Por Maximiliano Guzmán

Ellos bailan en un abrazo de amor.

Mamá me dijo que nosotros nos vemos así, aunque nadie nos ve.

Ellos bailan y a veces ella canta, pero su boca es un cenagal repleto de mariposas.

Cada palabra nace con fuerza y se desvanece con tristeza.

—Estamos bien —me dice mamá entrelazando su mano con la mía.

—¿En serio? —le pregunto sintiendo la flacidez de su mano.

Ellos bailan.

—¿Cuál será su canción favorita?

—No creo saberlo… —responde y observa. Al igual que nosotros, otros también esperan. Serenos o locos, felices o molestos.

El color de ella.

Nosotros jamás lo tendremos. Pero lo tuvimos.

Somos arcoíris bajo el sol. Energía en la energía.

—¿Por qué lloras?

Le pregunto a Mamá y ella se tapa la cara.

—Juntos en la vida, juntos en la muerte. Una promesa estúpida —responde y sus ojos dejan de mirar. Sería mejor que nadie más mirara. Que yo también voltease el cuello y observara al capitán de barco con su gorra esperar a su hijo o a la reina London, aferrada a su vestido de novia, odiando su barba sin afeitar. Quiero no mirar, evitarlo, pero es un secreto revelado. Estamos unidos en el mismo camposanto.

—Quisiera acercarme —le digo a mamá.

—No lo hagas más difícil —me dice ella.

—Es su color —le digo.

—Ellos brillan…

—Hasta que dejan de hacerlo —agregó.

—Volvamos a dormir.

—Pero es nuestro día –le respondo frunciendo el ceño.

—Papá necesita estar solo.

—Pero no está solo— le digo rabioso.

Mamá me suelta la mano.

—Podes quedarte —y se aleja.

Los demás en su espera intentan invocar a sus familiares, a sus amigos.

La eternidad es compleja, diría mamá. Y mañana será otra mañana sin cielo ni estrellas, sin luz ni calor. Otra mañana y los que recuerdan vendrán fluorescentes a visitar a los suyos. Y nosotros estaremos esperando, grises, incoloros y solos.

¿Por qué a mí no?

Escucho elevarse la voz de papá

Mais mon amour
Mon doux mon tendre mon merveilleux amour
De l’aube claire jusqu’à la fin du jour
Je t’aime encore tu sais je t’aime.

Que hermoso que canta y se mueve.

Se mecen como si realmente estuvieran más allá, en el cielo.

Y el abrazo que se estrecha y se separa. Aunque quisieran, no pueden tocarse.

Pese al perdón, Dios no perdona.

Quizá en el paraíso piense que tenemos que subir los tres, que debemos ir juntos. De nada sirve a papá que lo haya perdonado mi madrastra. De nada sirve mientras que mamá sufra sola y yo haga parecer que no entiendo.

Quisiera vivir en la vida y no estar aquí.

Extraño ser un niño que brilla.

Papá se mantiene con los brazos abiertos. Un último abrazo, un abrazo que le dure un año o le devuelva el tiempo. No pasará y lo veo agachar la cabeza, nuevamente infeliz.
Me gustaría arrepentirme por él. Decirle a mamá siendo él que lo siente, pero nosotros no tenemos nadie que nos perdone. Ojalá tuviésemos…

—Somos familia aún, aún lo somos —le digo a papá.

Él se ofusca y su calavera mastica su dolor a cuestas.

Esa mujer lo ama tanto y él a ella.

Pero esa mujer no es mamá…

Papá regresa a su siesta en esta rutina donde nadie puede dormir.

Y yo retorno con él al pozo.

Mamá nos mira y finge que fuma.

Y sé que ella piensa que algún día vendrán por nosotros y nos traerán flores como alguna vez ella le trajo a papá.