Por Damián Damián, Mr. Sadness

Recuerdo los gritos dentro de la marcha: ¡el que no brinque es buga! Ese día me fui a la cama con una intoxicación tremenda y con la duda: ¿qué es ser buga? ¿Es malo o bueno? Con el tiempo y la convivencia me di cuenta que a los heterosexuales se nos denomina bugas dentro del argot de la diversidad sexual. La Marcha del Orgullo LGBT+ o, como comúnmente se le conoce, la marcha gay,  es el único asidero donde toda la comunidad con orientaciones sexuales distintas, expresión e identidad de género que desafortunadamente son reprimidas por la muchedumbre, se unen  para exigir y fortalecer (entre muchas finalidades más) a tono sarcástico y muy festivo, derechos que promuevan la integración y erradiquen la discriminación dentro de los diversos sectores sociales, en donde, en muchos casos, a pesar de que están en uso normativo, son desplazados por el mismo canon tradicional heterosexual y matrimonial. Pese a lo anterior, considero, es el único día que conviven como unidad, en paz y con un trato libre.  

Desafortunadamente tratar en tan poco espacio temas de esta índole, en donde conceptos como estigma, desviación, anomia o discriminación, principalmente, además de las cruciales etiquetas que denotan y condicionan, o el clásico estereotipo que enclaustra roles sobre los individuos y que son de suma importancia para mi giro sociológico, es insuficiente. Empero, pondré en evidencia una de mis reputadas reflexiones para deleite de su respetable psiquis.  

Siempre me he considerado un férvido rocanrolero, rebelde, soberano meditabundo y, sobre todo, un monstruoso renegado a contraflujo. Desgraciadamente ir en contra de la norma habitual o social es imposible, ilusoriamente se crean representaciones que nos pueden engañar y hacer creer que vamos contracorriente, sin embargo, las mismas desviaciones sociales son difusiones de una “normalidad”, dentro de un sistema. Me ha costado (como a muchos) realizar aspectos de mi vida en los que mi apariencia se ve comprometida, laboral principalmente. Y siguiendo el hilo, es bien sabido que vivimos en México, esencialmente, en una sociedad de “apariencias”, en donde uno de los ejes de la discriminación ocurre bajo la posición del “como te ven te tratan”.

Y eso, estimado público, es un prejuicio, del que nadie se salva y, peor tantito, cuando esa micromonomanía se vuelve parte integral de lo que solemos llamar: punto de vista. Ese diminuto e invisible pecado social nos orilla a estereotipar o marcar a los demás dentro de nuestro imaginario social como si de reses se tratara. No importa si es el más pensante o el más imbécil de los humanos, el prejuicio funge, sin preámbulos, asimilando a una extensión de nuestra propia naturaleza biológica. Ante lo cual, la comunidad abecedario no es, ni por mucho, la excepción. Todos prejuiciamos, unos más otros menos y, en consecuencia, cometemos actos microdiscriminatorios.  

Entonces me cuestiono ¿puedo comparar la discriminación que he sufrido con la de alguien homosexual? Concluyo: sí. Considero he sido y soy tan discriminado por la sociedad como, curiosamente, algunos de ellos. La diferencia, cavilo, radica en que he normalizado esa discriminación. Y por los diferentes cruces de realidades que he llevado en la vida me he percatado que, dentro de la diversidad sexual, como “sectores gremiales”, tienden a discriminarse entre sí — de haber alguien que me pueda ilustrar con lo contrario, le agradecería sus comentarios en mi bandeja personal—.

He conocido a un sinfín de humanos con orientaciones sexuales distintas.  Hemos convivido mental y sexualmente. He estado brazo a brazo, piel con piel, voz con voz y no son nada diferente a cualquier otro individuo. Piensan y se conducen exactamente igual, si de comportamientos sistémicos se trata. Pero, por ejemplo, cuando visito la zona de bares gay (porque la bebida es muy accesible) en la Ciudad de México, la famosa Zona Rosa, “su territorio”, me miran con desasosiego. Veo sus labios moverse con discreción y pronunciar dudosos silencios mientras me observan detenidamente. Huelo cómo me juzgan. Porque pocos se cuestionan, pero muchos juzgan, decía anteriormente. No obstante, eso me pasa, comúnmente, en cualquier lugar a donde entro a realizar cualquier actividad.

Entonces entro y pido una cerveza y comienzo a admirar el circo. Se critican entre ellos: lesbas, gays, x, y, z, como las arpías al comer para luego, como aquel cuervo espectador de la desgracia amorosa posado sobre Palas Atenea, demencial.  Muchos de ellos son hienas que, si después de comer pudieran regurgitar el alimento, lo harían.  Me percato de mis intentos fallidos por convivir con ellos y en muchos casos soy rechazado porque no pertenezco a los de su “tipo”. Y los entiendo. No estoy diciendo que todos los de la comunidad actúen igual, pero he conocido pocos “diferentes” si al trato se refiere. Además de que son tan anacrónicos y amorales en cuanto a su conducta. Me atrevo a dimensionar que, después de tantos años y luchas constantes, ante estos tiempos violentos y efervescentes están, en muchos casos, a la defensiva.  

