Por Fabiola Hernández

Si bien con las revoluciones industriales el mundo ha dado grandes pasos hacia el desarrollo científico y tecnológico, siempre ha habido una contraparte humanista que mantiene un frágil pero duradero equilibrio entre la desensibilización total del ser humano y la resistencia. Y este es precisamente el problema al que nos enfrentamos todas y cada una de las personas que hemos habitado el mundo, vivir en un mundo de oposiciones irreconciliables. Si algo no encaja con lo que dicta el canon, está en su contra y debe combatirse sin siquiera tratar de entenderlo. 

Pero la modernidad es un buen ejemplo de que las cosas no son tan simples y de que por mucho que queramos hacerlo parecer así, no hay cortes limpios en la historia ni mucho menos en el hombre. Investigando sobre el tema me encuentro con una gran confusión respecto a la definición, tanto temporal como semántica, del término: Modernidad, modernismo, edad moderna e incluso posmodernidad. 

Para efectos prácticos no vivimos ya en la Modernidad, sino en un periodo más allá, aunque con claras raíces en ella. Sin embargo, para la mayoría de la gente no hay diferencia entre la edad moderna y la modernidad, y ambas concepciones son relacionadas con el progreso, la tecnología y la mejora. Pero ¿cuál es el origen de este pensamiento? Quizá la actitud de superación, conquista y el consecuente sentimiento de vacío, que sigue siendo el mismo y que como herencia cargamos hace generaciones. 

Charles Baudelaire lo supo comprender apenas se asomaba la monstruosa avalancha de los tiempos modernos sobre las calles de París. El que sus contemporáneos entendieron como un problema de división, en realidad era una propuesta de ver el mundo con una visión global y de inclusión. Baudelaire no quería escandalizar por el simple hecho de mirar hacia la oscuridad, sino que pretendía mostrar los peligros de ensalzar el lado luminoso y negar su complementariedad solo por ignorancia y necedad. 

La Modernidad podía ser buena, claro, pero no todo lo que traía consigo lo sería en consecuencia. Y eso, aunque evidente seguimos negándonos a verlo. No entendemos ni una mínima parte de lo que implica vivir en el 2021, con su presente y su historia, no queremos hacerlo, aunque esté ahí irremediablemente en cada acto cotidiano. El contrapeso del que hablaba al inicio lo dan unas cuantas mentes que como Baudelaire saben que las visiones fragmentadas y las divisiones es lo que nos impide abarcar, crear y ser algo nuevo y más grande.