Por Paulo Neo

A buen fin, no hay mal principio.
Ray Bradbury

La mañana está fría. El cielo, gris ceniza. Y hay un exceso de humedad que lastima, que se adhiere pegajosa, cruelmente. Sobre todo se siente en las orejas, en los dedos de los pies y en la punta de la nariz.

La foto la saqué esta mañana, antes de salir rumbo a la oficina.

¿Por qué lo hice? No lo sé bien. Creo que la imagen me suscitó algo así como una mezcla de ternura y profunda envidia. Voy a explicarlo un poco. Resulta que mi esposa es docente de una universidad europea muy prestigiosa y vanguardista. Las clases que imparte para el Instituto de Lenguas Modernas son virtuales, vale aclarar. Con lo cual no necesita asistir a ningún establecimiento, y eso le resulta muy conveniente, ya que además es escritora, y para mejor: novelista. Lo que significa que casi no sale de casa. A no ser que se le antoje algo de comer o tenga que bajar a recibir alguno de los paquetes de libros que suelen llegar semanalmente. Todo el mundo sabe lo maniático y quisquilloso que un novelista puede resultar.

Ahora bien, debo decir que nuestra relación ha mejorado muchísimo en los últimos tiempos. Sobre todo desde que tenemos el magnífico “Energy Pod”, el aparato de la foto. Que viene a ser como una especie de cúpula rebatible y acolchada, mezcla de secador de peluquería y hamaca paraguaya electrónica que lo tiende a uno un poco hacia atrás y lo envuelve gratamente. Favoreciendo la circulación, la relajación y la ausencia, como se puede apreciar en la imagen.

No les voy a mentir, al principio tuve mis serias dudas al respecto.
Pero tengo que decir que me convenció el hecho de que los empleados de Google o la Nasa disfrutan de estos aparatos en sus respectivos espacios de trabajo. La idea al comprarlo era poder distendernos un poco los fines de semana, ya saben, nada del otro mundo.

Ahora bien, la cuestión es que mi esposa, de a poco ha ido tomándole cariño al aparato. Primero aprovechaba para dormirse unos minutos después del almuerzo, en ese momento en que la modorra le gana al cuerpo. Cosa más que entendible, claro. Pero luego, gradualmente, fue intensificando el uso.
Ahora apenas despierta se prepara un café y se instala un buen rato; al mediodía, otro; a la tarde, otro más. Después de la cena, otro.

Para resumir, la mayor parte del día se la pasa así, en una actitud exasperante de relajación total, de absoluta ausencia. O de presencia fantasmal, si se quiere. Que vaya uno a saber si no es la misma cosa, a fin de cuentas.