¿Somos líquidos?

¿Somos líquidos?

Damián Damián, Mr. Sadness

¿Recuerdas cuando jugando me preguntaste qué pensaba de nuestro tiempo, del amor y del cólera, por decirlo, metafóricamente? Fue aquella vez que hablamos de la modernidad del pensamiento y su tempestividad. Del cambio y del engaño de los seres humanos a creer que están expuestos a experimentar realidades cuando son meramente expectativas. Sí, seguramente lo recuerdas, como el empaño o como aquello difuso. ¿Recuerdas que me decías que te abrirías a nuevas experiencias a mi lado? Sí, seguramente; sobre todo cuando después de esa conversación las nuevas experiencias e ideas que en mí encontraste fueron las que te alejaron. ¿Recuerdas cómo me molestaba (y me molesta) cuando los humanos hablan de términos o conceptos sin realmente dimensionarlos? Sí, seguramente. Y probablemente por eso ahora ya no estás conmigo. 

Coincidentemente, por no causalidar la situación, ahora me piden que dé mi opinión acerca de, precisamente, la modernidad. Curioso, siendo a semanas de tu partida, pero gracias a tus cuestionamientos, que como en muchos otros momentos fueron encuentros de discusión, con el tiempo me di cuenta de que en realidad fui insuficiente para ti, porque no eres solo tú en esencia, eres todo un concepto. Entonces enjuiciemos lo que de modernidad compete. 

Entendámonos. Por principio, esto es modernidad: la escritura, la literatura, el café, los pantaloncillos, la vida misma, el tiempo mismo, las cosas más, incluso como extrañas evidencias casi tangibles. Pero la modernidad más allá de un término es un concepto, como tú, repito; como yo, decía. Y se encarga de revolucionar los procesos históricos, sociales y, sobre todo, del pensamiento. Incluso, acuñado a un espacio temporal en la historia de la humanidad, pauta el cambio. La modernidad, conceptualmente, tiene la cualidad de deconstruirse para sí, para nosotros, pero desafortunadamente esa complejidad está alejada de la cultura popular. Ese es el problema con los conceptos ante la vida cotidiana, pues no son tomados en cuenta como tal, son banalizados a una simple palabra. 

Zygmunt Bauman, sociólogo polaco, promueve el concepto modernidad líquida. Concepto que a mi parecer explica nuestros tiempos. Y apoyándome en él, como ejemplo, amada mía, si en algún momento vuelves a leerme, contestaré aquella pregunta que no será como en realidad fue. Esta liquidez representa tanto la fragilidad y adaptación del ser en un ambiente que no es estable, disruptivo por un cambio determinado y bajo ciertas condiciones orgánicas y sensitivas. Y sin ser un seguidor empedernido de Bauman, estoy de acuerdo en su vasta interpretación al tanto de que, como personas y sociedad, estamos viciados de las insatisfacciones, ambivalencias y corruptibles percepciones e interacciones de la vida, demasiado fugaz por la acelerada apreciación simbólica.

No infiero con esto en el regreso al canónico modelo de valores de una vida tradicional, sino a la constante transformación de nuestra sociedad y de los valores que suplirían los eventos de yo en el ello ante ambientes que colapsan egoístas y quiméricos, pues somos una sociedad multiorgásmica, caótica, ausente de la autorreflexión y en donde el único sentimiento dominante y efímero por excelencia es: la catarsis. Asimismo, modernidad es un concepto que se ha deteriorado con el paso del tiempo. Menospreciado o subestimado por aquellos que no lo estudian con particularidad en la cotidianidad, lo degradan a un término que está desequilibrado, pues se suele confundir que la modernidad es, simplemente, “la actualidad”. Y como sistema que somos en función, los tejidos sociales ahora son incapaces de digerir el cambio ni paulatinamente. Son incapaces de razonar en algunos niveles del pensamiento. A pesar de todo, culpables no hay, ninguno en todo caso, pues es la misma humanidad la que ha dejado, como decía, de reflexionar para sí, por su fluidez.

