Por Manuel Horna
Toño estaba leyendo el comunicado que Miss Jennifer había grapado en su agenda (con mucho amor, por supuesto). En el primer bimestre, El lugar más bonito del mundo; en el segundo, Los niños más encantadores del mundo; en el tercero, La bolita azul; y, en el cuarto, Pepe, Pepo y Pipo y la laguna misteriosa. Este último había logrado que mostrara los dientes, al menos un rato pues, que si no se te caen, le decía su madre cuando estaba molesto y arrugaba su frente, nariz y ojos con ahínco.
¿Qué lees…? Otro comunicado del colegio, ¿ahora qué hiciste…? Ah, bah, que sólo es lo que tienes que leer. Ahora cuánta plata nos sacarán estas monjitas, y espera que se enteren que todavía no pagamos la lista de útiles. ¿Qué niño de nueve años usa diez UHUs, cinco paquetes de hojas bond, cincuenta cartulinas y cien rollos de papel higiénico? Nadie pues. (Ni tú pues que me saliste tan cagoncito— dijo para sus adentros, no quería que Toño se molestase otra vez).
Él no les prestaba mucha atención a las quejas de su madre, él estaba interesado en leer ese último libro, ese que le había hecho reír. Mami, ¿podemos ir a comprarlos? Es que quiero ir leyendo para sacarme veintes, puros veintes y que me felicite Miss Jennifer (con mucho amor, obvio). Ay… no sé… a ver dame un besito… muack; otro por tu hermanita… Pero no me pongas esa cara, Toño, que ya sabes lo que pasa con tus dientesitos… muack. Ya, este es el último, por tu papi que no tarda en llegar y luego de almorzar vamos a comprarlos, muack.
Así pasó, luego de repetir plato (eran tallarines con pollo, por supuesto que tenía que repetirse) y comprar los cuatro libros, ¿nada menos si me llevo los cuatro ahora?, en la tienda de Miss Patty, Toño estaba listo para leer. Se tiró de bruces sobre el sofá, ya te he dicho que no estés echado en el sillón que me lo ensucias, Toño, anda al cuarto de estudio y lee sentadito no más. Resignado, se sentó en su escritorio, ay qué lindo estudia mi hijito, y aún con el entusiasmo intacto, abrió Pepe, Pepo y Pipo y la laguna misteriosa.
Faltaban todavía algunas semanas para carnavales, pero las tres plagas… Qué aburrido, dijo ahora con el entusiasmo roto y sin relucir los dientes. Cerró el libro con decepción y esta era tal que ni siquiera les dio oportunidad a los otros. Salió del cuarto arrastrando los pies y con la pena en los labios. ¿Qué pasa, Toño?, ¿por qué no estás leyendo tus libritos…? Ay, ¿son aburridos? No te preocupes, hijito, seguro no puedes leerlos porque estás cansado, son casi las siete de la noche, anda báñate y vienes para cenar.
Toño hizo caso, pero esa noche no pudo dormir. Él sabía que el cansancio no le había impedido seguir leyendo. Meditando en su cama, pensó que el aburrimiento era una excusa, que tampoco era eso. Sentía un peso sobre su cabeza, una obligación, una orden. No era la de su madre, era la del comunicado. ¿Por qué debo leer lo que me dicen? Aunque me lo diga Miss Jennifer (esta vez no fue con tanto amor) yo quiero leer lo que quiera. Decidido, esta vez no arrastraba los pies, por el contrario, los tenía en puntillas; fue a la biblioteca de su padre, quien se había quedado dormido con un libro en el pecho y un líquido café, ardiente, se había derramado. Guácala, pensó.
Con ayuda de una linterna de Barbie que le había quitado a su hermana a escondidas, ya te he dicho que no cojas mis cosas… Mamááááááá, decidió buscar un libro que le gustase. Los heraldos negros… ¿Qué son heraldos? Un mundo para Julius… ¿Qué es un Julius? ¿No será Júpiter? La noche es virgen… La única virgen que conozco es María, ¿hay más? Conversación en La Catedral… No, de seguro es sobre cómo comportarse en misa, eso sí que es aburrido.
No encontraba nada que llamase su atención. Ningún título capturaba su curiosidad. ¿Qué hacer? Estaba a punto de rendirse cuando, sin proponérselo, vio un grupo de hojas desfasadas, rotas y grapadas sin nada de amor. Supuso que era un libro, pero no tenía portada, contraportada ni lomo. ¿Qué era? Al ojearlo, decidió voltear al menos una para ver qué escondían. Con Barbie, siendo mordida por sus dientesitos, leyó:
Podrá nublarse el sol eternamente. / Podrá secarse en un instante el mar. / Podrá romperse el eje de la tierra / como un débil cristal / ¡Todo sucederá! Podrá la muerte / cubrirme con su fúnebre crespón. / Pero jamás en mí podrá apagarse / la llama de tu Amor.
No entendió mucho, pero no importaba, este tipo de cosas no se entienden, se sienten. Sintió la música que golpeaba las paredes de su pecho, ese líquido derramado ya no le parecía ardiente, ahora era acogedor, le calentaba, era una llama que no se apagaba. Amor… eso sentía, este era mucho más del que Miss Jennifer podía ofrecerle, por supuesto.
Muchos años después, sabiendo lo que es un heraldo (duele, pensó), sabiendo que Julius fue como él, pero no tan rico, sabiendo que quería probar marihuana, pero no coca, y que el Perú siempre estará jodido, Antonio se encontraba en el Parque del Divino Maestro, ese que estaba rodeado de nombres de poetas. Allí, en la calle Bécquer, sentado en la banca de madera y rodeado de verdes y blancos, decidió mostrarle su primer amor a su primer amor.
Podrá nublarse el sol eternamente… Ella, con sus cabellos bañados en miel, su piel cándida, labios rosicler y ojos eternos. Podrá secarse en un instante el mar… La playa, durante la noche, esa que conocemos muy bien. Podrá romperse el eje de la tierra como un débil cristal… El cristal que nos separó, tú viéndome a través de él, con destino a Lima. ¡Todo sucederá…! Nada pasó, tú estás igual, el mar sigue esperándonos y el cristal nunca se rompió, sigues allá. Podrá la muerte cubrirme con su fúnebre crespón… Que me cubra si es por ti. Pero en mí jamás podrá apagarse la llama de tu Amor.
Ella sonrió, lo estaba haciendo desde que empezó, fue en aumento. Aplaudió sin tapujos, sin vergüenza. Rápidamente tomó el brazo de Antonio y se aferró a él. El calor era sincero, sus mejillas rosadas descansaban cerca del inexperto hombro.
Se levantaron, ella aún no lo soltaba, y caminaron una vez más a lo largo del parque, así como caminaron en la playa, y en Lima, un año después, cuando fue a visitarla. De pronto, sentía que estaba sonriendo, en el pecho resonaba el poema (en ese instante supo qué era la poesía) y una llama lo avivaba. Amor. Tuvo unas ganas casi incontrolables de besarla, pero no sabía qué hacer, cómo proponérselo, no sabía, en resumen, qué más dar.
Trujillo, 2021