Por Eduardo Omar Honey Escandón

Omar Escandón Flores
(1953-2020)
in memoriam

Cuando camino por el valle de las sombras esmeralda me detengo ante los cenotafios donde yacen las sombras,

las memorias

     Miro las verdes nubes. El espectro del sol pulsa como un corazón de jade, iluminando el páramo y, lejano, pretende dar calor al ahora para que olvidemos el frío del pasado reciente.

     Salgo de los límites de mi senda, y esquivo los nichos vacíos de los cuerpos donde

solo yacen cenizas, de propios y extraños

     Busco lápidas: el arte de las esquelas se ha derrumbado igual que las hojas verdes de apenas una primavera atrás. Cayeron en verano, fueron estrujadas por el otoño y el invierno las rompe en cadavéricas texturas.

     De la riada de nombres no sé cuál ensalzar. El que diga me será arrebatado por el agreste vendaval que rompe contra los vivos intentando desdibujamos en

ríos llanto por los que se fueron

     Avanzo más y me interno en el camposanto de la civilización. Cerca de la costa de un caribe funesto se aloja una cruz pintada de azul, tapizada de blancos bits y bytes en alas abiertas. Está sobre un túmulo en los territorios compartidos de mi vida. Dentro está alguien, un joven dormido en la tercera estación de la vida. Su mar, al final del camino, apenas se oteaba en el horizonte.

     Me hinco al lado de esa breve colina que encierra toda una existencia. Rememoro su figura, su rostro, su contextura donde soy tanto eco como copia, incluso repetición de su nombre, nuestro nombre que fue tomado del poeta persa que osciló entre algoritmos y versos. Los tres, iguales y distintos ante los siglos y las décadas. Un ruba’i grita al cielo:

El viento del sur marchitó las rosas que loaba, en sus cantos, el ruiseñor.
¿Habrá que llorar por ellas o por nosotros?

     Con una reverencia me despido para ponerme de pie y retornar a mi camino mientras dejo detrás un río de lágrimas turquesa. Horas antes de tu partida, dejaste como despedida un mensaje recordando el cumpleaños de tu hermana mayor, mi madre, para luego ir a abrazarla donde los campos se extienden sin llegar a los mares del fin.

    Descubro una nueva tumba, recién cubierta de tierra. A su alrededor hay personas familiares por algo que ya es imposible. Aún no ponen la lápida con el nombre que no sabré pero que reconocería en uno de los futuros aniquilados.

     Allí, ese nombre estaría
en mis labios,
en tus labios,
en nuestros labios

     donde habrías sido
mi/
tu/
él/
nuestro
amor hasta el fin del sendero mutuo

     Las ventiscas pintadas de verde fatal, gélidas por el sol turquesa, no solo nos arrebatan a los presentes sino a los posibles, a aquellos que no conoceremos en los laberintos de la vida donde pudieron ser un quizás.

     Retomo el camino hacia mi mar, el final del ruba’i me abre camino:

Cuando la muerte marchite nuestras mejillas,
otras rosas se abrirán.