Por Rodolfo Pérez Luna

Enmudece el ardor
de la lengua en el brasero.
Casi abatida;
a punto de ceder sus fulgores.
Se hunde hasta el tope en el fango.

El destello de la danza 
al rojo vivo
desboca apenas un vaivén de riachuelo.
Pero no detiene ahí su curso.
es ruedo jadeante que avanza a ras de piso.

Gira en la arena como reptil,
sigue su juego por bajo fondo
tomando un pulso nuevo,
un segundo aire.

No creo a los que dicen
para avivar la llama:
“hay que dar el soplo”,
“cambiar el orden a las brasas”,
“sumar leña o carbón al fogón distraído”,
“cercarlo con piedras” o
“dar palos al vestigio aún ardiente”.

En ausencia del fuego
a la ruina del negro aliento,
cuando agónica la ceniza
persiste en su fractura.
Veo otro mensaje.

Un vuelco rompe la estela más rígida,
el círculo bípedo,
el cruce continuo de la curva
al goce de su cópula.

Dos manos ondean su ascenso,
un último braseo
del signo infinito.