Regresando a lo nuestro, particularmente contigo, Jessica, amada mía, que justamente no viste más allá de los cánones tradicionales de nuestro amor, no por negligente, sino por impulsiva, hubiésemos podido transformar nuestra historia en otra si esa liquidez en la que constantemente caí para ti hubiera sido recíproca. 

Soy de los que piensan que siempre se puede navegar a contracorriente o a contratiempos tratándose del sistema o del amor y sin estar tan lejos de lo que, en apariencia, parece imposible. Considero que esa misma fragilidad que nos irrumpe como seres humanos puede ser una herramienta para amoldarse a cualquier cuerpo. Bauman menciona que el amor líquido fluye, cambia constantemente, empieza a verse como una mercancía para satisfacer alguna necesidad, para el consumo mutuo o narcisista. Pero mal orientado destruye y mutila las extensiones del sentimiento volviéndonos reemplazables a la menor provocación. Pues si algo no gira en torno a nosotros preferimos mandar todo a la chingada, que besarle los labios al diablo. Sin embargo, esa misma presión, esa modernidad que cayó sobre tus hombros, el peso del mundo y los puntapiés del estrés, te alejaron de mí. Entonces fue cuando pensé en ese momento en el que ya no fui suficiente para ti, pues solo me veías como un producto: un bote de basura lleno de tus malas experiencias, como materia capaz de cernir tu egoísta, pero natural conciencia humana. 

Chocamos una y otra vez con mi perseverante intento de hacerte ver el mundo a través de los delirios de grandeza en los que caigo a diario: la imaginación, la lógica y la elocuencia. En donde, a pesar de todo, te seguí, caí y me levanté para solo amarte, desfragmentando mi ser una y otra vez para acomodarnos en el supuesto mundo del amor romántico e, inevitablemente, líquido. Sin duda, conceptos tan complejos como el de modernidad o amor sostienen un contenido cultural tan amplio que deberían ser generalizados para liberarnos de los conservadores sentimientos represivos o posesivos con los que lidian muchos en la consciencia social. Si los dejamos a las orillas de la apreciación pedestre ocurre lo que actualmente vivimos: la resistencia al cambio, a las experiencias, a las aceptaciones, a la adaptación. Y seguirá siendo “el cambio” un margen valorativamente establecido o dictado por los pensamientos hegemónicos de las sociedades, aparentemente estáticas, en donde sigo siendo insuficiente para ti y no estoy contigo, por la simple y simpática idea de la permanencia.

La distancia entre nosotros no era lánguida, y a pesar de los tropiezos intente ser lo más humano posible. No fue suficiente. Te escucho aún decir que fui el ser más despreciable, cual adefesio o cosa incompleta, por no entenderte. Fuimos una melodía incompleta, un borrador. Somos lo difícil que es atender una ausencia, de ti, de mí, de algo que siempre en desacuerdo llamamos sentirnos. La desidia cobijó, como si se tratara de un cuerpo sin vida o un desperdicio, la moral en nuestra relación, en nuestras personas, la falsa idea de ti que tenía como almohada o, en su defecto, la apatía con la que te limpiaste el culo, ese hermoso culo de abeja reina, para desecharme cual papel con excremento. Y ambos, digno de la humanidad, montamos y orquestamos una obra teatral para evadir la fulgurante realidad doliente, displicente, la crisis, la angustia y el desdoblamiento emocional del: aquí no pasó nada ¿por qué?

Me duele el «te extraño». Es como un golpe y veo el moretón. Perdí la sensibilidad por días sin poder sentir la saliva de los labios de otra mujer. Ser tan insuficiente para ti es devastador, porque, aunque por el compromiso de amarme estabas obligada a tenerme en la burbuja de la libertad, te libertinaste. Sin embargo, te amo y no sé cómo puedo explicarlo. Te amo incluso cuando no, y me revuelco en la mierda al sentirlo, pues ni siquiera sé si en realidad todavía existes. No te veo. Pero si estuvieras frente a mí otra vez, si me dieras esa misericordiosa oportunidad, me mentiría para entregarme totalmente y te mentiría de nuevo para que te entregaras a mí, y solo para complacer el deseo de mi lengua lamiendo tu amarga piel en los rincones donde huele al mar. Tanto, así como las palabras de un poema ahorcado en la depresión y en el sarcasmo: inútiles ante su destino, cosa o lo que sea, que no tiene puta madre ni puto padre. Pues es, comúnmente, que la mayoría de las personas llevan a la práctica el amor, como si se te tratara de un hábito. Un hábito bastardo y cruel como aquel de atarse las agujetas del calzado: mecánicamente. 

