por Redacción | Abr 6, 2021 | Abril
Por Ricardo Hernández Vázquez
Hagamos una óptica construida de alcachofas y faroles de luz mercurial,
con el sonido del agua ligera corriendo
en el punto central de una calle oblicua,
para quebrar las palabras de Jacinto
en cientos de manifiestos ensordecedores.
A una canción fatigada, quitémosle su aliento de mares andados,
de plumas y de cuerdas para romper el ruido y señalar.
Ya basta de sonrisas de mazapán en el corte de una cebolla blanca,
de los sacrificios en semáforos con tráfico y fuego.
Haremos con todas las manos
un manantial de credos hedonistas
para vencer el miedo de concretar
la simple ocurrencia de los brazos,
sujetos a ellos mismos y a su jovial entendimiento.
Hagamos brotar la pauta de los silencios bajos,
llenos de paz de muerto
y bosque emancipado
a la luz de estrellas con galaxia vieja.
Y por cada lamento que se deshaga
jugaremos debajo de nuestras propias faldas y mentones
a las escondidas con gritos y señas pueriles,
para mirarte la cara y reconocerte
cómo lo mismo que yo:
con barbilla y genitales
con pudor ecléctico de oficio nuevo.
Quemémoslo todo sin medir sus fases con termómetro
con azufre y con las piernas entumecidas
acortemos la distancia hasta tu sexo,
encontrémosla en la esquina, en el ángulo de la silla
con oficio de cura cercenado y moribundo,
sin la culpa cristiana y con las montañas en alabanza
al desfile de tus recuerdos de trapecio en trapecio.
por Redacción | Abr 6, 2021 | Abril
Por Manuel Caamal
Al cuerpo humano lo podemos definir sintéticamente como la estructura física y material del ser humano. De manera general, se puede estudiar mediante sus tres partes principales: la cabeza, el tronco y sus extremidades. Sin embargo, desde tiempos tempranos, la representación del cuerpo humano se volvió fundamental para el conocimiento cosmológico y religioso de las diferentes culturas del área mesoamericana, cuya función se inclinaba hacia dos razones: representar eventos memorables y emitir significados personales de carácter ritual o social para cierto grupo social.
En el caso particular de los antiguos mayas y su concepción del cuerpo, ésta era igual de importante en consideración con otros factores regidos por la cosmovisión concerniente a esta cultura. Gracias a muchos de los estudios arqueológicos enfocados a cuestiones epigráficas, iconográficas y lingüísticas se fundamentó una idea que nos ayuda a entender cómo se estructuraba la noción del cuerpo para los mayas prehispánicos.
En el periodo clásico (250-900 D.C.) los mayas reflejaban los ámbitos del cosmos en el cuerpo humano, así como su estructura y características. El cuerpo humano se dividía en dos aspectos: el primero asociado a la parte del ecúmeno, cuyo reflejo era el espacio-tiempo del universo y se vinculaba con la materia orgánica del cuerpo humano como los huesos, vísceras y otras partes físicas concretas; el otro, asociado al anecúmeno, calificado como el espacio-tiempo del universo donde habitaban los dioses y ancestros, y relacionado a un aspecto más espiritual, perceptible únicamente bajo un estado de trance.
Por lo general, para los mayas el cuerpo humano era una réplica de la estructura cósmica tal como si fuera un espacio cuadrado con sus orientaciones cardinales y un punto central rector correspondiente al ombligo. Dentro del mismo carácter cosmológico se encuentra un vínculo entre el cuerpo y los animales, plantas y entidades naturales como el agua, la tierra y otros elementos. Sin embargo, en investigaciones más recientes aplicadas a mayas modernos se ha aclarado que los sectores del cuerpo corresponden a diferentes rumbos, que parten de una cruz (o varias), pero con la problemática de ser un concepto más colonizado.
La cosmovisión mesoamericana se enlaza con la idea religiosa de la montaña sagrada, misma que en el periodo clásico se encontraba asociada al cuerpo humano dadas las cavidades que presenta, y las cuales también se correspondían con “cuevas”. Un dato de gran interés radica en la caracterización de los orificios corporales (cráneo, boca, fosas nasales, etc.) como puerta de acceso entre el ecúmeno y el anecúmeno. Para los antiguos mayas el número nueve parecía de suma importancia por su correspondencia con los orificios del cuerpo, lo cual se representa en diferentes elementos iconográficos.
