El origen del rito

El origen del rito

Por Joan Salvador García Gutiérrez

El  rito o ritual se remonta a las culturas antiguas, las cuales reconocían la existencia de fuerzas capaces de controlar el destino de los hombres. Con los rituales se establecía, por una parte, una veneración que representaba el vínculo entre la comunidad y esa fuerza, y por otra, el derecho a obtener determinados favores de un ser superior, el cual estaba relacionado con algún elemento natural y con la forma de vida de la comunidad.

El rito se puede definir como una costumbre aplicada o una ceremonia realizada de acuerdo con una serie de normas establecidas y en algunos casos guiada por alguna autoridad. La celebración de los ritos puede cambiar ya que, dependiendo de su naturaleza y de la sociedad o cultura que la realice, puede ser festiva o solemne. El objetivo del rito es crear una práctica social simbólica con el fin de establecer una conexión entre el individuo y la sociedad.

Hoy en día los  rituales no tienen la misma connotación que en sus inicios, pero es importante entender que en la cotidianidad siguen presentes en todo ámbito de la vida del hombre, pues están ligados a muchos tipos de festividades sagradas y profanas.

 

El café que sobre

El café que sobre

Por Mary Carmen Castillo

Después de ser joven
me convertí en ésta, en esta Cualquiera.
Ésta, que no puede posar en su lengua los sentidos
suficientes
para trazar la palabra «ritual».

Los rituales…, esas cosas hermosas que ejecutan personas
con caminos de tierra firme
bajo sus pies.

Mis pies, en cambio, son los órganos protésicos de mi esperanza desollada;
pisan sobre un vacío líquido,
como de albañal en sima.
¿Se puede decir que «pisan», aunque no dejen huella?

Un ritual requiere de un corazón bien forjado.
Al mío le han dado un par de infartos en estos días;
no sirve ahorita ni para jugar palitos chinos,
mucho menos para juegos sacros y
rituales bellos.

Así como en los sueños uno continúa
aunque nada tenga sentido,
así yo juego, por inercia, un único y último ritual:
todas las mañanas logro arrastrarme hasta la estancia, y pongo café. Y vivo:
éste es
el único
y último
de mis rituales.
Todos los demás murieron achicharrados,
pobres destellos orgánicos de pureza apagada.

A menos que Amazon me mande por paquetería
una luciérnaga dormida en una caja de cartón café, pequeñita,
con plástico de burbujitas para protegerla
y la barriguita encendida con su luz,
excepcional,
ahíta de esperanza rediviva,
aparte del café ya sólo va a quedar un ritual de paso para mí. El más sincero:
yo lo voy a jugar;
y a los que queden les tocará ejecutarlo
y ver qué hacen o cómo se reparten mi montón de libros y cajas,
y el café que sobre.

(Éste es para Diego R. Hernández, que me honró dándome un lugar en su clan, pero para quien no he sido capaz de escribir nada, más que esto…)

El rito retratado en la pantalla grande

El rito retratado en la pantalla grande

Por Iván Guzmán

“You construct intricate rituals
which allow you to touch
the skin of other men”
Barbara Kruger

La oscuridad latente es interrumpida por imágenes que al ser proyectadas en una manta blanca chocan para llevar a nuestros ojos toda clase de historias, sensaciones y emociones que provocan una comunión sin igual. El cine mismo conlleva una especie de rito según quien lo viva.

La idea del rito ha acompañado al ser humano a lo largo de toda su existencia, en distintos niveles, su valor simbólico le otorga la sensación de que la transición es esencial en su ciclo de vida. El rito permite al ser humano conectar con algo más, ya sea una necesidad religiosa, comunal o personal, impera alrededor del rito un carácter místico.

Esta selección de películas es un vistazo de cómo los rituales místicos pueden ser retratados en el cine en distintos niveles, y donde la importancia de comunión se puede ver en lo personal, lo comunal y lo social.