Me dueles Jessica, tanto que puedo estar llorando mientras sodomizo a Cecilia atada con un cinturón al cuello como un perro agitado y pensando en esa ex que ya incluso me da miedo nombrar porque su amor me dejó una secuela, un hoyo en la boca del estómago que tardará en sanar como si los años próximos no fueran suficientemente irritantes, con sus pandemias, con sus políticamente correctos, millones de lesbianas machistas u homosexuales acosadores, religiones misóginas por el exceso de credibilidad, radicales frustrados, renegados libres, niños de la calle o putas (oficio respetable) recibiendo las fantasías de unos hijos de puta que les hacen más daño que contagiarlas de una ETS. Te amo y te odio, maldita, bendita, puta, amor de mi vida, porque no entiendes que esto no es desesperación u obsesión, es un sentimiento de amor, es la modernidad.

Decía Bauman: “Para el poeta, escribir significa derribar el muro tras el cual se oculta algo que siempre estuvo allí. En este sentido, la tarea del poeta no es diferente de la tarea del historiador, que también descubre en vez de inventar: el historiador como el poeta, revelan, en situaciones siempre nuevas, posibilidades humanas que antes estaban ocultas”.  ¿Recuerdas cuando me preguntaste si estaba preparado para compartir una vida contigo? Sí, seguramente lo recuerdas. Respondí sí. Y ¿recuerdas cuando te pregunté si entendías la forma en la que te amaba, e incluso, te sigo amando? Sí, seguramente lo recuerdas. Te quedaste en silencio.

Modernidad

Modernidad

Por Yohana Anaya Ruiz

Me levanto,
me maquillo,
bebo el primer café del día
(porque necesitaré muchos).
Cojo el coche hasta el trabajo
mientras pienso en la compra
que tengo que hacer después.
Como corriendo en el bar de la esquina,
ese que tiene la mitad del aceite de su freidora
en las mesas de los clientes.
Me atiende un camarero
harto de su sueldo
y no le dejo propina cuando le doy
el último sorbo al segundo café del día.
Sigo trabajando,
continúo corriendo.
Un café más
(de verdad lo necesito).
Hago la compra,
llego por fin a casa.
Preparo la cena,
veo cómo te duermes y
no me ha dado tiempo para leerte un cuento ni darte un beso.
Me acuesto pensando “mañana le dedicaré más tiempo”
y duermo sabiendo que es mentira. 

Como si fuera un sueño

Como si fuera un sueño

Por Jorge Estrada

Todas las mañanas se despertaba con el mejor despertador del mundo, lavaba su cuerpo con el jabón que limpiaba hasta la mínima suciedad, se secaba con su toalla de secado solo, rociaba su cuerpo con la mejor crema suavizante y con ultra filtro de rayos UV; se peinaba y se ponía su casco para respirar en la atmosfera casi sin oxígeno de la tierra.

Desde que los avances tecnológicos, que ofrecían nuevas mejoras en las condiciones de vida, habían tenido un empuje indetenible y no sustentable, las tierras se habían erosionado sin control, el agua potable escaseaba, la capa de ozono parecía un colador y los árboles eran solo cosa del recuerdo. Así se desarrollaban los días, la modernidad cotidiana acababa con la vida.

Los nuevos trabajos consistían en buscar nuevas opciones para desarrollar métodos de supervivencia que fueran los más parecidos a la naturaleza. Paradójicamente, los avances modernos que ofrecían confort y que destrozaron el ecosistema, buscaban ahora mantener y aumentar la poca vida en el planeta.

Nuestra querida amiga trabajaba en una empresa que desarrollaba productos cosméticos, esta arrasó con todos los mamíferos pequeños existentes, en su lugar, las pruebas eran realizadas en personas casi moribundas que no contaban con la posibilidad de cumplir con las necesidades básicas para vivir. De manera general se aplicaba una ley darwiniana de supervivencia.

