Y tú y yo y

Y tú y yo y

Por Damián Damián

(Homenaje a Jaime Sabines)
A Ana Jessica Ortiz Martínez

Míranos, mi amor. Ojalá me leas ojalá ojalá. Sí, nos casamos. De blanco y viejo, como querías. Aquí estamos juntos en lo indefinido. Y te entiendo y me entiendes. Y sí sí sí y no no no. Y nos entendemos, pero por miedo te me volaste, con grandes alas de lechuza blanca mensajera, de mi feroz apariencia de un ser humano fragmentado. Es normal. Lo animal aparenta no tener criterio, fe o lo que sea que te hizo estar sí y estar no. Pero aquí sigo, escribiendo de ti. Y haces como que me avientas medio ojo. Y yo lloro y te digo vuelve y viceversa, y tú lo haces también. Labios y viceversa, voz y viceversa. Tú y yo aquí y viceversa estamos más que menos casados muy amados en la raíz de la ortografía. Y volvemos y volvemos lindo nos reconocemos. Pero ambos tropezamos y caemos: bajo, al suelo, bajo el suelo. Y me levanto te pienso. Y aquí estas conmigo solos tú y yo. Aquí sí podemos estar para siempre. Y tú y yo allá lejos de ti y lejos de mí que eres tú. Y te amo. Te amo te amo te amo te amo te amo. De lunes a viernes. Y pienso y pienso y no sé si estoy pensando en realidad sobre los espejismos en el desierto. Más y más y más serás y eres el amor de mi vida y duele. Dueles dolor que me confunde y me distrae de ti, amor de mí y de mi vida. No mirarte, no tocarte, saber dónde encontrarme y —a petición tuya— petrificarme en un recuerdo en el que yo era tu todo hombre, es una calma agónica, es una de las peores torturas que el hombre está destinado a soportar. He perdido un dedo un brazo un pie. No es sensato el tintero con mucho que escribirte, con mucho goce de lamer cada línea de tu cuerpo y ni siquiera saberte a hoja blanca. No olerte mi nombre, sin respuestas, saber que una parte de ti se despoja y aplasta con la fobia hacia las ratas de mis abrazos, mis besos y el calor de mi cuerpo es infinitamente perturbador. Abres la llaga y no soy el primero, pero sí el último. La manera de desmembrar y retirar cada uno de los rastros de mis dedos de tu cuerpo tampoco es la primera vez. No eres la primera. Ni las huellas que esto va a dejar en tu corazón, pero soy el último. Seré el peso del alma. Seré las enfermedades que tu cuerpo alberga en silencio y que jamás se curarán. Serás el orgasmo montado en otra o tú montada en otro. Y ahí me verás. Sí, soy el primero y tú la primera en nuestra historia. Y las huellas que he dejado son una cicatriz, larga y profunda, que va desde la abertura de tu vagina hasta mis dedos en tu boca, tirando, jalando duro hasta el silencio. Esto tú y yo pesa nuestro amor. Estoy desfiguro que me provoca duele, saber que no puedo ser más parte de tu vida, no es el primer dolor, solo se abrió una llaga, otra más, otra más, llamada partida. Pero ya estaba. Es el irrepetible sentir este placer mundano de la tristeza. Nuevamente lo más doloroso. Y no te apiadas de un hombre que es enteramente, a pesar de contrariarse, feliz contigo. Un ser indescifrable, que te aburrió por que creías dominarlo. Pienso, pienso mal, lo sabes ves. Sí, lo haces, escribo para ti, cándida e inmaculada virgen de mi masturbación matutina, dueña de mi amor al exceso de tus venidas magistrales del roce de mi glande con tu clítoris. Dueles dolor doliente. Sabes, sí. Odio hacerlo y no sentirte. Sin buscarme. Ni un dedo que ya no es mío mueves. Sabiendo que ni tú quieres partir. Escuchar que te vas de mí es uno de los peores martirios a los que someto mi antagónica humanidad. Leerte por un chat las palabras que no escribes y los te amo que brotaban al roce de mi virilidad por tu ano y que pronunciabas al goce, calan ausencia. Tu mano y la mía dos una juntas sin comas. Porque nunca importaban las comas tanto mientras hubiera espacios. Otra vez nuevamente otra más. El ya no estás ni en el chat es uno de los mayores escozores de la vida relativa. Te desarmas. Quería esconderme de ti, a pesar de mí. Fumo cigarrillos para aturdir a la idea de sin ti que con su poca oxigenación me hará no tal vez presentarnos. Otro día en otro momento. Otro más otro más. Quería salir corriendo a lo oscuro del día como las cucarachas y sus fobias a los zapatos. Porque dulces, dueles, sí, como no. Y cómo chingados no te voy a extrañar. Si cada vez que te pierdo todo se transforma, el agua, la luz, el viento, tu cuerpo de mujer sin mi miembro dentro de él. Todo cambiará. Tu sonrisa, mi nombre, el espacio, tus calzones y los míos, tu amor tan maravilloso, las comas. Todo no será y será nuevamente. Y no te odio. Digo vuelve y volverás, pero no estás, porque no te has ido. Porque aquí estás. Hablo de ti, vives en mí. Sonriente no sonriente. Tan alegre como cuando nunca te conocí y como cuando nos juramos amor eterno. Aquí repito repito repito si estamos para siempre. Pero solo aquí y en aquí. Somos cíclico, infinito. Para siempre si está. Lo logramos. Si existe. Solo estamos, aquí estoy estás estamos: en las palabras: en el te extraño.

