Por Armando Vera Pizaña

La pandemia de COVID-19 ha quitado la vida a millones de personas alrededor del mundo, dejando a muchas más sufriendo debido a estas pérdidas. Andrea, una joven de 26 años proveniente del estado de México, sufrió hace algunos meses la pérdida de su abuelo, con quien todos los miembros de su familia mantenían un lazo muy fuerte. En estas circunstancias en las que el distanciamiento social es imprescindible, despedirse del difunto es casi imposible, o al menos las formas se consideran ritualmente inadecuadas y, por lo tanto, más dolorosas. Andrea relata:

“Fue muy feo. En el hospital cuando es muerte por COVID-19 tiene ser muy rápido todo, ya que hay un punto muy grande de infección y mi abuelito podía contagiarnos. Se lo llevaron directo al servicio fúnebre para incinerarlo. No pudimos ir porque teníamos que cuidar a mi abuela. Solo estuvieron mis tíos. Todo eso me afectó mucho, de hecho a toda mi familia.”

Si el proceso de duelo suele ser una vivencia difícil, este tipo de pérdidas contextualizadas por la pandemia pueden promover complicaciones en cómo las personas afrontan la pérdida. En esta situación problemática, experimentar el sentimiento de la nostalgia podría ser un medio para hacer más llevadera la pérdida.

La nostalgia nació como una explicación a una serie de padecimientos experimentados por soldados expedicionarios suizos del siglo XVII. El médico J. Hofer acuñó el término (Garrocho, 2019) tras observar la persistencia de diversos síntomas en estas tropas: frecuentemente eran invadidos por pensamientos de su hogar, una ansiedad constante, latidos irregulares, insomnio recurrente e incluso amnesia. Al considerar la especificidad de este estado, Hofer tomó prestado del griego los términos nostos (νόστος), palabra alusiva al “regreso”, y algos, (ἄλγος,) “dolor”, para dar forma a una concepción primordial de la nostalgia, una muy relacionada con los sentimientos de los soldados por retornar a su patria. Es también la añoranza que comparten los exiliados de sus propias naciones, quienes en la nostalgia, más que una enfermedad, encuentran un refugio; es también esa búsqueda la de los desplazados a quienes se ha arrebatado sus tierras. En cierto sentido quien ha perdido algo o algún ser querido, quien ha sido obligado a dejar atrás el pasado y a sus amigos, es un exiliado también de ese pasado. Nuestro anhelo por volver a ellos es la nostalgia en la que nos resguardamos.

Como advierte Nöel Valis (2000), la nostalgia no puede ser separada de los hechos históricos y políticos de ese exilio, por lo tanto la dolorosa sensación de extracción permanece, se asoma con tristeza. En el fatídico encuentro con la irreversible muerte, el dolor se presenta como parte de una estructura inestable y atemporal, pero junto a él, lo perdido están acompañado con los recuerdos de lo perdido. Si la pandemia ha dilatado nuestra percepción del tiempo, como acontecimiento inacabable, no por ello diluye las experiencias vividas previo a ella, ni aquellas trágicamente formadas durante ella. Así, Andrea retorna con frecuencia a sus memorias para sobrellevar el dolor: recuerda con cariño cómo cantaban en las fiestas familiares viejos boleros, cómo cuando niña su abuelo la sentaba en la mecedora con ella; escribe con frecuencia para encarnar esa patria perdida.

Tras el acontecimiento, la muerte en este caso, pueden verse florecer estas “prácticas nostálgicas”, medios por los cuales esa añoranza toma forma, una forma de conectar con lo perdido en el exilio que permite dar enfoque a la propia vida. Estas prácticas nostálgicas tienen un importante rol en la resiliencia psicológica y a nivel neuronal la memoria es puesta con sistemas de recompensa: reduce la sensación de soledad, la depresión, la excesiva meditación en la muerte, además de otras ventajas personales como el deseo de vivir (Oba et al.,  2016). Las “prácticas nostálgicas” pueden entenderse como rituales personales establecidos para resimbolizar los sentimientos de dolor producto de la pérdida, resignificar el valor de lo perdido a partir de diversos tipos de estímulos como los olores, los sabores, la música, las fotografías. Dejarse llevar por la nostalgia puede ser un medio para confrontar el exceso de la muerte, para conectar con los demás en tiempos difíciles, un modo de sobreponerse al absurdo y aferrarse a la vida.

 

Bibliografía:

Garrocho, D. (2019). Nostalgia. Sobre el origen y el nombre de una patología sentimental. ISEGORÍA. Revista de Filosofía moral y Política, 61, 673-688.

Oba, K., Noriuchi, M, Atomi, T., Moriguchi, Y., Kikuchi. Y., (2016). Memory and reward systems coproduce ‘nostalgic’ experiences in the brain. Social Cognitive and Affective Neuroscience, 11, 1069-1077.

Valis, N. (2010). Nostalgia and exile. Journal of Spanish Cultural Studies, 1, 117-133.