La perpetuidad de las palabras

La perpetuidad de las palabras

Por Mr. Saddy (Damián Damián)

Desde que tengo uso de razón, sé que las palabras son el cuerpo de nuestras ideas, la voz del pensamiento, parte de la materialización más directa del lenguaje. Las palabras como «memoria, recuerdo u olvido» no serían lo que son si no se pronunciaran o escribieran. Así como en general ocurre con todas. En este caso, estas tres palabras, por ejemplo, son parte de una tesis o antítesis para sugerir que los objetos, cosas y, en todo caso, personas, son contenedores de la memoria. Asimismo, las palabras que pronuncian son el canal que tiende ese puente entre eso, ello o ahí y la proyección que nos da de él, siendo la memoria el almacén que desarchiva un pensamiento sobre el mismo. A eso, en términos psicólogos y llanos se le llama condicionamiento, mas no voy a tocar un tema delicado que podría llevar por otra índole esta reflexión.

Las palabras son el mejor obsequio que alguien nos puede dar u ofrecer. Ya sea para bien o para mal, enseñan, nos experiencian. Dejan una sonrisa que nos puede durar de por vida o una marca, una huella, una herida que nos acompañará hasta el momento de nuestra muerte. Las palabras duran más que la existencia de uno mismo. Son perpetuas, por decirlo así. Que en comparación con las flores que, por ejemplo, se regalan y a los pocos días se marchitan y pudren, volviéndose basura, naturaleza muerta, parte de una vida que fue despojada de sí para complacer a otra, no tienen más que un valor efímero y sin sustancia cuando no hay palabras.

Las palabras transforman o, en su defecto, nos pueden cambiar la visión totalmente. Son progenitoras de amor y revestidoras del alma. Si algo puedo decir de las palabras, las que lees en este momento, es que son yo. Significan lo que siento por ti, lo que ya sabes y he intentado demostrarte incansablemente, interminablemente, indescriptiblemente: amor.

Son el discurso hegemónico de mi ser en sociedad. Son el par de años que sigue vigente y seguirá a pesar de que ya no quieras mantenerme a tu lado. Estas palabras que evocan mi nombre te harán recordarme totalmente, y si ya no estoy en tu vida, serán el peso mismo del recuerdo que te durará por siempre. Pero si aún sigo estando contigo, serán la promesa de que los «para siempre» existen y aunque los dos tengamos que morir en algún momento, estarán presentes indefinidamente.

Y sí, por supuesto que las palabras marcan la diferencia entre las personas. Están quienes las crean y quienes sólo las utilizan siendo de alguien más, ya sea de buena manera o huecas. Están quienes las ocupan para adornar una idea o quienes idean experiencias cumbres con ellas. Las palabras y su uso marcan la diferencia entre las personas.

 

Uso popular

Uso popular

Por Mr. Saddy

Hace poco meditaba sobre el uso de las palabras o expresiones que utilizamos mientras hablamos, ya sea para bien o para mal de la conducta de los demás, y pensé en dos expresiones muy trilladas que se ocupan con regularidad y que personalmente se me hacen de mal gusto porque las personas asumen que son la mera neta cuando cero que ver. Una es «lo lógico» y la otra «por sentido común».

Con sus diversas variaciones coloquiales, estas dos frases se acostumbran para justificar algo que «popularmente» puede estar bien o mal. Sin embargo, mi argumento no radica en el hecho de que sea un problema usarlas, sino en que muchas veces no se usan conscientemente. No me refiero a acompañarlas de una super reflexión, sino a su trasfondo para entendernos «acertadamente» un poquito más cuando las usamos, pues de manera constante las anteponemos a otro argumento, sentenciándolo como si fuese una verdad absoluta. Y aunque son expresiones totalmente diferentes en cuanto a su significación se refiere (ante la diálectica, por ejemplo), suelen tomarse como sinónimos por su amplia interpretación, primero personal y subjetiva y, segundo, pública o social. Empero, esto es algo que hacen las personas debido a la forma en que interpretan la vida bajo sus experiencias y su capacidad de expresarse.