Y como me dijo el maestro que te dijera a ti que nos dijera a ambos que calla vuele que no te has ido: 

Vamos a guardar este día
entre las horas, para siempre,
el cuarto a oscuras,
Debussy y la lluvia,
tú a mi lado, descansando de amar.
Tu cabellera en que el humo de mi cigarrillo
flotaba densamente, imantado, como una mano
acariciando.
Tu espalda como una llanura en el silencio
y el declive inmóvil de tu costado
en que trataban de levantarse,
como de un sueño, mis besos.

La atmósfera pesada
de encierro, de amor, de fatiga,
con tu corazón de virgen odiándome y odiándote.
todo ese malestar del sexo ahíto,
esa convalecencia en que nos buscaban los ojos
a través de la sombra para reconciliarnos.
Tu gesto de mujer de piedra,
última máscara en que a pesar de ti te refugiabas,
domesticabas tu soledad.
Los dos, nuevos en el alma, preguntando por qué.
Y más tarde tu mano apretando la mía,
cayéndose tu cabeza blandamente en mi pecho,
y mis dedos diciéndole no sé qué cosas a tu cuello.
Vamos a guardar este día
entre las horas para siempre.

Soliloquio de la muerte en la existencia

Soliloquio de la muerte en la existencia

Por Damián Damián

La muerte no es el final de la existencia. Es el final de un cuerpo humano, pero no del ser mismo. La muerte es el silencio indefinido, interminable, pero el ser no se acaba al entrar en ese estado del recuerdo indescriptible y repercutible. La existencia sigue hasta que la voz calla. Después de ahí, entonces ya sigue la inexistencia. Pero la muerte se enmudece en el momento que la respiración se detiene. ¿Por qué tender ese puente entre la muerte y la existencia del ser humano si la carne es lo único que se merma en ambos casos? una cosa es morir y otra existir, y evidentemente son obvias pero diametralmente distintas. ¿Será la cultura? ¿Por qué la muerte o la inexistencia, en todo caso para muchos lo mismo, aunque no es así, tienen que ser turbias, caídas, oscuras y perturbadoras? ¿Será la sociedad, su tradición o transparencia? 

En todo caso, el acto de morir inmortaliza lo finito del ser, pero no le da perpetuidad en lo existente. Los seres humanos le dan más valor a la carne que al ser en el momento en el que cierra los ojos para no ver, sino para sentir su propia caída. No hay mejor acto de existencia que la expresión de lo inerte en el acto de la muerte. Y es en este punto donde os pregunto ¿a qué llegamos a esta vida tan relativa con el sueño consciente? ¿A dejar existencia o a solo morir? Los seres humanos tenemos una tarea respecto de otro ser, por igual, de carne y hueso. Cual sea que sea, la tarea es marcar otras vidas que, para bien o para mal, darán voz y voto a la carne que en algún momento nos dio presencia. Pero esa voz, libre relativamente, nos dará tiempo y espacio en la misma existencia. Juzgará la distancia del ser mismo a pesar de su inmaterialidad. Asimismo, postergará la estancia de la vida en la palabra si los actos carnales dejan alguna clase de huella en los paseantes de la transmutación del barro en tierra. 

Considero de eso se trata la muerte. De vivir bien. De llevar con conciencia y claridad la palabra, que es la que nos dará vida en la posteridad. Podemos existir, claramente. Pero la infalible muerte se cruza en esa brecha diminuta del estar y no estar presente. La muerte es ese encanto del sueño permanente, de la romántica idea de los deseos inamovibles, del descanso inalterable, de la paz del cuerpo ¿por qué tendría que ser doloroso morir ante los que juzgan la muerte, si aquel que se va llegó a este mundo cumpliendo un ciclo sin principio y fin? 

La muerte y la existencia, la palabra misma, son simplemente tiempos determinados. Tiempos de choques cósmico-creadores de mundos en la psique de la misma masa cerebral. Son la ilusión de aquellos que recargan su fe en un Dios. Son el descanso eterno de quienes penan una terrible enfermedad. Sin duda alguna, la muerte y la existencia son la paráfrasis, la metáfora, la introspección de la vida humana que tenemos que hablar, escribir, experimentar, sin razón, sin lógica, sin elocuencia, con disfrute y regodeo, pues solo es una extensión del tiempo en el que prestamos espacio para realizar, hacer y deshacer el producto de un pensamiento, que no tiene finalidad en la brecha del ser mismo. 