La cabeza humana, o pool en maya yucateco, era calificada como el tránsito de componentes anímicos de la región celeste, y se encontraba asociada al ingenio, entendimiento y habilidad. En el caso de las cavidades craneanas se consideraban centros anímicos donde se concentraban las fuerzas como el K’in.
Entre otros aspectos tenemos al Ik´ como el aliento vital para los mayas, representado con elementos como la jadeíta, mineral identificado con el viento y con la capacidad de inhalar y exhalar alimento o humedad. Un ejemplo de lo anterior puede corroborarse con la presencia de este elemento dentro del cráneo de K’nich Janaab’ Pakal, lo cual hace pensar que fue colocado en la lengua del soberano para que éste pudiera tener contacto con los dioses del inframundo a lo largo de su travesía al más allá, con ello se señalaría la cavidad bucal o Chi’ como un portal de voz y palabra. El Ik’ y su vinculación con el cuerpo humano es evidente también en el interés de los mayas por concretar una especie de estética, por ejemplo, en los métodos de decoración dental, algunos de ellos realizados con la intención de darle al diente una forma de “T” signo vinculado al Ik’.
Así, podemos observar el cuerpo humano como un elemento imprescindible dentro de la cosmovisión maya de la época prehispánica, cada una de sus partes conformantes de un centro anímico y, por ende, un reflejo del cosmos alineado con los puntos cardinales, también asociados a colores específicos, parte de esta tradición.
Referencias:
Chávez Guzmán, Monica, “El cuerpo humano y la enfermedad entre los mayas yucatecos”, Arqueología Mexicana, 65, p.27-29.
Hirose López, Javier (2007). “El cuerpo y la persona en el espacio-tiempo de los mayas de los Chenes, Campeche”. Revista Pueblos y Fronteras Digital, 4.
Velásquez García, Érik y Tiesler, Vera, 2019. El anecúmeno dentro del ecúmeno: la cabeza como locus anímico en el cosmos maya del Clásico y sus insignias físicas. Maya cosmology terrestrial and celestial landscapes. 29 (6), pp 85-98.
por Redacción | Abr 6, 2021 | Abril
Por Víctor M. Campos
La palabra Welcome es la más aconsejable.
Arreola
¿Quién mejor podría practicársela, abrirlo en canal, extraer los órganos y cortar sus extremidades para dejarlos sobre la plancha, expuestos para todo aquél que desee aprender? Imagínense la siguiente escena: la gradería en la penumbra, la planta semicircular iluminada y al centro él, o mejor ella, con el instrumento afilado y cortante en una mano, el potente haz de luz reverberándose en el filo, dispuesta a enfrentarse al ilustre cadáver que espera, apenas flameado por una segunda copa, su separación en partes.
Ella es el personaje idóneo para traer a la luz todo lo que la oscuridad se guarda para sí. ¿Quién mejor para diseccionarle órganos y tejidos que quien hace de la oscuridad su laboratorio? Ella que ha aprendido de otros monstruos a trocar la muerte en un espléndido material didáctico y que luego de años y más años de instrucción habrá de satisfacer nuestro apetito enfermizo por el cuerpo destazado del otro, quien sea, a condición de que no sea nuestro cuerpo el que yace bajo esa luz.
Son los aprendices de monstruo, acaso también los lectores, quienes tendrán que poner mucho de su parte, cuando no una parte completa, para aprender algo de la expuesto aquí. Son ellos y ellas, diletantes de esta ciencia oculta de las soluciones imaginarias, quienes asistirán al espectáculo de lo que sea que el cadáver exquisito tenga para darnos y que ella abrirá y pondrá al descubierto sobre la plancha de metal. Los aprendices son quienes se beneficiarán del horror que entraña toda pedagogía de las entrañas.