Todos los días eran iguales, aquella sobreviviente del confort se bañaba y hacía su cuidado personal, después se marchaba al trabajo. Motos flotantes eran las encargadas de llevar a todos a sus diferentes destinos, a pesar de ello, el tráfico era de los mil demonios. Entre suspiros de desesperación y calores inmensos transcurría el tiempo de desplazamiento.

Por la sobrepoblación, solo algunas personas eran candidatas a reproducirse, e incluso a formar pareja. Adriana no era una de ellas, esto hacía que sus anhelos de pareja y de vivir idilios románticos fueran solo cosas de su imaginación. Ella recordaba que en algún momento había leído a Romeo y Julieta, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Orgullo y prejuicio, y otras tantas novelas de amor, sin embargo, a sus 60 años solo eran cosa del recuerdo, desde hacia más de 30 años se había implementado una regla mundial que pedía no hacer nada que tuviera que ver con el arte, ahora las maneras de distracción y relajación consistían en ver videos de cosas tecnológicas o de seudo bailes extraños y grotescos.

Adriana recibía cada vez más fuertes los estragos del estrés y de su imaginación idílica, deseaba vivir como cuando niña, rodeada de árboles, despreocupada por el sol, viendo a las parejas abrazándose y, sobre todo, estaba harta del casco que portaba en la cabeza.

Cansada de todos esos días naranjas, quería un escape pero sabía que no había marcha atrás. El tiempo y lo moderno no iban en retroceso, solo se dirigían hacia el progreso.

Cierto día, mientras se dirigía a su trabajo, vio en un enorme y luminoso espectacular que decía: “Es un hecho, la inmortalidad está en nuestras manos, viviremos por siempre”, al leer eso se estremeció y casi chocó con otro conductor que se distrajo al leer el mismo anuncio.

Ambos salieron del tráfico y entre distracción y distracción se preguntaron si estaban bien, asintieron y casi como por magia, miraron el espectacular al mismo tiempo. Voltearon nuevamente y los ojos de ambos se clavaron unos con los del otro, sin decir nada más sabían lo que ocurría, no sé sentían conformes con la inmortalidad. ¿Cómo estarlo? Si eso que llamaban vivir era todo menos lo nombrado.

Se despidieron y ambos partieron. Adriana quedó pensativa, estuvo rondando en su mente aquella frase: “la inmortalidad está en nuestras manos”. Terminó distraídamente con todas sus actividades y se marchó a su casa.

Al día siguiente hizo lo de siempre, solo que en lugar de ir directamente a su trabajo estuvo esperando al sujeto del incidente, lo vio a lo lejos y movió enérgicamente las manos. Los dos se reunieron y se vieron por un instante, voltearon al letrero y al unísono dijeron ¡mañana! Se despidieron y tomaron su rumbo.

A partir de ese segundo encuentro el tiempo transcurrió con más cautela que antes, parecía correr a paso de caracol. Adriana estaba ansiosa y excitada, casi no pudo pegar pestaña. Finalmente, llegó la luz del día, las emociones de la noche se transformaron en calma y pasividad, hizo todo su ritual matutino casi con religiosidad. Salió de casa y se dirigió al punto acordado.

Esperó un rato pero aquel sujeto no llegaba, por un momento pensó que al final ese hombre se arrepintió y resolvió no ir. Transcurrió más tiempo, a pesar de ni siquiera conocerlo se sintió dolida y traicionada. Decidió largarse a su trabajo, subió a su moto y arrancó con velocidad; a lo lejos se escuchó un grito que le decía que esperara, el grito se repitió otras ocasiones hasta que hizo voltear a Adriana. Ella lo vio, sonrió de emoción y nervios, sin bajarse de las motos asintieron con la cabeza, se tomaron de las manos, sonrieron más con la aceleración a tope.