Y como diríamos al final de la carne. No nos queda más que disfrutar esta indeleble vida, llena de indescifrables actos e incertidumbres momentos. Hay que aprovechar y comprender, exprimir a modo de jugo, la gracia del ahora estar y no lamentar la partida a la cual llegaremos todos en algún momento. Pues para bien o para mal, nos tocó un tiempo limitado, un tránsito inalterable en esta tierra, unas veces húmeda, otras veces seca.

Siendo lo anterior, he aquí un poema de la intensidad con la que uno, varios, aquellos, disfrutan la muerte misma, la existencia, la presencia y la realidad:

Así porque la tristeza es como un árbol
pienso    y sus ramas
nostalgia
agonía
dolor
sufrimiento
melancolía
murria
pena
pesadumbre
amargura    y
desconsuelo
dan frutos    inverosímiles

Un día trabajando me rebané un dedo
el meñique    el menos importante   dicen

Y con los años quedé ciego de un ojo
del derecho    para ser exacto    como en la hora.
Entonces    soy zurdo    completamente
y solo tengo un giro
al que le puedo apostar    con serenidad

Mi madre murió de cáncer
de esos que secan el cuerpo
y que al final te quiebran    te erosionan
sobre la cama    entre sábanas blancas
y marcas de humedad

A mi padre lo mataron
lo secuestraron
dijeron
cuando fui a reconocer su cuerpo
desarticulado    desarmado e inservible

Una hermana    con dos abortos naturales y una muerte de cuna
se orilló al suicidio
En esa carretera oscura
se colgó en su recámara    como ropa usada
discreta    reservada    como siempre

Su expareja    con todo y sus adicciones  sigue con su vida    como si estuviera cojo
manco    o también ciego de un ojo

Otra hermana    que ya no veo
desapareció un día    sin dejar rastro
Sé que vive    manda fotos
a algunos parientes    de mi lejanía y la suya

Tengo tantas cicatrices en que no me gusta ver mi cuerpo en el espejo
me desprecio
De reojo reviso que no me falte otra extremidad    otra orilla
sobre todo    por cualquier tropiezo

No es mala suerte    es la vida
son sus singularidades
Y aquí estoy    contándote esto sin ninguna pena

No te culpo mujer    te admiro
Tu rudeza    tu crudeza   tu crueldad
Tan vil    que las mil maldiciones en tu nombre deben caer
pues tu  piel a mis cabellos no los deja volver en sí mismos    

y caen sobre mi rostro

El movimiento de las emociones

El movimiento de las emociones

Por Damián Damián

Al hablar de migración se gira en torno al movimiento de las masas. Se llega al cambio a través del recorrido por mejorías de cualquier tipo, aunque las principales son económicas y sociales. Sin embargo, al migrar, las personas no solo llevan consigo metas, esperanzas o adversidades, también llevan una carga de emociones que recubren sus proyectos e ilusiones y que pocas veces, o casi nunca, he oído o leído de ello. Será porque he estado metido muy poco en el asunto o porque en la universidad no tocamos las particularidades de este fenómeno. 

Ahora, considero, una persona también puede migrar de corazón en corazón, metafóricamente. Buscando estar mejor, económicamente, socialmente, por decirlo de alguna forma común. Buscamos estabilidad. Esto es, donde sentimos que estamos mejor posicionados, donde sentimos que nos va bien. Porque, sin duda, cuando de corazones se trata, también hay una inversión. 

Y es natural que cuando andamos de corazón en corazón, aprendamos que, así como podemos llegar, también podemos irnos. Pero hay que experimentar el establecernos, el desalojarnos. Pues dejando la metáfora de lado, es el mismo proceso que viven los movimientos migratorios. Llegan, se van, se establecen. Si no se cumplen sus expectativas caminan nuevamente. Las emociones, inmersas, presentes siempre, lo mismo. He leído a muchos poetas hablar del cuerpo como un país. He leído que cuando dos enamorados se habitan, el reconocimiento que la carne tiende a sentir por la tierra ajena es por un espacio para pertenecerse. Como he dicho en un principio: vayamos a donde vayamos, de lugar en lugar, de país en país, de cuerpo en cuerpo, las emociones, esos sentires de la vida, nunca dejarán de transpirar. 

París de cuerpo entero

El no conocía París, pero tenía en la universidad una amiga francesa que se ofreció a enseñárselo. Lo llevaría hasta el último recodo, de orilla a orilla. La condición: que se dejara seducir. Que no opusiera resistencia. Él asintió con la cabeza y sonrió un instante. Apenas cerraron la puerta de la habitación del hotel, ella corrió las cortinas, apagó la luz y lo hizo entrar en la cama. Cinco días con sus noches estuvieron sus almas luchando cuerpo a cuerpo. Sólo hicieron tregua para beber un poco de la luz que se colaba por las rendijas.

