Por Khatia García

En casa tenemos un frasco para las malas memorias. Mamá deposita los moretones de los días y papá los errores de los años.

Las malas memorias se juntan, pero no se acaban y el frasco no es lo suficientemente grande para guardarlas todas, así que mi hermana y yo lo vaciamos cuando vemos que están a punto de derramarse; las enterramos en las macetas, cuyas plantas aún no están marchitas, lavamos el frasco y lo regresamos a su sitio. 

Un día mamá y papá discutieron, sacaron las malas memorias del frasco y de las macetas, se las aventaron uno al otro hasta que ambos se cansaron. Parecían sangrar.

Después de eso, decidieron que las malas memorias irían en frascos separados, en casas separadas. Mi hermana y yo nos hicimos cargo del frasco que nos correspondía. Con el tiempo ellos dejaron de utilizarlo, por lo que los recipientes se heredaron y nos tocó a nosotras hallarles un uso.