La tierra de versos

La tierra de versos

Por Yuleisy Cruz Lezcano

Hay quien muere
sin describir sus desventuras,
entre los pies mordidos
por los caminos
y los pájaros flotantes en la memoria.
La emigración es la historia
de plumas revueltas en ajeno plumaje,
de un dolor de venas
atravesadas por el viaje,
iniciado desde una orilla náufraga
donde duele la tierra.
Con la emigración, el hombre
escapa del paisaje conocido
y con dolor hundido
busca árboles semejantes,
a aquellos de los cuales
ha negado los frutos,
como también niega otras voces
de recuerdos que luchan
contra las palabras
abiertas al viento que sopla,
inventando recuerdos
de un mundo distinto.
Salvarse, salvar lo salvable
es un instinto.
El hombre puede huir
por miseria, falta de libertad y guerra
y con retóricas alas de Ícaro
puede dejar su tierra
que gasta la carne de los sueños.
El viaje acompaña, con esperanza
la sed de lejanía,
poco a poco quita la voz
al cuerpo enfermo de nostalgia
y se deja de llorar
el barquito de papel.
El hombre cansado de ver
como las fronteras, las aguas y las barreras
separan la memoria de la patria,
construye en la tierra extraña
una nueva sonrisa.
La emigración obliga los ojos
a no mirar la puerta
por donde se sale,
a convivir con mercados de ausencia,
esperando que el vacío en los bolsillos
alcance para adquirir
un trozo de esperanza.  

Los que parten

Los que parten

Por Alberto Quero

Los que parten no tienen tiempo para despedidas,
ni siquiera para la menos triste
porque no les espera un viaje
sino la desaparición y el desconcierto,
ese vaivén que difícilmente se puede intuir,
ese olvido forzado, de luto y resignación,
de vida que no existe y nunca más será
porque el tiempo todo lo hace irreconocible.
Sin quererlo, son náufragos
con voz de lamento y nostalgia,
forasteros en tierras que el alma no reconoce
y por eso siempre les resultan ajenas,
allí han de acampar con miedo,
con herida y embuste,
con presentimiento vestido de gárgola.
Nada les es lícito acarrear,
sino apenas la esperanza y la memoria,
lo que les quepa en los sueños
en el deseo de sobrevivir, de regresar
y desmentir su propio destino.

Los que parten, sin embargo, saben algo:
que los puentes son improbables,
cada vez más
pero todavía no están extintos,
que cada respiro es garza o lavanda
y la vida es una abeja,
que el lugar más vasto es el corazón,
porque ningún tiempo alcanza para recorrerlo
que la memoria es un castillo
imposible de corroer
y sobre todo que el amor puede ser,
a un tiempo,
brújula y muralla. 

Región 93

Región 93

Por Karla Hernández Jiménez

Cuando sus ojos observaron la imponente ciudad en medio del desierto, Lautaro pensó que ya estaba alucinando debido a todos los días sin comer debajo del caliente sol que se extendía por su país e incluso más allá con el vecino del norte.

Lautaro siempre había sido el más trabajador, el más responsable de todos sus hermanos y, cuando el invierno nuclear había acabado con las cosechas y más de la mitad de los miembros de su familia incluyendo su padre, supo que tendría que ganarse un sustento para su familia. La situación en el pueblo ya era lamentable, pero con ese nuevo desastre empeoró a un nivel mayor.

Lautaro se negaba a reconocerlo, no quería admitir que todo se había derrumbado, aun cuando la tierra fría y árida que había quedado le marcara lo contrario. Los pocos habitantes que quedaban en el pueblo le recomendaron irse lejos, seguramente en algún lugar del norte todavía quedaría un asentamiento en el cual podría encontrar mejor abastecimiento de comida. En el pueblo incluso los suplementos y la comida criogénica estaban escaseando.

Los más viejos le recomendaron ir a ver a uno de los coyotes que aún quedaban en la zona, el único que podría llevarlo a través del desierto. Juan Alimaña, mejor conocido como “El coyote”, le prometió que ya no sería tan difícil cruzar el río y el desierto como años atrás.

–Anímese, joven. No tiene nada que perder –le dijo El coyote mostrándole su sonrisa de dentadura hecha con metal.

Lautaro no sintió confianza, aunque tampoco había mucho de dónde escoger. Días más tarde, cuando fue abandonado luego de cruzar el río hacia la frontera, cuando su cuerpo apenas había logrado sacarlo a flote, Lautaro pasó momentos de desesperación. Ante su vista sólo estaba el desierto.

Justo cuando las alucinaciones habían alcanzado su momento más crucial, logró llegar a la ciudad más cercana. Era todo lo que le habían prometido, los rascacielos apuntaban al cielo mientras la gente caminaba con un paso más o menos tranquilo, como si se asemejara a una región transparente. Lautaro no había visto nada igual desde los días previos al fin del mundo tal y como la humanidad lo había conocido.

Mientras cruzaba las puertas, un rayo apuntó directo a su cabeza y vaporizó su cerebro de inmediato; los oficiales no paraban de mandar señales en sus intercomunicadores para pedir refuerzos y redoblar la seguridad, no necesitaban más habitantes en aquel sitio, no había lugar para él.

Antes de morir por la extenuación en medio del desierto, Lautaro no dejaba de alucinar. Nunca logró salir de la arena, el golpe de rayos gama jamás derritió su cerebro, fue el sol, el cansancio y la falta de comida.

Pasajero

Pasajero

Por Roberto Rodríguez

Técnica: stencil+aerosol, astro-fat, super-fat, sobre cartulina caple
Medidas: 55×72 cm
Año: 2014