Por Tania Valdovinos

El rito como unificación personal se deja ver en el remake de la reconocida cinta de Dario Argento, Suspiria estrenada en 2018 con la visión de Luca Guadagnino. Ésta se aleja de su predecesora, apartándose de las coloraciones violentas para, desde un tono gris, abordar el terror.

Si bien la historia principal sigue a un culto de brujas en búsqueda de su nueva matriarca, el viaje de Susie, interpretada por Dakota Johnson, no parece buscar el mismo fin que las fuerzas malignas.

Su camino hacia la danza es un camino para ser una consigo misma. Sus constantes bailes se convierten en un ritual que le confiere un ser completo. Sus intrincadas coreografías de danza moderna y la música onírica le dan poder a sus movimientos, a tal grado de provocar dolor.

Su rito no se completa hasta el final cuando su verdadera identidad, Madre Suspiriorum se desvela y la vemos explorar las limitaciones de su cuerpo y la evolución de sus distorsiones en un perfecto cuadro dancístico.

Por Tania Valdovinos

La colectividad da al ser humano un cobijo que necesita para sobrevivir, pero en ocasiones esa necesidad se ve forzada a la máxima crueldad. La búsqueda de aceptación es un punto clave en Midsommar del 2019 dirigida por Ari Aster.

Narra la historia de una comunidad en Suecia y el encuentro que vive con unos fuereños, donde el ritual que se muestra en su máxima exteriorización con una algarabía colorida esconde el sacrificio más hostil. El ritual se vive a lo largo de toda la cinta, distintos ritos componen el rompecabezas etnográfico de una sociedad apartada en la que el solsticio de verano es exaltado a lo grande.

La aceptación del dolor es la máxima de la historia, así como la cura de la maldad que recae en los extranjeros. Dani, la protagonista interpretada por Florence Pugh, admite abandonarse al frenesí grotesco con la promesa de olvidar su pasado y vivir en una comunidad que abraza su dolor aunque ésta tenga tintes sectarios.

Por Tania Valdovinos

¿Cómo vivir la eternidad? ¿Es posible evitar el tedio de años de certezas? Esto viven los personajes de Only Lovers Left Alive estrenada en 2013 y dirigida por Jim Jarmusch. La cinta enfrenta las visiones de una pareja de vampiros sobre el devenir del mundo, aderezando sus conversaciones con un soundtrack magistral

Los personajes de Tom Hiddleston (Adam) y Tilda Swinton (Eve) pueden romper con la tragedia del ser humano de que nunca le alcanzará el tiempo, ellos tienen todo el tiempo, sin embargo esos años a cuestas los han llevado al hastío del vivir. Su único placer es su rito más primordial, el beber sangre humana.

El trance que implica el beber la sangre es alucinante, sobrelleva toda clase de pasos y atmósfera idónea, sin embargo nuestros vampiros conocen algo más, quizás no tan satisfactorio pero sí simbólico, que los lleva a conectar con todo el mundo, el placer que la música, la literatura y el arte les otorga.

Cada una de las cintas anteriores ejemplifica el rito en distintas etapas o niveles, desde lo personal, lo comunitario y posiblemente lo social, y dejan testimonio de que en casi todas las motivaciones del ser humano está presente su necesidad de volver a lo ritual.

¡Karai!

¡Karai!

Por Daniela González

La hija de Andrea jugaba con la única muñeca que tenía, arrugada y descosida. Observaba con meticulosidad la tela pequeña que la cubría y pensaba en cómo darle vida al plástico.

El sol de la siesta apenas se filtraba por la ventana semiabierta, así que era un lugar agradable para estar.

De pronto, la niña sintió que alguien la miraba, más allá de las cortinas que hacían de puerta a unos metros de la cama donde ella estaba sentada; dejó todo y alzó la vista, no había nadie. Sonrió imaginando que había sido su primo queriendo incluirse o jugar a las escondidas. Ella apartó el cabello que le cubría la cara, dejando de lado todo, preparándose para corretearlo por el patio. Cuando estuvo ante la inmensidad de la siesta, gritó varias veces, pero sin recibir contestación.