Sin soltar sus manos dieron una vuelta en u, parecía que regresaban al punto de encuentro, y así era, pero entre más se acercaban parecían ir más rápido. Voltearon a verse, sonrieron… Se detuvieron de golpe. El sistema de seguridad de las motos falló, piezas mecánicas volaron por todas partes, el letrero con la leyenda de inmortalidad cayó, y dos cuerpos inmóviles y cobijados con hilos rojos decoraron el suelo.

A lo lejos comenzó a escucharse un sonido de alarma, cada vez se hizo más estruendoso e insoportable. Una mano delicada dio fin al insistente reloj, era el mejor reloj del mundo. Adriana había despertado, seguía agitada por aquel sueño, hizo su rutina y salió de casa, a medio camino vio un letrero enorme que decía: «Es un hecho, la inmortalidad está en nuestras manos, viviremos por siempre”, al lado de aquella oración había un hombre con bata blanca y gafas protectoras, ese hombre era el mismo de su sueño.

Los problemas del ser humano en el siglo XXI, revisión en «Crisis de la modernidad: un asalto a la razón» de Gabriel Careaga

Los problemas del ser humano en el siglo XXI, revisión en «Crisis de la modernidad: un asalto a la razón» de Gabriel Careaga

Por Saúl Pérez Sandoval

Me propongo hacer una breve revisión del artículo «Crisis de la modernidad: un asalto a la razón» de Gabriel Careaga, ya que a pesar de haber sido escrito en 1990 todavía existe vigencia en sus reflexiones realizadas con la crisis en la sociedad actual (siglo XXI); me dispongo a tocar los ejes que me parecieron más importantes e intentar actualizar algunos en la contemporaneidad.

Careaga comienza diciendo que “toda sociedad debe de ser explicada en un contexto histórico en cuanto a su dinámica” (Careaga, p.11). Por lo tanto, cada sociedad tendrá sus propias condiciones y particularidades, no existirán estructuras sociales estáticas debido a que si así fuera, nunca habría existido una diferencia entre sociedades en momentos históricos distintos, lo cual sería realmente imposible. Una vez que nos posiciona en un determinado momento histórico, Careaga nos adentra a su idea de progreso: “El tiempo se mueve en círculo. No hay avance ni retroceso, los hechos pueden suceder en forma repetida” (Careaga, p.11). Por ende, la idea de que siempre existe un progreso queda bastante ambigua en la realidad; el surgimiento de la misma sería insertada con el cristianismo, buscando así otras formas de comprender el pasado y porvenir, “la tradición judeo-cristiana busca comprender el pasado (…) y mostrar en la historia la revelación y la realización de un orden de fines trascendentales a los de la naturaleza y el cosmos” (Careaga, p.11). Existiendo así, y a partir de ese momento, una esperanza para cada persona de la sociedad que siguiese esa idea religiosa.

Careaga nos lleva a otro momento histórico que se destacaría por la teoría del progreso, el siglo XIX con el liberalismo y el marxismo, movimientos que en su momento causaron mucho fervor y esperanza, pero que resultaron estar alejados de la teoría (la revolución socialista término en autoritarismo, violencia, etc.).

La idea de progreso se origina en el siglo XVI, en la emergente cultura del Renacimiento; como explica Villoro (1992), fue un periodo de grandes descubrimientos geográficos, en el cual se comenzó a transformar la naturaleza y a construir un mundo propio para el hombre. De igual forma lo mencionará Nicolás de Cusa[1] “el hombre[2] no es parte del todo, el hombre es un todo. ¿Por qué? Porque tiene en él la potencia de llegar a ser cualquier cosa” (p.24). En resumen, podemos decir que este periodo se caracterizó por el dominio de la naturaleza y de la sociedad desde la acción humana, todo esto a partir del cambio de la figura del mundo.[3]

En el siglo XX, el desarrollo trajo varias conquistas como explica Careaga (1990) “la llegada del hombre a la luna, la revolución tecnológica, esperanza de vida más grande” (p.13), pero no todo fue en beneficio para la humanidad, también se presentó “la contaminación del mar, los ríos y el aire y la enfermedad típica del siglo XX: La neurosis” (p.13). Nos describe la existencia de una patología en la sociedad, caracterizada por la competencia y la acumulación; un siglo con tintes de racismo y anti-intelectualismo que se vio expresado en el nazismo[4] y el fascismo[5], algo que no está alejado de la dictadura de Kim Jong-un en Corea del Norte y de otros tantos países. Aunque, si bien no se dan de la misma manera, todavía permean ideologías muy parecidas en algunas partes del mundo.

