Por Diego R. Hernández
Desde que la humanidad trabaja sin descanso por miedo a que se le venga la roca encima, el amor está presente en nuestras vidas, incluso antes. En tiempos cuando Prometeo nos liberó de nuestras cadenas enseñando a cultivar la tierra y el pensamiento, ya existía el amor; incluso desde antes que el sapiens fuera homo el amor ya cubría los valles. De hecho, desde antes que se formara el planeta Tierra con basura cósmica, el amor ya se extendía de galaxia en galaxia.
El amor es la energía positiva que, en comunión con el odio, energía negativa, conforman el equilibrio que une y desune todos los elementos en el universo. El vórtice que viaja en constante movimiento sobre un manto negro, como si fuera una serpiente iluminada con distintos colores y que es mejor conocido como sistema solar, contiene el desarrollo de vida y muerte que cambia de espacio conforme pasan los segundos.
Resulta contradictorio hablar de amor propio cuando todos los seres vivos que conocemos y desconocemos viajamos en la misma nave hacia un único destino, por ende compartimos el camino como el sitio de llegada. Las relaciones de amor son tan importantes y necesarias como las de odio, sin embargo, la mayoría de las personas no consiguen ver las dos caras de la luna pues les suele doler el cuello al girar la cabeza.
Existimos en una especie de Pangea espiritual donde las conexiones de dolor y placer advierten que aún no hemos culminado el viaje. El acto que más involucra al amor es el de crear, el dar a luz a un ser es el clímax del amor para una madre, a la vez que es uno de los dolores más intensos que se pueden experimentar. El poeta suele arrancarse las entrañas para darle vida a su obra, que llegará a los oídos de sus lectores como una dosis de amor en forma de palabras.
De tal suerte que en las relaciones cotidianas de los seres vivos, se presentan una serie de combinaciones en la experiencia vivida que tienen repercusiones en nuestra forma de leer el mundo. Amor-placer; amor-dolor; amor-amor; amor-odio; placer-dolor; placer-odio; dolor-odio; sólo por bosquejar algunas. Estas combinaciones entre diferentes manifestaciones de energía y experiencia se materializan en prácticas sociales e individuales. Para el orden general de las cosas todas las relaciones son necesarias, después están los postulados éticos y morales que conforman una cultura.
Bajando a las dinámicas sociales del planeta Tierra, es preciso aclarar que gatos y perros no son exclusivos de portar amor, aunque quizás sean quienes lo materializan de mejor forma, al menos para los ojos humanos, al mover la cola y hacernos fiesta cuando llegamos a casa, o al restregarse en nuestra ropa y llenarla de pelos, lamernos la cara y chillarnos cuando quieren de nuestra comida o entrar a casa. Tampoco es exclusivo de los homo sapiens sapiens, aunque lo hayan institucionalizado a manera de monopolio, específicamente en amor romántico que vaya ¡cuánto daño le ha causado a nuestro género! Daños muy lamentables para las aspiraciones de evolucionar hacia un mejor futuro.
Fornicar no siempre involucra amor, desapegarse de los demás no siempre es cuestión de odio cuando las personas apelan a esa basura de empatía que culmina cuando se topa con intereses que no son de su conveniencia o incumbencia. Invito a no confundir una energía trascendental con prácticas bizantinas que enferman el corazón y la mente de los seres humanos. Hay un lazo de luz que nos une dentro de esta nave, pero también que nos rechaza, apelo al punto medio. Nsala malekum.