Por Damián Damián, Sociólogo 

  Para Ana Jessica Ortiz Martínez  

                                                                                      “No hay peor dolor que recordar
                                                                               la felicidad en tiempos de la miseria”
Dante  Alighieri

La música nos acerca a otras realidades que se transcriben con la nuestra. Nos hace parte de ellas y extiende nuestra capacidad para imaginar, para pensar. Para bien o para mal, el mensaje, cuando lo hay, nos cobija y viste porque sentimos empatía con ese recuerdo que nos reanima un momento singular de nuestra vida. La música tiene esa capacidad de mancillar o nutrir la psique. Es un concepto, una filosofía que transgrede y transmite una forma del cómo ser. Es una expresión del alma e interpretación del mundo que nos rodea. Nosotros, los que sentimos la música, podemos darle un sonido a cada cosa que se mueve en esta tierra e incluso, a lo inerte e inamovible. Pues melodías hay a lo largo de nuestro camino a la muerte, tanto que nosotros mismos somos y llegamos a ser una canción.

Cada quién elige que decisiones tomar en su cotidianidad y eso infiere en el género musical de su preferencia, pero, en pocos casos, a lo largo de la vida se sostiene, transforma y se vive. En mi caso particular, lo que me ha mantenido hasta el momento fiel a mi género, a mi desmadre, es esa construcción de un mundo en donde la pasión y el amor por vivir está a nada de la punta de nuestros dedos, en donde muchos se asustan por ese escozor cálido que pueden sentir o el susurro del viento que dice: sueña, experimenta, arriésgate.

Lo he dicho siempre, la música es como la literatura. Hay tantos autores como músicos, y hay calidades, contenidos, realidades. Hay tantos libros como canciones. Podría decir, también en todo caso, que la música es literatura y viceversa, pero pocos géneros tienen ese acercamiento a esa práctica paradisíaca que no hace más que construir una utopía en nuestra imaginación que, lejos de dañarnos o demeritarnos idealizándonos, nos cultiva. Tristemente no todos estos escritores o músicos aprovechan esa capacidad meticulosa de interpretación para generar un cambio en el público, en las masas. En muchos casos se dejan llevar por las tendencias y el peso que pudieran arrastrar en cuanto a fama se refiere. Sin embargo, el rock es uno de esos movimientos culturales, momento de la historia, que cimbró totalmente a la sociedad. Las cargas simbólicas de su “radical” recreación de los valores a los que acostumbramos figuraron con una revolución total quebrantando el estereotipo habitual de la normalidad sin dejar de reconocer la resistencia al cambio por parte de la conservación. 

El rock nos dio la manumisión de esa normalidad que, si bien no es antisistémica, nos abre un panorama a una interpretación un poco más propia o crítica ante la que tradicionalmente tenemos arraigo. Sin dejar de lado que, desde sus orígenes en una sociedad conservadora hasta nuestros tiempos contemporáneos, en una sociedad líquida, ha imperado por la libertad de expresión, como lo decía, claro, de quienes seguimos sus principios. Ya que esa represión que, por decirlo habitualmente, el sistema nos ha impuesto y domina, se diluye con su armonioso estruendo soberano al pensamiento.

Particularmente, mi bandera, el Heavy Metal o metal como simplemente se le conoce, desde sus orígenes con Black Sabbath en Inglaterra, Barón Rojo en España, V8 en Argentina y Luzbel en México, como ejemplos meramente representativos, ha transgredido totalmente al sistema en donde formaron una nueva visión filosófica del ser libre. Tomando entre sus manos, en su mayoría, un bastión meramente literario. Sus piezas transmiten lo que pocos géneros recogen de la belleza humana: la poesía. 

Para este escrito quiero desempolvar dos creaciones características del género metalero debido a su acercamiento directo con las obras de las cuales emergieron. El primer álbum es La Leyenda de la Mancha de la banda española Mägo de Oz, de 1998. Este trabajo busca representar esa lucha eterna entre el pensamiento irracional y racional. Basado en la novela canon de la literatura universal de Miguel Cervantes de Saavedra, El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha cuya primera parte se editó en Madrid en el año 1605 y, diez años más tarde, en 1615 la segunda parte. En palabras del autor:

El propósito de este CD (…) no es otro que si no abrirte la puerta a un mundo fantástico, lleno de aventuras, de humor, en el que podrás encontrar una confrontación entre dos formas distintas de ver la vida: Una idealista representada por Don Quijote, defensor de la justicia, el honor, la belleza (…) y otra materialista representada por Sancho Panza, que siempre se muestra escéptico y no cree en otra cosa que no sea lo que puedan ver sus ojos y palpar sus manos.