Bienvenidas y bienvenidos, pues, al aula forense. Este es el lugar que alguna imaginación retorcida ha construido para que la razón pueda significarse a sí misma. La razón que sólo se interesa por el funcionamiento vivo de las cosas muertas, o viceversa, ha llegado ya, dispuesta a combatir a las otras quimeras que cohabitan en las oscuridades del cuerpo. Imaginémonos, pues, cualquier viernes por la noche en nuestra clase de medicina forense. Afuera llueve y nos llega el fragor de los truenos.
Todos los presentes habrán de encajar el cuchillo, pero antes la guía de procedimientos recomienda empezar por el principio: la evidencia sociológica. Fotos, diagramas y todo ese fetichismo es fundamental para elaborar la interpretación correcta en la investigación de la muerte de un cadáver que sigue vivo. Habrá días más sencillos en los que el cadáver se comporte como es deseable que se comporten los cadáveres, pero cuando se trate de uno exquisito habrá que ser en extremo cuidadosos.
Segundo, ¿cómo es que ha llegado hasta acá este muerto que insiste en hacerse el vivo? Incluso si esto parece un absurdo, es absolutamente pertinente preguntarse de dónde lo hemos sacado. Para quien no lo crea, pruebe llevar en la cajuela un cadáver, exquisito o no, y hacerse detener por un tránsito. Ya verá qué es lo primero que le preguntan luego de verificar que sí trae licencia y tarjetón. Lo cierto es que asegurarnos de que el origen y la cadena de custodia hayan sido los debidos, nos ahorrará muchos problemas.
Tercero, la evidencia física en el cadáver se compondrá de toda muestra o elemento material que podamos ver a simple vista: prendas, marcas y patrones, muestras biológicas como pelos y señales que habremos de registrar en foto, con dibujitos o en un perfomance que implique algún tipo de inserción en los orificios concernientes, y no. Además, habremos de revisar las partes corporales expuestas como las manos, en busca de otras evidencias que pudieran ayudarnos en la tarea de señalar a un sospechoso o de fabricar uno.
Nunca se sabe.
Cuarto, debemos tener en alta consideración la identidad del cadáver. Si se niega a identificarse, como suele suceder de ordinario, procederemos como la guía contempla en estos casos; ahora que si el cadáver accede de buen grado a identificarse con nosotros, muy en el plan de lo que nosotros hacemos siempre que tenemos delante un cadáver, habremos de considerarnos afortunados porque una parte importante de la chamba estará resuelta, y qué mejor cosa puede pasarnos un viernes, lluvioso, por la noche.
Quinto, el examen externo supondrá una descripción general del cadáver. En otras palabras, habremos de consignar las características tales como el sexo, la talla, el peso, el color de la piel y la edad aparente. En seguida, el aspecto general que abordará cuestiones como la apariencia, el aseo, el cuidado corporal y otras como las señas particulares, esto es, los tatuajes, las perforaciones, las deformaciones. Un buen cadáver exquisito será una fuente inagotable de deformaciones así que conviene estar atentos.
Sexto, decidiremos cuáles serán las técnicas apropiadas para la exploración. Iremos de las más básicas y superficiales, ya descritas, hasta las más específicas y emocionantes que implicarán, ahora sí, agarrar el cuchillo y hundirlo en la carne. Se recomienda empezar por la incisión anterior en Y, que es más estética y facilita la exploración de los adentros. Lo que no se especifica en la guía es para quién es más estética la Y: si para el cadáver o para quien aún tiene algún rastro de sensibilidad luego de cortar en pedazos a sus semejantes.
Ustedes decidirán.
Séptimo, una vez abierto en canal, dará comienzo el examen interno. Tenemos un ABC que nos guiará en este paso. En el inciso A el examen macroscópico implicará establecer la frontera entre la normalidad y la nueva normalidad, ahora tan de moda y que otros han dado en llamar, astutamente, la nueva mortalidad. ¿Qué es lo normal y que ha dejado de serlo? Desde ya puedo anticiparles que para los que defienden la convención de lo normal, toda variante, por mínima que sea, representa una anormalidad; caso opuesto es el anormal que todo, con independencia del grado de descomposición que muestre, le parece normal. El B, este inciso pariente de la incisión que lleva en la sangre la misma autonomía respecto del todo, nos habla del examen microscópico que supone la toma de muestras, tejidos, sobre todo de aquello que consideremos protagonista de esta nueva normalidad que no será otra que la muerte: la del otro. Del inciso C diremos que es una etapa no menos divertida ya que implica conservar partes en formol y enriquecer así esta colección macabra.
