Por Ramsés Oviedo
Esperé una fecha sencilla, un día de pasión,
un tiempo donde un abrazo o un solo beso
por fin nos colmaron con la furia infinita del llanto;
ya no fue necesario más futuro
llegando juntos, un encuentro coronando instantes
con café, desacuerdos y cigarrillos de compañía.
Yo de pronto me desvanecí.
¿Qué mirada fue esa, la total, la desprendida?
Temí que nada nos faltara; temí que nos faltara
inventar más palabras, risas o caricias.
¿Qué debemos a esa carencia?
Esa recóndita pregunta
es la abrupta palpitación del tiempo.
Mi esperanza es poder reencontrar
ese abrazo, beso o mirada.
Si no muero para saberlo (y sabes que miles
se han esfumado en busca de verdades)
quiero saber, en el sortilegio de tus sombras,
¿qué futuro guarda nuestra ausencia?
De ningún dolor… de nada sabido…
dime si te irás como ola de mar tras
llegar a la costa a diseminar su presencia.
No importa si floto bajo la luna para saberlo.
Jugaste al silencio,
transeúnte de un mundo arrebatado,
te vi palpando miradas, recorriendo sonrisas,
tomando al mando labios de destinos insomnes.
Me salvé durante un tiempo en la soledad de tu piel,
estuve en tu tacto cual memoria intacta.
Hui del adiós hasta el día afanoso
que declaró constante tu despedida.
Ignorar el último día, lo último me alegraba
el viaje develado de nuestros cuerpos.
Indeciso es el misterio a fin de cuentas.
Consciente de esa desgracia, esperé
que mis ojos jóvenes descifraran del amor,
de sus muertes y resurrecciones,
todo, todo lo que nos hiciera innecesarios
el uno para el otro. Y algo en la espera
me promete presagio: serás
la silueta que se encienda a diario
en las ceremonias pertinaces de mi nostalgia.