Por Víctor M. Campos

La palabra Welcome es la más aconsejable.
Arreola

¿Quién mejor podría practicársela, abrirlo en canal, extraer los órganos y cortar sus extremidades para dejarlos sobre la plancha, expuestos para todo aquél que desee aprender? Imagínense la siguiente escena: la gradería en la penumbra, la planta semicircular iluminada y al centro él, o mejor ella, con el instrumento afilado y cortante en una mano, el potente haz de luz reverberándose en el filo, dispuesta a enfrentarse al ilustre cadáver que espera, apenas flameado por una segunda copa, su separación en partes.

Ella es el personaje idóneo para traer a la luz todo lo que la oscuridad se guarda para sí. ¿Quién mejor para diseccionarle órganos y tejidos que quien hace de la oscuridad su laboratorio? Ella que ha aprendido de otros monstruos a trocar la muerte en un espléndido material didáctico y que luego de años y más años de instrucción habrá de satisfacer nuestro apetito enfermizo por el cuerpo destazado del otro, quien sea, a condición de que no sea nuestro cuerpo el que yace bajo esa luz.

Son los aprendices de monstruo, acaso también los lectores, quienes tendrán que poner mucho de su parte, cuando no una parte completa, para aprender algo de la expuesto aquí. Son ellos y ellas, diletantes de esta ciencia oculta de las soluciones imaginarias, quienes asistirán al espectáculo de lo que sea que el cadáver exquisito tenga para darnos y que ella abrirá y pondrá al descubierto sobre la plancha de metal. Los aprendices son quienes se beneficiarán del horror que entraña toda pedagogía de las entrañas.

Bienvenidas y bienvenidos, pues, al aula forense. Este es el lugar que alguna imaginación retorcida ha construido para que la razón pueda significarse a sí misma. La razón que sólo se interesa por el funcionamiento vivo de las cosas muertas, o viceversa, ha llegado ya, dispuesta a combatir a las otras quimeras que cohabitan en las oscuridades del cuerpo. Imaginémonos, pues, cualquier viernes por la noche en nuestra clase de medicina forense. Afuera llueve y nos llega el fragor de los truenos.

Todos los presentes habrán de encajar el cuchillo, pero antes la guía de procedimientos recomienda empezar por el principio: la evidencia sociológica. Fotos, diagramas y todo ese fetichismo es fundamental para elaborar la interpretación correcta en la investigación de la muerte de un cadáver que sigue vivo. Habrá días más sencillos en los que el cadáver se comporte como es deseable que se comporten los cadáveres, pero cuando se trate de uno exquisito habrá que ser en extremo cuidadosos.

Segundo, ¿cómo es que ha llegado hasta acá este muerto que insiste en hacerse el vivo? Incluso si esto parece un absurdo, es absolutamente pertinente preguntarse de dónde lo hemos sacado. Para quien no lo crea, pruebe llevar en la cajuela un cadáver, exquisito o no, y hacerse detener por un tránsito. Ya verá qué es lo primero que le preguntan luego de verificar que sí trae licencia y tarjetón. Lo cierto es que asegurarnos de que el origen y la cadena de custodia hayan sido los debidos, nos ahorrará muchos problemas.

Tercero, la evidencia física en el cadáver se compondrá de toda muestra o elemento material que podamos ver a simple vista:  prendas, marcas y patrones, muestras biológicas como pelos y señales que habremos de registrar en foto, con dibujitos o en un perfomance que implique algún tipo de inserción en los orificios concernientes, y no. Además, habremos de revisar las partes corporales expuestas como las manos, en busca de otras evidencias que pudieran ayudarnos en la tarea de señalar a un sospechoso o de fabricar uno.

Nunca se sabe.