Cada cuerpo, ese lugar, un país, con sus montes, cerros, selvas, ríos y desiertos, acomodados naturalmente para que las personas que lleguen para quedarse puedan establecerse y además acoplarse y entenderse, es el dador de vida para que, como lo he mencionado, puedan pertenecerse. Pues ese país se mueve, toma vuelo, brinca, respira y te demuestra que no hay que subestimarlo, que debes cuidarlo, porque a la menor provocación se zangolotea y hay que agarrarse muy bien para no caer en la nada mar, a las orillas de un pie, en la arena de una mano o en el medio día de la cintura. 

Cuando regresó a su país y le preguntaron por plazas y museos, por calles y jardines, él que no había pisado ni la acera contigua al edificio, se quedó maravillado cuando empezó a responder con la minuciosidad de un relojero.             

Rogelio Guedea, Del aire al aire

Sin embargo, es difícil llegar a un país que no conoces. Tienes que aprender el idioma, principalmente, hablarlo a tropezones, pues cada palabra significa algo distinto por regiones. Tienes que buscar en qué parte del vientre, o de las costillas, debajo del pecho o sobre qué mejilla, acomodarse, balbucear para luego formar las palabras de un cálido: este es mi hogar. Es difícil, sí. Porque llegamos, en muchos casos, sin nada y con el anhelo de estar bien, pero desilusionados de las resbaladas que te has dado de país en país, de cuerpo en cuerpo. Empero, la migración es así, un volado, un monedazo, es arriesgar, es probar. 

La vuelta al mundo
(Fragmento)

La renta, el sueldo,
el trabajo en la oficina
los cambie por las estrellas
y por huertos de harina.
Me escape de la rutina
para pilotear mi viaje
porque el cubo en el que vivía
se convirtió en paisaje.
Yo era un objeto
esperando a ser ceniza.
Un día decidí
hacerle caso a la brisa
a irme resbalando detrás de tu camisa.
No me convenció nadie
me convenció tu sonrisa.

Los movimientos migratorios establecidos buscan cómo alimentarse. Es el segundo paso después del intercambio de palabras entre los amorosos que gustan de habitar otro cuerpo, otro país. Ya sea que vayas a los labios de agua salada, a los lagrimales de agua dulce o a los rápidos del monte de venus, uno no se muere de hambre o de sed, pues la cosa es buscarle, hay que trabajar la tierra: estar a todo color, ante el calor del algo que nos cobija en nuestra estancia, y aunque se tengan que hacer sacrificios como pasar la hambruna o el tempestivo frío, hay recompensas. Comprendemos cómo hacer redituable la tierra, saber cuándo erupciona, tiembla, llueve y se enfría, y aunque nos puede entrar la desesperación y salir corriendo, hay que aguantar los putazos. Porque no podemos ir de país en país, de cuerpo en cuerpo, con cobardía. No podemos echarnos para atrás sin aprender del error y continuar. Ya, como diríamos: la cagué, aprendí, enmiendo el daño y continúo.

Y me fui tras de ti
persiguiendo mi instinto,
si quieres cambio verdadero
pues, camina distinto.
Voy a escaparme hasta la constelación más cercana,
la suerte es mi oxígeno,
tus ojos son mi ventana.
Quiero correr por siete lagos
en un mismo día.
Sentir encima de mis muslos
el clima de tus nalgas frías.
Llegar al tope de la tierra,
abrazarme con las nubes,
sumergirme bajo el agua
y ver como las burbujas suben.

Calle 13, Entre los que quiera

Por otra parte, pero en el mismo lugar, las tradiciones, costumbres, hábitos y modos es a lo que se enfrenta el migrante. Cuesta adecuarse a los días, porque un día la política interior es buena, pero la política exterior no lo es. Y puede que ese país tenga fe en un Dios diferente al tuyo. O simplemente no tenga uno. Puede almorzar a las tres de la tarde cuando tú lo haces a las nueve de la mañana. Navidad no es la navidad que tu conoces. Y el día de la bandera a lo mejor ni siquiera existe en ese lugar, donde ni hay bandera, ni navidad, ni Dios, ni políticas. Un día puede estar muy sucio y otro día muy limpio, un día puede tener movimientos bruscos y olorosos y otros días lluvia ácida. Pero es completamente natural que los países tengan ánimos desconocidos a los nuestros. Es completamente normal que los países tengan algunas islas a su alrededor, y las provean de alimento, fauna y tiempo. Si llegamos a un país, a un cuerpo, que sentimos será mutuo con nuestro trato, podemos descansar, los hogares no se crean de la noche a la mañana. 

Los amorosos
(Fragmento)

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.

Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.

Migrar es un fenómeno que, en sí mismo, involucra totalmente al ser humano en cuerpo y alma y ante cualquier tipo de adversidades. Y si una persona migra de nación, lo mismo hace al entrar en la vida de otra persona.

Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre —¡qué bueno!— han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.                                                                                                                                   
Jaime Sabines, HORAL

La Musa

La Musa

Por Damián Damián, Sociólogo 

  Para Ana Jessica Ortiz Martínez  

                                                                                      “No hay peor dolor que recordar
                                                                               la felicidad en tiempos de la miseria”
Dante  Alighieri

La música nos acerca a otras realidades que se transcriben con la nuestra. Nos hace parte de ellas y extiende nuestra capacidad para imaginar, para pensar. Para bien o para mal, el mensaje, cuando lo hay, nos cobija y viste porque sentimos empatía con ese recuerdo que nos reanima un momento singular de nuestra vida. La música tiene esa capacidad de mancillar o nutrir la psique. Es un concepto, una filosofía que transgrede y transmite una forma del cómo ser. Es una expresión del alma e interpretación del mundo que nos rodea. Nosotros, los que sentimos la música, podemos darle un sonido a cada cosa que se mueve en esta tierra e incluso, a lo inerte e inamovible. Pues melodías hay a lo largo de nuestro camino a la muerte, tanto que nosotros mismos somos y llegamos a ser una canción.

Cada quién elige que decisiones tomar en su cotidianidad y eso infiere en el género musical de su preferencia, pero, en pocos casos, a lo largo de la vida se sostiene, transforma y se vive. En mi caso particular, lo que me ha mantenido hasta el momento fiel a mi género, a mi desmadre, es esa construcción de un mundo en donde la pasión y el amor por vivir está a nada de la punta de nuestros dedos, en donde muchos se asustan por ese escozor cálido que pueden sentir o el susurro del viento que dice: sueña, experimenta, arriésgate.

Lo he dicho siempre, la música es como la literatura. Hay tantos autores como músicos, y hay calidades, contenidos, realidades. Hay tantos libros como canciones. Podría decir, también en todo caso, que la música es literatura y viceversa, pero pocos géneros tienen ese acercamiento a esa práctica paradisíaca que no hace más que construir una utopía en nuestra imaginación que, lejos de dañarnos o demeritarnos idealizándonos, nos cultiva. Tristemente no todos estos escritores o músicos aprovechan esa capacidad meticulosa de interpretación para generar un cambio en el público, en las masas. En muchos casos se dejan llevar por las tendencias y el peso que pudieran arrastrar en cuanto a fama se refiere. Sin embargo, el rock es uno de esos movimientos culturales, momento de la historia, que cimbró totalmente a la sociedad. Las cargas simbólicas de su “radical” recreación de los valores a los que acostumbramos figuraron con una revolución total quebrantando el estereotipo habitual de la normalidad sin dejar de reconocer la resistencia al cambio por parte de la conservación. 

El rock nos dio la manumisión de esa normalidad que, si bien no es antisistémica, nos abre un panorama a una interpretación un poco más propia o crítica ante la que tradicionalmente tenemos arraigo. Sin dejar de lado que, desde sus orígenes en una sociedad conservadora hasta nuestros tiempos contemporáneos, en una sociedad líquida, ha imperado por la libertad de expresión, como lo decía, claro, de quienes seguimos sus principios. Ya que esa represión que, por decirlo habitualmente, el sistema nos ha impuesto y domina, se diluye con su armonioso estruendo soberano al pensamiento.

Particularmente, mi bandera, el Heavy Metal o metal como simplemente se le conoce, desde sus orígenes con Black Sabbath en Inglaterra, Barón Rojo en España, V8 en Argentina y Luzbel en México, como ejemplos meramente representativos, ha transgredido totalmente al sistema en donde formaron una nueva visión filosófica del ser libre. Tomando entre sus manos, en su mayoría, un bastión meramente literario. Sus piezas transmiten lo que pocos géneros recogen de la belleza humana: la poesía. 

Para este escrito quiero desempolvar dos creaciones características del género metalero debido a su acercamiento directo con las obras de las cuales emergieron. El primer álbum es La Leyenda de la Mancha de la banda española Mägo de Oz, de 1998. Este trabajo busca representar esa lucha eterna entre el pensamiento irracional y racional. Basado en la novela canon de la literatura universal de Miguel Cervantes de Saavedra, El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha cuya primera parte se editó en Madrid en el año 1605 y, diez años más tarde, en 1615 la segunda parte. En palabras del autor:

El propósito de este CD (…) no es otro que si no abrirte la puerta a un mundo fantástico, lleno de aventuras, de humor, en el que podrás encontrar una confrontación entre dos formas distintas de ver la vida: Una idealista representada por Don Quijote, defensor de la justicia, el honor, la belleza (…) y otra materialista representada por Sancho Panza, que siempre se muestra escéptico y no cree en otra cosa que no sea lo que puedan ver sus ojos y palpar sus manos.

