Por Mateo Junco García

Recuerdo haber escuchado muchas veces que el olfato es el sentido más fuerte y el que más perdura en la memoria, sin embargo, para mí nunca ha sido fácil recordar los olores. Mas allá de los aromas culinarios y las lociones de personas cercanas, suelo pasar inadvertidos los hedores. A pesar de mi poca habilidad olfativa es inevitable notar que a partir de ciertas esencias se construyen relaciones sociales y es justamente en derredor de los aromas, la raza y la sexualidad que la autora puertorriqueña Mayra Santos-Febres construye su cuento “Marina y su olor”, presente en la antología Pez de vidrio (1996). En dicho relato se cuenta la historia de Marina, una niña negra que empieza a entrar en la pubertad y tiene la peculiaridad de expirar los aromas de lo que cocina y siente. Ella usará esta habilidad para sobreponerse a las adversidades en la búsqueda del amor de Eladio Saloman.

Si bien la narración nos centra en la historia de amor de la protagonista, considero que el gran valor de la obra reside en la manera de representar los prejuicios de la sociedad puertorriqueña e incluso latinoamericana. La presente reseña es un esfuerzo por dar cuenta sobre cómo los procesos de subversión se pueden llevar a cabo en la literatura, dando voz a los grupos oprimidos y creando una nueva forma de representación en el imaginario colectivo, que responde a la diversidad cultural, en este caso, del Caribe afrolatino. La académica Carmen Rivera en La celebración de la identidad negra en “Marina y su olor” de Mayra Santos-Febres realiza un recorrido a grandes trazos sobre la representación de las mujeres negras en la literatura puertorriqueña:

En el que se considera uno de los textos fundadores de la literatura puertorriqueña a mitad del siglo XIX, El Gíbaro (1849), Manuel Alonso incluye una crónica anecdótica titulada “La negrita y la vaquita”. En el mismo, unos jíbaros le obsequiaron al General español de turno una vaca y una mujer negra para que le sirviera de nodriza a su hijo. Al escuchar la aprobación de un médico, el General determinó que no podía decidir cuál de las dos sería mejor para la tarea. La animalización del sujeto negro en lo que se considera el pilar de la literatura puertorriqueña es evidente. Casi un siglo más tarde, el dramaturgo Francisco Arriví problematizaría el prejuicio racial en Puerto Rico en su obra Vegigantes (1953), con la cual pretendía destapar los prejuicios contra los orígenes africanos, representados en una abuela negra que es ocultada en la cocina para que ningún visitante se entere de que la familia es mulata. Una década más tarde los escritores de las generaciones del sesenta y del setenta, respectivamente, iniciaron conscientemente la problematización del prejuicio racial en nuestra sociedad (Rivera, 2004).

Lo que plantea Rivera es el rol social en el que se ha encasillado a las personas negras en los discursos de poder que obedecen a una ideología dominante, heredada de la colonia y, por ende, racista. Mayra Santos-Febres altera estos roles en un esfuerzo literario por reivindicar a las mujeres negras oprimidas. En este sentido, el cuento destaca por la subversión de los valores que presenta. Aunque podríamos identificar a Marina como negra y a Hipólito como blanco, el relato nos presenta a las familias en el marco de un mestizaje, pues Marina es la nieta de una española “venida abajo” y la madre de Hipólito tiene un gusto particular por la yuca guisada con camarones, un plato representativo de la cultura gastronómica afrocaribeña.[1]

Uno de los puntos a favor que desarrolla la autora es la sutilidad con la que describe rasgos importantes de la sociedad. Para nadie es un misterio que la sexualización de la mujer constituye uno de los aspectos más claros de las sociedades patriarcales; en el relato Marina, al empezar la pubertad, empieza a ser sexualizada y aparentemente corre un riesgo, razón por la cual la madre decide enviarla a la casa de los Velázquez. La siguiente cita da cuenta de ello:

A doña Edovina le empezaba a preocupar el efecto de Marina en los hombres, en especial, la manera en que lograba despertar a don Esteban de la silla de alcohólico en la cual se postraba todas las mañanas desde las cinco […] Ya Marina tenía trece años, edad peligrosa (Santos-Febres, p. 44).