En este espacio que me otorga Rito —a quienes agradezco su paciencia y tolerancia— daré un pequeño punto de vista respecto al uso cotidiano de estas expresiones con diez incisos que considero, si bien no suficientes, son los necesarios para exponer mis argumentos que, aunque «suenan» a lo mismo al usarse, no lo son. Y como es costumbre mía, les agradezco el espacio que también uso para quejarme de lo que no me parece de la sociedad que nos cobija. ¡Comenceeeeemooooooos!

  1. «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas. Y llamó Dios a la luz día y a las tinieblas llamó noche. Y fue la tarde y la mañana un día». Hahahahahahahaha, no, no, no, en realidad eso de la Biblia es pura mierda. Ahora sí comienzo.
  1. Existe una cantidad de conflictos (personales y de cualquier índole) que serían reparados si hubiera un poco de claridad sobre el contenido y el uso adecuado de las dos expresiones citadas al principio. Pero resolverlos no es la finalidad de este escrito (tampoco soy Dios, no mamen). Si bien puedo aportar con mi granito de arena a algunos, no corregiré una cultura como la nuestra, que considero está en una etapa de transición para llegar a su madurez.

Ahora, si bien las dos frases se usan para algo similar, son distintas en cuanto a su conceptualización se refiere. Pero es normal su empleo debido a que las personas mediante el lenguaje interpretan muchas expresiones o palabras gracias a la semántica que retienen de lo que los rodea y su capacidad de comunicarse.

Con su uso las personas buscan dar sentido a algo que asumen como una obviedad o como algo que les «suena evidente», cuando en realidad es su propia interpretación del fenómeno y que además está acotada a experiencias similares (que en muchos casos son pocas). Aunque dentro de su propio mundito puede ser congruente usarlas, no quiere decir que sean lo mismo en la praxis y en lo que en respecta a la «realidad total». Pero siendo un “recurso de lingüístico” de un grupo de personas, en consenso se asimila por inmediatez.

Con ello no pretendo que se cambie su uso, como mencioné al inicio, eso sería absurdo. Sólo se trata de aclarar su diferencia. Es un suicidio ir contra la cultura misma, a la amplia interpretación que se tiene de sus expresiones populares y, en todo caso, del arraigo lexitivo y contextual al que están sometidas.

  1. Abordar filosóficamente estas dos frases sería lo más correcto para su entendimiento, pero siendo un recurso del hablante no sería conveniente más que trastocar un poco de su contenido. Como expresiones cotidianas fungen como la interpretación que nos ayuda a darle coherencia a nuestra percepción. Es así que para nosotros toman sentido al expresarlas. Son, entonces, un recurso de interlocución que asocia la experiencia con la conducta. Una conducta que puede no ser coincidente con nuestro discurso, pues uno puede tener sensatez al hablar, pero simplemente actuar como un completo pendejo. Y eso es totalmente válido. Como recurso lingüístico son una cosa, aunque en términos humanísticos signifiquen otra.

  1. Algo con lo que las personas solapan este tipo de frases es el supuesto «criterio». Sin embargo, el criterio se recarga totalmente en la moralidad de la persona. Cuestión independiente de las dos expresiones en juicio, pues si bien forma parte del concilio para su aplicación, la forma en que tambien puede expresarse (puesto que es una interpretación) cambia. Gracias a todo ello se le puede dar «sentido» a las cosas o acciones.

  1. Cuando usamos estas frases también expresamos lo que es más racional «idealmente» para nuestro juicio y/o valores (tómese como guste). Sin embargo, existen muchas características que conforman nuestro juicio y debido a que compartimos un espacio y tiempo determinados, cultivados en una cultura y, sobre todo, un grado de interpretación de la vida en general, lo lógico o el sentido común ya no son tan aplicables como si se tratara de matemáticas para «hablar de lo mismo» o «referirse a lo mismo».

Así, «lo lógico» y el «por sentido común» toman un sentido figurativo y metafórico que a través de una interpretación cultural tienen elocuencia dentro de la realidad de la persona a la hora de exponer un argumento y se utilizan como muletillas o herramientas.

5. «Por sentido común»: bajo esta crítica «lingüística», es una expresión un poco más simbólica, o sea, representa algo. No es literal que se trate de jugar con todo el bosquejo filosófico que rodea el sentido común forzosamente, pero esta frase describe una capacidad para cuestionar o juzgar una situación, como ya lo había mencionado. No es reflexiva en su totalidad, cabe aclarar. Y no es que haya un sentido común mundial. Puede ser similar, y muchos teóricos a la fecha están en discusiones constantes al respecto.

