Por Damián Damián

Leía Apunte autobiográfico de Agustín Monsreal, el cual los invito a leer, y llegué a la conclusión de varios puntos. Uno principalmente para mis colegas de Rito. Considero de mucha relevancia que todas las personas, o en todo caso la mayoría, pudiesen realizar un apunte autobiográfico. Funciona en las consultas psicológicas, pero no hay que llegar a tal punto. Basta sentarse uno varios minutos a la semana para reflexionar cuántos pasos damos para adelante y, con mayor importancia, cuántos damos para atrás. En eso consiste un apunte autobiográfico de manera práctica, en ver cómo me fue ayer para visualizar cómo me irá mañana. Ese ejercicio reflexivo tiende a olvidársenos. Hoy di tres pasos adelante para regresar a la escuela, pero ayer di más de treinta pasos que por momentos había olvidado, para poder licenciarme y decir, con mayor apertura, lo que puedo corroborar siendo maestro o doctor. Y es que esta tarea debería ser elemental cada año en cada grado escolar. Nos daría conciencia de la capacidad que tenemos para trazar, si no un plan de vida, un borrador y ver que, efectivamente, no tenemos raíces en los pies.

Un apunte autobiográfico ve más allá de lo evidente, si, como la espada, pero también nos muestra lo que evidentemente no vimos atrás, en nuestra espalda, y que nos dio una mala postura por años. Pero decía yo, esa retrospectiva que caracteriza a los apuntes autobiográficos debería no sólo estar en cada año escolar, sino en cada año familiar. Como las tradiciones. De la familia de mi padre sé mucho, de la familia de mi madre sé nada. Y si vivo la vida a sabiendas medias no puedo tener algo o hacer algo bien, sin embargo, a medias lo tendré, sin duda. Los apuntes autobiográficos además de ser necesarios para efectuar reflexiones del pasado sobre nuestro presente, nos vislumbran la importancia del tiempo. Y entonces, ahora sí le daríamos mayor cavidad a los recuerdos en nuestro presente. Por el simple hecho de entender que cada acción corresponde a una reacción y, sobre todo, a un tiempo. Y es que el tiempo no vale oro, vale hoy y mañana, tal vez. Esto es, hoy que soy joven y que forrarme como sea, mañana que sea viejo tal vez no pueda y necesite sombrero o tirantes, incluso. Y voltee y me diga: antes pude y lo hice, y eso me complace.

Entonces decía yo, los apuntes autobiográficos deberían ser una costumbre en las aulas, cuando uno es estudiante, por supuesto, pero deberían ser un hábito cuando uno sale a caminar. O en la casa. Porque en esencia los apuntes, si bien van a pluma y papel, también podrían ser momentos de reflexión no escrita, oséase, mental. En los que tengamos la calma de saber que estamos haciendo bien o mal, por el hecho de que estamos. Y aquí es donde encuentro a uno de los enemigos de las autobiografías: la displicencia para escribir.

Vivimos en un mundo de palabras. Y en muchos casos, incluso el mío, tendemos a pasarlas desapercibidas. Vemos letras en los suelos, arriba, abajo, a un lado, atrás y nada. Pasamos desapercibidos de ellas. Si hay algo que corregir antes de emplear el uso de los apuntes autobiográficos es que es de total importancia entender que sin el buen hábito de la escritura, es complicado. Esa, sin duda, es tarea de todos. De los que escriben y los que leen. No hay que ser egoístas o vanidosos. No es posible que tengamos que inmacular los textos autobiográficos de Borges o Márquez. Pues no es una tarea de sabios, es un acto humano que nos puede dar la entereza de saber de dónde vengo y a dónde voy y debería inculcársenos a todos. Pero sin esa tarea de todos, lectores y escritores, de generalizar el apunte como una fuerte tendencia de expresión, no esperemos que la autobiografía como ejercicio sea eficaz.

Imagínese usted a una sociedad de lectores. Qué bonito sería andar por los pasillos del camposanto y ver en los epitafios una reseña autobiográfica, a lo mejor el morbo nos ayudaría con la lectura y, con mayor razón, a la escritura. Incluso, hace poco vi en el Starbucks un letrerito que decía: Deje usted una nota a nuestro personal, se le agradecerá. Y en cada espacio para depositar la notita estaba el nombre de cada demostrador. Entonces el morbo me consumió. Y fui a leer. Había teléfonos personales, hasta declaraciones de amor. Es importante entender que ese pequeño apunte forma parte de la biografía de otra persona. De una vida, para bien o para mal. Y que invaluablemente puede formar parte de una autobiografía, de un café, de un par de cigarrillos, tinta y papel, o de un amor que tal vez se pudo dar.

Por eso digo que los apuntes autobiográficos son rituales que se pueden volver ritos.