El perro, el niño y el frío en la ciudad

El perro, el niño y el frío en la ciudad

Por Fabián Gutiérrez

Asciende la noche tras el horizonte,
diciembre y las calles se van a vaciar.
Desciende el oscuro telón de la noche
al perro, al niño, el frío en la ciudad.

Sentado, harapiento, yace en la escalera
el niño sin nombre de la catedral.
Sin risas, sin cena, sin cama ni escuela,
todo es diferente para este zagal.

Apareció solo, sin nombre ni cuna,
no sabe de dónde ni a dónde va a ir.
Mas desde una noche de menguada luna
aquel cachorrito le empieza a seguir.

Desde aquel entonces son dos que van juntos
y juntos se quitan hambre y soledad.
Si aquel roba un hueso, éste le da frutos,
que a mano estirada gana en caridad.

Comparten el perro y el niño la sombra,
el pan, la cobija y hasta la crueldad
de palos ajenos, mas van sin zozobra,
sus almas hambrientas no tienen maldad.

Y van tan unidos que parecen uno,
que hasta un mismo sueño han de compartir:
sueñan con un techo, que ya no hay ayuno,
un cuento en la noche antes de dormir.

A pata mojada, a dos pies heridos,
descalza la vida han debido andar.
Huellitas con sangre, talones morados,
hurgando basura para merendar.

Veranos furiosos pasan los amigos,
el sol, primavera y su breve bondad.
Mas vuelve el invierno y sopla su castigo
al perro, al niño, el frío en la ciudad.

¡Qué víspera helada! ¡Ya viene la cena!
Regalos y ponche de la Navidad.
Para perro y niño: otra noche en pena.
A los exiliados no llega bondad.

Mañana el festejo del buen nazareno,
otro año que pasa, que pasa sin más.
Mañana dos cuerpos, duros y serenos,
juntitos, sin alma, sin llanto jamás.

Eres

Eres

Por Mr. Saddy (Damián Damián)

Para Ana Jessica Ortiz Martínez                     

eres
       el cuerpo perfecto
el pensamiento más puro
el preciso momento
del pasado la sombra
el presente más tierno
el futuro más cierto

de la incertidumbre la calma
de lo turbio lo libre
como el café que más sabe
como la mirada que tiñe
la poesía de las cartas
los fulgores del alma

eres la risa sincera
felicidad placentera
sentimiento sin tiempo
por un sueño pendiente
que entre ambos viviendo
se reanima constantemente

eres mi te extraño amoroso
sin distancia coherente
la paciencia del cielo
que hace planear a la aves
entre la vida y la muerte
y no sólo por hambre

mujer compromiso
comprensión y respeto
realidad transformable
pausa postergable
espacio indefinido
amor
            interminable
                           inexplicable

La función no termina hasta que termina

La función no termina hasta que termina

Por Eduardo Omar Honey Escandón

Aún con el rostro destruido por el ácido que le arrojó un enamorado que rechazó, decidió no abandonar los escenarios.

       Rápidamente preparó una coreografía en tres actos.

      En el primero, danzó ataviada con una burka para señalar el ocultamiento al que se le quería obligar.

      Vistió como bailarina clásica en el segundo. Se mantuvo de espaldas al público para señalar lo omisa que es la autoridad.

      Para el último, apareció desnuda. Mientras las demás bailarinas vestían de negro y portaban grotescas máscaras, ella enseñaba su faz quemada y deforme como evidencia final de la justicia inexistente.

     En el telón de fondo se proyectaba la cara del perpetrador, quien se paseaba libre y absuelto por su ciudad natal años después del crimen.

     Las funciones siempre terminaban en un estruendoso aplauso de pie.

     Ella, en cada ciudad y foro que visitaba, extendía invitaciones a políticos, funcionarios, jueces y policías. Esos asientos rara vez se ocuparon.

     Tiempo después una activista ultra, en un acto individual, lanzó ácido al rostro del agresor. En menos de un mes se localizó y fincó larga sentencia a la culpable, además de mostrarla en cualquier medio como una loca.

    Entonces la bailarina y las muchedumbres sacaron la coreografía a las calles para danzar con el fuego encendido en pos de un “Basta ya”.