No obstante, cuando se usa debería buscarse hacer énfasis en una capacidad que trabaja en torno a la experiencia y a una conducta pre-hegemónica y no sólo soltarla como muletilla. Aristotélicamente, el sentido común es la reunión de información de todos los sentidos del cuerpo que, a través de una respuesta de asimilación, nos ayuda a distinguir lo verdadero de lo falso o lo bueno de lo malo.

  1. La acumulación experiencial nos permite desarrollar un argumento que, pues vivimos en sociedad, se comparte mediante el lenguaje y permuta en el sentir de una situación, se reconoce socialmente y podemos decir que es, ahora sí, por sentido común. Pensando, como mera referencia, en que esa misma experiencia la viven siete de diez personas, es que se da el consenso. Desafortunada y dependientemente de esta recolección de experiencia, el contenido del «por sentido común» muchas veces es sólo elocuente por una sustitución de conceptos en el discurso hablante, de interpretación y del grado en el que se profundiza el mismo. Pero eso depende de más factores que radican en el desarrollo de las personas, sus capacidades y contextos en los que habitan.

  1. «Lo lógico»: es una expresión mucho más densa que debería ser tomada con mayor responsabilidad, lo cual pocas veces sucede. Primero debemos tomar en cuenta que la lógica como expresión nace de una lógica como ciencia del pensamiento. Una praxis estricta para su uso cotidiano hace alusión a esa parte de la lógica filosófica que busca racionalizar algo que tiene una comprobación metódica y que, sin embargo, es temporal, la cual tambien tiene una profundo desarrollo en su estudio, pero que no constataré aquí por su amplitud. Sin embargo, no deja de ser un recurso del lenguaje.

Hace unos meses como recordatorio personal leí al Dr. John Corcoran, académico de la Universidad de Búfalo, en Nueva York, quien describe que el papel de lo lógico es, para su empleo, un trabajo en conjunto con la ética y viceversa, y que son hasta cierto punto inseparables, de ahí la onda de juzgar con lo lógico, lo cual es una cosa y usar la expresión otra. Campos muy distintos. Incluso sería poco pertinente hablar de la lógica como ciencia para este caso cuando hay tipos de lógicas. Sin embargo, es necesario este preámbulo para separar un recurso lingüístico de la filosofía, aunque puedan tener vínculos.

  1. «Lo lógico» como expresión busca calificar una acción que se observa disociativa o irregular en la conducta de alguien. Está lejos del sentido común aristotélico, platónico y mucho menos kantiano, pero en su uso cotidiano es una cuestión tradicional. «Lo lógico» en el discurso se caracteriza por una «intuición» que descalifica a la razón en términos estrictos. Lo cual en realidad no importa en lo popular. El objetivo es sentar una idea con inmediatez dejando de lado todo este proceso de la reflexión y demás, pero es normal que suceda. Sólo se busca revalidar un argumento. Al igual que sucede con la otra expresión.
  2. Siguiendo lo anterior, considero que «lo lógico» y «por sentido común» como expresiones no deberían usarse como sinónimos, aunque es pendejo de mi parte pensar que puede llegar a suceder. Pasa y seguirá pasando. La chaqueta mental de que las personas piensen tantito en las expresiones que usan tampoco pasará. No todos pueden detenerse a meditar antes de pronunciar palabrillas. Para empezar, muchas de las charlas del día son tan coloquiales que no necesitan mayor sustento reflexivo. Son charlas del preciso momento y con una ejecución laxa. El sentido común da paso a lo lógico, eso es en la teoría. Y el grado de reflexión de la primera ayuda a materializar la razón en la segunda.

