Por Juan Fernando Mondragón

No es ningún secreto que las formas breves de la poesía oriental nos han cautivado y encantado por su capacidad de concentración. La enseñanza es que todo se puede expresar en mínimas sentencias literarias o que la mínima sentencia literaria es la expresión de todo. Sin embargo, el landay de las mujeres pastún de Afganistán y Pakistán sigue siendo un secreto para la mayoría de los lectores occidentales, a pesar de que en brevedad y potencia poética, e incluso en una cierta capacidad de visualización y ordenación de la realidad, no esté lejano del más asequible haikú japonés.

La palabra “landay” puede ser traducida como “serpiente venenosa de cortas dimensiones”, en un término metafórico que apunta sobre todo a su filoso carácter social. Se trata de poemas de dos versos utilizados por las mujeres para acercarse a una situación social en la que se les reprime y hostiga salvajemente. Sus temas son la violencia, la guerra, el honor, la muerte, sin que sea raro verlos acompañados de una fiel y dura legitimación de su papel de esposas y acompañantes leales del marido, hasta en un momento como el del suicidio. Nacidos en medio de una situación de constante conflicto, en la que una poeta afgana puede ser castigada “legalmente” por difundir esta clase de composiciones, el conocimiento de esta lírica por parte del mundo occidental está en ciernes, con apenas algunas traducciones directas del pastún disponibles en el mercado editorial. En español, el poeta mexicano Gustavo Osorio de Ita ha traducido (por intermedio de la lengua inglesa) algunos ejemplos de esta lírica:

Yo llamo. Tú eres piedra.
Un día cuando me busques, descubrirás que me he marchado.

Instantáneas de fuego, poesía surgida en una lengua que quiere sonar como las balas, las poetas pastunes mantienen la escritura y el canto en el ámbito doméstico, aunque algunas recurran al anonimato y la clandestinidad de los programas radiales para llagar en voz alta, con su obra, a la lengua pastún entera, como lo atestiguan estos dos ejemplos, también en versión de Osorio de Ita:

Cuando hermanas se sientan juntas, siempre alaban a sus hermanos.
Cuando hermanos se sientan juntos, venden a sus hermanas a otros.

***

Me haré un tatuaje con la sangre de mi amado
y apenaré a toda rosa en el verde jardín.

A veces la poesía me parece la manifestación de las cicatrices que habitan sobre la piel de una lengua, como un idioma que se hiriera a sí mismo, en sus momentos más privados e íntimos, recluido en su cuarto propio, y el incendio adentro. En un intento de confraternidad, yo mismo he buscado reproducir la intensidad de esta poesía, con los resultados que el lector le quiera dar:

 

Planta una flor sobre mí:
el cimiento de mis penas es buena tierra.

Finalmente, para aproximarse aún más a esta lírica, habría que recordar lo que expresara Carolyn Forché sobre el hecho de que un poema exige al lector adentrarse en su particular revelación lírica, como cuando cruzamos el umbral de un hogar ajeno, con respeto, curiosidad y guardando las presuposiciones. Uno lo consideraría especialmente cierto tratándose de literaturas tan extranjeras como esta, a las que se acude con el afán de quien se reconoce en lo que nunca hubiere conocido, en esas “afinidades a la distancia o acercamientos lejanos”, como diría Forché.