Mi ser multimediático

Mi ser multimediático

Por Jajo Crespo

Pude haber sido yo misma, pero sin que me sorprendiera,
lo que habría significado
ser alguien totalmente diferente.
Wislawa Szymborska

El ser multimediático

Hay en mis recuerdos una infinidad dispersa de acercamientos a los medios de comunicación. No se presentan como una disrupción agresiva a la discontinuidad narrativa de la memoria, tampoco son una pausa narrativa ni una secuencia con núcleos independientes. Los medios de comunicación aparecen como voces de fondo: incesante música ambiental que establece los periodos de la memoria. Así, mi secundaria está manchada por la violencia calderonista, mi bachillerato por el recuerdo de cuarenta y tres desaparecidos, y mi primaria por una epidemia de influenza.

El deseo también juega un papel en esa dialéctica del individuo pasivo frente a la cultura mediática y cibernética. Puedo determinar someramente los periodos de mi existencia por eventos individuales o familiares de la misma forma que lo puedo hacer por los deseos que me indujo la mercadotecnia. En sentido pragmático, mi familia entendería igual la frase “Me rompí el brazo cuando pasé a tercero de primaria” y “Me rompí el brazo cuando quería al Max Steel con el Elementor”.

Entonces, si la “realidad” mediática puede generar marcos temporales es indudable que existe una relación íntima entre sujeto y medios, sin embargo, no es suficiente para afirmar la existencia de un ser mediático. Desde la propuesta tripartita del ser freudiano, no es problemático pensar la existencia del individuo fragmentado; el verdadero enigma radica en que ser se entiende como una categoría ontológica inmanente. De modo que, afirmar la existencia del ser mediático implicaría que los sujetos tienen una dimensión inmutable inherente a los medios de la que no pueden escapar. No obstante, los medios cambian y la forma en que los sujetos se relacionan con ellos también. Pongamos, por ejemplo, a un individuo nacido a mediados de los setenta, este personaje habrá experimentado, para la actualidad, el fin de la posmodernidad y el comienzo de la posverdad; igualmente, el paso de la mediocracia a la infocracia como lo propone Byung-Chul Han, y el paso de la cultura analógica a la cibercultura. De esta suerte, su relación con los medios de comunicación habrá evolucionado y, por tanto, se habrá roto la característica inmanente del ser.

Ahora bien, la relación entre el sujeto y los medios cambia, en tanto que estos evolucionan y los intereses del primero también; sin embargo, la relación no se interrumpe. Y, como habrá quedado de manifiesto en el ejemplo anterior, quienes determinan el rumbo de este vínculo son los medios de comunicación. En este sentido, el sujeto es “arrojado” a un mundo donde los medios determinan el interés público y, en el caso de las redes sociodigitales, el privado. Desde la nunca arbitraria selección de primera plana en los periódicos hasta la elección psicométrica de las “notas” que aparecen en las redes sociodigitales, el discurso y el interés están regidos por los valores de la cultura multimediática. Además, la generalización pragmática de la cibercultura (desde la necesidad de un perfil en Facebook para enterarse de las noticias institucionales de, por ejemplo, la UNAM hasta seguir en Twitter las cuentas gubernamentales para mantenerse al tanto de programas sociales) ha provocado que el sujeto “arrojado” no pueda desprenderse de esta dialéctica.

Así, el sujeto es arrojado a una dinámica en la que no puede intervenir y de la que no puede escapar. Bajo esta perspectiva, se podría tomar prestado el dasein heideggeriano para hablar no de un ser mediático si no dasein mediático; es decir, un ser-en-el-tiempo-espacio mediático. Al agregar las dimensiones espaciotemporales del ser, estaríamos contemplando los cambios en la dialéctica mediática y compaginando las evoluciones de los intereses individuales con respecto de los medios. De este modo, tendríamos que el dasein mediático en tanto que categoría del ser (como el yo, el ello y el superyo freudianos) influye directamente en la formación del individuo.

La libertad del dasein multimediático

Ante esta imposibilidad de intervención y escapatoria, podríamos pensar que la pequeña dimensión libre del dasein mediático radicaría en las redes sociodigitales, pues, al contrario de los medios tradicionales, estas nos permiten elegir qué ver; es decir, determinar qué es relevante para nosotros y, aún más importante, cuándo lo es. Los cambios en los intereses individuales serían acompañados por el tipo de contenido digital que los sujetos consumen.

En un principio esto sería verdad, el primer contacto de un sujeto con las redes sociodigitales estaría determinado por los prejuicios anteriores a la cultura digital. Sin embargo, la libertad del clic termina después de ese acercamiento, como lo menciona Byung-Chul Han, los algoritmos de estas redes tribalizan a los individuos. Esto es, una vez que las redes perfilan al individuo, las relaciones que éste tenga con el medio digital estarán determinadas por un algoritmo diseñado para mantenerlo “conectado”. La psicometría le habría permitido libremente seleccionar su sesgo de confirmación, siempre bajo los límites de las narrativas de estos espacios sociodigitales. Después del contacto inicial, la interacción del sujeto con el medio estará determinada por la direccionalidad que este último le quiera dar al pensamiento del primero.