Decisiones narrativas como que la protagonista sea mujer, tenga un don para exhalar esencias, sea capaz no solo de sobreponerse sino de elegir a su pareja afectiva e incluso tener capacidad decisoria a tan temprana edad son algunos de los rasgos que hacen a Marina un personaje subversivo, pues invierten el rol común de la mujer negra en los discursos racistas que solían representar las literaturas latinoamericanas.

En cuanto a Hipólito, se ve retratado de manera satírica y carnavalesca,[2] debido tanto a sus actitudes como a los olores y las situaciones entrelíneas de la narración; en el siguiente fragmento podemos observar cómo el tono burlesco se hace presente a través de los olores que desprende:

Hipólito Velázquez, hijo, no le gustaba nada a Marina. Ella lo había sorprendido respetándose la verga, la cual despedía un olor a avena con moho dulce. Ese era el mismo olor (un toque más ácido) que despendían sus calzoncillos antes de lavarlos. Era seis años mayor que ella, enclenque y amarillo con unas piernas famélicas y sin una sola onza de nalgas (Santos-Febres, p. 46-47).

En este personaje los valores también se subvierten, ya que como representación de la blanquitud lo común sería que la belleza, el amor o el encanto fueran sus atributos, en cambio, la frustración amorosa y el rechazo se hacen presentes en él.  

Por último, cabe recalcar la originalidad en el tratamiento del cuento. Cuando se piensa en relatos sensitivos en la literatura, el referente universal suele ser El perfume, de Patrick Süskind. Dentro del canon latinoamericano se tiene presente Como agua para chocolate de Laura Esquivel, obra que, si bien es escrita por una mujer y narra vivencias femeninas a través de sus personajes, a los cuales también dota de un poder culinario a través de la sensibilidad, aún conserva los valores normativos de la sociedad, por lo cual el sentimentalismo es relacionado con la mujer y la cocina como un espacio de refugio. Mayra Santos-Febres, por su parte, hace de la cocina un espacio de creación y reflexión, como el cuartel en el cual Marina experimenta y explora las esencias que puede crear y le sirven de herramienta para su liberación. Por todo ello, el cuento Marina y su olor de Mayra Santos-Febres posee un mérito literario en cuanto a la subversión de los valores coloniales y la originalidad en su construcción literaria.

Bibliografía:

Santos-Febres, M. (1996). Marina y su olor en Pez de vidrio. Ediciones Huracán.

Rivera Villegas, C. (2004). La celebración de la identidad negra en “Marina y su olor” de Mayra Santos-Febres. Espéculo. Revista de estudios literarios. 27. Disponible en: https://webs.ucm.es/info/especulo/numero27/marina.html

Jiménez, C. (2015). Nuevo mundo, diversidad y gastronomía del Caribe sur costarricense. Revista Herencia. 28(2). pp. 93-106.

[1] A través de la gastronomía se pueden observar procesos de diálogos culturales. Carolina Jiménez en su artículo Nuevo mundo, diversidad y gastronomía del Caribe sur costarricense relata cómo la sazón afro de Puerto Rico es heredada por esclavos migrantes, principalmente jamaiquinos, quienes experimentan recetas con los alimentos propios del continente latino, tales como el chile o la yuca. Rivera también menciona este aspecto, nombrando la receta yuca guisada con camarones como plato típico de la isla.

[2] Rivera comenta al respecto de esta sátira de la blancura: “Nombres como los de Luis Rafael Sánchez, Ana Lydia Vega y Edgardo Rodríguez Juliá componen ese grupo que desmitificó por medio de la ironía desacralizadora y la parodia carnavalesca la supuesta blancura homogénea de la sociedad y cultura puertorriqueñas. Pese a ese prolífico intento, los roles protagónicos no fueron pensados para el realce y la celebración de la subjetividad negra. No ha sido sino hasta hace muy poco que Mayra Santos Febres, joven escritora, distinguida investigadora y profesora de la Universidad de Puerto Rico ha venido, a nuestro juicio, a resquebrajar directamente los discursos que alimentaban dicha ausencia”