Por Damián Damián

Al hablar de migración se gira en torno al movimiento de las masas. Se llega al cambio a través del recorrido por mejorías de cualquier tipo, aunque las principales son económicas y sociales. Sin embargo, al migrar, las personas no solo llevan consigo metas, esperanzas o adversidades, también llevan una carga de emociones que recubren sus proyectos e ilusiones y que pocas veces, o casi nunca, he oído o leído de ello. Será porque he estado metido muy poco en el asunto o porque en la universidad no tocamos las particularidades de este fenómeno. 

Ahora, considero, una persona también puede migrar de corazón en corazón, metafóricamente. Buscando estar mejor, económicamente, socialmente, por decirlo de alguna forma común. Buscamos estabilidad. Esto es, donde sentimos que estamos mejor posicionados, donde sentimos que nos va bien. Porque, sin duda, cuando de corazones se trata, también hay una inversión. 

Y es natural que cuando andamos de corazón en corazón, aprendamos que, así como podemos llegar, también podemos irnos. Pero hay que experimentar el establecernos, el desalojarnos. Pues dejando la metáfora de lado, es el mismo proceso que viven los movimientos migratorios. Llegan, se van, se establecen. Si no se cumplen sus expectativas caminan nuevamente. Las emociones, inmersas, presentes siempre, lo mismo. He leído a muchos poetas hablar del cuerpo como un país. He leído que cuando dos enamorados se habitan, el reconocimiento que la carne tiende a sentir por la tierra ajena es por un espacio para pertenecerse. Como he dicho en un principio: vayamos a donde vayamos, de lugar en lugar, de país en país, de cuerpo en cuerpo, las emociones, esos sentires de la vida, nunca dejarán de transpirar. 

París de cuerpo entero

El no conocía París, pero tenía en la universidad una amiga francesa que se ofreció a enseñárselo. Lo llevaría hasta el último recodo, de orilla a orilla. La condición: que se dejara seducir. Que no opusiera resistencia. Él asintió con la cabeza y sonrió un instante. Apenas cerraron la puerta de la habitación del hotel, ella corrió las cortinas, apagó la luz y lo hizo entrar en la cama. Cinco días con sus noches estuvieron sus almas luchando cuerpo a cuerpo. Sólo hicieron tregua para beber un poco de la luz que se colaba por las rendijas.

Cada cuerpo, ese lugar, un país, con sus montes, cerros, selvas, ríos y desiertos, acomodados naturalmente para que las personas que lleguen para quedarse puedan establecerse y además acoplarse y entenderse, es el dador de vida para que, como lo he mencionado, puedan pertenecerse. Pues ese país se mueve, toma vuelo, brinca, respira y te demuestra que no hay que subestimarlo, que debes cuidarlo, porque a la menor provocación se zangolotea y hay que agarrarse muy bien para no caer en la nada mar, a las orillas de un pie, en la arena de una mano o en el medio día de la cintura. 

Cuando regresó a su país y le preguntaron por plazas y museos, por calles y jardines, él que no había pisado ni la acera contigua al edificio, se quedó maravillado cuando empezó a responder con la minuciosidad de un relojero.             

Rogelio Guedea, Del aire al aire

Sin embargo, es difícil llegar a un país que no conoces. Tienes que aprender el idioma, principalmente, hablarlo a tropezones, pues cada palabra significa algo distinto por regiones. Tienes que buscar en qué parte del vientre, o de las costillas, debajo del pecho o sobre qué mejilla, acomodarse, balbucear para luego formar las palabras de un cálido: este es mi hogar. Es difícil, sí. Porque llegamos, en muchos casos, sin nada y con el anhelo de estar bien, pero desilusionados de las resbaladas que te has dado de país en país, de cuerpo en cuerpo. Empero, la migración es así, un volado, un monedazo, es arriesgar, es probar. 

La vuelta al mundo
(Fragmento)

La renta, el sueldo,
el trabajo en la oficina
los cambie por las estrellas
y por huertos de harina.
Me escape de la rutina
para pilotear mi viaje
porque el cubo en el que vivía
se convirtió en paisaje.
Yo era un objeto
esperando a ser ceniza.
Un día decidí
hacerle caso a la brisa
a irme resbalando detrás de tu camisa.
No me convenció nadie
me convenció tu sonrisa.

Los movimientos migratorios establecidos buscan cómo alimentarse. Es el segundo paso después del intercambio de palabras entre los amorosos que gustan de habitar otro cuerpo, otro país. Ya sea que vayas a los labios de agua salada, a los lagrimales de agua dulce o a los rápidos del monte de venus, uno no se muere de hambre o de sed, pues la cosa es buscarle, hay que trabajar la tierra: estar a todo color, ante el calor del algo que nos cobija en nuestra estancia, y aunque se tengan que hacer sacrificios como pasar la hambruna o el tempestivo frío, hay recompensas. Comprendemos cómo hacer redituable la tierra, saber cuándo erupciona, tiembla, llueve y se enfría, y aunque nos puede entrar la desesperación y salir corriendo, hay que aguantar los putazos. Porque no podemos ir de país en país, de cuerpo en cuerpo, con cobardía. No podemos echarnos para atrás sin aprender del error y continuar. Ya, como diríamos: la cagué, aprendí, enmiendo el daño y continúo.

Y me fui tras de ti
persiguiendo mi instinto,
si quieres cambio verdadero
pues, camina distinto.
Voy a escaparme hasta la constelación más cercana,
la suerte es mi oxígeno,
tus ojos son mi ventana.
Quiero correr por siete lagos
en un mismo día.
Sentir encima de mis muslos
el clima de tus nalgas frías.
Llegar al tope de la tierra,
abrazarme con las nubes,
sumergirme bajo el agua
y ver como las burbujas suben.

Calle 13, Entre los que quiera

Por otra parte, pero en el mismo lugar, las tradiciones, costumbres, hábitos y modos es a lo que se enfrenta el migrante. Cuesta adecuarse a los días, porque un día la política interior es buena, pero la política exterior no lo es. Y puede que ese país tenga fe en un Dios diferente al tuyo. O simplemente no tenga uno. Puede almorzar a las tres de la tarde cuando tú lo haces a las nueve de la mañana. Navidad no es la navidad que tu conoces. Y el día de la bandera a lo mejor ni siquiera existe en ese lugar, donde ni hay bandera, ni navidad, ni Dios, ni políticas. Un día puede estar muy sucio y otro día muy limpio, un día puede tener movimientos bruscos y olorosos y otros días lluvia ácida. Pero es completamente natural que los países tengan ánimos desconocidos a los nuestros. Es completamente normal que los países tengan algunas islas a su alrededor, y las provean de alimento, fauna y tiempo. Si llegamos a un país, a un cuerpo, que sentimos será mutuo con nuestro trato, podemos descansar, los hogares no se crean de la noche a la mañana. 

Los amorosos
(Fragmento)

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.

Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.

Migrar es un fenómeno que, en sí mismo, involucra totalmente al ser humano en cuerpo y alma y ante cualquier tipo de adversidades. Y si una persona migra de nación, lo mismo hace al entrar en la vida de otra persona.

Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre —¡qué bueno!— han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.                                                                                                                                   
Jaime Sabines, HORAL