Sin duda es una de los materiales de la agrupación que, a consideración, es un compendio meramente filosófico del cómo podemos percibir el pensamiento a raíz de una interpretación libre, a campo abierto de la imaginación, dejando muchos de los miedos que son elaborados por nuestra propia mente, así como para aligerar el alma de cargas que, al igual que los miedos, no nos permiten la libertad para reír, llorar, perdonar, amar y crecer. Trabajos como este nos dan la oportunidad de reflexionar sobre los diversos vericuetos de la existencia, apreciando a cada ser con su propia naturaleza, porque en realidad todo es tan simple en la vida que es muy incierta e imperfecta. He aquí un fragmento de Sancho Panza conversando con la muerte de Don Quijote, en donde, a percepción del autor: “cuando alguien querido se te va, nos queda la sensación de no haberle demostrado todo cuanto sentíamos”.

Ahora que ya tú no estás aquí
siento que no te di
lo que esperabas de mí.

Ahora que todo terminó
a quien de mi te alejó
yo le quisiera pedir. 

Que me deje sólo un día más
para poder hablar
de lo que eras para mí.

Que me deje disfrutar
de tu voz, y contemplar
tus ojos una vez más (…)

No creo en el más allá,
no sé dónde buscarte
y aquí no estás.

No creo en la eternidad,
necesito encontrarte
y estar en paz.

Necesito terminar
lo que un día empezamos a planear.
Lo que quiero es tenerte
y no recordar (…)

El segundo trabajo que magníficamente relata la obra de otro autor canon de la literatura es Legado de una Tragedia. Consistente en una pentalogía ópera rock, versa y traspapela en sus versos la vida del escritor Édgar Allan Poe. Entrega que consta en una primera trilogía biográfica y ficticia y dos capítulos epílogos, comienza con su primer trabajo en el 2008 y concluye en el 2020. En estas cinco entregas podemos apreciar las más terroríficas muestras de dolor y angustia de quienes nos entregamos al amor. Ese viaje de las desdichas diarias entre el martirio de perder o encontrar el peso de cada lágrima. Sin embargo, la mejor parte de la entrega la recargo en la segunda parte de la trilogía dividida en dos actos y describe la muerte de Édgar Allan Poe y su tormentoso viaje entre los nueve círculos del Infierno que Dante Alighieri penumbra en La Divina Comedia, con el fin de encontrarse con Satán, amo y señor del Infierno, e intentar romper el pacto que le condena a vagar en el dolor el resto de la eternidad.

Al igual que sucede en La Divina Comedia, Edgar Allan Poe es guiado en su andanza por el poeta Virgilio, haciendo el mismo recorrido que hace con Dante. A lo largo de su penante y tormentoso periplo se encuentra con dioses mitológicos, monstruos, la Laguna Estigia, Dite y con las condenadas almas de otros personajes históricos que hicieron un pacto similar con el diablo, cuyas vidas terrenales tuvieron paralelismos con la del autor y que ahora sufren el perverso castigo del desconsuelo. En la canción los Infortunios de la Virtud podemos apreciar una discusión entre el Marqués de Sade y Edgar Allan Poe sobre el cómo las virtudes naturales, morales o amorales pueden ser juzgadas por igual. Y así mismo la discursiva filosófica se encuentra en todo el trabajo entre Dante y Poe. He aquí un dialogo del Primer Acto de la segunda entrega:

Poe:  ¿Quién eres tú?, ¿Qué haces aquí? ¡Habla!         

Dante:  Mira alrededor, esta es mi obra magna.

Poe:  Todo este horror surcaba tu mente, desolación, un canto de muerte.

Dante:  Tuve una visión, yo no soy quien juzga, solo mostré el precio de la culpa. Abrir las puertas del Inframundo.

Poe: La oscuridad de nuestro futuro.

Dante: Tu mejor que nadie para comprender la senda del horror. Puedo verme en ti, me es tan sencillo comprender todo tu dolor, tu angustia y la sed que asola tu alma. Yo también amé, mi adoración fue en vano. Nunca besé aquel rostro idealizado. Más allá del amor… el dolor, al menos ella fue tuya. Yo también amé, Beatriz fue solo mi musa

Poe: Más allá del amor… el dolor. Ella murió a temprana edad y con ella me enterró. El angosto valle de la soledad cuartea el corazón (…)

Y sin tantos preámbulos, estimado público, este acercamiento del Heavy Metal con la literatura clásica puede ser un viaje maravilloso que nos tiende ese puente entre las obras más benevolentes y malévolas de una época con nuestra vigente razón o imaginación. Así como esa calma versada que nos puede traer paz en los momentos más asfixiantes de nuestra vida porque, como decía Octavio Paz: “La mucha luz es como la mucha sombra. No deja ver…”. Es necesario soñar en la oscuridad para despertar en muchos casos con la felicidad.