por Redacción | Feb 22, 2021 | Febrero
Por Araceli Vargas
El amor se conoce como un sentimiento y/o emoción universal. En todas y cada una de las sociedades humanas conocidas, dispersas en todo el mundo y a lo largo de la historia, se han encontrado diferentes representaciones del amor.
En la gran mayoría de las sociedades estudiadas por el hombre se encuentra como factor común el amor, estas representaciones son diferentes para cada una de las sociedades, tanto el significado y valor que se les da, como la manera de expresarlo. En esta situación la antropología interviene y se encarga de estudiar las particularidades de cada una de ellas, en cada cultura, sus variantes, coincidencias, etc. Esto con el objetivo de crear una perspectiva del amor que permita entender cómo el hombre la ha manejado, cómo ha cambiado a lo largo de los años o cómo se encuentra en el momento contemporáneo al autor.
Muchas veces cuando hablamos de amor lo primero que se nos viene a la cabeza es el amor romántico o de pareja, cuando en realidad el amor se manifiesta de múltiples formas, tanto de un individuo a otro, como a cualquier otra cosa. Esta interpretación es muy subjetiva al contexto de cada individuo, pues al ser un sentimiento y/o emoción está sujeta a ser interpretada, sentida y manifestada como el individuo desee.
Encuentro varios puntos que tocar, el primero puedo encontrarlo entre las relaciones amorosas, encontramos varias manifestaciones de amor romántico; mis amigos, compañeros, e incluso yo, las hemos experimentado, si bien me ha tocado ver muchas relaciones donde se finge el amor por uno u otro interés, también me ha tocado ver relaciones donde se manifiestan amor genuino. Pero, ¿cómo interpretamos que se trata de amor genuino? En un contexto occidental y moderno como el nuestro se interpreta en torno a las acciones, el respeto e interés que se demuestra. Sin embargo, el hecho de que muchos de estos amores sean fugaces o más cortos que los de otros tiempos no significa que ya no se manifiesten, sino que la manera de manifestarlo ya no es igual a la que se veía antes, además de que muchas ideologías modernas apoyan la concientización de las personas para generar relaciones sanas en donde no se deben de tolerar muchas cosas. El movimiento feminista en los últimos años se ha hecho notar muchísimo no sólo con sus manifestaciones, sino también con sus ideologías que han favorecido a crear parejas con base en el sentimiento real del amor (no es el único movimiento que lo promueve, pero es uno muy importante).
Otra de las manifestaciones más comunes del amor es en la familia, siendo otro tipo de amor que se da de un individuo a otro. En el caso de la familia se trata de una estructura a la que la mayoría pertenecemos desde el momento de nuestro nacimiento, siendo ésta considerada tu descendencia biológica, la cual al mismo tiempo es la encargada del desarrollo del individuo en sus primeros años de vida, lo que provoca que se genere un lazo de cariño entre estos individuos que se ayudan mutuamente y que se relacionan una gran cantidad de tiempo. Es un amor que se desarrolla a lo largo de los años, pero contrario a lo que se cree, este amor no está condicionado a los lazos consanguíneos, sino por la estrecha relación de años que mantienen y el apoyo que se recibe, sin embargo, muchas veces éste se rompe al detectar abusos y desventajas, dejando así, como muchos lo llaman, “familias rotas”. Esto en un mundo occidental contemporáneo se ve muy a menudo, pues consciente o inconscientemente una de las dos partes genera esta ruptura que el otro no está dispuesto a aguantar.
En el caso del amor a objetos, epistemologías, deidades, etc. se presenta el mismo sentimiento, pero este amor sólo se puede manifestar en una de las dos partes, este amor es uno de los más genuinos, no se condiciona a la otra parte para ser amada. Sin embargo, esto no quiere decir que este amor no pueda terminar o romperse, pero no depende de la parte amada como en casos anteriores, sino que se trata de la pérdida de interés, deconstrucción de ideas, etc., por lo menos en un mundo contemporáneo como en el que estamos viviendo.
