Por Alberto Estrada

Nunca había entendido a Alberto, siempre que trataba de hablarle y explicarle algo, sólo me decía: «bichito, bichito», me rascaba con enjundia la espalda y la panza, y después de un momento se iba. Nunca sabía el porqué de mis maullidos hacia él y eso me desesperaba. Poco a poco me iba cansando de gritar «miaus» sin respuesta.

Él no estaba la mayor parte del tiempo en casa, según él salía a trabajar, o algo similar, y cuando no lo hacía paseaba con su novia o se iba de fiesta con sus amigos. De manera personal, debo decir que me gusta cuando se ausenta, pues toda la casa es para mí. ¿Y cómo no? Si yo siempre he sido el rey de este pequeño lugar.

Un día me encontraba jugando muy contento en el balcón de la casa, mi bola de estambre era fantástica para entretenerse por largo tiempo, de manera súbita escuché mucho ruido que provenía de una de las habitaciones de a lado, di un salto y me asomé. Vi una criatura hecha por los mismos dioses gatunos, era una hermosa British Shorthair, sin pensarlo demasiado le dije: «hola», pero ella me ignoró, así que regresé a jugar con mi bola de estambre, igual de entretenido como en un principio, sólo que con menos ánimo.

Los días pasaron, y desde que la conocí no hubo tarde donde no saliera a saludarla. Ella me contestó finalmente, y todo se amoldó de manera veloz, que cuando menos se dio cuenta ya era mi novia. Se llamaba Samanta, y después de conocerla de manera profunda llegué a la conclusión de que era muy divertida. La comencé a invitar a mi casa, pasábamos mucho tiempo juntos. Cierto día llegó mi incómodo roomie, y vio cuando me abrazaba de ella, se puso como loco y el muy infeliz la corrió a gritos, me molesté tanto que le lancé varios arañazos en sus flacas piernas y sólo después de eso se calmó.

No entiendo por qué se puso así, varios días atrás le había comentado que estaba en una romántica relación con la vecina y que planeaba invitarla a casa para jugar con mi bola de estambre, pero como acostumbraba, él no me hacía caso, sólo rascaba mi espalda o mi pancita.

No sé qué es lo que hará cuando se entere que voy a ser papá, y que Samanta y yo hemos planeado vivir aquí, pues al parecer su acompañante es peor que el mío, sólo espero que no haga lo de siempre, rascar mi estomaguito.