Andrea levantaba las últimas prendas del marido, agachada con el fuentón entre las piernas, chorreadas de agua y el sudor en la frente que le daba brillo a su cara. La vio parada, llamándolo. La niña vio que su madre estaba cerca, entonces le preguntó si había visto a Juan y ésta secándose con el antebrazo negó con la cabeza y luego con un “No, no. Ellos se fueron a comprar hielo a lo de Lulú.” Miró un rato lo que ella hacía y luego se fue a buscar la muñeca para jugar en el patio.

La pieza siguió fría, el sol no lograba penetrar en los gruesos ladrillos. Esto le dio una sensación de estremecimiento y más aún al darse cuenta del alboroto que había en la cama, con las sábanas en el suelo y la muñeca que había desaparecido. Se rascó la cabeza y pensó que podría ser una broma, que pronto aparecería por la puerta caminando. Echarle la culpa a su primo no tenía sentido porque no estaba en la casa, y buscar excusas para librarse de su miedo tampoco tenía validez.

Todos dormían, después del almuerzo no había obligaciones más que ésa y menos en una época donde el calor no acompañaba en el campo. Desesperada ante la perspectiva que se avecinaba, es decir, una investigación que la envolvía en asuntos de fantasmas y hechos sobrenaturales que tanto había discutido con Juan, y de lo que ella nunca prestó atención.

Tragó saliva, buscó debajo de la cama, detrás de los muebles, incluso se armó de coraje para abrir del todo la ventana y pispear si había alguien más. Temió por su madre que lavaba adelante, sin percatarse del robo. Fue a alertarla, pero ya no estaba. Se había ido a acostar junto con la abuela, así que debió enfrentarlo sola. Volvió y abrió la puerta de la pieza, de nuevo, y apacible miró a los costados, tanteó en el aire al fantasma si es que lo había, pero tampoco había señales. Nada. Un problema insoluble se desprendía de la desaparición inaudita de su muñeca, esa, la de tela desteñida. Pensó y observó largo rato  la ventana que aún seguía abierta, y si el ladrón seguía cerca intentaría esconder todas sus evidencias.

Recorrió con la vista el lugar y apoyó su cuerpo en la pared, con la ventana abierta y el aire soplando despacio, acariciando sus mejillas coloradas. La abuela le decía que los chicos debían dormir la siesta, que no tenían nada que hacer a esas horas, pero ella puso una silla para alcanzar mejor el marco de la ventana y poder sacar la cabeza sin tener que salir de la pieza. Miró a lo lejos y sonrió. Cuando se dispuso a bajar escuchó un chistar que la dejó intranquila, volvió a creer que podría ser su primo, pero no. Observó de nuevo y alguien estaba entre el pastizal, con ese calor que quemaba los sesos. Se notó el vapor que levantaba el suelo y achicharraba las hojas de los árboles y sintió lástima por esa personita. Ella estaba rígida y precavida, con las manos puestas en las hojas de la ventana, esperando que el ladrón devolviese su muñeca.

Allá, a lo lejos, se divisaba una figura diminuta, acurrucada entre los árboles, viéndola. No tenía el coraje para asustarla. Cansado de las pisoteadas, haciendo añicos su reputación. El Karai, el personaje de una leyenda chaqueña, el que agarró con fuerza la muñeca y que la tenía a su lado, como trofeo, porque entendía que era lo único que podía hacer de malo; todo lo demás, eran inventos.

La puerta del ropero se abrió con una ráfaga de viento increíble y en ese momento lo vio. Se miraron; él en el campo, entre la maleza; ella en la ventana, en una sombra que quemaba.

La hija de Andrea saludó, pensando que era su primo que la invitaba, esta vez de verdad, a correr entre los yuyos y a escaparse. El extraño aprovechó la simpatía y devolvió el saludo. Se regocijó ante la sorpresa de ese mimo, y pensó que no pertenecía a su mundo, lo exaltó la perplejidad de si estaba bien lo que hacía. ¿Qué estaba bien para un tipo que no tenía certeza de su propio comportamiento? Salió para que lo viera. Necesitaba estar seguro que la niña no huiría al notar sus diferencias como los demás. La niña retrocedió un poco y balbuceó un “Qué” al notar que su madre también lo observaba. -¿Qué es eso, Clarisa?