Octavo, luego de cortar en pedazos al otro, llegará el momento de dar nuestra opinión: esa otra forma de practicar la carnicería y que tan dichosos nos hace. Aquí emitiremos un juicio matizado, o no tanto, sobre lo que creemos que ha pasado con el cadáver, es decir, la causa de muerte. Sobre todo, será el momento de llevar a la práctica alguna estrategia didáctica para hacer hablar a los alumnos, esos animales sin luz, que han tenido a bien preguntarse a cuántos kilos de menudencia se reduce eso que llamamos el mundo interior del hombre.
Noveno, como todo saber que pretenda legitimarse, luego de la carnicería y aún con las manos ensangrentadas, habrá que llenar, en letra de molde y sin salirse del recuadro, la papelería. No hay absurdo que supere al absurdo de la burocracia en cualquiera de sus absurdas expresiones. Datos, registros, documentos anexos; idas y vueltas sobre lo mismo para consignar cada una de las contingencias que implica dejar de existir. El cadáver no será evidencia suficiente de nada y menos para acreditar la muerte de un cadáver vivo.
Décimo, si han llegado hasta acá, felicidades. Se han ganado el derecho a ser tomados en cuenta para resolver una cuestión que, por lo demás, se resuelve sola. ¿Quién mató al vivo? Sin afán de hacerles spoiler, puedo decir que toda necropsia concluye con la muerte como gran perpetradora. Puede que falle un órgano, que nos ataque un virus imaginario o que sencillamente la vida, como la espontaneidad, se nos acabe y llegue la muerte; llegue y nos lleve en los hombros de esos estupendos bailarines del ataúd.
por Redacción | Abr 6, 2021 | Abril
Por Selene Ameyalli Torres Martínez
Para considerarnos los únicos seres dotados de materia gris con capacidad de razonar a las múltiples posibilidades de riesgo y de elección ante una acción, ya sea para nuestra conveniencia o no, también estamos dotados de una subjetividad, la cual abarca nuestra parte emocional. El cuerpo humano es entonces cognitivamente más hábil que un animal, pero menos fiero. Mientras un animal es adaptable a la naturaleza según sus instintos, los seres humanos transformamos el entorno o viajamos a otro para poder adaptarnos a uno que no sólo nos convenga, sino que también nos agrade según nuestras posibilidades. Por otro lado, los médicos idealistas no ven al cuerpo humano más que como materia con una forma y estructura perfecta, pero ello nos hace superiores a todo lo demás.
Según Le Breton (2002) para los médicos no somos algo diferente a un número en una lista de enfermos que requieren ser curados de una enfermedad que, tal como si fuera un problema, requiere una solución, o bien, convertirse en cenizas o abono de la propia tierra. No hay más. Quienes se quedan para vivir bajo ciertas condiciones, los medicamentos y las industrias farmacéuticas también requieren de personas enfermas para conseguir una cuota de venta y justificar la experimentación anterior a la salida al mercado.
Según Lipovetsky (2016) estamos en medio de una época cuyas preocupaciones personales se enfocan a la ligereza de la vida cotidiana, ésta según la evitabilidad de la pesadez que supone trabajar ocho horas diarias, el cumplimiento de las responsabilidades del trabajo doméstico, y también el desempeño de rol ya sea como padre, madre, hijo, hija y/o amigo, amiga. Sin embargo, la subjetividad del ser social no es el único ámbito personal que abarca la levedad, sino también el propio cuerpo. Esta cultura de la delgadez y la constante transformación corporal ya sea a través de dietas, trastornos alimenticios, cirugías plásticas, idas a gimnasios y hasta elementos decorativos como joyas, peinados y vestimenta, han motivado el esfuerzo del ser social por tener una ligereza corporal que ante el espejo sea agradable a la vista de cualquiera.