  1. Como recurso del lenguaje, cualquier frase trillada es común, normal incluso. Pero tenemos que tener un poco de precaución porque están sujetas a la interpretación personal y podemos llevarnos una remolcada si le decimos a alguien que por sentido común deje de hacer pendejadas cuando su capacidad sólo le permite hacerlas. Jajaja. Fin.
Eres

Eres

Por Mr. Saddy (Damián Damián)

Para Ana Jessica Ortiz Martínez                     

eres
       el cuerpo perfecto
el pensamiento más puro
el preciso momento
del pasado la sombra
el presente más tierno
el futuro más cierto

de la incertidumbre la calma
de lo turbio lo libre
como el café que más sabe
como la mirada que tiñe
la poesía de las cartas
los fulgores del alma

eres la risa sincera
felicidad placentera
sentimiento sin tiempo
por un sueño pendiente
que entre ambos viviendo
se reanima constantemente

eres mi te extraño amoroso
sin distancia coherente
la paciencia del cielo
que hace planear a la aves
entre la vida y la muerte
y no sólo por hambre

mujer compromiso
comprensión y respeto
realidad transformable
pausa postergable
espacio indefinido
amor
            interminable
                           inexplicable

El huésped

El huésped

Por Damián Damián

Pude decirle adiós de muchas maneras: canciones, poemas, fotografías, cuentos, obsequios, cartas, chats, manualidades, sexo, lágrimas, risas, caricias y etcétera, si olvidé otras más.

Si lo tomó como un buen gesto —de despedida— ya quedará en ella. De mi parte solo fueron “adiós de amor”. Me lo dijo y se lo dije y así fue, pues, en todo caso, verdad o no, fueron sus palabras.

Me fui de su vida, porque así me lo pidió.

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Están de más las circunstancias: muchas buenas y otras malas, pero vaya que no es fácil. Son de las despedidas más dolorosas a las que el ser humano, a pesar de estar acostumbrado siempre diciéndole a todo el mundo: adiós, hasta pronto, hasta luego, cuídate, nos vemos, me voy, estamos en contacto o solo dejarlas en visto en las redes sociales.

Pero ¿por qué es difícil? Simple.

Hay amor. O cualquier otro sentimiento de pertenecer que ya no va existir. Ese sentimiento que creó sueños, ilusiones e incluso planes de vida ahora serán serán serán y nada a su debido tiempo.

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Siempre hay que tener un especial cuidado al despedirnos de los seres que amamos porque, para bien o para mal, algún día puede que ya no estén a nuestro lado. Clásico.

Esto es, entonces, disfrutar solo el momento, pues nadie tiene el mañana asegurado. Clásico: vintage.

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Sin embargo, entre ella y yo, estoy seguro, nos despedimos amándonos. Es mucho mejor que decirse adiós de dientes para afuera, como dicen, o a la mala, como es que sucede en algunos casos.

Si en algún momento ella lee estas palabras me gustaría a mí que pudiéramos volvernos a ver y aclarar todos los inconvenientes que en estos momentos nos separaron. Pues no está demás, como hombres, ver nuestros errores reflejados en los ojos de una mujer, así

Como nuestros aciertos, porque uno siempre se despide dejando cuentas pendientes, asuntos sin resolver y demás contratiempos.

Curioso es que para cuando se publique esta misiva hubiésemos cumplido un año de relación, pendiente al que nos faltaba solo un mes.

Por consiguiente, mis sentimientos de pérdida son frescos, pululan tristeza todavía, y a pesar de la resignación a la que estoy sumamente amordazado, el vacío ya me pudre.

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El aroma de mis besos apesta. La esencia de mis sueños ciega. No se ve nada, todo me sabe a simple. Vuelo al olvido y aterrizo en el recuerdo de un madero en forma de banquillo de ningún lugar. Huelo a plantas marchitas a las orillas de un cajón.

Comprendo que estoy lleno de ti, y eso casi derrama lástima. Soy un hombre en la memoria y la memoria de un cuerpo. Y si la imaginación tiene colores y puntos guías ¿dónde están los trazos?

La emoción habita en los sentidos y la enjundia del corazón es huésped, otra vez, otra más. Pero por qué seremos tan insensatos: los sentidos, el sentimiento y el sentir son cosas tan diferentes y nos aferramos a meterlas a una pequeña botellita de cristal y agitarlas.

Esto escrito es dolor de partida con los puntos necesarios para entenderlo.

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Cuando aún vivía en aquellos tiempos, fui a ver cómo trabajaba. Su departamento era muy pequeño considerando el tamaño de sus ideas. La recámara donde trabajaba era blanca, con una puerta pequeña y sin ventanas. La mujer era muda y desconcentrada, sumisa, fría, con fugas entre las pestañas.