Seguramente hemos escuchado alguna expresión moderna en donde se señala que el amor ya no existe, que ya no es como antes. Lo que yo percibo y creo es que el amor sí existe, pero también creo que ha cambiado, como todo lo que avanza con la sociedad, pues a lo largo de la historia hemos visto cómo estas manifestaciones de amor se han ido modificando, pero eso no significa que ya no estén. Para mí algo importante a considerar, sobre el amor en nuestro mundo contemporáneo es la oportunidad que tenemos de tomar opciones diversas; la oportunidad de cambio constante que se nos ofrece nos facilita el hecho de desechar un amor que ya no nos satisface y reemplazarlo por otro que nos parezca más conveniente, así como lo hacemos con cualquier otra cosa. Pues como cualquier otra cosa, nuestra concepción y nuestra manera de practicar el amor también está sujeta al sistema que nos rige.
El amor en general no es algo que exista sólo en un momento del tiempo, en un solo lugar, una sola cultura o sociedad. Si bien ya he hablado de la manera en que el amor toma diversas formas dependiendo del contexto cultural e histórico al que pertenece, o incluso individual (no significa que este condicionamiento a esto), éste también va cambiando a lo largo de los años junto con la sociedad, al ser una parte de ella.
Bibliografía:
Bauman, Z. (2012). Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Fondo de cultura económica.
Sciences, A. (2016, February 10). The New Anthropology of Love. Arts & Sciences. https://artsci.wustl.edu/ampersand/new-anthropology-love
por Redacción | Feb 22, 2021 | Febrero
Por B. Ernesto Vera
¿Acaso existe el amor?, ¿qué es el amor?, ¿cómo existe el amor?, ¿cuántos tipos de amor existen?, ¿deja de sentirse el amor?… Parece que el amor tiene muchas más preguntas de las que se podrían responder, por lo que el motivo de estas páginas será puntualizar y reflexionar algunos elementos del amor como un sentir humano, principalmente sobre lo que significa ser un ser que ama y, al mismo tiempo, es amado.
El amor existe de múltiples formas en un sentido ontológico, es una abstracción del pensamiento, pero nadie ha visto cómo se vería el amor, si acaso es rojo como solemos asociarlo o sólo se trata de un riego continuo de dopamina en el cerebro.
Podríamos decir que existe porque podemos sentirlo, es decir, genera una reacción en nuestro cuerpo, en nuestra mente y aún más allá de las reacciones biológicas; el amor es simultáneamente propio, lo experimenta el sujeto, y también de manera social se comparte con los demás (a veces seleccionamos con quién compartirlo y otras sin darnos cuenta ya lo estamos sintiendo con quien menos lo imaginamos).
Pero los humanos tenemos cualidades que no siempre nos gusta escuchar que existen en nosotros, aunque el amor nos recuerda que allí están, y de no ser tomadas en cuenta la factura por ignorarlas será alta. Así como podemos realizarlas cuando estamos amando a alguien, es igual de probable que nos suceda cuando nos están amando, ¿qué cualidades son esas que el amor nos recuerda?
Los humanos no sabemos cómo actuar, el amor nos lo recuerda a cada momento, por más que creamos saber cómo actuar ante las circunstancias de la vida, nada es igual; nada se repite, cada experiencia que el amor nos genera es tan diferente y única que requiere de nosotros un esfuerzo pertinente, sin bajar la guardia. Aun con eso, no se elimina la posibilidad de equivocarse al amar.
Los humanos somos inacabados, por más que tengamos experiencias en el amor, éste siempre nos enseña algo nuevo, los humanos que vivimos ante tanta incertidumbre buscamos hacernos de hábitos, aunque el amor nos recuerda que no siempre son los mejores o incluso, que somos carentes de hábitos para sostenerlo.
Con el intento por generarnos hábitos con el amor, éstos no siempre resultan, ya que los humanos somos perfectibles, más nunca perfectos, intentemos hacer las cosas con la mayor cantidad de detalles posibles para por fin conseguir un momento más o menos perdurable en el escenario del amor, pero olvidamos otros, y el amor juzga hasta los más mínimos detalles. Tampoco significa estar estresados todo el tiempo por lograr la anhelada perfección, pero sí estar atentos a la delicadeza y sutileza que involucra al amor.
Quedan un par de características humanas que describir, aunque parece oportuno decir que nunca debe perderse de vista que el amor es libertad, muchas veces al amar nos desvía la idea de que al tratarse de nuestro esfuerzo propio el amor nos pertenece, al grado de que lo cosificamos como si se tratará de comprar un par de zapatos que podemos utilizar cuando se nos ocurra.