Pero ¿quiénes se miran más al espejo, las vanidosas o los metrosexuales? He aquí la diferenciación genérica y biológica universal que a lo largo de la historia se ha venido discutiendo: mujeres y hombres. La eterna discusión entre la utilidad de uno y otro, y el papel que cada uno debe ejercer en este mundo. Si los hombres son cazadores, pensadores, trabajadores y proveedores del alimento a sus esposas e hijos ¿en dónde quedan las mujeres? Que si son brujas por ser curanderas y astutas a niveles incomprendidos, que si su belleza debe ser etérea o heredable a un vástago, o si su posición debe ser remitida al trabajo doméstico, ¿dónde queda el poder de pensamiento que la hizo humana y le dio el derecho a existir?
Las cuatro olas del feminismo (Fernández Chagoya, 2017) han puesto en cuestionamiento la propia existencia del cuerpo humano de una mujer: si es la esposa y madre de alguien, si su existencia merece el nombre de ciudadana, si hace uso de su clítoris a diestra y siniestra sin el deseo de reproducirse, o bien, si sólo está a la búsqueda de la equidad de género. Pero lo que parece siempre olvidarse es que estamos parados en el mismo suelo, en la misma tierra, y nuestra existencia y su validez es la que a lo largo de la historia parece cuestionable.
Existir: palabra o verbo definible a la acción de estar vivo (DRAE, 2021), pero incluso para decir que estamos vivos y existimos, hay que darle utilidad a esa existencia con alguna acción honorable y retribuible al consumo de lo que hacemos o de lo que le estamos quitando a alguien o a algo. Entonces ¿el hecho de nacer no nos da derecho a existir? Por haber nacido con un cuerpo con vagina en un contexto mexicano feminicida, ¿la existencia de la mujer se vuelve fatalista ante la inminencia de su muerte si se rehúsa al ordenamiento de un hombre? Al llegar al mundo con un cuerpo con pene en un contexto casi en su totalidad patriarcal, ¿vuelve a todo hombre un ser privilegiado?
“¡A veces me da asco ser hombre!”, “Hay veces que quisiera no tener ni senos ni nalgas para que nadie me volteara a ver” y aquí cabe la pregunta ¿quién tiene mayor valía sobre quién? Por tener el cuerpo como estandarte diferenciador de utilidad y existencia en este mundo, en apariencia se nos olvida que somos seres humanos e independientemente de las diferencias biológicas, éstas no son determinantes de una subjetividad histórica y erróneamente determinada. Según Sabido (2017), como seres sociales, estamos sujetos a emociones relacionadas con cada una de nuestras actividades. Esa subjetividad es la que nos diferencia de seres con otra clase de cuerpo y, por lo tanto, nos implanta en un cuerpo de ser humano.
Referencias:
DRAE. (2021). Existir. Obtenido de Diccionario de la Real Academia Española: https://dle.rae.es/existir
Fernández Chagoya, M. (2017). Olas del feminismo: la perenne búsqueda de la igualdad. Obtenido de Agnosia. Revista de Filosofía del Colegio de Filosofía y Letras UCSJ: https://www.elclaustro.edu.mx/agnosia/index.php/component/k2/item/414-olas-del-feminismo-la-perenne-busqueda-de-la-igualdad
Le Breton, D. (2002). Antropología del Cuerpo y Modernidad. Buenos Aires: Nueva Visión.
Lipovetsky, G. (2016). De la Ligereza. Barcelona: Anagrama.
Olga, S. (2017). La teoría sociológica y la apuesta por una sociología relacional: Georg Simmel, precursor y las formas modernas de relación según Georg Simmel: dinero, ciudad y extraños. Pachuca: UAEH.
por Redacción | Abr 6, 2021 | Abril
Por Fabiola Juárez Avendaño
Antropóloga feminista, tallerista y defensora de los derechos humanos
¿Quiénes son las Infantitas?
