismal. No es lo mismo: no, andas de culero a no andas de culero. ¿Cuántos noviazgos o relaciones no tendrían otra dinámica distinta? Sin duda muchos. Asimismo, trabajos de equipo, juntas web, clases virtuales, un simple mensaje a la tía o al pariente que nos cae en la punta.

Todo cambia con el buen uso de la escritura. Por ejemplo, la abreviación “lol” (lo que parecería una carita de sorpresa) significa laughing out loud, y es muy común que lo asocien e interpreten de manera errónea. Su uso se ha normalizado y mal interpretado en el medio escrito. Otro ejemplo de mis favoritos es el emoji de la “súplica”. Ese emoji de ojos grandotes y cristalinos con expresión de mediana tristeza, en realidad tiene la finalidad de suplicarle al interlocutor un algo, pero casi en la mayoría de sus usos busca mostrar algún sentimiento de afecto o ternura, cuando la realidad es que uno suplica al emplearlo. Uno más, uno viejo, pero clásico, es el Kha o Khe, que en un sinfín de memes expresa un estado de “impresión” y que se deriva del ¡Qué!

Entonces, es cuando no entiendo a Facebook y a otras plataformas. Censura contenido a través de las reacciones que el mismo promueve, pero no censura o corrige el mal uso de la escritura, que amerita mayor importancia. Se echan la bolita entre el texto predictivo de los móviles y la ignorancia de la gente. Ahora solo me centro u observo la escritura en español. Pero ¿qué sucede con los demás lenguajes y sus términos en otros lugares del mundo o el cibermundo? Es más, sin irme tan lejos, este nuevo lenguaje inclusivo o incluyente que busca erradicar los estereotipos de género o el sexismo es muy claro cuando sustituye los Jefes por la Jefatura o los hombres por la humanidad, que en comparación con el elle o nosotres o sus variables con x como vosotrxs que buscan integrar a los individuos que no se sientan identificados con los demás pronombres tradicionales hace que se torne limitante, por no decir confuso, ante el dominio del idioma y que, sin lugar a dudas, han quedado a observación por parte de las academias de la lengua.

No dudo que en algún momento se normalicen los variantes discursos escritos como ha sucedido a lo largo de los años en sociedades como la nuestra, con una cultura con la facilidad de transformase, pues no es algo nuevo, pero como mencionaba con anterioridad, se trata de el buen uso de la escritura para tener una mejor comunicación como seres pensantes, pues la escritura es la parte de la extensión de nuestras ideas. Y mi meditabundez me ha llevado a la hipótesis de que las redes sociales y esta malformación del discurso escrito ha obligado a los individuos a interpretar y no a leer, que es como debería de ser. Observando entonces la escritura y fragmentándola para su interpretación, dejando de lado el placer de la lectura. Recuerdo a pie de sonido lo que mi profesor de Redacción (Sandro Cohen) en la universidad decía: el problema a la hora de escribir es que la gente escribe como habla, piensa que es así, pero esto no hace más que evidenciar lo poco que están estructuradas sus ideas, hay que aprender a escribir y hay que aprender a hablar.

Singularmente este fenómeno, las nuevas jergas de la escritura en internet, tiene abismos ante su normalización. Uno de ellos radica en el hasta qué punto todas estas plataformas llegarán a consecuentarlo. El mundo de las criptomonedas ha evadido la regulación fiscal, por decirlo así, para tener un ejercicio libre del poder adquisitivo en términos económicos. Pero ¿hasta qué punto la escritura se reducirá o revelará para recobrar su postura ante la humanidad deshumanizada? O peor aún ¿nos estarán programando todo este tipo de plataformas para una dominación inconsciente e inminente? Me causa mucha gracia, en muchos casos, cuando husmeo en los perfiles de Facebook o Instagram y veo el modo privado. Pienso si realmente pensaran que existe una privacidad o simplemente se harán pendejos. Siendo lo anterior parte de un nuevo dominio del autoengaño, también me he planteado si realmente las plataformas y sus dueños han meditado lo anterior expuesto. Seguramente sí. Pero si algo les pudiera pedir es que tuviesen tantita madre y obligaran a los usuarios a escribir mejor, es lo mínimo que deberían hacer después de meterles la reata con las políticas de seguridad y los términos y condiciones que prostituyen su calidad de individuos virtuales.

Finalmente estimados lectores, cavilo, en el horror más grande que contribuye a todo mi enjambre de letras: el acceso. ¿Cómo carajos promueven un panorama de la educación a través de la lectura si los libros se capitalizan? Tampoco pido que los regalen, pero ni siquiera el Fondo de Cultura Económica es tan económico. Y si la lectura no se da ¿la escritura para cuándo? No quisiera verme en un futuro en donde la quema de libros sea generalizada como en Fahrenheit 451, novela de Ray Bradbury de 1953, en donde, por resumir la trama general, no solo se queman libros, sino la extensión de la palabra.