Debemos buscar como humanos que la libertad sea el esplendor del amor, con las cualidades de la exploración, el descubrimiento, la curiosidad, el acompañamiento y sobre todo el espíritu de compartir, bajo la premisa de esperar que el amor nos permita conocer la diversidad de las formas en que los humanos podemos ser.
Por este motivo, los humanos somos contingencia, es decir que el amor es una posibilidad en que logramos sentir cosas, llenarnos de experiencias, por lo que no sólo existe un solo tipo de amor, una forma de amar o de que nos amen. La templanza para decidir qué amor nos gusta más e intentar hacerlo parte de nuestras vidas es la razón de la posibilidad, sin olvidar que un día puede que esto cambie.
Si de humanos estamos tratando, de cómo se relacionan y el amor que sienten, debe recordarse que somos conflictivos: no nacemos con la capacidad de saber cómo actuar frente nuestros semejantes o cómo expresar el amor, la tarea de aprendizaje requiere de toda la vida, no existe un punto en que seamos los expertos del amor, sólo podemos lograr decir que somos un tanto conocedores de algunas experiencias que involucran el tema.
Después de esto, parece que el amor y los humanos son una conjunción bastante frágil y, a decir verdad, lo son, somos una especie endeble. ¿Entonces el amor no es viable para los humanos?, por supuesto que sí, el amor es una de las pocas respuestas para el cambio de nuestra especie, aun con lo sutil que es conformar el amor no deja de ser la experiencia de aprendizaje y validez del tiempo, esfuerzos, sentimientos y trascendencia de nuestro propio yo, para lograr involucrarnos con otros (nuestra familia) o alguien en particular (alguna pareja), el amor es un acto de empatía que rompe con el egoísmo que tanto azota a nuestra época.
“Amor es todo lo que hay, lo que hace al mundo girar, amor y sólo amor, no puede negarse. No importa lo que pienses, no serás capaz de hacer nada sin él” (Dylan, 1969).
por Redacción | Feb 22, 2021 | Febrero
Por Heriberto Jiménez Enríquez
Son tantas las ideas que se tienen de lo que es el amor, a veces son más las cosas que creemos que es y nos damos cuenta que no son. Me ha tocado compartir la vida, la fe y la amistad con diferentes novios, parejas y matrimonios. En este compartir me he encontrado con algunas situaciones con las que se confunde el amor, y me es importante compartir, pues mientras más se nos caen las creencias de lo que es el amor más nos desilusionamos, desencantamos y caemos en una situación de vivencia anti-amor.
Por principio el amor no es reduccionista, se inflama abarcando el ser, y los diferentes aspectos y dimensiones de la persona, es decir, no sólo es una reacción sentimental o emocional que implica un cuerpo físico o reacciones desde el intelecto, sino que abarca el ser de los seres amados. En el enamoramiento o atracción se despiertan emociones y sentimientos de cualquier tipo, la mayoría de las veces éstos son efímeros; bastaría un enfoque desde la biología para comprender qué pasa.
Puede ser que el enamoramiento entre por el cuerpo físico, algo que nos atrae de la persona, los ojos, sus músculos, todas aquellas cargas y construcciones que la sociedad ha aprendido que tiene una persona atractiva, hermosa o sensual. Con el tiempo se tiene más claridad de esta situación, es probable que comience el enamoramiento por las reacciones desde el intelecto, la admiración por la inteligencia como la adecuación del modelo de lo ideal, un aspecto de lo real, lo aventurero o lo diferente.
Hay que tener calma, debido a que son estereotipos de lo diferente los que causan atracción. Con esto no quiero descartar o lanzar una carga moralista al enamoramiento o atracción, sino que puedan juntos dar el paso al amor sin caer en el desencanto. Una vez que empieza a menguar el enamoramiento, se pueden vislumbrar diferentes situaciones como darnos cuenta de que nosotros no somos perfectos para el otro y descubrimos que éste tampoco lo es, y es ahí donde se puede ejercitar el amor con los siguientes pasos: 1) conocerse y dialogar, 2) decidir y 3) entregarse.
Más que recriminar, anhelar y exigir, el ejercicio es conocerse juntos. Ese conocimiento conlleva un elemento que cada vez es más difícil de encontrar en nuestros días: el diálogo. Dialogar es escuchar y dejar hablar, hablar y dejar escuchar, sin violencia o manipulación, sino en un acto de humildad para no enjuiciar al otro y entenderlo. Una vez que se conocen viene el siguiente paso del amor, la decisión. ¿Qué es lo que se decide? Si se quiere compartir la vida y lo íntegro de la persona con aquel a quien se ha conocido. Se unen corazón, sentimientos, emociones, mente, inteligencia, razón, cuerpo y realidad física.