La congregación Esclavas de la Inmaculada Niña o Infantitas, fundada el 1 de febrero de 1901 en la Ciudad de México, es una congregación religiosa femenina de derecho diocesano, es decir, fue aprobada el 21 de julio de 1930 por el obispo en turno. Una de sus fundadoras, fue la Srita. Rosario Arrevillega Escala nacida en 1860 y proveniente de una familia humilde; a los 18 años conoció a las Concepcionistas (primera orden religiosa femenina que llegó a la Nueva España en 1540) y dio muestras de devoción a la Imagen de la Divina Infantita.[1]
El segundo fundador fue José Federico Salvador y Ramón de origen español de la ciudad de Almería, fue ordenado sacerdote y posteriormente capellán de las Concepcionistas en Almería; se consagró a la Virgen María, pero en la búsqueda de algo más se ofreció como misionero voluntario y llegó a la Ciudad de México en 1898. En 1900 oyó hablar por primera vez de la Divina Infantita y conoció a Rosario a través de la familia Escandón, fieles devotos de ésta, quienes lo hospedaron y entablaron amistad con él, quien se convirtió en su director espiritual y apoyo incondicional para la fundación de la congregación.
En 1935 expropian el templo construido a la Divina Infantita, que además contaba con Internado para Niños y la casa de la congregación con un gran número de religiosas. Después de este hecho vivieron en una casa en Mixcoac, pero en 1937 llegaron a Tlalpan gracias a benefactores que les donaron la casa que hoy en día ocupan. La congregación fue extendiéndose a otros estados como Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Querétaro a mediados de los años 70, e internacionalmente en los países de Argentina, Brasil, Marruecos y Costa Rica en los 80, y más recientemente en Venezuela y Nicaragua.[2]
Para poder comprender el modo de vida de las Infantitas y el porqué de la específica construcción del cuerpo femenino es necesario saber que la vida religiosa es símbolo y lugar de realización de valores católicos rituales que toda orden y congregación vive, expresa y constituye. La estructura de la vida religiosa dentro de la Iglesia católica se fundamenta a través de los consejos evangélicos o votos que:
Son el contenido y la realización de un pacto con la divinidad, para toda la vida, y debe ser refrendado de manera cotidiana. Los votos son el contenido moral y ético a partir del cual se organiza el modo de vida de las y los religiosos como grupo social y cada uno de ellos (as) en particular (Drewermann, 1995, p. 344).
Estos votos son: la pobreza, la obediencia, humildad y la castidad o celibato, cada uno ellos tiene la finalidad de lograr una integración total de las mujeres y hombres a la estructura institucional eclesiástica como imitación del modelo “perfecto” de Cristo que corresponde a este ideal religioso.
La construcción social del cuerpo femenino en el catolicismo
Centraré mi atención en el voto de castidad o celibato, ya que la iglesia católica ha construido una amplia red de consensos ideológicos en donde el cuerpo es el objeto a controlar (la corporeidad es mala porque es material). El “cuerpo y la materia proceden del Dios […] pero el cuerpo […] es más bien un castigo, un encadenamiento, una cárcel que nos ha sobrevenido como consecuencia de una caída previa en el pecado del alma pura” (Ranke-Heinemann, 1994. p. 55).
La castidad y el celibato es “la renuncia a la sexualidad erótica y procreadora, al matrimonio y a la maternidad” (Lagarde, 2001, p. 478), que trasciende más allá porque es la renuncia a su cuerpo y experiencia erótica, a fin de menospreciar el deseo y exaltar el sufrimiento. “La negación de la sexualidad (erótica y la procreación) es […] la característica central de la religión católica” (Lagarde, 2001, p. 478). O dicho por San Agustín, santo y doctor de la Iglesia católica “la virginidad es un valor más alto que el matrimonio, y el matrimonio sin relaciones sexuales es muy valioso que el que la tiene” (Ranke-Heinemann, p. 92), ya que para él “el placer que acompaña al acto sexual es sencillamente un mal [..] trasmite el pecado original” (p. 75).
