Por Diego R. Hernández
Con luces tripulantes de noche
la nave se abre camino,
recorre pero nunca llega
a destino donde mande un rey.
Máquina con calcetines,
a veces con ramas de cerebro
pero con sombrero
para asegurar la sombra.
Ley interna de asamblea
que controla lengua y mueve dedos,
aunque entre calma y peligro
por apagones y desconectes.
Desvelo de tierra eléctrica,
cápsula de sangre o costal de risas,
cuya herencia de gusanos
es ceniza de basurero.
Carne vieja colgada
en cruz de carnicería.
Piel encerrada en trapos,
planchados para ir a trabajar.
Nalgas que rugen y espantan
si no son para dar me gustas.
Tetas y máscaras que venden,
corazones que se regalan.
Humo que se siente plata
por aquello del color plateado.
Árbol en macetita
que se mueve más, pero crece menos.
Sueño de ser mar,
nada más por amanecer mojado.
Envase retornable relleno
de coca, meados o sal.
Nuestro cascarón es recuerdo
de que un día animales fuimos,
aunque la Lupe siga
con el coño clausurado.