Por Arturo Waldo

Alicia era una niña curiosa. Una mañana vio a un conejo blanco correr apresurado. Decidió seguirlo para descubrir a dónde se dirigía con tanta urgencia. Atravesó el bosque hasta llegar a una gran fuente. El conejo subió a una pequeña balsa para ir al centro de la fuente. Alicia, sin dudarlo, subió a otra balsa y continuó su persecución. En el centro había una guitarra. El conejo blanco dio un gran salto y entró justo en la boca del instrumento musical. Alicia no sabía si seguir con su investigación, pero la curiosidad le dio el entusiasmo necesario.

Contó «tres, dos, uno…» y dio un gran salto hacia la boca de la guitarra que instantáneamente se convirtió en un túnel multicolor. Alicia parecía descender y descender al fondo del mundo. Descendió durante mucho tiempo, incluso durmió durante 30 minutos y no dejaba de descender. Repentinamente un sonido muy especial la envolvió y transformó el túnel en una playa paradisíaca. Alicia se encontraba asombrada por el paisaje. Frente a ella el conejo blanco la saludó y le dio la bienvenida. —Cierra los ojos —le dijo el orejón—. Inhala profundamente y exhala largo —le ordenó—. Presta atención al sonido de las olas y relájate. Todo esto es producto de tu imaginación —le reveló el conejo blanco—. Ahora, concéntrate en lo que te motivó a imaginarme —le dijo—. ¿Para qué me seguiste? —le inquirió—. ¿Para qué me trajiste a la playa? —continuó preguntando el orejón.

Alicia se sintió incómoda pues no sabía la respuesta. —¡Esa incomodidad que sientes soy yo! —le reveló el conejo blanco—. ¡Abrázame como si fueras mi madre! —le ordenó a Alicia al mismo tiempo que brincó a sus brazos—. Sonríeme, pues yo soy toda la frustración que has acumulado durante tu vida —le dijo.

Alicia abrió los ojos y pasó un largo rato sonriendo al conejo que poco a poco se desvanecía entre sus brazos. Después de media hora el conejo no existía más y la playa comenzó a borrarse también. Se desvaneció centímetro a centímetro como si fuera un dibujo en un papel. Alicia se quedó sola y cuando todo se volvió completamente blanco, la alarma de un reloj la desapareció.

—¡Es tarde! ¡Qué tarde voy! —gritó un orejón que recién había tenido un sueño extraño.