Su tintero, un lagrimal raro, se parecía a un puño. Y cada palabra o frase que escribía se soltaba al llanto colérico e incontenible de tener o no, de sentir o no, el peso de los dedos.

Cuando terminaba el verso se sentaba a platicarme sus penas, con sus sucios dientes y mí apestosa boca. Y así nos besábamos, siempre entre whisky y mediodía. Entre: seco, caluroso y, sobre todo, de módico precio.

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Cuando murió, lo primero que hice fue darle el pésame a su máquina de escribir. Ahí estaba. Y qué por alguna extraña razón ya tenía poco menos de la mitad de las teclas.

Cuando me presenté al velorio y me asomé al ataúd, observé en ese hermoso y siempre pálido rostro, algunas de las teclas dentro de la boca. No comprendí aquella extraña situación, pero supuse que ella tenía que reclamarle pendientes a la muerte. Y como en el purgatorio, se pierde la voz temporalmente, porque solo se gime angustia, dolor y placer, ella le iba a escupir las teclas, letra por letra, en la cara.

Lo comprensible de estar en una casa sin nadie es sentir el espacio entre el interior. Hasta se siente alejado uno del ruido que se escucha susurrar a los entrepaños contando nuestra propia historia.

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Llevo varios días sin dormir. Al cerrar los ojos, perturbado, una melancolía recorre mi cuerpo. No he logrado descansar. Su impresentable me abruma.

Cuando aún vivía yo también, y su mujer de paso, lo peor del asunto, el sufrimiento que me causaron: yo contaba su historia. La hacía mía y no viento, que es de quien se supone es.

Y con todo respeto, que a esta nostalgia se la lleve la chingada.

Nada es anormal

Nada es anormal

Por Mr. Saddy | Damián Damián

Hace un par de días, buscando entre mis lecturas habituales un desahogo emocional que me provocó la partida de una mujer que, como dicen, de cuyo nombre no quiero acordarme por la tristeza absorta que recrudece mis días, encontré en un libro de microrrelatos, una narración que va muy ad hoc con la temática del mes: Trastornos. En el siguiente relato que les proporcionaré (porque es elemental conocer el fruto mismo) para su deleite como lectores pertinaces, se evidencia la sutileza de una realidad distorsionada y frágil ante la supuesta normalidad con la que viven, a percepción común, las personas con algún tipo de trastorno, que si bien tomo un ejemplo de muchos, estos padecimientos los acompañan toda su vida a contravoluntad y los hacen navegar de una realidad a otra como si de aguas se tratara, pues a la menor provocación pasan de un temple cotidiano a maremotos inexplicables para cualquiera que desconozca estas patologías.

En Conversaciones con mi hermano, Rogelio Guedea nos narra una de sus reflexiones cotidianas a modo de diálogo, tintada filosófica, pero sin dejar de ser tan humana que, sin duda, nadie está exento de padecer un trastorno de algún tipo, pues su surgimiento es respuesta de un daño con diferentes orígenes, pero sin secuelas notorias que embrionan y explotan como volcán al movimiento de las entrañas de nuestro ser bajo circunstancias que afligen al cuerpo y la mente. Esta pequeña narración, con la que empaticé mi sentir, remarca que vivir con un trastorno, más que un problema corpus mentis, es una alternativa muy amplia del manejo de la vida, tanto así como carecer de un pie, un ojo, una mano, tener un corazón doliente, etcétera, haciendo hincapié en el hecho de que, por más obstáculos que nos presenta la vida, caminos hay, sobran, pero voluntades faltan, carecen, sin darnos cuenta que están ahí.