Un ejemplo clarificador es el caso de RT noticias en YouTube. Una vez que estalló la guerra de Rusia contra Ucrania, los canales de comunicación internacional rusos fueron eliminados de dicha plataforma y los espacios digitales se llenaron de la óptica occidental del enfrentamiento. Además, aun desde antes de comenzar el conflicto, quienes seguíamos los canales de comunicación rusos notamos que habían sufrido una invisibilización sistemática en diferentes espacios presuntamente imparciales. Entonces, existe disidencia en los medios sociodigitales siempre y cuando esté contemplada en el marco de sus intereses políticos.

Mi dasein multimediático

Recuerdo mi primer acercamiento a Facebook, los primeros me gusta otorgados a páginas y grupos contraculturales. Las primeras escuchas en YouTube de los Rude Boys, Ska-p y Los Rastrillos. Recuerdo cómo poco a poco fui descubriendo música, libros y grupos “disidentes” en el espacio digital y ahora, después de este breve ejercicio reflexivo sólo puedo preguntarme ¿qué es la disidencia? ¿Aún existe y, si existe, la sigue siendo disidente?

¿Será que existe algo como “la rebeldía de pensar” como la llama Óscar de la Borbolla o estaremos eternamente sometidos a la rebeldía dentro del marco normativo de los medios? Hace años era más sencillo saber qué formaba parte del bagaje disidente: la literatura prohibida, los manifiestos comunistas y socialistas, la libertad sexual. Todo lo censurable y reprimible formaba parte del acervo contracultural, pero ¿qué puede ser rebelde en un espacio donde “todo” está permitido? Volvemos al problema de la alegoría de la caverna y la imposibilidad de imaginar lo que escapa de nuestros horizontes.

Además, bajo la perspectiva de un dasein multimediático la posibilidad de salir de la caverna se complica aún más. Una vez que se asume que el ser-en-el-tiempo-espacio multimediático, el problema pasa de salir de la caverna a salir de una de las dimensiones del ser.

TikTok y la censura han dado los primeros pasos para mostrarnos lo que puede ser contracultural. Actualmente se ha popularizado la perífrasis verbal hacer la automorición para referirse al suicidio. Hablar del suicidio es incómodo para las plataformas y los hablantes han tenido que renombrar la realidad para escapar de la censura. Este tipo de censura idiomática nos lleva a pensar inevitablemente en la neolengua de Orwell y la posibilidad de que, una vez que la censura mediática se lleve lo incómodo, no haya forma de pensar una realidad alterna. Será, tal vez, que la única forma de escapar al dasein multimediático sea el no-ser.

La lección está más que aprendida

La lección está más que aprendida

Ilustración por Ansa Mustafa

Por Ailton Téllez Campos

Al ver a su esposa afligida por la pérdida de Pablo, el señor Arango propuso que fueran a “Angelitos de consuelo”. Una agencia dedicada a vender la experiencia de la paternidad a parejas jóvenes, a partir de la renta de infantes rescatados de las calles. Sin dudarlo, a la mañana siguiente, los Arango se encontraban reluciendo sus mejores prendas ante Consuelo, la directora de la agencia. Pasaron varios minutos tratando de convencerla de posibilitarles a uno de los desahuciados. Si bien ella sabía del poder adquisitivo que tenían los Arango para mantener a un niño, se encontraba un tanto hostil ante la petición de la insistente pareja. Al final, los Arango lograron que la directora los llevara al patio de juegos, donde escogerían a su próximo hijo. La señora Arango no tardó en señalar a uno de los niños, argumentando con la voz quebradiza que su rostro le recordaba mucho al de Pablito. Después de un rato de convivencia con el pequeño Luis, de tan solo ocho años, los Arango pasaron a la oficina de Consuelo para firmar el contrato de renta, el cual estipulaba que tendrían al niño bajo su protección por un periodo de dos meses.

Durante el primer mes, Luis obtuvo la atención y cariño que nunca había recibido en “Angelitos de consuelo”, y mucho menos en las calles. Aunque la mayor parte de los días el señor Arango llegaba agotado de la oficina, guardaba un poco de energía para la alegría de la casa. Si el clima lo permitía, jugaban futbol en el patio trasero. O si no, pasaban horas en la sala de entretenimiento, pegados al televisor jugando videojuegos. Por otro lado, la señora Arango, quien pasaba la mayor parte del día con Luis, se dedicaba a enseñarle lo más básico de la lengua inglesa, como los colores y los números. También preparaban recetas de postres que veían en internet, para después irse al cine y atascarse en más chucherías de la fuente de sodas.

