Por Diego R. Hernández
Hay días que no existo
en mi cuarto de uno entre tres.
Mi rito favorito
es volverme niño
y sentir el vacío por vez primera.
Un río corre entre mis cobijas
cuando me desahogo
como nube en medio del bosque.
Llorar es un mito
de monos que fuman y rezan.
He visto el fin, lo admito
pero me gusta crear
iglús donde reina la primavera.
Entierro mi canto en vasijas
para encontrar oro
la noche que mi muerte invoque.
De negro me visto,
prefiero ser sombra que estrella.
No controlo gritos
como al caer del sueño,
salto al vórtice que gira y no espera.
Hay que responder a la ouija
aunque seamos polvo,
por eso despierto en enroque.
La vida es un rito
breve, con encendidas velas.