A través de la vida religiosa se controlan, disciplinan y construyen los cuerpos. El sometimiento que mantiene la dependencia y el desarrollo de la opresión en todos los aspectos de la vida dentro de la institución es aprendido e internalizado por las religiosas y su expresión se da en el cuerpo, que no sólo es un producto biológico: “(la institución) pone en ello grandes esfuerzos para convertirlos en cuerpos eficaces para sus objetivos, para programarlos y desprogramarlos” (Lagarde, p. 56). “En estos cuerpos sexuados se concentra todo el sentido de la vida, se desarrollan las habilidades tanto físicas como subjetivas, tiene un ciclo de vida históricamente determinado y es el más valioso objeto de poder” (p. 507).
Para lograr cuerpos y seres asexuados se requiere desestructurarlo, y reeducarlo mediante la des-erotización del cuerpo y de la subjetividad. Se trata de desdibujarlo, hasta su desaparición, las características físicas y formales del cuerpo, así como los atuendos, adornos, y tratamientos que permiten su identificación con el cuerpo de las mujeres (Lagarde, p. 507).
Gracias a esto se puede distinguir a una religiosa al verla pasar: su uniforme es un hábito casi siempre oscuro o de colores neutros no llamativo que consta de fajas, corpiños, camisetas, fondos, blusas, chalecos, faldas, suéteres, etc.; todo superpuesto y en ocasiones el velo permite ocultar las características sexuales y eróticas femeninas. Además, un cabello corto o no muy largo pero sujetado, zapato bajo o dependiendo de la congregación u orden, sandalias. Tampoco se les permite ropa entallada, escotes, pantalones, faltas amplias, peinados muy elaborados, maquillaje, manicure ni joyas a excepción de su anillo de boda (símbolo del desposorio con Dios en una ceremonia ritual), medallas o cruces.
Con una pedagogía que incorpora una concepción pecaminosa del cuerpo femenino y normas disciplinarias de vida rígida, la iglesia logra poco a poco despersonalizar y des-feminizar. Ése es el sentido de proceso de iniciación y el entrenamiento que reciben las mujeres para convertirse en (religiosas o monjas). La conversión de los cuerpos femeninos en cuerpos fríos, duros y rígidos, es personal, internalizada mediante la obediencia, la sumisión y el miedo (y que), son otras expresiones de la servidumbre voluntaria que caracteriza la opresión patriarcal de las mujeres (Lagarde, p. 510).
Las Infantitas tienen un papel restringido, pues les es vetado el acceso al sacerdocio, por lo tanto no pueden escalar a cargos superiores; además la cualidad de servir a los demás, papel subordinado reducido a las funciones de ayuda, no les permite más pretensiones. La Iglesia católica reproduce la rígida división sexual, la legitima mediante la vivencia religiosa y la reproducción de ésta entre sus integrantes, y la refuerza por su sólida estructuración y distribución de las condiciones genéricas en su interior.
A través del dolor y la abstinencia los cuerpos femeninos se expropian e invisibilizan pues simbolizan el mal y el pecado, pero esto va mucha más a allá porque se logra el desconocimiento de su cuerpo y su sexualidad. Bajo esta premisa, en el catolicismo se construye un cuerpo femenino específico, un cuerpo-objeto fundamento del sometimiento que mantiene la dependencia y el desarrollo de la opresión en todos los aspectos de la vida. “El ser consideradas cuerpo para otros, para entregarse al hombre o procrear, (nos) ha impedido a (las mujeres) ser consideradas como sujeto histórico-social, ya que la subjetividad ha sido reducida y aprisionada” (Lagarde, p. 200).
La opresión de las mujeres es un postulado que los teólogos han mantenido como dogma y como voluntad de Dios que la Iglesia católica reproduce por medio de la vida religiosa. Las Infantitas son una congregación “joven”, poco más de 100 años se han cumplido desde su fundación, sin embargo, han retomado y perpetuado un modo de vida que apareció a inicios del primer milenio y que sigue vigente, con algunas diferencias en forma, pero no en esencia: el cuerpo es el objeto a controlar, pero el cuerpo femenino se debe confiscar y desvanecer porque simboliza el pecado y el mal.
Referencias:
Drewermann, Eugen. (1995). Clérigos. Psicograma de un ideal. Trotta.
Ranke-Heinemann, Uta. (1994). Eunucos por el reino de los cielos. La iglesia católica y la sexualidad. Trotta.
