Por Jajo Crespo

Pude haber sido yo misma, pero sin que me sorprendiera,
lo que habría significado
ser alguien totalmente diferente.
Wislawa Szymborska

El ser multimediático

Hay en mis recuerdos una infinidad dispersa de acercamientos a los medios de comunicación. No se presentan como una disrupción agresiva a la discontinuidad narrativa de la memoria, tampoco son una pausa narrativa ni una secuencia con núcleos independientes. Los medios de comunicación aparecen como voces de fondo: incesante música ambiental que establece los periodos de la memoria. Así, mi secundaria está manchada por la violencia calderonista, mi bachillerato por el recuerdo de cuarenta y tres desaparecidos, y mi primaria por una epidemia de influenza.

El deseo también juega un papel en esa dialéctica del individuo pasivo frente a la cultura mediática y cibernética. Puedo determinar someramente los periodos de mi existencia por eventos individuales o familiares de la misma forma que lo puedo hacer por los deseos que me indujo la mercadotecnia. En sentido pragmático, mi familia entendería igual la frase “Me rompí el brazo cuando pasé a tercero de primaria” y “Me rompí el brazo cuando quería al Max Steel con el Elementor”.

Entonces, si la “realidad” mediática puede generar marcos temporales es indudable que existe una relación íntima entre sujeto y medios, sin embargo, no es suficiente para afirmar la existencia de un ser mediático. Desde la propuesta tripartita del ser freudiano, no es problemático pensar la existencia del individuo fragmentado; el verdadero enigma radica en que ser se entiende como una categoría ontológica inmanente. De modo que, afirmar la existencia del ser mediático implicaría que los sujetos tienen una dimensión inmutable inherente a los medios de la que no pueden escapar. No obstante, los medios cambian y la forma en que los sujetos se relacionan con ellos también. Pongamos, por ejemplo, a un individuo nacido a mediados de los setenta, este personaje habrá experimentado, para la actualidad, el fin de la posmodernidad y el comienzo de la posverdad; igualmente, el paso de la mediocracia a la infocracia como lo propone Byung-Chul Han, y el paso de la cultura analógica a la cibercultura. De esta suerte, su relación con los medios de comunicación habrá evolucionado y, por tanto, se habrá roto la característica inmanente del ser.

Ahora bien, la relación entre el sujeto y los medios cambia, en tanto que estos evolucionan y los intereses del primero también; sin embargo, la relación no se interrumpe. Y, como habrá quedado de manifiesto en el ejemplo anterior, quienes determinan el rumbo de este vínculo son los medios de comunicación. En este sentido, el sujeto es “arrojado” a un mundo donde los medios determinan el interés público y, en el caso de las redes sociodigitales, el privado. Desde la nunca arbitraria selección de primera plana en los periódicos hasta la elección psicométrica de las “notas” que aparecen en las redes sociodigitales, el discurso y el interés están regidos por los valores de la cultura multimediática. Además, la generalización pragmática de la cibercultura (desde la necesidad de un perfil en Facebook para enterarse de las noticias institucionales de, por ejemplo, la UNAM hasta seguir en Twitter las cuentas gubernamentales para mantenerse al tanto de programas sociales) ha provocado que el sujeto “arrojado” no pueda desprenderse de esta dialéctica.

Así, el sujeto es arrojado a una dinámica en la que no puede intervenir y de la que no puede escapar. Bajo esta perspectiva, se podría tomar prestado el dasein heideggeriano para hablar no de un ser mediático si no dasein mediático; es decir, un ser-en-el-tiempo-espacio mediático. Al agregar las dimensiones espaciotemporales del ser, estaríamos contemplando los cambios en la dialéctica mediática y compaginando las evoluciones de los intereses individuales con respecto de los medios. De este modo, tendríamos que el dasein mediático en tanto que categoría del ser (como el yo, el ello y el superyo freudianos) influye directamente en la formación del individuo.

La libertad del dasein multimediático

Ante esta imposibilidad de intervención y escapatoria, podríamos pensar que la pequeña dimensión libre del dasein mediático radicaría en las redes sociodigitales, pues, al contrario de los medios tradicionales, estas nos permiten elegir qué ver; es decir, determinar qué es relevante para nosotros y, aún más importante, cuándo lo es. Los cambios en los intereses individuales serían acompañados por el tipo de contenido digital que los sujetos consumen.

En un principio esto sería verdad, el primer contacto de un sujeto con las redes sociodigitales estaría determinado por los prejuicios anteriores a la cultura digital. Sin embargo, la libertad del clic termina después de ese acercamiento, como lo menciona Byung-Chul Han, los algoritmos de estas redes tribalizan a los individuos. Esto es, una vez que las redes perfilan al individuo, las relaciones que éste tenga con el medio digital estarán determinadas por un algoritmo diseñado para mantenerlo “conectado”. La psicometría le habría permitido libremente seleccionar su sesgo de confirmación, siempre bajo los límites de las narrativas de estos espacios sociodigitales. Después del contacto inicial, la interacción del sujeto con el medio estará determinada por la direccionalidad que este último le quiera dar al pensamiento del primero.

Un ejemplo clarificador es el caso de RT noticias en YouTube. Una vez que estalló la guerra de Rusia contra Ucrania, los canales de comunicación internacional rusos fueron eliminados de dicha plataforma y los espacios digitales se llenaron de la óptica occidental del enfrentamiento. Además, aun desde antes de comenzar el conflicto, quienes seguíamos los canales de comunicación rusos notamos que habían sufrido una invisibilización sistemática en diferentes espacios presuntamente imparciales. Entonces, existe disidencia en los medios sociodigitales siempre y cuando esté contemplada en el marco de sus intereses políticos.

Mi dasein multimediático

Recuerdo mi primer acercamiento a Facebook, los primeros me gusta otorgados a páginas y grupos contraculturales. Las primeras escuchas en YouTube de los Rude Boys, Ska-p y Los Rastrillos. Recuerdo cómo poco a poco fui descubriendo música, libros y grupos “disidentes” en el espacio digital y ahora, después de este breve ejercicio reflexivo sólo puedo preguntarme ¿qué es la disidencia? ¿Aún existe y, si existe, la sigue siendo disidente?

¿Será que existe algo como “la rebeldía de pensar” como la llama Óscar de la Borbolla o estaremos eternamente sometidos a la rebeldía dentro del marco normativo de los medios? Hace años era más sencillo saber qué formaba parte del bagaje disidente: la literatura prohibida, los manifiestos comunistas y socialistas, la libertad sexual. Todo lo censurable y reprimible formaba parte del acervo contracultural, pero ¿qué puede ser rebelde en un espacio donde “todo” está permitido? Volvemos al problema de la alegoría de la caverna y la imposibilidad de imaginar lo que escapa de nuestros horizontes.

Además, bajo la perspectiva de un dasein multimediático la posibilidad de salir de la caverna se complica aún más. Una vez que se asume que el ser-en-el-tiempo-espacio multimediático, el problema pasa de salir de la caverna a salir de una de las dimensiones del ser.

TikTok y la censura han dado los primeros pasos para mostrarnos lo que puede ser contracultural. Actualmente se ha popularizado la perífrasis verbal hacer la automorición para referirse al suicidio. Hablar del suicidio es incómodo para las plataformas y los hablantes han tenido que renombrar la realidad para escapar de la censura. Este tipo de censura idiomática nos lleva a pensar inevitablemente en la neolengua de Orwell y la posibilidad de que, una vez que la censura mediática se lleve lo incómodo, no haya forma de pensar una realidad alterna. Será, tal vez, que la única forma de escapar al dasein multimediático sea el no-ser.