La palabra puto, otro claro ejemplo. Ha generado repudio en contra de la comunidad al grado de violentarlos, pero en ese caso, hasta a mí me tocó una rebanada del pastel, por mis tiempos en el que emo era lo vulgar y corriente en el gremio rocker, además de ser, ante ellos, una putería y que, para mi mala suerte, se me etiquetó por apariencia sin serlo. Entonces teníamos que salir huyendo de las tocadas porque nos tocaban los chingadazos. Contemporáneamente yo no puedo llegar a decirle puto a un homosexual o gay porque puedo violentarlo. Pero ellos pueden, entre sí, putearse tanto que la prostitución se vuelve un santo oficio. Y entiendo que busquen reapropiarse de la palabra, pero si puto es una ofensa, debería ser lo mismo en las Lomas de Chapultepec que en Peñón de los Baños ¿no? Sí y no. Cada palabra se contextualiza socialmente por algo que se denomina conciencia de clase, teóricamente hablando, pero México es México, señores, y como decía el petulante Octavio Paz, la chingada es la chingada. Así que espero pronto la palabra puto sea más inofensiva.

Por otra parte, pero con el hilo, con el hilo, el fenómeno de la homofobia tiene muchos orígenes, entiendo que cualquier ser vivo que entra en contacto con otro en apariencia igual, pero en hábitos distintos, va a tener una crisis de asimilación sobre la conducta. Ahora dimensionemos, si es diferente en imagen y hábitos o, mejor aún, atípico o contradictorio ¿qué podemos esperar? Y si a extremos nos vamos, con algo tan común, me atrevo a decir para miradas extrañas, nos damos un quién vive. La gente me mira como un criminal; a alguien de la comunidad se le mira con morbo y odio en muchos, pero circunstanciales casos. Sin embargo, no es lo mismo simbólicamente. A mí no me miran con odio. Prefieren, simplemente, no mirarme por temor a lo desconocido. Es de indagar que el tener una orientación sexual distinta, buscar una identidad de género y más es un proceso que no es anormal u anómico. Es la deconstrucción del ser para mejorar su identidad, su performatividad corporal. Pero el desconocimiento evidencia y señala, ante la normalidad, esa búsqueda como algo contradictorio.

Hay pequeños detallitos dentro la comunidad LGBT+ que sigo comprendiendo pues buga como término no deja de inferir desdeño. Son una extensión de la sociedad que atiende a ser la contracultura de la sexualidad y que, a mi criterio, sólo busca ser vista con normalidad, ser libre. Situación que realmente ya está sucediendo, gracias a las exigencias no solo de la comunidad, sino de todos los que luchan por la equidad e igualdad de condiciones.  

Yo mismo me he sumado a la lucha y los de mi estirpe también. Esos seres de la oscuridad que andan a las sombras del día y en las noches como brujas, bellas y brillantes que, sin lugar a dudas, provocan tanto miedo como las fauces abiertas y salivosas de una fiera sobre un animal moribundo. Tengo tanto estigma en la piel que transpiro una sana distancia desde hace muchos años atrás.

Y es que no se trata de ser la víctima del cuento, pero el contraste se asienta en las apariencias, y la apariencia de la comunidad ya está normalizándose al grado que sus exigencias han perdido peso sobre las finalidades directas de su movimiento. Éste estira y jala por tener un respeto de lo que uno es, el ser tardará muchas décadas más porque, desafortunadamente, la cultura hegemónica del país está, lejos de consolidada, en una transición identitaria. Buscamos preponderancia como el cubismo o surrealismo si de ejemplos comparativos hablamos.  

Ahora bien, me surge otro cuestionamiento radicalizado en el ámbito laboral ¿realmente la inclusión es indiscriminatoria? Pienso en sí y no. Muchas ocasiones me ha sucedido que en las entrevistas de trabajo me han negado el empleo por mi apariencia, como comenté con anterioridad. Esto es por los tatuajes que porto, aretes y cabello largo. Mientras en otros casos, presente yo en algunos, han otorgado el empleo a personas de la comunidad que también tienen el cabello largo, usan aretes, tienen tatuajes y visten estrafalarios, sorprendentemente solo porque la empresa tiene que atenerse a los lineamientos burocrático administrativos de la muy citada “inclusión”.

Y no es que no pueda obligarlos a que me contraten bajo los términos que la ley establece, sin embargo, señores, a huevo ni los zapatos. He evidenciado mil y un pretextos para evitar la contratación sólo porque al fulano de RRHH le ordenan no emplear a alguien porque la pinta de la persona no es la adecuada y no corresponde con el modelo empresarial, sin importar el giro que tenga. Es aquí en donde las minorías, como la Comunidad LGBT+ han ganado terreno ante la discriminación y pueden estar un poco más tranquilos de sentirse como desean sin ser señalados. 

La Marcha del Orgullo LGBT+ es una marcha de apariencias, donde disfrutan de lo que la mayoría del año callan y que al igual que yo, con el ejercicio de la escritura, buscamos libertad.  Empero, no hay que olvidarnos del mundo que nos rodea, de los menos favorecidos, de los menos iluminados, como los infantes en situación de calle, su explotación en todo caso, las personas de la tercera edad que buscan empleo, los mendigos, los discapacitados: ciegos, sordos, y los sin alguna extremidad que los haga funcionales. También son personas que necesitan atención, cuidado, respeto en sus derechos. Ellos también se enamoran, sienten y, en todo caso, buscan ser reconocidos en una sociedad donde parecen ser más cosas que personas.

No es que busque ser un mártir entre los mártires como lo mencionaba al principio, pero los homosexuales son tan hijos de puta como yo, por eso siento tanta empatía, porque hemos sufrido, similarmente, todo ese malestar social que nos privilegió para observar el mundo desde las gradas y el palco al mismo tiempo. Debemos ser poquito más empáticos con el mundo que nos rodea y denunciar la discriminación desde la raíz: nuestra propia mente.  

PD: hay que acabar con las desigualdades, y no me refiero a las económicas, sino a las mentales, sólo así veremos cambios sociales ¡Sapere aude!