Pero, ¿cuál es el lugar del hombre y la mujer ante esto?, pues como argumenta Careaga, después de que se comenzó a perder la fuerza en la capacidad de la inteligencia y el razonamiento, puedo decir que se encuentra en la era del vacío como lo describiría Gilles Lipovetsky[6] en su libro La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Lipovetsky (1983) menciona que “el callejón sin salida de la vanguardia está en el modernismo en una cultura profundamente individualista y radical” (p.83). Por su parte Careaga lo describiría como “un sujeto manipulado, perseguido, acosado por los valores de la sociedad de consumo que no permiten escapar a nadie” (p.13). A partir del surgimiento de una cultura hedonista en Estados Unidos —después de la Segunda Guerra Mundial— y con la gran aceptación por las demás sociedades, el dinero se volvería un escape con la pretensión de darle a la vida un sentido trascendental pero, en realidad es imposible que se resuelvan los problemas con ese fetichismo del dinero, y es por eso que comienza de nuevo el círculo que hace volver a la tragedia.

La vida del hombre contemporáneo es una serie de fracasos y desilusiones (…) de aquí surge su necesidad de consumir y de sentir poder, convertido en un objeto puede mitigar un poco su miedo a las ideas y a su transformación social (Careaga, p.14).

La falta de resolución y el regreso a la tragedia pueden ocasionar problemas en la familia, relaciones, trabajo, que llevan a tratar de olvidarlos con un consumo desenfrenado, sin darse a la tarea de pensar para encontrar la solución, la cual está encarnada desde los sistemas macro hasta los de menor jerarquía.

Vivimos en ciudades sometidos a rutinas y en ocasiones en rivalidades con los demás, protegiendo nuestra integridad al salir de nuestras casas, con problemas alrededor como la violencia, corrupción e inseguridad en muchas zonas, lo cual hace que sea más complicada la práctica del pensamiento, se necesita estar bien desde nuestra localidad. Otro problema vigente es sobre la nueva generación de jóvenes, Careaga menciona:

Los jóvenes son los que muestran más trastornos de personalidad y se sienten hastiados, sumergidos en un constante aburrimiento, yendo de un lugar a otro, sin la menor reflexión. Por eso la gente frecuenta a los estimulantes, los tranquilizantes, las drogas (p.15)

Algo que no está alejado de nuestra contemporaneidad, cada vez se tienen más paliativos momentáneos, se olvida del arduo trabajo —pero beneficioso a la vez— que implica comenzar a pensar todos los problemas de nuestra sociedad, ya que formamos parte de ella y es importante que nos involucremos en la misma. Agregaría en palabras mayores la siguiente cita: “La gente no tiene tiempo de leer, pensar o reflexionar”(p.15), una frase que puede ser justificable para personas que realmente viven al día y no cuentan con el tiempo necesario para leer o hacer actividades que promuevan su pensamiento, pero no lo es para quienes se encuentran sumergidos en el entretenimiento permanente sin saber las consecuencias de esas decisiones para el futuro; sería un lujo que como partícipes de la sociedad no nos podemos dar después de ver todos los problemas que hay en el país. En especial en temas de política, ya que si no existen críticos de ella, los gobernantes pueden hacer lo que desean, por ello se necesitan personas con pensamiento crítico para establecer las bases del consenso y llegar al bien colectivo que favorezca en oportunidades a todos por igual e involucrarnos en las decisiones de la mejor manera.

Por eso es importante remarcar que la única forma de igualdad que no solo es compatible con la libertad es el liberalismo social, lo que significa que cada cual debe gozar de tanta libertad mientras sea compatible con la libertad ajena y pueda hacer todo aquello que no agreda la libertad de los demás (Careaga, p.17).

