Por Fabiola Hernández

He vuelto a tomar té. Pongo mi enredadera de angustia y vacío junto a las bolsitas con trozos de flores, hierbas y jamaica, me inyecto el líquido ligeramente rosa directo en el torrente sanguíneo y baso toda mi esperanza en el cristal de la taza. Transparencia, todo lo que ansío. Estoy asustada, tengo problemas para recordar largos periodos de mi vida. La posibilidad de hallar la eternidad desapareció, pienso. La mezcla va calentando mis pies siempre fríos y dejo de sentir poco a poco este ardor en el rostro, minutos después solo quedan en el fondo de la taza los restos secos de lo que una vez latió dentro de la tierra. 

Hace semanas que imagino escenarios apocalípticos, zombies, extraterrestres, terremotos; ayer soñé con ratas que devoraban a media humanidad. Quizá estos sueños tengan algo de cierto y en algún lugar haya un planeta derrumbándose. O tal vez solo soy yo y la falta de memoria que me pone en una especie de frontera, algún tipo de mecanismo de defensa, en fin. Espero e imagino; vuelvo a beber. Hubo una época donde cada mañana me acompañaba una delicada infusión de manzanilla que yo bebía con desesperación. En esos días la eternidad dormía conmigo y despertaba sedienta de oro. Ahora solo bebo té.

Dicen que a veces tienes que romper las cosas si quieres ver a dios en ellas. Lo leí en una revista, nunca terminé de entenderlo: estoy viviendo en una grieta pero aún no logro ver nada. Amnesia transitoria y periódica, un estado de fuga. Nadie tiene respuestas, continúo pensando. Después del té vinieron las películas; pasé meses sin ver algo y ahora miro la misma una y otra vez. Pienso en el final, podría jurar que esa frase es genuinamente mía, que el perro sacudiéndose en la sala es mi Luna dando vueltas, o que el vaso gigante de helado es el anuncio que acabo de ver en la televisión. El lunes el escenario era una granja, hoy es una escuela y sé que mañana será la ciudad. Nada se mueve excepto las marcas en tu cuerpo. Por más que la vea, esa no es mi historia, sus escenas no me pertenecen aunque trate de esconderlas en lo más profundo de mi cabeza. Se borrarán sin remedio pero quizá su resplandor regrese alguna vez, concluyo suspirando.

Despierto con ganas de té. Sobre mi cabeza revolotean cientos de aves, soy un árbol en medio del clima cálido del bajío. El mar con aroma a jamaica entrando en mi cuerpo. Oro, banquetas, manzanilla y sal. Cables y cometas. Títulos, canciones, lugares olvidados, lluvia. ¡Esta es mi mano! Fragmentos de terciopelo color frambuesa, centellas azules rompiendo los cables y una calaverita que resguarda las ruinas de una civilización. Espectros radiantes. Fantasmas rondando mi cama, duendes y demonios. Un triángulo de espejo colgando de la pared y olor a pan en la cocina; un nuevo día que nace. Le doy un último sorbo a la taza.