Por Fabiola Hernández
Si bien el cuerpo puede ser entendido desde múltiples perspectivas, en el afán por comprenderlo dominó por mucho tiempo la biología, hasta que en la década de los setenta se comenzaron a esbozar una serie de estudios del cuerpo como construcción socio-cultural. Con el cambio de paradigma también se abrieron campos de abordaje desde la sociología y la antropología que lo privilegiaron como eje central en análisis relacionados a la cultura, la identidad y la experiencia, por mencionar algunos.
En este sentido, la antropología indaga el papel de lo corporal en su dimensión sociocultural y su relación con el sujeto y el lenguaje. De acuerdo con Mariana del Mármol y Mariana L. Sáez (2011), se pueden destacar tres tendencias en los estudios del cuerpo: la primera lo caracteriza como símbolo mediante el que se explican y comprenden la sociedad, la cultura y la naturaleza; la segunda remarca la relación del cuerpo con los discursos y el control; y la tercera pretende redefinirlo como elemento activo, creador y constituyente de la vida social.
Aunque cada una de estas visiones busca comprender una parte fundamental del cuerpo, es indudable que ninguna existe aisladamente, por ello es necesario proponer análisis transdisciplinares que consideren a la par la dimensión simbólica, material, discursiva, lingüística e incluso biológica del cuerpo. Sin embargo, aunque la teoría propone la comprensión integral, en la realidad sucede algo muy distinto: sigue dominando la percepción dualista que separa lo material de lo inmaterial en el ser humano.
Con el colonialismo occidental este pensamiento se afianzó y extendió de tal forma que aún hoy estructura y determina nuestra relación con el cuerpo. En el caso de México es especialmente llamativo cómo la cultura se ha forjado a partir de las relaciones binarias y de oposición que los españoles fundamentaron en motivos biológicos, simbólicos y materiales del cuerpo, y el individuo, como unidad social.
En este sentido, conviene señalar el concepto de colonialidad del ser, que Nelson Maldonado-Torres (2007) dice “se refiere a la experiencia vivida de la colonización y su impacto en el lenguaje” (p. 130). Si el colonialismo implica relaciones económicas, políticas y de poder entre naciones, la colonialidad -que surge de él- se extiende a los más variados ámbitos de la vida moderna, quizás más evidentemente a lo corporal y al lenguaje.
La colonialidad se refiere a un patrón de poder que emergió como resultado del colonialismo moderno […] la forma como el trabajo, el conocimiento, la autoridad y las relaciones intersubjetivas se articulan entre sí, a través del mercado capitalista mundial y de la idea de raza (p. 131).
La superioridad racial encontró fundamento en el binarismo excluyente y diferenciador de la esfera biológica del cuerpo; los conquistadores blancos asumieron el papel dominante sobre las “nuevas” razas. Así justificaron la estructura en la que cabía la esclavitud y el control de todo recurso, en suma, la dominación. Para comprender la importancia de este principio baste recordar que a indios, negros y mestizos no siempre se les considero humanos.
Las características físicas que sirvieron de base a la colonialidad fueron reforzadas con simbolismos que, en el plano del discurso, permitieron crear y reproducir los mecanismos de control que hasta hoy se mantienen vigentes. La oposición entre blanco y negro o entre conquistador y conquistado se puede entender desde la separación cuerpo/mente, donde el cuerpo determina lo mental que es también lo humano; los negros e indígenas no era humanos porque no eran blancos y, por tanto, eran un recurso más al servicio del hombre civilizado.
En este sentido, también puede decirse que la diferencia entre hombre y mujer se vuelve un aspecto fundamentalmente de exclusión y control, que además en el contexto de la colonialidad adquiere matices más agresivos si consideramos que la guerra (con valores propios de un tiempo y espacio especiales) permitió extender el dominio desde el campo material al simbólico y así ejercer sobre el cuerpo otro tipo de control.
La violencia sexual se instaura como el heredero de ese colonialismo fuera del contexto de la guerra. Pero, aunque el dominio sexual se da en primer lugar sobre la mujer, no se limita ni a lo femenino ni mucho menos a lo físico, sino que como en la raza, la diferenciación se vuelve simbólica y se asienta en el lenguaje. ¿por qué hasta hoy seguimos usando expresiones como chinga tu madre, puto, marica, pareces niña con el afán de ofender a alguien y darle a entender que está por debajo de nosotros?
No nos sorprenda tampoco la repulsa a las luchas feministas u homosexuales. Y del aborto ni hablar, mucho menos si es a causa de violencia sexual porque eso atenta a la ideología del dominio con la que seguimos viviendo. “En la modernidad, ya no será la agresión o la oposición de enemigos, sino la “raza”, lo que justifique, ya no la temporal, sino la perpetua servidumbre, esclavitud y violación corporal de los sujetos racializados” (Maldonado-Torres, 2007, p. 140). Y más aún:
A la vez ocurrirá que cualquier acecho o amenaza, en la forma de guerras de descolonización, flujos migratorios acelerados o ataques “terroristas,” entre otros acechos al orden geo-político y social engendrado por la modernidad europea (y continuado hoy por el proyecto “americano” de los Estados Unidos), hace movilizar, expandir y poner en función el imaginario racial moderno, para neutralizar las percibidas amenazas o aniquilarlas. (p. 140)
Ahora bien, lo anterior se da en la relación entre el cuerpo y el sujeto, y quizás ahí esté la clave para ir un paso más allá. Como mencionan Mariana del Mármol y Mariana L. Sáez (2011), la última vertiente de los estudios antropológicos apunta a desmantelar el constructo sociocultural del cuerpo como sujeto pasivo, por ejemplo, Judith Butler propone la noción de agentes performativos basada en una metafísica contra-imaginaria que, entre otras cosas, permitiría reinventar constantemente la identidad (p. 6).
Ante esta lógica de lo material y lo simbólico que conduce a formas esencialmente privativas de libertad para entender, conocer y vivir la experiencia del cuerpo, es necesario proponer un nuevo racionamiento que se asiente más que en la teoría, en la práctica y que permita explorar el cuerpo desde horizontes nuevos. Un ejemplo que permitirá concluir este texto dejando abierta la reflexión es la performance de la artista peruana Victoria Santa Cruz, en la que responde al grito abrumador de la cultura de la exclusión:
Referencias:
del Mármol, M., & Sáez, M. (2011). ¿De qué hablamos cuando hablamos de cuerpo desde las ciencias sociales?. Question/Cuestión, 1(30). https://perio.unlp.edu.ar/ojs/index.php/question/article/view/1058
Maldonado-Torres, N. (2007). Sobre la colonialidad del ser: contribuciones al desarrollo de un concepto. En R. Grosfoguel & S. Castro-Gómez (ed.), El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global (pp. 120-167). Siglo del Hombre Editores.