Por Selene Ameyalli Torres Martínez

Para considerarnos los únicos seres dotados de materia gris con capacidad de razonar a las múltiples posibilidades de riesgo y de elección ante una acción, ya sea para nuestra conveniencia o no, también estamos dotados de una subjetividad, la cual abarca nuestra parte emocional. El cuerpo humano es entonces cognitivamente más hábil que un animal, pero menos fiero. Mientras un animal es adaptable a la naturaleza según sus instintos, los seres humanos transformamos el entorno o viajamos a otro para poder adaptarnos a uno que no sólo nos convenga, sino que también nos agrade según nuestras posibilidades. Por otro lado, los médicos idealistas no ven al cuerpo humano más que como materia con una forma y estructura perfecta, pero ello nos hace superiores a todo lo demás.

Según Le Breton (2002) para los médicos no somos algo diferente a un número en una lista de enfermos que requieren ser curados de una enfermedad que, tal como si fuera un problema, requiere una solución, o bien, convertirse en cenizas o abono de la propia tierra. No hay más. Quienes se quedan para vivir bajo ciertas condiciones, los medicamentos y las industrias farmacéuticas también requieren de personas enfermas para conseguir una cuota de venta y justificar la experimentación anterior a la salida al mercado.

Según Lipovetsky (2016) estamos en medio de una época cuyas preocupaciones personales se enfocan a la ligereza de la vida cotidiana, ésta según la evitabilidad de la pesadez que supone trabajar ocho horas diarias, el cumplimiento de las responsabilidades del trabajo doméstico, y también el desempeño de rol ya sea como padre, madre, hijo, hija y/o amigo, amiga. Sin embargo, la subjetividad del ser social no es el único ámbito personal que abarca la levedad, sino también el propio cuerpo. Esta cultura de la delgadez y la constante transformación corporal ya sea a través de dietas, trastornos alimenticios, cirugías plásticas, idas a gimnasios y hasta elementos decorativos como joyas, peinados y vestimenta, han motivado el esfuerzo del ser social por tener una ligereza corporal que ante el espejo sea agradable a la vista de cualquiera.

Pero ¿quiénes se miran más al espejo, las vanidosas o los metrosexuales? He aquí la diferenciación genérica y biológica universal que a lo largo de la historia se ha venido discutiendo: mujeres y hombres. La eterna discusión entre la utilidad de uno y otro, y el papel que cada uno debe ejercer en este mundo. Si los hombres son cazadores, pensadores, trabajadores y proveedores del alimento a sus esposas e hijos ¿en dónde quedan las mujeres? Que si son brujas por ser curanderas y astutas a niveles incomprendidos, que si su belleza debe ser etérea o heredable a un vástago, o si su posición debe ser remitida al trabajo doméstico, ¿dónde queda el poder de pensamiento que la hizo humana y le dio el derecho a existir?

Las cuatro olas del feminismo (Fernández Chagoya, 2017) han puesto en cuestionamiento la propia existencia del cuerpo humano de una mujer: si es la esposa y madre de alguien, si su existencia merece el nombre de ciudadana, si hace uso de su clítoris a diestra y siniestra sin el deseo de reproducirse, o bien, si sólo está a la búsqueda de la equidad de género. Pero lo que parece siempre olvidarse es que estamos parados en el mismo suelo, en la misma tierra, y nuestra existencia y su validez es la que a lo largo de la historia parece cuestionable.

Existir: palabra o verbo definible a la acción de estar vivo (DRAE, 2021), pero incluso para decir que estamos vivos y existimos, hay que darle utilidad a esa existencia con alguna acción honorable y retribuible al consumo de lo que hacemos o de lo que le estamos quitando a alguien o a algo. Entonces ¿el hecho de nacer no nos da derecho a existir? Por haber nacido con un cuerpo con vagina en un contexto mexicano feminicida, ¿la existencia de la mujer se vuelve fatalista ante la inminencia de su muerte si se rehúsa al ordenamiento de un hombre? Al llegar al mundo con un cuerpo con pene en un contexto casi en su totalidad patriarcal, ¿vuelve a todo hombre un ser privilegiado?

“¡A veces me da asco ser hombre!”, “Hay veces que quisiera no tener ni senos ni nalgas para que nadie me volteara a ver” y aquí cabe la pregunta ¿quién tiene mayor valía sobre quién? Por tener el cuerpo como estandarte diferenciador de utilidad y existencia en este mundo, en apariencia se nos olvida que somos seres humanos e independientemente de las diferencias biológicas, éstas no son determinantes de una subjetividad histórica y erróneamente determinada. Según Sabido (2017), como seres sociales, estamos sujetos a emociones relacionadas con cada una de nuestras actividades. Esa subjetividad es la que nos diferencia de seres con otra clase de cuerpo y, por lo tanto, nos implanta en un cuerpo de ser humano.

Referencias:

DRAE. (2021). Existir. Obtenido de Diccionario de la Real Academia Española: https://dle.rae.es/existir

Fernández Chagoya, M. (2017). Olas del feminismo: la perenne búsqueda de la igualdad. Obtenido de Agnosia. Revista de Filosofía del Colegio de Filosofía y Letras UCSJ: https://www.elclaustro.edu.mx/agnosia/index.php/component/k2/item/414-olas-del-feminismo-la-perenne-busqueda-de-la-igualdad

Le Breton, D. (2002). Antropología del Cuerpo y Modernidad. Buenos Aires: Nueva Visión.

Lipovetsky, G. (2016). De la Ligereza. Barcelona: Anagrama.

Olga, S. (2017). La teoría sociológica y la apuesta por una sociología relacional: Georg Simmel, precursor y las formas modernas de relación según Georg Simmel: dinero, ciudad y extraños. Pachuca: UAEH.