Hoy en día es más común depender de las redes sociales para albergar estos recuerdos, pero cuando comenzaron, uno debía conformarse con breves mensajes que apenas daban una impresión de vivencia. Como pinturas rupestres, estos mensajes funcionaron para mostrar la urgencia por capitalizar el deseo de mostrarse en un punto y en un momento. Cuando las palabras no fueron suficientes y se volvieron obsoletas, la imagen llegó para reemplazar al relato. El futuro será visual, dicen los entusiastas mercadólogos y diseñadores que reniegan de la gran horma de las palabras que no logran calzar. Por desgracia, la imagen en las pantallas siempre será apenas un destello de información que fluye en el río de nuestros muros de inicio junto con las imágenes de nuestras amistades.
Tal vez la aversión moderna por las palabras y los grandes relatos sea la estrategia para desprendernos de nuestra memoria. La Ilíada y La Odisea son el claro ejemplo de cómo los grandes relatos pueden superar el olvido. Nuestra nueva práctica de recordar deja de lado este aspecto de los mensajes sustituyéndolos por una imagen diluida que nos esforzamos por retocar hasta que desaparezca lo que no toleramos de nosotros. Para incomodidad de los gurús de la innovación, la lengua revela eso que queremos ocultar, pero también despierta lo que dejamos a merced del olvido en imágenes cada vez más fugaces.
Quizá lo más triste de esto es que algún día los servidores digitales que albergan nuestros recuerdos dejarán de funcionar de un momento a otro arrastrando hacia lo obsoleto las vivencias que dejamos a su merced. […]
Hoy en día es más común depender de las redes sociales para albergar estos recuerdos, pero cuando comenzaron, uno debía conformarse con breves mensajes que apenas daban una impresión de vivencia. Como pinturas rupestres, estos mensajes funcionaron para mostrar la urgencia por capitalizar el deseo de mostrarse en un punto y en un momento. Cuando las palabras no fueron suficientes y se volvieron obsoletas, la imagen llegó para reemplazar al relato. El futuro será visual, dicen los entusiastas mercadólogos y diseñadores que reniegan de la gran horma de las palabras que no logran calzar. Por desgracia, la imagen en las pantallas siempre será apenas un destello de información que fluye en el río de nuestros muros de inicio junto con las imágenes de nuestras amistades.
Tal vez la aversión moderna por las palabras y los grandes relatos sea la estrategia para desprendernos de nuestra memoria. La Ilíada y La Odisea son el claro ejemplo de cómo los grandes relatos pueden superar el olvido. Nuestra nueva práctica de recordar deja de lado este aspecto de los mensajes sustituyéndolos por una imagen diluida que nos esforzamos por retocar hasta que desaparezca lo que no toleramos de nosotros. Para incomodidad de los gurús de la innovación, la lengua revela eso que queremos ocultar, pero también despierta lo que dejamos a merced del olvido en imágenes cada vez más fugaces.
Quizá lo más triste de esto es que algún día los servidores digitales que albergan nuestros recuerdos dejarán de funcionar de un momento a otro arrastrando hacia lo obsoleto las vivencias que dejamos a su merced. […]