Cuando llegó la fecha para devolver a Luis, los Arango estaban perdidamente encariñados con él, por lo que el señor Arango, con dinero en efectivo, fue con la directora Consuelo para ampliar el contrato de renta por seis meses más.

Conforme avanzaban los meses, el pequeño Luis empezó a tener actitudes caprichosas con los Arango. Como estaba atiborrado de juguetes, le era fácil romperlos, rayarlos e incluso quemarlos. Sabía perfectamente que, por medio del chantaje, no se le negaría nada. Cuando no le gustaba la comida casera, sin importar que la vajilla fuera valiosa, Luis no dudaba ni un segundo en tirar todo al suelo e irse sin comer a su habitación, pues en la madrugada podía atascarse del postre de la tarde sin que nadie lo molestara. La señora Arango comenzó a cuestionarse lo que había hecho mal con ese niño. ¿Era bueno cumplirle cada uno de sus antojos? O simplemente ¿servía para ser madre? Poco a poco, esas incógnitas brotaban por medio de peleas e insultos entre la pareja. Provocando que el señor Arango decidiera llegar a altas horas de la noche a casa, al estar reviviendo una aventura amorosa que, desde la llegada de Luis, había pausado con una de sus empleadas. Mientras que la señora Arango recaía en los fármacos para calmar la ansiedad.

Sin embargo, una de esas raras mañanas en las que Luis se portaba decentemente, jugaba con la señora Arango a las aventuras con sus muñecos de acción. Luis se había concentrado tanto en mover y darle voz al muñeco de su historia ficticia, que terminó ignorando a su madre. De igual manera, la señora Arango olvidó que estaba jugando con su hijo. Su mirada inexpresiva se había perdido en dirección a Luis, mientras que su mente caía en una espiral oscura que la hacía recorrer ideas perturbadoras. Esto provocó que con la fuerza de su puño tratara de hacer añicos el muñeco que sostenía en su mano. —Sólo es un niño —dijo en un suspiro, reincorporándose con entusiasmo al juego de Luis. Ese mismo día, en la noche, como ya era costumbre, el señor Arango había llegado tarde a casa. Al entrar, se percató de la penumbra que llenaba cada rincón y de un lamento que lo encaminó hasta la cocina. —¿Por qué la luz del refrigerador te alumbra? —Gritó con sarcasmo el señor Arango buscando el interruptor—. Podrías usar una de las lámparas para llorar con más claridad. Pero, al encender la luz, su mirada se llenó de inquietud al ver que de las patas de la mesa escurría un líquido rojo, hasta contemplar la cabeza de Luis reposando en un extenso charco de sangre, el cual cubría por igual el pastel con el que, minutos antes de ser acribillado, el pequeño saciaba su hambre. Y, sentada en el suelo, la señora Arango con un martillo entre las manos. Fue ahí donde el matrimonio pasó casi una hora de impetuosa discusión, junto al mal tercio que formaba el cadáver. Después de escupir sus errores y verdades, con la mente fría, los Arango tomaron acción antes de que los primeros rayos de luz se hicieran presentes. Mientras la señora Arango limpiaba la cocina y se lamentaba porque recién la habían remodelado, el señor Arango trataba de enrollar el cuerpo del niño con unas sabanas que estaban por tirar.

A primera hora del día, los Arango se encontraban relucientes en la oficina de la directora Consuelo. Intrigada por la ausencia del niño, con el ceño fruncido, la directora preguntó —¿Dónde lo tienen? —Apenados, sin decir una palabra, los Arango llevaron a la directora al estacionamiento de la agencia, donde al abrir la cajuela del auto mostraron la bolsa de basura en la que se encontraba Luis. La directora llamó a uno de los empleados de limpieza e indicó el traslado del cuerpo directamente al crematorio, ya que los contenedores de desecho se hallaban saturados. Luego de que los Arango costearan una multa costosa por la pérdida total del producto, los tres habían entablado una plática amena. No obstante, antes de despedirse, en un lapso silencioso, la directora Consuelo señaló el vientre de la señora Arango —Me lo tratan bien, eh. —La señora Arango frotó con delicadeza su vientre —Con dos errores la lección está más que aprendida —contestó la señora Arango con una tierna risotada.