Por Ricardo Hernández

En la ciudad de las multitudes y barrancos guturales:
de ángeles de barro y aviones de papel,
el festejo de pasiones es grisáceo con opción de media luna;
cual extracto del zumbido de una doble moral erguida
de un anhelo de un norte con rumbo sur
a la estampida de fantasmas domésticos
-Con sus latidos mecánicos,
y resonancias electrostáticas de su epidermis;
de absurdo paso en la mujer andante
en el metro por metro, y en la ausencia de silencio.
Es aquí donde se esparcen con smog y voces chillantes
mis recuerdos de la mujer sinfónica
la mujer colibrí, ella que es origen y es paso
la que en su boca lleva mares de vida pasada
y dialogan danzantes marañas de altibajos,
en el ancho de una vaga subjetividad anclada
en algo que asciende y se presenta: un irreal festín del engranaje humano.

Irreal tu pelo, tu conciencia, tu concreto mirar Matilde
por millones y diminutos detalles con polen y guirnalda;
en donde el sueño son dientes que caen de súbito
en desfiladeros de alteridad y ego,
ante la falta de ti mismo en el espejo desdoblado.

Yo te digo aquí:
irreal es tu estancia en la ciudad
de fotografías subordinadas al aliento de volcanes
en el cálido ambiente del instinto ombligo
donde vuelves canto y vuelves esperanza los bastiones antiguos
y entre todos ante todo se arrodillan y murmuran:
la masacre de todas las paces,
cuando un niño vuelve del espacio
sujetado de tus prejuicios en su globo aerostático

E irreal es tú cámara y las filminas
y saber abandonarnos a las marionetas
de la acostumbrada sucesión de los encantos
que ya no están más en el sueño de la gaviota
ni en el rostro tuyo de túnel
que se arroja de nuevo al norte, colibrí en vuelo
que migra de amor en amor
por la fragilidad de sombras contraídas

Yo te digo aquí:
real eres en el canto del ganso.
En los pasos que retumban en mi recuerdo
-un sonido en acuarela del momento antepasado.

Real del viento tú
real del sol, real del fruto
de la máscara empeñada en develarte
cuando ella sale envuelta de luna
y tu duermes esclavo de sus senos
con tu rostro de Jacinto destrozado.

Un nuevo Lot que acude a la muerte temprana.
Al despertar de boca en boca
con el pecado entre sus manos.
Y la caricia corrupta y moribunda
dando vuelta entre sus labios;
se avienta sin paracaídas
por la lejanía de su llanto.

Entonces vuelve, retoma su paso y comprende: