Por Teolinca Velázquez
Hoy podemos escuchar cómo se comparan nuestros tiempos con los descritos por George Orwell porque es fácil escuchar a alguien hablar de Rebelión en la Granja o referirse a la actualidad como los tiempos orwellianos; también es común que hablemos de vivir en el mundo feliz de Aldous Huxley. Pero un autor vislumbró al individuo actual de una manera profética y escribió sobre un hombre obsesionado con la juventud. Ese personaje huía de la reflexión o del remordimiento, era un hombre que sólo quería correr y burlar al tiempo sin pensar en el ayer.
“Me has llenado de un frenético deseo de saber todo de la vida” (Wilde,1984, p. 30) le dice Dorian a Lord Henry Wotton y yo considero ese momento literario como un guiño a la modernidad líquida de Bauman porque, al desear Dorian que fuese el cuadro quien llevara la cuenta de los años y la carga de sus pecados, alude a aquello que caracteriza la vida líquida del hombre: esa compulsión a experimentar y adquirir destreza en un intento por evitar tanto el compromiso, como el establecer raíces. Ambas cosas son parte de un proceso que se asocia con la llegada de la vejez y es con esa situación que Bauman comienza el primer capítulo de su libro Amor líquido.[1]
Cuando Wilde hace decir a uno de sus personajes en el libro mencionado (1984) que “la juventud es lo único que vale la pena poseer” (p. 15), ahí no solamente hace una crítica a su sociedad, sino que describe nuestra situación actual en donde predomina esa preocupación por mantener la juventud a toda costa con acciones desde teñirse el pelo para cubrir las canas, hasta procedimientos quirúrgicos que prometen aplazar el envejecimiento de nuestro cuerpo; Wilde lo resumió en la oración: “Para volver a ser joven no tiene uno más que empezar otra vez sus locuras” (p. 26). Podemos concebir las acciones actuales reflejadas en frases como “la juventud se lleva en el corazón” o “los cuarenta son los nuevos treinta” y podríamos decir que son desesperados intentos de aferrarnos a la etapa más efímera de la vida en la que erróneamente tendemos a creer que el mundo “nos pertenece por un tiempo” (Wilde, 1984, p. 15).
En estos tiempos wildeanos, el individuo define qué quiere en esta vida; nosotros decidimos qué queremos o qué no queremos y qué elementos podemos aceptar para que nuestro nuevo concepto de vida conserve su armonía. Entre esos elementos están también las personas que nos rodean, las cuales ya no son personas sino instrumentos que, en cuanto rompan la armonía de nuestro amado entorno, nos encargaremos de desaparecer.
En El retrato de Dorian Gray, el protagonista accidentalmente descubre lo que señalé en el párrafo anterior cuando Sibila Vane hace una mala representación en teatro porque se rompió la ilusión que tenía Dorian por apoyar a una gran actriz que el mundo habría de adorar algún día; herido le exclama: “¡Querría no haberte conocido nunca… has destrozado la novela de mi vida!” (p. 53). Automáticamente pasa del supuesto amor al desdén porque “…siempre hay algo ridículo en las emociones de las personas que se ha dejado de querer. Sibila Vane le parecía absurdamente melodramática” (p. 53). Dorian se siente herido por ella y su reacción es de alguien que no permitirá a los demás traspasar esas leyes que él poco a poco ha establecido para su nueva vida.
Cuando Zygmunt Bauman escribió sobre las leyes de la jungla, hizo referencia a la situación en la que vivimos con miedo a que el otro nos haga daño y señaló que así se puede perder la humanidad que nos caracteriza y, por lo tanto, nuestra dignidad (Bauman, 2003); en el momento en el que los otros adquieren un papel instrumental y fugaz en nuestras vidas, se pierde esa costumbre de respetar la dignidad humana.[2]
Bauman propone que la pérdida o el olvido de la dignidad humana es consecuencia del Holocausto, sin embargo, Oscar Wilde lo propone como una pérdida subjetiva porque relata la deshumanización de Dorian Gray desde que inició ese proceso interno al desprenderse emocionalmente de su entorno.
Bauman también consideró que: “el amor a uno mismo está edificado sobre el amor que nos ofrecen los demás” (Bauman, 2003, p. 108), también lo señaló Wilde cuando la carga del cielo y del infierno fue demasiado pesada para que Dorian la llevara; él mismo sintió en algún momento la necesidad de rectificarse, de empezar a hacer el Bien después de tanto tiempo hacer el Mal.[3]
Dorian Gray es un individuo en sociedad que está sometido a leyes ajenas a él, aunque en un principio él estableció sus propias leyes, éstas no son más importantes que aquellas que ha forjado la sociedad londinense. Al final, en el siglo XIX, había un Bien y un Mal generalizado ante los cuales, tanto Dorian como todos los que habitaban en ese tiempo tenían que responder; por lo tanto él al final de la historia se da cuenta de que obrar como lo había hecho hasta el momento: “era la muerte en vida de su propia alma” (Wilde, 1984, p. 132) porque había alejado del amor y admiración de aquellos a quienes él apreciaba.
En esta modernidad líquida se nos permite creer que podríamos sobrevivir por nuestra propia mano, que basta con el aislamiento imaginario para dejar atrás nuestra condición humana pero es cierto que esta condición no desaparece; existen elementos externos a los que estamos sometidos y en algún momento habrán de alcanzarnos. Wilde nos demuestra con su novela que éstos nos pueden alcanzar de una forma mucho más inocente: en forma de deseo, del deseo de ser mejor; en palabras de Dorian: “Quiero ser mejor. Voy a ser mejor…” (p. 126). En ese punto de la historia, él se da cuenta de que hasta el momento había sido egoísta porque había olvidado la dignidad humana de él y de los demás que le amaban.
Ese momento en el que la realidad nos alcanza, nos permite descubrir que nuestro mundo sin amor lo hemos creado en nuestra mente y es imaginario; es el momento en el que lo líquido de nuestras vidas ya no puede fluir más, en que la sociedad de la imagen y del espectáculo no puede engañarnos más porque, en palabras de Bauman, aprenderemos a amar y aceptar la dignidad humana si reconocemos al otro como sujeto y humano (Bauman, 2003), no como un instrumento fugaz.
Trabajos citados
Bauman, Z. (2003). Amor Líquido: Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Fondo de Cultura Económica.
Wilde, O. (1984). El Retrato de Dorian Gray. Porrúa.
[1] El proceso de individualización ha sido abordado desde diferentes perspectivas, desde la económica hasta la cultural y en el mundo del arte Oscar Wilde escribió por allá de 1890, en la que fue su única novela, acerca de un personaje que decide desafiar su época y aislarse de su entorno social para buscar la satisfacción personal, algo que lo llevó a la autodestrucción. Si bien El Retrato de Dorian Gray es en realidad un retrato del individuo actual, lo cierto es que en toda la obra de Wilde me parece encontrar elementos de lo que hoy el sociólogo Zygmunt Bauman denomina como la modernidad líquida.
[2] La dignidad humana, en palabras de Bauman, consiste en respetar el carácter único de cada uno, el valor de nuestras diferencias que enriquecen el mundo que todos habitamos y que lo convierten en un lugar más fascinante y placentero (Bauman, 2003, p. 112).
[3] Aunque en un principio él decidió que el bien sería hacer su voluntad y probar las más exquisitas cosas de este mundo y que el mal sería perderse toda experiencia mundana.