Por Arturo I. Waldo Leal

Miro el reloj y asisto a esta íntima ceremonia
en el río de la memoria. Percibo el frío de la
última noche del año. El viento suena y la
corriente ruge. Casi no logro recordar cómo
me encontraba hace doce meses, pero aun
así inicio el rito de recordar.

2020 comenzó con una placentera ligereza.
Recuerdo tener un entusiasmo distinto. Un
entusiasmo interno que recorría mis venas.
Una confianza sólida y cristalina que
permanece conmigo aun en la tristeza que me
embarga esta noche.

El año inició con música. Ofrecimos dos
conciertos en una noche. Fue un deleite
compartir con mis amigos y el público.
Percibí amor y calidez en el ambiente.

Mi primera crisis comenzó en febrero. Mi
sombra  se posó en mi frente. Me irrita
imaginar que dependo de la gente para mi
resguardo, pero es ingenuo pensar que el
mundo y yo estamos separados. Cuando
necesito ayuda me avergüenza romper el
orgullo que mi personalidad ha puesto en
bandeja de plata para formar mi
autopercepción. Sufrí al negar mi necesidad
de resguardo. Fue difícil permitirme aceptar mi
vulnerabilidad e incapacidad para asegurar mi
techo, sin embargo, todo fue solucionado.
Puedo asegurar que a lo largo del año (y de mi
vida) he tenido protección. Agradezco a Dios
su manto y el apoyo que me brinda todo
el tiempo.

En marzo inició la terrible pandemia que aún
vivimos, y con ella mucha angustia, depresión,
dolor y tristeza entre la gente. Fue inevitable
pasar algunas noches de insomnio. Me di
cuenta que mi incapacidad para dormir no
provenía sólo de mí, sino también del entorno.
La enfermedad se esparce entre nosotros
físicamente, pero también de forma emocional
y mental. Acepté la angustia y ansiedad que
aparecían en mi casa como seda negra que
por momentos colgaba de mis paredes. A
veces la seda se desvanecía y me permitía
dormir. A veces la seda me cubría la cara y me
obstruía la respiración, me ataba las manos y
me hacía temblar de miedo. Siempre fueron
los rayos del Sol los que desaparecieron el
malestar.

Inicié una rutina ordenada y disciplinada de
dibujo. Las líneas y puntos que plasmé a diario
ayudaron a calmar mi mente y a
reencontrarme con mi infancia. Encontré
nuevas maneras de explicarme y manifestar
mis reflexiones. Me da mucha alegría
relacionarme de una nueva forma con mis
pensamientos.

Todo el año tuve sustento. Fui ordenado en
mis cuentas y gracias a ello pude solventar los
gastos de mi casa y apoyar a mi amada
familia. También hubo momentos oscuros en
los que caí en el juego del dinero y la
sensación de carencia. Me di cuenta desde
dónde ejercía mi «dar» y trabajé sobre ello.

Con mi pareja tuve estabilidad. Este año
pudimos observarnos desde facetas distintas.
Me asombra darme cuenta de lo similares que
somos. La amo y me siento agradecido de
conocerla y de conocerme más.

Físicamente fue un año cómodo. Aunque en
enero me inscribí al gimnasio, no pude
continuar en él debido a la contingencia. La
mayor parte del tiempo permanecí sentado
frente a la computadora. Algunas veces usé la
bicicleta para trasladarme. Emprendí
caminatas de un par de kilómetros diarios que
me dieron mucha satisfacción. Me gustaría
recuperar mi condición física.

El confinamiento me canceló conciertos y
algunas fuentes de empleo, sin embargo,
también llegaron nuevos alumnos y  dinámicas
para compartir la música. Ha sido una
bendición compartir y adaptarme junto a ellos
a una realidad insólita.

A mediados del año reuní suficiente
motivación para publicar un nuevo libro-disco
cuya finalidad es aportar ánimo y aliento a mis
amigos y a mí mismo. A un sol es el título; me
ha ayudado a no olvidar que a pesar de las
circunstancias el Sol sigue alimentando
nuestra vida y que la oscuridad es una ilusión
porque por más larga que sea la noche, la luz
continúa aquí.

El reloj sigue su curso y la tristeza también. La
miro de frente porque no le temo. Sólo pido
que mi padre se recupere de este
desagradable episodio, que los tubos que
ahora alimentan sus pulmones le ayuden a
recibir la vida que aún es él, y si no, que se
abran las puertas del cielo y lo reciban como el
héroe que ha sido para mí desde siempre.

Entrego estos recuerdos al río que incesante
fluye y cuyo destino es el mar de la
consciencia porque esto no soy.

Con amor,

Arturo Waldo.