Sin duda es una de los materiales de la agrupación que, a consideración, es un compendio meramente filosófico del cómo podemos percibir el pensamiento a raíz de una interpretación libre, a campo abierto de la imaginación, dejando muchos de los miedos que son elaborados por nuestra propia mente, así como para aligerar el alma de cargas que, al igual que los miedos, no nos permiten la libertad para reír, llorar, perdonar, amar y crecer. Trabajos como este nos dan la oportunidad de reflexionar sobre los diversos vericuetos de la existencia, apreciando a cada ser con su propia naturaleza, porque en realidad todo es tan simple en la vida que es muy incierta e imperfecta. He aquí un fragmento de Sancho Panza conversando con la muerte de Don Quijote, en donde, a percepción del autor: “cuando alguien querido se te va, nos queda la sensación de no haberle demostrado todo cuanto sentíamos”.

Ahora que ya tú no estás aquí
siento que no te di
lo que esperabas de mí.

Ahora que todo terminó
a quien de mi te alejó
yo le quisiera pedir. 

Que me deje sólo un día más
para poder hablar
de lo que eras para mí.

Que me deje disfrutar
de tu voz, y contemplar
tus ojos una vez más (…)

No creo en el más allá,
no sé dónde buscarte
y aquí no estás.

No creo en la eternidad,
necesito encontrarte
y estar en paz.

Necesito terminar
lo que un día empezamos a planear.
Lo que quiero es tenerte
y no recordar (…)

El segundo trabajo que magníficamente relata la obra de otro autor canon de la literatura es Legado de una Tragedia. Consistente en una pentalogía ópera rock, versa y traspapela en sus versos la vida del escritor Édgar Allan Poe. Entrega que consta en una primera trilogía biográfica y ficticia y dos capítulos epílogos, comienza con su primer trabajo en el 2008 y concluye en el 2020. En estas cinco entregas podemos apreciar las más terroríficas muestras de dolor y angustia de quienes nos entregamos al amor. Ese viaje de las desdichas diarias entre el martirio de perder o encontrar el peso de cada lágrima. Sin embargo, la mejor parte de la entrega la recargo en la segunda parte de la trilogía dividida en dos actos y describe la muerte de Édgar Allan Poe y su tormentoso viaje entre los nueve círculos del Infierno que Dante Alighieri penumbra en La Divina Comedia, con el fin de encontrarse con Satán, amo y señor del Infierno, e intentar romper el pacto que le condena a vagar en el dolor el resto de la eternidad.

Al igual que sucede en La Divina Comedia, Edgar Allan Poe es guiado en su andanza por el poeta Virgilio, haciendo el mismo recorrido que hace con Dante. A lo largo de su penante y tormentoso periplo se encuentra con dioses mitológicos, monstruos, la Laguna Estigia, Dite y con las condenadas almas de otros personajes históricos que hicieron un pacto similar con el diablo, cuyas vidas terrenales tuvieron paralelismos con la del autor y que ahora sufren el perverso castigo del desconsuelo. En la canción los Infortunios de la Virtud podemos apreciar una discusión entre el Marqués de Sade y Edgar Allan Poe sobre el cómo las virtudes naturales, morales o amorales pueden ser juzgadas por igual. Y así mismo la discursiva filosófica se encuentra en todo el trabajo entre Dante y Poe. He aquí un dialogo del Primer Acto de la segunda entrega:

Poe:  ¿Quién eres tú?, ¿Qué haces aquí? ¡Habla!         

Dante:  Mira alrededor, esta es mi obra magna.

Poe:  Todo este horror surcaba tu mente, desolación, un canto de muerte.

Dante:  Tuve una visión, yo no soy quien juzga, solo mostré el precio de la culpa. Abrir las puertas del Inframundo.

Poe: La oscuridad de nuestro futuro.

Dante: Tu mejor que nadie para comprender la senda del horror. Puedo verme en ti, me es tan sencillo comprender todo tu dolor, tu angustia y la sed que asola tu alma. Yo también amé, mi adoración fue en vano. Nunca besé aquel rostro idealizado. Más allá del amor… el dolor, al menos ella fue tuya. Yo también amé, Beatriz fue solo mi musa

Poe: Más allá del amor… el dolor. Ella murió a temprana edad y con ella me enterró. El angosto valle de la soledad cuartea el corazón (…)

Y sin tantos preámbulos, estimado público, este acercamiento del Heavy Metal con la literatura clásica puede ser un viaje maravilloso que nos tiende ese puente entre las obras más benevolentes y malévolas de una época con nuestra vigente razón o imaginación. Así como esa calma versada que nos puede traer paz en los momentos más asfixiantes de nuestra vida porque, como decía Octavio Paz: “La mucha luz es como la mucha sombra. No deja ver…”. Es necesario soñar en la oscuridad para despertar en muchos casos con la felicidad.

¿Somos líquidos?

¿Somos líquidos?