Lagarde y de los Ríos, Marcela. (2001). Los Cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas. UNAM-PUEG.
[1] Divina Infantita. Advocación de la infancia de la Virgen María que tiene sus orígenes de devoción en el México del siglo XIX, con 180 años de historia y cuya veneración fue iniciada por sor Magdalena de San José, quien el 6 de enero de 1840, en el entonces Convento de San José de Gracia (Ciudad de México), tuvo una revelación divina. https://desdelafe.mx/noticias/sabias-que/la-divina-infantita-culto-mariano-con-180-anos-de-historia
[2] Entrevista que le realicé a la religiosa Beatriz Moreno de la Congregación Esclavas de la Inmaculada Niña. (Alcaldía de Tlalpan, 2002)
por Daniela Estrada | Abr 6, 2021 | Abril
Por Zayra Alcantar Ruiz
El cuerpo: así es como lo hemos inventado.
¿Quién más en el mundo lo conoce?
Jean-Luc Nancy
Algunos podrían decir que ahí donde termina la palabra comienza el cuerpo; yo, por otro lado, me inclino a pensar que el cuerpo es la causa y propósito último de la palabra, que el cuerpo le antecede y, aún más, le sucede. Esto lo entiendo no como un retorno al viejo juego especulativo de adivinación respecto a lo que fue o es primero, sino como la puntualización de un hecho que es necesario nombrar para poder pensar nuestra experiencia concreta. Resulta entonces paradójico que sólo a partir de la palabra se pueda intentar precisar al cuerpo, pero es justamente en ese intento donde queda evidenciada una realidad ineludible, la cual apunta a que a pesar de todo propósito por un entendimiento concluido sobre lo que el cuerpo es y lo que puede, se afirma una y otra vez su carácter heteróclito y multívoco, lo cual, más que dejarnos varados en un universo inconmensurable, nos invita a explorar y a hurgar en la multiplicidad de formas de vivirlo y comprenderlo.
Así pues, a pesar de las distintas maneras en las que se le ha entendido, nombrado y vivido histórica y contextualmente, existe un hecho que resulta innegable y que pienso, puede ser un buen punto de partida para su reflexión: no hay nada que no pase por el cuerpo. El cuerpo se erige como aquella forma en la que se origina cualquier posibilidad de experiencia, es decir, el cuerpo es el principio y fin de la experiencia, pues el hecho es que somos cuerpo, existimos única, inaudita y exclusivamente de esta forma: cuerpo entre cuerpos, cuerpo haciendo cuerpo, cuerpo siempre cambiante, nunca inmutable, capaz, sintiente y, por supuesto, inevitablemente efímero. Por lo que, pensar a éste, pensar con éste, pensar gracias a éste, configura un paso indispensable en el momento de interrogarnos por cualquier hacer humano.
«Contenedor» de Daniela Estrada
En consecuencia, la vieja -pero siempre vigente- pregunta por sus potencialidades no deja de arrojar tantas respuestas posibles como la multiplicidad de la humanidad misma, por lo que, y ahora afirmo, preguntarnos por los límites del cuerpo equivaldría a preguntarnos por los límites de la humanidad.
¿Qué es el cuerpo sino una afirmación incesante de la vida?, ¿qué es el cuerpo sino nosotros mismos y nuestra experiencia encarnada?, ¿qué es el cuerpo sino los años de vida transcurridos haciéndose tangibles?, ¿qué es el cuerpo sino un cúmulo de aprendizajes compartidos?, ¿qué es el cuerpo sino sentimientos, emociones y pensamientos andantes?, ¿qué es el cuerpo sino un espejo del mundo?, ¿qué es el cuerpo sino un despliegue interminable de relaciones?, ¿qué es el cuerpo sino la historia de la humanidad condensada en un espacio y un tiempo?
Por ende, concluyo, podremos encontrar mucho más fructífero el camino de la afirmación antes que el de la negación en el recorrido de pensar al cuerpo como un tema genuino de investigación, centrarnos en la posibilidad antes que en los límites, para así poder quizá no acercarnos a una respuesta concluyente sino poder maravillarnos y gozar más plenamente de ésta, nuestra existencia carnal.