Por Fabián Gutiérrez
Asciende la noche tras el horizonte,
diciembre y las calles se van a vaciar.
Desciende el oscuro telón de la noche
al perro, al niño, el frío en la ciudad.
Sentado, harapiento, yace en la escalera
el niño sin nombre de la catedral.
Sin risas, sin cena, sin cama ni escuela,
todo es diferente para este zagal.
Apareció solo, sin nombre ni cuna,
no sabe de dónde ni a dónde va a ir.
Mas desde una noche de menguada luna
aquel cachorrito le empieza a seguir.
Desde aquel entonces son dos que van juntos
y juntos se quitan hambre y soledad.
Si aquel roba un hueso, éste le da frutos,
que a mano estirada gana en caridad.
Comparten el perro y el niño la sombra,
el pan, la cobija y hasta la crueldad
de palos ajenos, mas van sin zozobra,
sus almas hambrientas no tienen maldad.
Y van tan unidos que parecen uno,
que hasta un mismo sueño han de compartir:
sueñan con un techo, que ya no hay ayuno,
un cuento en la noche antes de dormir.
A pata mojada, a dos pies heridos,
descalza la vida han debido andar.
Huellitas con sangre, talones morados,
hurgando basura para merendar.
Veranos furiosos pasan los amigos,
el sol, primavera y su breve bondad.
Mas vuelve el invierno y sopla su castigo
al perro, al niño, el frío en la ciudad.
¡Qué víspera helada! ¡Ya viene la cena!
Regalos y ponche de la Navidad.
Para perro y niño: otra noche en pena.
A los exiliados no llega bondad.
Mañana el festejo del buen nazareno,
otro año que pasa, que pasa sin más.
Mañana dos cuerpos, duros y serenos,
juntitos, sin alma, sin llanto jamás.