Por Alberto Quero

He aprendido a no temer la calma,
sino a convertirla en un tiempo de puentes
que pueden cruzarse sin resquemor.
Normalmente, durante las horas huérfanas
me quedan las idas y venidas
sobre veredas que solamente yo he recorrido
y algunas melodías sin nombre:
cosas invisibles entre el humo de los días.
Busco refugio frente a mí mismo,
quemo disfraces,
me adhiero al suelo,
hago malabarismos, acrobacias,
trato de conjurar el calor del mediodía
y las jaquecas que lo preñan,
todo lo áspero:

quiero creerme incapaz de encallar.