Damián Damián, Mr. Sadness

¿Recuerdas cuando jugando me preguntaste qué pensaba de nuestro tiempo, del amor y del cólera, por decirlo, metafóricamente? Fue aquella vez que hablamos de la modernidad del pensamiento y su tempestividad. Del cambio y del engaño de los seres humanos a creer que están expuestos a experimentar realidades cuando son meramente expectativas. Sí, seguramente lo recuerdas, como el empaño o como aquello difuso. ¿Recuerdas que me decías que te abrirías a nuevas experiencias a mi lado? Sí, seguramente; sobre todo cuando después de esa conversación las nuevas experiencias e ideas que en mí encontraste fueron las que te alejaron. ¿Recuerdas cómo me molestaba (y me molesta) cuando los humanos hablan de términos o conceptos sin realmente dimensionarlos? Sí, seguramente. Y probablemente por eso ahora ya no estás conmigo. 

Coincidentemente, por no causalidar la situación, ahora me piden que dé mi opinión acerca de, precisamente, la modernidad. Curioso, siendo a semanas de tu partida, pero gracias a tus cuestionamientos, que como en muchos otros momentos fueron encuentros de discusión, con el tiempo me di cuenta de que en realidad fui insuficiente para ti, porque no eres solo tú en esencia, eres todo un concepto. Entonces enjuiciemos lo que de modernidad compete. 

Entendámonos. Por principio, esto es modernidad: la escritura, la literatura, el café, los pantaloncillos, la vida misma, el tiempo mismo, las cosas más, incluso como extrañas evidencias casi tangibles. Pero la modernidad más allá de un término es un concepto, como tú, repito; como yo, decía. Y se encarga de revolucionar los procesos históricos, sociales y, sobre todo, del pensamiento. Incluso, acuñado a un espacio temporal en la historia de la humanidad, pauta el cambio. La modernidad, conceptualmente, tiene la cualidad de deconstruirse para sí, para nosotros, pero desafortunadamente esa complejidad está alejada de la cultura popular. Ese es el problema con los conceptos ante la vida cotidiana, pues no son tomados en cuenta como tal, son banalizados a una simple palabra. 

Zygmunt Bauman, sociólogo polaco, promueve el concepto modernidad líquida. Concepto que a mi parecer explica nuestros tiempos. Y apoyándome en él, como ejemplo, amada mía, si en algún momento vuelves a leerme, contestaré aquella pregunta que no será como en realidad fue. Esta liquidez representa tanto la fragilidad y adaptación del ser en un ambiente que no es estable, disruptivo por un cambio determinado y bajo ciertas condiciones orgánicas y sensitivas. Y sin ser un seguidor empedernido de Bauman, estoy de acuerdo en su vasta interpretación al tanto de que, como personas y sociedad, estamos viciados de las insatisfacciones, ambivalencias y corruptibles percepciones e interacciones de la vida, demasiado fugaz por la acelerada apreciación simbólica.

No infiero con esto en el regreso al canónico modelo de valores de una vida tradicional, sino a la constante transformación de nuestra sociedad y de los valores que suplirían los eventos de yo en el ello ante ambientes que colapsan egoístas y quiméricos, pues somos una sociedad multiorgásmica, caótica, ausente de la autorreflexión y en donde el único sentimiento dominante y efímero por excelencia es: la catarsis. Asimismo, modernidad es un concepto que se ha deteriorado con el paso del tiempo. Menospreciado o subestimado por aquellos que no lo estudian con particularidad en la cotidianidad, lo degradan a un término que está desequilibrado, pues se suele confundir que la modernidad es, simplemente, “la actualidad”. Y como sistema que somos en función, los tejidos sociales ahora son incapaces de digerir el cambio ni paulatinamente. Son incapaces de razonar en algunos niveles del pensamiento. A pesar de todo, culpables no hay, ninguno en todo caso, pues es la misma humanidad la que ha dejado, como decía, de reflexionar para sí, por su fluidez.

Regresando a lo nuestro, particularmente contigo, Jessica, amada mía, que justamente no viste más allá de los cánones tradicionales de nuestro amor, no por negligente, sino por impulsiva, hubiésemos podido transformar nuestra historia en otra si esa liquidez en la que constantemente caí para ti hubiera sido recíproca. 

Soy de los que piensan que siempre se puede navegar a contracorriente o a contratiempos tratándose del sistema o del amor y sin estar tan lejos de lo que, en apariencia, parece imposible. Considero que esa misma fragilidad que nos irrumpe como seres humanos puede ser una herramienta para amoldarse a cualquier cuerpo. Bauman menciona que el amor líquido fluye, cambia constantemente, empieza a verse como una mercancía para satisfacer alguna necesidad, para el consumo mutuo o narcisista. Pero mal orientado destruye y mutila las extensiones del sentimiento volviéndonos reemplazables a la menor provocación. Pues si algo no gira en torno a nosotros preferimos mandar todo a la chingada, que besarle los labios al diablo. Sin embargo, esa misma presión, esa modernidad que cayó sobre tus hombros, el peso del mundo y los puntapiés del estrés, te alejaron de mí. Entonces fue cuando pensé en ese momento en el que ya no fui suficiente para ti, pues solo me veías como un producto: un bote de basura lleno de tus malas experiencias, como materia capaz de cernir tu egoísta, pero natural conciencia humana. 

