Por Alejandro Benjamín Laurentti

Juan Brooke Fea sale de la casa ansioso por probar el crudo aire invernal que agoniza. Está mediando septiembre y lo sorprende una brisa helada y seca, que siente como suaves caricias en el rostro. Aun a su edad y con los años que lleva trabajando para la comisión municipal, de la que es actualmente el presidente, no logra entender qué tiene La Cumbre que hace que el invierno le parezca tan hogareño y placentero, tan cercano a su interior.

A cientos de miles de kilómetros, en la lejana frontera entre Francia y Bélgica, una de las batallas más sangrientas de la historia está comenzando. Enrique de Boucherville, quien vendiera a Brooke Fea sus territorios, está pasando en camión por la frontera de Luxemburgo hacia Longwy, por un secreto camino, bajo un panorama bastante distinto al del inglés recluido en las sierras. Lleva información importante para los Aliados.

Del otro lado del mundo, Brooke Fea piensa: ¿Serán las sierras? ¿Será el verde oscuro de los pastos, que aun con las tremendas heladas no pierden su galanura? O tal vez es el atrapante aroma a margaritas que trae el viento o quizá son los pinos que rodean la propiedad que lo hacen regresar a su límpida infancia en los bosques de Hull, en Yorkshire…

Boucherville lleva puesta ropa vieja, las manos engrasadas y las zapatillas rotas. Es importante que si lo descubren piensen que no es más que un simple polizón, una persona común, un civil como cualquier otro. El camino se presenta demasiado silencioso. No hay viento, tampoco animales, solo extraños susurros en el aire.

Brooke Fea recorre con los ojos aquellos gigantes de múltiples verdes y piensa en la propuesta de su amigo Luis Kunn de regalar parte de sus terrenos para que en el lugar se construya un templo católico dedicado a la Virgen de Lourdes. Su mente vuela, en esta realidad tan, tan distinta…

En medio de la frontera que une Bélgica con Francia, Alemania acaba de lanzar un importante ataque, aquel que llegaría a ser conocido como una versión modificada del Plan Schlieffen. Boucherville no lo sabe, pero está justo en medio del ataque. A lo lejos se escuchan estruendos. El francés se asusta y junta las manos, pidiendo protección.

Fea ve los últimos lirios que rodean la propiedad, los mismos que plantó hace muchos años el dueño anterior y se sorprende. Han aguantado con poderosa resistencia todo el invierno. Se levantan imponentes, buscando el sol, sin saber que el final está tan cerca como la primavera, la estación de las flores, la que no llegarán a probar.

Boucherville piensa en ellos, los ve rodeando el terreno con vivos colores y los siente entre las manos. Cierra los ojos y siente la brisa Cumbrense, aquella que decidió tristemente abandonar, acariciarle la frente. Sus fosas nasales se inundan de aquel fresco aroma a pino y sus oídos prueban el envolvente silencio. A unos metros de distancia, lo esperan, ocultas, bombas en el suelo.

Del otro lado del mundo, extrañado, Brooke Fea ve cómo los últimos lirios comienzan a perder los pétalos. Unos minutos pasan entre que pierden los primeros, hasta que, finalmente, quedan desnudos, solitarios, perdidos. Él no lo sabe, pero no volverán a crecer.