Careaga nos propone hacer una crítica social a los sistemas políticos y económicos, discutir sobre la democracia, libertad y poder, partiendo desde una filosofía política que nos permita descubrir en dónde nos encontramos y hacia dónde nos dirigimos para así prepararnos para el futuro. “De que la sociedad tiene necesidad de esas filosofías es un hecho: para reorientar y democratizar no solo su vida pública, sino también su vida privada” (Careaga, p.19).

En la parte final del artículo, Careaga hace mención de la necesidad de esperanza, para ello toma la teoría que desarrolla el antropólogo cultural Ernest Becker, explicando los dos motores fundamentales de la existencia, uno es el Eros, que sería la necesidad de unificar las experiencias, de dar mayor sentido a las cosas; en contraposición a este concepto está la muerte[7]. Entonces cuando el ser humano se descubre como algo finito en la existencia, intenta superar ese miedo a la muerte “dominando la naturaleza y creando sistemas políticos, culturales y sociales que duren eternamente (…) Primero inventó las religiones[8], un Dios a su imagen y semejanza”(p.18), después habla de la invención de la idea de heroísmo, la cual en resumen sería creer que las cosas que hace durarán para toda la vida, volviéndolo eterno, y a partir de esto le da un propósito a su vida.

El producto cultural que más posibilidades da de perdurabilidad sobre la muerte son las religiones. La judeo-cristiana, históricamente, se ha dedicado a resolver este problema de cómo soportar la muerte con la idea de la resurrección o el mito de otra vida en el cielo o paraíso (Careaga, p.18)

Todo esto con el fin de reprimir su pensamiento de finitud y tener la esperanza de poder trascender.

En este pequeño artículo no se pudo abordar toda la visión de Gabriel Careaga, pero se hace la invitación a leerlo con detenimiento y con más detalle, ya que hay temas histórico-sociales bastante relevantes. Como reflexión final, cabe mencionar que la crisis del siglo pasado sigue aún vigente, los problemas no se resuelven con estímulos momentáneos sino con el esfuerzo y el anhelo por mejorar las cosas, comenzando por tener y fomentar un pensamiento crítico entre nuestros congéneres para llevar a debate todas las ideas en donde el colectivo se vea beneficiado y no solo unos cuantos. Cierro con una cita de Careaga mencionando a Scott Fitzgerald: “Uno debería ser capaz de ver las cosas que no tienen remedio, y sin embargo, estar resuelto a cambiarlas” (p.19).

Bibliografía

  • Lipovetsky, G. (1983) La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona: Editorial Anagrama
  • Villoro, L. (1992) El pensamiento moderno. Filosofía del Renacimiento. México: Fondo de Cultura Económica.

[1] Fue Teólogo y se le considera el primero de los filósofos renacentistas.

[2] En español, el masculino (hombre) puede usarse para referirse tanto a ellos como a ellas, mientras que el femenino solo se usa para ellas. En ocasiones se usará ese término para hablar de todos los individuos que componen a la sociedad sin diferencias de sexo.

[3] “Una figura del mundo, en la terminología de Villoro, consiste en un conjunto de ideas básicas supuestas en creencias, valores, actitudes, programas de vida, doctrinas” (Beltrán, I. A., p.107).

[4] Ideología del régimen que gobernó en Alemania de 1933 a 1945.

[5] Ideología y movimiento político totalitario que surgió en Europa (1918-1939), estaba en oposición con la democracia liberal y el proyecto del estado socialista.

[6] Filósofo y sociólogo francés.

[7] Ambos términos, Eros y Thanatos, fueron utilizados anteriormente por Sigmund Freud en su obra (1976) Más allá del principio del placer.

[8] Entre las formas más antiguas de religión se encuentra el Animismo, que consiste en atribuirle un alma a todos los seres, objetos y fenómenos de la naturaleza.

Y los tiempos modernos

Y los tiempos modernos

Por Yessika María Rengifo Castillo 

Estuve en la puerta de casa, el tiempo se ha ido deprisa, las fotografías son canciones de esos días. No eres la misma, no soy el mismo, pues los años se han llevado nuestra juventud en senderos de maquinarias modernas.