Chocamos una y otra vez con mi perseverante intento de hacerte ver el mundo a través de los delirios de grandeza en los que caigo a diario: la imaginación, la lógica y la elocuencia. En donde, a pesar de todo, te seguí, caí y me levanté para solo amarte, desfragmentando mi ser una y otra vez para acomodarnos en el supuesto mundo del amor romántico e, inevitablemente, líquido. Sin duda, conceptos tan complejos como el de modernidad o amor sostienen un contenido cultural tan amplio que deberían ser generalizados para liberarnos de los conservadores sentimientos represivos o posesivos con los que lidian muchos en la consciencia social. Si los dejamos a las orillas de la apreciación pedestre ocurre lo que actualmente vivimos: la resistencia al cambio, a las experiencias, a las aceptaciones, a la adaptación. Y seguirá siendo “el cambio” un margen valorativamente establecido o dictado por los pensamientos hegemónicos de las sociedades, aparentemente estáticas, en donde sigo siendo insuficiente para ti y no estoy contigo, por la simple y simpática idea de la permanencia.

La distancia entre nosotros no era lánguida, y a pesar de los tropiezos intente ser lo más humano posible. No fue suficiente. Te escucho aún decir que fui el ser más despreciable, cual adefesio o cosa incompleta, por no entenderte. Fuimos una melodía incompleta, un borrador. Somos lo difícil que es atender una ausencia, de ti, de mí, de algo que siempre en desacuerdo llamamos sentirnos. La desidia cobijó, como si se tratara de un cuerpo sin vida o un desperdicio, la moral en nuestra relación, en nuestras personas, la falsa idea de ti que tenía como almohada o, en su defecto, la apatía con la que te limpiaste el culo, ese hermoso culo de abeja reina, para desecharme cual papel con excremento. Y ambos, digno de la humanidad, montamos y orquestamos una obra teatral para evadir la fulgurante realidad doliente, displicente, la crisis, la angustia y el desdoblamiento emocional del: aquí no pasó nada ¿por qué?

Me duele el «te extraño». Es como un golpe y veo el moretón. Perdí la sensibilidad por días sin poder sentir la saliva de los labios de otra mujer. Ser tan insuficiente para ti es devastador, porque, aunque por el compromiso de amarme estabas obligada a tenerme en la burbuja de la libertad, te libertinaste. Sin embargo, te amo y no sé cómo puedo explicarlo. Te amo incluso cuando no, y me revuelco en la mierda al sentirlo, pues ni siquiera sé si en realidad todavía existes. No te veo. Pero si estuvieras frente a mí otra vez, si me dieras esa misericordiosa oportunidad, me mentiría para entregarme totalmente y te mentiría de nuevo para que te entregaras a mí, y solo para complacer el deseo de mi lengua lamiendo tu amarga piel en los rincones donde huele al mar. Tanto, así como las palabras de un poema ahorcado en la depresión y en el sarcasmo: inútiles ante su destino, cosa o lo que sea, que no tiene puta madre ni puto padre. Pues es, comúnmente, que la mayoría de las personas llevan a la práctica el amor, como si se te tratara de un hábito. Un hábito bastardo y cruel como aquel de atarse las agujetas del calzado: mecánicamente. 

Me dueles Jessica, tanto que puedo estar llorando mientras sodomizo a Cecilia atada con un cinturón al cuello como un perro agitado y pensando en esa ex que ya incluso me da miedo nombrar porque su amor me dejó una secuela, un hoyo en la boca del estómago que tardará en sanar como si los años próximos no fueran suficientemente irritantes, con sus pandemias, con sus políticamente correctos, millones de lesbianas machistas u homosexuales acosadores, religiones misóginas por el exceso de credibilidad, radicales frustrados, renegados libres, niños de la calle o putas (oficio respetable) recibiendo las fantasías de unos hijos de puta que les hacen más daño que contagiarlas de una ETS. Te amo y te odio, maldita, bendita, puta, amor de mi vida, porque no entiendes que esto no es desesperación u obsesión, es un sentimiento de amor, es la modernidad.

Decía Bauman: “Para el poeta, escribir significa derribar el muro tras el cual se oculta algo que siempre estuvo allí. En este sentido, la tarea del poeta no es diferente de la tarea del historiador, que también descubre en vez de inventar: el historiador como el poeta, revelan, en situaciones siempre nuevas, posibilidades humanas que antes estaban ocultas”.  ¿Recuerdas cuando me preguntaste si estaba preparado para compartir una vida contigo? Sí, seguramente lo recuerdas. Respondí sí. Y ¿recuerdas cuando te pregunté si entendías la forma en la que te amaba, e incluso, te sigo amando? Sí, seguramente lo recuerdas. Te quedaste en silencio.