-Es el primo mamá. Creo. Está diferente ¿viste? Debe tener la muñeca y seguro es uno de esos juegos de aparecidos.

-No, ése no es tu primo. Ellos están ahí, en el comedor, preparando jugo. Andrea la bajó de la silla sin dejar de observar a lo lejos. El raro ser tampoco dejó de mirarlas, cuanto más enfocaba su débil vista en Andrea, supo que era ella a la que observaba por las tardes, tomaba mates y escuchaba un sonido raro que salía de un aparato. -Pero mamá, ¿y mi muñeca?

-Después te compramos otra.

Esa noche, todos los vecinos se reunieron para cenar y ahuyentar el mal venidero que se desprendía de la creencia del Karai. Éste era un ser que aparecía en el mes de octubre para traer desgracias y falta de alimentos. Muchos colonos se reunían y festejaban en grande, pero eso sí, tenía que sobrar comida en la mesa en señal de abundancia y prosperidad. No obstante toda la parafernalia, Andrea sabía que el mal ya no podía ser espantado porque el chiquito ya se había presentado y encima robó.

Después de la cena, vino la charla de sobremesa y el brindis para finalizar. Cada familia se retiró agradeciendo infinidad de veces la comida, pispeando si había sobrado algo. De a poco, los anfitriones llevaron cada silla dentro de la casa, sin preocuparse por una de las sillas desvencijadas que había quedado cerca del árbol de quebracho colorado. La llevaría la niña, puesto que ella fue quien la había colocado, adrede, para encontrarse con el Karai y rogarle que devolviera su muñeca. No apareció. Esperó unos minutos, miró cada movimiento en la oscuridad, ya sin miedo, pero lo único que consiguió fue que su madre la llamara a viva voz.

Al otro día y los siguientes días, la hija de Andrea esperó paciente, parada en la silla de madera y observando más allá. El vapor y el viento, el mover de los árboles que hacían de huecos por donde ella podía, de soslayo, ver. Nada. Karai no quiso presentarse más ante la tierna mirada. Sin embargo, Andrea lo vio, muchas veces, mientras tendía la ropa, mientras buscaba leña que serviría para calentar el agua del mate. Y en ningún instante el hombrecito se acercó ni ella lo miró demasiado. Sabían que estaban cerca, pero en un mundo que no les pertenecía a ambos. “Andate, aña memby, deja de joder a mi familia; déjame de joder a mí”, ella le hablaba por lo bajo, como si el otro entendiera “estas porquerías del mundo”.

El Karai, que tanto necesitó confirmar una teoría del “querer”, dejó la muñeca en el lugar de donde la había sacado y se despidió de ellas con una triste mirada y, sin darse cuenta, una lágrima brotó de su ojo derecho. Él, lo único que quiso fue jugar con la niña.

Enero – Rito – Tania Valdovinos

Enero – Rito – Tania Valdovinos

Portada por Tania Valdovinos

El ser humano es un ente ritual por excelencia, consciente o inconscientemente realiza a diario ritos de diferente índole que le permiten adquirir un sustento emocional, espiritual, cultural y hasta económico dentro de la sociedad donde se desarrolla. Levantarse por la mañana y tender la cama procurando un orden detallado; prepararse un café, un jugo o un licuado; fumarse un cigarrillo; leer siempre el mismo periódico; bañarse y vestirse a una hora determinada; comprar los alimentos en los mismos sitios; y persignarse ante una imagen todas las mañanas y noches son sólo algunos ejemplos de ritos que mucha gente lleva a cabo cotidianamente y que van cambiando de acuerdo con la cultura en la que está inmiscuida cada persona.

Revista Rito, un espacio cultural libre de fronteras, comienza su existencia con el tema que le otorga su nombre, Rito: acción cronotópica donde confluye la antropología, el arte y el conocimiento en general.

Bienvenid@ a esta espacialidad.