Por Luis Alberto Paz

Pepe Faroles, Diógenes García, José García y Josefina Vicens comparten no sólo creación narrativa, sino una identidad entremezclada a modo de un travestismo al que podríamos llamar literario. Pues Josefina firmó gran parte de su obra y colaboraciones como varón, mientras que en sus dos únicas novelas empleó su nombre femenino para brindar un discurso desde la masculinidad de sus protagonistas: José García (El libro vacío, 1958) y Luis Alfonso Fernández (Los años falsos, 1982).

Lo peculiar de su comodidad ante lo masculino consolidó un estilo que le brinda un lugar indiscutible en la narrativa mexicana. Pareciera que el enmascaramiento de su identidad constituye una herramienta de la que se valió para mostrar su creación. De suerte que sus obras nos ofrecen una lucha de contrarios entre lo que se muestra y quien se nos esconde tras sus textos.

Vicens podría representar un ejemplo claro al hablar de la metáfora del travestismo literario, en el que su creador se halla cada vez más contenido en el sujeto simulado hasta lograr silenciar al simulante, brindándonos con ello un discurso híbrido.

Susana Montero señala que en el fondo de todo travestismo (incluido el literario), se encuentra la evidencia de la índole cultural, no biológica, de los atributos de género. La androginia de dicho discurso travesti posee su origen en el peso que tienen los estereotipos y los roles de género, los cuales básicamente constituyen un referente cultural simbólico para hombres y mujeres.[1]

Basados en lo anterior, podría inferirse que, al vestirse de hombre, la mujer abandona su posición impuesta de subordinación social y se convierte en mujer sin dueño ni amo (entendidos tales conceptos bajo el convencionalismo occidental de género, nacido de una perspectiva patriarcal), lo cual es un atentado contra las jerarquías establecidas. Es de esta manera que el travestismo abre posibilidades de igualdad, trayendo a la superficie los profundos miedos de un ser que, a través de la experiencia de ser el otro, es capaz de experimentar complementariedad.

En su literatura, Josefina Vicens desplaza el elemento femenino de la conciencia corporal, con la sensualidad y la sensibilidad típicamente arraigadas al mismo, al lado masculino, en una fría inversión que viene a demostrar una vez más que la sexualización discursiva no es más que un recurso textual, no una condición natural. Alessandra Luiselli llama a esto “los espacios de la bitexualidad narrativa, una zona donde combaten lo femenino y lo masculino en forma tanto argumental como autoral”.[2]

Basando en lo anterior, es posible establecer que hay simbolismo literario cuando el lenguaje produce signos de grado compuesto, donde el sentido, no conforme con designar una cosa, designa otra que no podría alcanzarse sino a través de su enfoque o intención. ¿Qué nos dice la narrativa de Josefina Vicens al respecto? Es un lenguaje gramáticamente masculinizado, el cual ofrece un discurso codificado que dice una cosa pero oculta otra, haciendo caer en su trampa al lector distraído. En medio de esa desmesura de preponderancia masculina se esconde la sutil presencia de lo femenino que termina imponiendo su primacía. Como enmarca en su prosa en El libro vacío:

—Te trato mal porque me molesta tu equilibrio, porque no puedo tolerar tu sencillez. Te trato mal porque detesto a las gentes que no son enemigas de sí mismas.

Pero… ¡cómo voy a decirle esto a quien vive sostenida por su propia armazón, alimentándose de su rectitud, del cumplimiento de su deber, de su digna y silenciosa servidumbre!

El ejemplo anterior nos permite también identificar a una Josefina que se desarrolla plantada sobre sus circunstancias, luchando por descifrar lo indescifrable, absorta en el misterio de vivir lo humano. De tal suerte que el discurso narrativo en sus dos novelas podría desarrollarse en torno a una enorme interrogación ¿por qué no puedo ser? ¿Por qué no puedo vivir?

Todo creador, sea hombre o mujer, es ante todo un ser social y, por tanto, producto de su historia, dice Virginia Wolf; además, afirma que quienes escriben están sentados en una torre que se alza por encima de sí mismos, una torre construida, en primer lugar, por la posición de los padres y, después, por el oro de los mismos. Y se trata de una torre de suma importancia, por cuanto determina el ángulo de su visión y afecta su capacidad de comunicación.

El discurso corporal de Vicens ofrecía una figura masculinizada que, al igual que su discurso narrativo, apenas y exploraba ambiguamente la expresión erótica.

José o Josefina son un mismo individuo asexuado que se dobla y se desdobla en un juego de voces; en las dos novelas aparece como única pista el pacto implícito que la autora propone a sus lectores por el hecho de darse a conocer como mujer a través de su firma. Si en ninguna de ellas Vicens disfraza a sus personajes, entonces ¿a quién enmascara en su discurso narrativo? Podría decirse que su palabra es usurpación y ocupa un lugar ajeno en ambas.

En la medida que avanzamos en la lectura de los dos relatos, vemos que ambas obras fueron escritas desde lo más íntimo del hombre, para llegar a lo más profundo del mismo.

Tanto en El libro vacío como en Los años falsos se viene a realizar una exploración minuciosa de los yos de sus personajes. Así, tenemos frente los protagonistas y narradores de sus novelas, José García, quien se debate entre su deseo de escribir y la imposibilidad de hacerlo, y a Luis Alfonso, quien se cuestiona entre vivir o no vivir, entre ser él o ser un otro que no es, el dilema de “¿quién soy?”.

Que Josefina empleó un peculiar tipo de travestismo en su vida y en sus obras, es evidente; lo plausible es la pasión y el empeño que puso en ello para alcanzar sus metas, pues a pesar de que no se propone específicamente una deconstrucción del eterno masculino, con el sólo hecho de señalarlo lo evidencia y de una manera muy sutil trabaja en la gestación de un nuevo orden, en donde las fronteras entre el hombre y la mujer son menos agresivas.

Referencias:

[1] Montero Sánchez, Susana. (2001). El travestismo literario: ¿simulación, metáfora o discurso andrógino? Revista Presencia Latinoamericana, UNAM, México. pp. 2-9.

[2] Luiselli, Alessandra. (1997). La bitextualidad en las novelas de Josefina Vicens. Revista de Humanidades: Tecnológico de Monterrey. Núm. 2. Abstract, México. pp. 19-36.