Recuerdas, esas maquinarias, las que no permiten que pueda abrazarte en noches de invierno, aunque un emoticón anuncie que lo hice y mi cuerpo siga frío. En una pantalla están tus besos y los míos, lloro como un niño que no encuentra el sol. Hacer el amor no es ritual, el ritual de la consagración de nuestro amor se pierde, vernos desnudos detrás del monitor son laceraciones en el alma.

Y los tiempos modernos son eso, maquinas frías que congelan el corazón, amor mío.

Fin.

Revolución

Revolución

Por Abraham Campva

Toda se va por la borda. La pipa sofoca los últimos residuos de cannabis, con un suspiro recuerdo que, bajo la cama, tras la penumbra aguarda la cajetilla de cigarros, prendo uno mientras observo sin esperanza la ventana, las luces tintineantes danzan en rojo y azul. El grito de la sirena señala la intensidad de las calles, son las 4:13 a. m. La batería del celular empieza a menguar mientras el vecino altera la contraseña del wifi.  Reina en mí un sentimiento de ofuscación, la única alternativa se encuentra atrapada, el teléfono no cuenta con saldo. ¿Cómo demonios pediré un Uber al Oxxo más cercano? Releo las últimas líneas que Roxanne dejó en el mensajero del Facebook, son claras: “debemos resistir, conoces más banda, hay que juntarnos todos al medio día en la plaza”.

Me levanto de la cama, no hay electricidad, busco a tientas en la arrebujada ropa que circunda la habitación, y en unos jeans tropiezo con un poco de dinero. Salgo a las calles llenas de luces que golpean el rostro con publicidad. Avanzo un rato hasta que por fin se acerca un taxi, repiquetea dos veces el claxon junto a dos parpadeos de sus luces altas, como una señal estandarizada que me dice que esta vacío y de servicio. Levanto mi dedo índice y se orilla un par de metros adelante, me acerco confortado y al decirle la dirección a la que voy me dice que él se dirige a otra. Prosigo con premura hasta divisar el Oxxo. Al entrar compro un poco de frituras y una lata de cerveza, además de la recarga de saldo.

Las sirenas ululan aún, lejanas, pero lo suficiente para perturbar mi corazón.  Mis pies están agotados por la travesía, en los alrededores hay un pequeño parque y las bancas me invitan al descanso; me aproximo y tomo asiento, abro con delicadeza la bolsa de las frituras, llevo a la boca una suculenta hojuela y su sabor artificial me lleva a un éxtasis. Abro la lata de cerveza antes de que se temple y su sabor contradiga el gusto de mi paladar. Me llega la remembranza de Roxanne.

Una noche como todas en las que, a forma de ritual, tomo el teléfono móvil, coloco los audífonos y selecciono mi lista del Spotify, y mi dedo se escurre sobre la pantalla con ojos dispuestos, devorando memes para terminar examinando noticias, justo esa noche posteando en una de ellas se departía del aumento de las jornadas laborales, el argumento: el costo-beneficio. Según un estudio de esos tantos que se comparten en los llamados muros, se mencionaba que la mayoría de la población dedica su tiempo y dinero en compras y ventas en línea, y mientras el gobierno no presidía de regalías por ese servicio, como todos los gobiernos sagaces, creó un nuevo impuesto por usar las aplicaciones móviles, lo cual desató excitación en redes sociales. Dedos mordaces llenaban las pantallas con palabras amenazantes, incluso en aquellos caracteres se escuchaban los gritos; era una de esas protestas que conllevan a las revoluciones, y fue entonces que salió Roxanne, respondiendo mi post, y en ese lenguaje virtual hicimos clic. Cada palabra que plasmaba desataba en mí sentimientos que no encontraba en ningún lugar de comentarios, descubrí a mi alma gemela en esta inmensidad de caracteres y vertiente de opiniones.

La cerveza sucumbe al último sorbo, el teléfono móvil está a minutos de sucumbir al último respiro de su batería, el tiempo tiene una ventana de tregua, suficiente para crear un evento en Facebook: “La Resistencia es de todos”. Ahora solo espero conseguir un cable de datos, cargar la batería y esperar un Facebook live de la banda, levantando sus puños, con las voces al unísono en pos de la justicia, mientras mi corazón henchido y Roxanne los coreamos tras la pantalla.