La otra noche hablaba con mi hermano sobre una crisis que tuve de ansiedad, pues padezco desde niño el trastorno obsesivo-compulsivo, aunque a mí me gusta más llamarlo trastorno de la sensibilidad, porque es de la sensibilidad de lo que se trata este asunto. Le contaba, en términos generales, cómo empiezan las crisis cómo se desarrollan y cómo terminan, periodo durante el cual se mastican piedras y se come escombro, aunque también se ama más al mundo, a la gente que lo habita y a sus alrededores. El común de la gente no sabe lo que es una crisis real de ansiedad, mucho menos una obsesiva-compulsiva. La gente normal suele creer que una crisis de ansiedad es sentirse muy preocupado durante un periodo considerable de tiempo y ser obsesivo-compulsivo es una cosa que se puede ir presumiendo por la vida, diciendo con orgullo: yo soy obsesivo-compulsivo, por eso no me estoy quieto nunca, hago esto y lo otro y, cuando me propongo algo, me obsesiono y lo consigo, porque soy un obsesivo-compulsivo. El que se jacta de ser un obsesivo-compulsivo y no ha sentido que pierde la cabeza, y que se le va la realidad de las manos, y que incluso se siente ajeno a sí mismo, con angustias de muerte que lo dejan pasmado y con lo ojos desorbitados en mitad de la calle, entonces no padece el trastorno. Mal hago en explicarlo porque nadie podría entenderlo si no lo ha vivido, esa es la verdad. No se puede doler uno con el dolor de otro, nunca, ni experimentarlo de oídas. El que realmente lo padece, sin embargo, sabrá de lo que estoy hablando y seguramente me escribirá para decirme que le ha ayudado mucho esto que he escrito, sobre todo porque lo he padecido desde niño, y si estoy vivo quiere decir que esas ideas de inminente muerte o locura son señales falsas que nos manda la cabeza, aunque en cada nueva crisis uno crea en realidad que será la definitiva. Esto le explicaba a mí hermano poco antes de que el me diera, refiriéndose al trastorno, un ejemplo que me gustó. Me comparó con un automóvil de Fórmula 1, de esos que uno ve en la carreras de anchas autopistas dando una y otra vuelta a gran velocidad. Los que somos obsesivos-compulsivos damos esa impresión: que somos automóviles Fórmula 1 im-parables, que hacemos grandes recorridos (trabajamos o escribimos, como es mi caso) con una fuerza indoblegable y que, sobre todo, no nos cansamos nunca. Sin embargo, me decía mi hermano, aún cuando tengas esa potente máquina, llega un momento en que tendrás que detenerte cambiar llantas, revisar pistones, aceitar válvulas, etcétera, porque de otra manera reventaría. Incluso —seguía mi hermano— el chófer (o yo) necesita de un copiloto para avanzar sin el temor del perder el rumbo o volcarse a ras de carretera. El ejemplo de mi hermano me gustó porque, efectivamente, los obsesivos-compulsivos somos automóviles Fórmula 1; el problema es que aunque sabemos —estamos conscientes— que no somos invulnerables, y que incluso necesitamos un copiloto, mecánicos especialistas, etcétera, nunca podemos parar hasta que la máquina truena, y ya cualquier señal previa (si la hubo) se hace inútil. Esa es la única diferencia con los automóviles Fórmula 1: que ellos tienen sistemas de alerta (rojo para combustible, naranja para frenos, blanco para llantas), mientras que los obsesivos-compulsivos no. Nuestro tablero es austero, tan austero que no nos muestra la velocidad a la que vamos, de ahí que siempre terminemos —como ha sido mi caso— estampados en el muro de contención.

Siendo el caso anterior, y como decía al principio, husmeando y buscando entre la lectura como ratón sin salida ante la inminente sensación de muerte un desahogo emocional ocasionado por una mujer, ahora sí, de cuyo nombre hoy más que nunca debo acordarme, concluyó que, vivir con algún tipo de trastorno, sea cual fuere, lejos de ser un problema, es una forma un tanto irreconocible de valerse, más no imposible. El autor de Historias Familiares, nos da una panorámica de aquellos que sufrimos de estas condiciones anímicas, teniendo que adecuarnos a contener dichas fricciones entre realidades que, mientras nos perturban, nos alumbran una nueva dinámica e interpretación de ver la vida. Estas patologías nos otorgan y viceversa capacidades del pensamiento, para quienes lo vemos así, una profunda respuesta ante la incomprensible sociedad que, podría asegurar, vive enferma, de un trastorno inalterable y evolutivo llamado: transición (cuando menos, para no generalizar, en nuestro país) cultural. Sin más preámbulos, les aclaro que esto no es una promoción de dicho escritor, pero considero esto es una invitación a leerle, pues es basta y llena de criterio su lectura.

Les deseo a todos un excelente comienzo de año, que todos sus sueños, fantasías e ilusiones sean, lejos de una realidad a largo plazo un tanto inalcanzables, un cúmulo de expresiones cortas que nunca nos permitan detenernos.