Cuarto, debemos tener en alta consideración la identidad del cadáver. Si se niega a identificarse, como suele suceder de ordinario, procederemos como la guía contempla en estos casos; ahora que si el cadáver accede de buen grado a identificarse con nosotros, muy en el plan de lo que nosotros hacemos siempre que tenemos delante un cadáver, habremos de considerarnos afortunados porque una parte importante de la chamba estará resuelta, y qué mejor cosa puede pasarnos un viernes, lluvioso, por la noche.

Quinto, el examen externo supondrá una descripción general del cadáver. En otras palabras, habremos de consignar las características tales como el sexo, la talla, el peso, el color de la piel y la edad aparente. En seguida, el aspecto general que abordará cuestiones como la apariencia, el aseo, el cuidado corporal y otras como las señas particulares, esto es, los tatuajes, las perforaciones, las deformaciones. Un buen cadáver exquisito será una fuente inagotable de deformaciones así que conviene estar atentos.

Sexto, decidiremos cuáles serán las técnicas apropiadas para la exploración. Iremos de las más básicas y superficiales, ya descritas, hasta las más específicas y emocionantes que implicarán, ahora sí, agarrar el cuchillo y hundirlo en la carne. Se recomienda empezar por la incisión anterior en Y, que es más estética y facilita la exploración de los adentros. Lo que no se especifica en la guía es para quién es más estética la Y: si para el cadáver o para quien aún tiene algún rastro de sensibilidad luego de cortar en pedazos a sus semejantes.

Ustedes decidirán.

Séptimo, una vez abierto en canal, dará comienzo el examen interno. Tenemos un ABC que nos guiará en este paso. En el inciso A el examen macroscópico implicará establecer la frontera entre la normalidad y la nueva normalidad, ahora tan de moda y que otros han dado en llamar, astutamente, la nueva mortalidad. ¿Qué es lo normal y que ha dejado de serlo? Desde ya puedo anticiparles que para los que defienden la convención de lo normal, toda variante, por mínima que sea, representa una anormalidad; caso opuesto es el anormal que todo, con independencia del grado de descomposición que muestre, le parece normal. El B, este inciso pariente de la incisión que lleva en la sangre la misma autonomía respecto del todo, nos habla del examen microscópico que supone la toma de muestras, tejidos, sobre todo de aquello que consideremos protagonista de esta nueva normalidad que no será otra que la muerte: la del otro. Del inciso C diremos que es una etapa no menos divertida ya que implica conservar partes en formol y enriquecer así esta colección macabra.

Octavo, luego de cortar en pedazos al otro, llegará el momento de dar nuestra opinión: esa otra forma de practicar la carnicería y que tan dichosos nos hace. Aquí emitiremos un juicio matizado, o no tanto, sobre lo que creemos que ha pasado con el cadáver, es decir, la causa de muerte. Sobre todo, será el momento de llevar a la práctica alguna estrategia didáctica para hacer hablar a los alumnos, esos animales sin luz, que han tenido a bien preguntarse a cuántos kilos de menudencia se reduce eso que llamamos el mundo interior del hombre.

Noveno, como todo saber que pretenda legitimarse, luego de la carnicería y aún con las manos ensangrentadas, habrá que llenar, en letra de molde y sin salirse del recuadro, la papelería. No hay absurdo que supere al absurdo de la burocracia en cualquiera de sus absurdas expresiones. Datos, registros, documentos anexos; idas y vueltas sobre lo mismo para consignar cada una de las contingencias que implica dejar de existir. El cadáver no será evidencia suficiente de nada y menos para acreditar la muerte de un cadáver vivo.

Décimo, si han llegado hasta acá, felicidades. Se han ganado el derecho a ser tomados en cuenta para resolver una cuestión que, por lo demás, se resuelve sola. ¿Quién mató al vivo? Sin afán de hacerles spoiler, puedo decir que toda necropsia concluye con la muerte como gran perpetradora. Puede que falle un órgano, que nos ataque un virus imaginario o que sencillamente la vida, como la espontaneidad, se nos acabe y llegue la muerte; llegue y nos lleve en los hombros de esos estupendos bailarines del ataúd.