Por Ale Montero

Sirvió el café lentamente con su brazo tembloroso. Salió de casa. Su pierna izquierda impulsaba ansiosa su cuerpo a casa para revisar que todo estuviera en orden, mientras su pierna derecha permanecía relajada. 

Llegó a su oficina. Ordenó papeles sobre su escritorio con extremidades trémulas. El brazo izquierdo continuaba ordenando papeles; el derecho palpaba el teclado de una computadora. 

Al llegar a casa colocó sus llaves en un llavero. La parte izquierda de su cuerpo insistía en comprobar que las llaves estuvieran en donde fueron colocadas. La parte derecha quería seguir avanzando. Permaneció inmóvil. Sentía relajada la mitad derecha de su cuerpo. La mitad izquierda le enviaba punzadas de inseguridad. Revisó las llaves. Posteriormente, caminó con frustración. 

Durante la mañana siguiente, su mano izquierda aprisionó una caja de cereal por no haber llenado completamente un recipiente. Con todas sus fuerzas intentó abrir su mano izquierda con la derecha. El brazo derecho jaló al izquierdo. De manera inesperada, logró arrancar a la mano izquierda. De repente, sintió una tormenta de chispas y una herida de electricidad abriéndose como flor en su estómago. Regresó a llenar perfectamente el plato. Su mano izquierda por fin se aflojó y sintió un alivio en el abdomen. Fue por una caja de leche. Dejó a su brazo izquierdo servir el líquido de manera perfecta en el recipiente. Tomó asiento con gran frustración.  

Fue con un psicoterapeuta. 

—Háblame de tu pasado.

—Tengo pocas experiencias. Trabajo, como, duermo. Lo que haría cualquiera. No tengo familia. No vivo con nadie, pero eso no me afecta. Mi problema es la coordinación de mi cuerpo. Creo que es psicológico. 

—Me gustaría saber más de tu infancia para conocerte mejor. 

Terminó la sesión. Pagó y se fue. Decidió no volver. 

Regresó a casa. Colocó las llaves en el llavero. Enseguida el brazo izquierdo impulsó su cuerpo hacia la mesa. Quedó inmóvil. Hizo caso a la mitad izquierda de su cuerpo. 

Durante la mañana siguiente, su mano izquierda no soltaba la caja de cereal. Alentó a su mano a sostenerla por más tiempo. La mano se aflojó enseguida. En su interior sintió cómo a su parte izquierda la dominaba la pereza. Cada vez que la mitad izquierda de su cuerpo deseaba asegurarse del orden, alentaba su deseo y al final dicha mitad dejaba de estar empecinada. La parte izquierda se tornó relajada, y la derecha más estresada.

A la mañana siguiente, salió de casa avanzando con tranquilidad. Renunció a la idea de ir a la fábrica en la que había nacido para ser arreglado: el robot se había reparado.