Cuando se comparte la vida, ya sea saliendo de fiesta, viendo series, conociendo a las familias, comiendo, viviendo juntos o en algo más formal (desde la situación cultural y la decisión consensuada), viene la entrega. No tengas miedo a esa palabra, no me refiero al abandono del cuerpo, sino al saber que si te enfermas el otro te cuidará, y al revés; que si hay algo qué hacer o qué encargar se puede confiar que es esa persona a quien puedes presentar, pero sobre todo con la que se vive una reciprocidad en la entrega. Cuidado, a veces la otra persona se puede adueñar de tu vida o tú de la otra, no se trata de eso, sino de entregar en amor la vida al otro para compartir y soportar las adversidades.
Te recomiendo de corazón que si se fractura algo o si alguno de los pasos no se desarrolló bien, vuelvas al diálogo humilde y que no enjuicie, pues nos hace hablar y aclarar aquello que suponemos o nos imaginamos. Nunca olvides que el ser humano cambia, no lo etiquetes. Y si pueden mejoren y trabajen aspectos de la vida para sentirse más íntegros como personas, disfrutando de saber que no estás caminando en la soledad, sino que hay alguien que te sostiene.
El ser humano es un ser de procesos y de constante crecimiento, por eso te doy la clave: amar es un proceso. Con este escrito busco compartirte lo que he vivenciado, lo que he conocido, observado y discernido, y te lo comparto, pues creo en el amor. No tengas miedo, encuentra a esa persona especial, enamórate, conoce, dialoga, decide, entrégate, ama y ámate.
por Redacción | Feb 22, 2021 | Febrero
Por Eric Luna
Foto por Eric Luna. Enero, 2020; Tania carga en lo alto a su hijo Luka frente al mapa mural dentro de “La 72”: está feliz porque hace unas horas ella y su familia fueron reconocidos como refugiados en México, después de huir de las pandillas y la violencia en Honduras. Actualmente radican en alguna parte del norte del país: ella y Julio (su esposo) recién han tenido otra hija, siendo ahora 5 miembros en su familia.
Una noche de enero del 2020, en el interior de “La 72”:[1]
–Ya son las ocho de la noche y no han llegado tantas personas a la casa –pienso, mientras reviso las tablas de registro en la computadora–. ¡Qué raro!, ayer a esta hora ya habían llegado más de cuatro personas; Mathilde y Sandrine estaban tan atareadas que en un momento tuvimos que relevarlas para que no se estresaran tanto. Al fin, la labor de entrevistar y registrar a quienes llegan a “La 72”,[2] es en ocasiones agotadora, más ahora que llegan las caravanas.[3] Creo que todo lo que hacemos los voluntarios es cansado, pero en particular esto.
[Se escuchan ruidos en la entrada de la casa]
–¡Bueno, ahora sí, tenemos trabajo! –me estiro y levanto de la silla en que estaba. Debo dar la plática de bienvenida y Miguel (el otro chico que le tocó conmigo hacer el registro) salió a cenar algo–. […] bueno, como ya les expliqué –me dirigí a quienes habían llegado, casi todos hombres, algunos niños y un par de mujeres– para que puedan pasar a hacer uso de la casa primero debo registrarlos, así que les pido que, para avanzar rápido, vayan sacando su identidad[4] o la copia de ésta o algún documento en donde se vean sus datos ¿vale? Y pues, paciencia: lo haremos lo más rápido posible, en un momento vendrán más compañeras voluntarias a hablar con todos. Bueno, ¿quién primero? –volteo a mirarlos– ¡Usted! venga, vamos pues –me encamino con el señor que había alzado la mano–.
Nos sentamos: el espacio de registro a “La 72”, es un pequeño cubículo en donde bien cabemos sólo dos personas y el equipo de cómputo sobre una mesa, así como un ventilador empotrado casi en el techo. […] –comenzamos: ¿cómo se llama? –le pregunto al señor, del cual, preguntas más adelante, confirmaría: de cuarenta y tantos años, de oficio agricultor y que no habían pasado más de 48 horas desde que llegó a México, entre otras cosas.
Florencio “N” –me responde con la voz muy baja, pero sin dejar la gravedad de su gesto–. Muy bien Florencio, oye: yo sé que es una pregunta algo tonta, pero: ¿puedes regresar a tu país de nuevo? –le hago una de las tantas preguntas del registro. Entonces noto que su mirada se dirige al muro y más con las yemas de los dedos que con la palma, presiona sus párpados.
–¡No, no puedo! No sé cómo, pero tengo que llegar al norte. ¡Lejos, lejos de aquí! Aquí podemos estar la noche, ¿verdad? –me dice algo preocupado–. ¡Claro! Aquí puedes descansar, pero ¿viene alguien más contigo? –le cuestiono al escuchar que habló en plural–. ¡Vengo con mi hijo, el más pequeño! El que me queda.
En mi falta de pericia, sólo atiné a preguntarle –¿Cómo que el único? A partir de este momento, el relato de Florencio fue una carga de emociones muy fuerte:
–Hace una semana, en el pueblo, llegaron y me pidieron dinero; ¡viera que trabajo nos costó poner la tiendita! Casi ni teníamos nada, allá en el pueblo no hay mucho […] como no les di nada, me mataron a uno, al grandecito (de sus hijos) tenía 17; luego, fueron a la casa y se llevaron al otro, en la noche. ¡Ay! Ya no sabía qué hacer y hace días, –suspira y cierra los ojos– me lo aventaron ahí en la puerta. Desgraciados –solloza–. […] entonces le dije a mi señora: vámonos. ¡Vámonos! No quiero que me quiten al más chiquito. Mi hermana está en Monterrey, allá vamos. Mi señora se quedó en Guatemala, pero no vamos a dejar que se lo lleven.
[Florencio ya no pudo contener las lágrimas]
Me levanté y le puse la mano en el hombro: realmente no sabía qué más hacer ante una situación así. Le invité un poco de café y terminamos la entrevista, no sin antes hacerle mención de que mañana temprano debe pasar con la abogada de la casa[5] para platicar sobre la posibilidad de solicitar refugio para él y su familia […] desde esa noche, pude verle con su hijo, un niño de unos 11 años aproximadamente, al cual no dejaba y se notaba cómo lo cuidaba. Iba con ellos, otro chico de unos veinti tantos que resultó sobrino de Florencio.
Habrán pasado unos tres días desde que registré y conocí a Florencio. Él ya había pasado con la abogada y al parecer le estaban ayudando con la solicitud de trámite de refugio. –¡Buenos días! –me saluda desde una mesa: era la hora del desayuno–. Buenos días, Florencio, ¿cómo van? –le regreso el saludo–. Pues todo bien, oiga: ¿y cuándo pasa el tren? Me dijeron que no ha pasado –me pregunta mientras sorbe la sopa–. Pues creo que pasó temprano, antes que llegaras a la casa –le respondo–. ¡Ah mire! Es que estaba viendo irme, yo sigo con miedo y no quiero que le hagan nada –haciendo alusión al niño–. No, pues ya estás tramitando el refugio, ¿no? –le pregunté–.
[…]
Hoy por la tarde, cuando regresé a la casa (había salido a hacer mi despensa), me encontré a Florencio afuera de la casa solo y con los ojos muy irritados. –Pero ¿y ahora?, ¿qué pasa? –le pregunté tratando de no parecer sorprendido–. ¡Ya se fue!, pasó el tren y lo subí con su primo; allá en Coatzacoalcos los está esperando una tía –me respondió mientras se sentaba en una piedra, de las muchas que hay en el camino a la casa–. ¿Cómo crees?, ¡si está bien chiquillo! –no pude evitar preguntar y casi, reclamarle–.
Sí, lo sé, lo sé: yo lo cargué y lo subí al tren. Le agarré sus manitas y le pedí que se agarrara fuerte –me decía mientras, hacía movimientos con sus manos como si recreara la escena–. Es el único que me queda, yo le dije que lo iba a cuidar y es lo que hago. Ya mi corazón no puede más, ¡a mí que me hagan lo que quieran!, ¿pero al niño? ¡No! Ya no… me duele saber –decía todo esto y las emociones se revolvían–.
Foto por Eric Luna. Enero, 2020; la migración transnacional también es de «vuelta». Un menor y quien parece ser su madre cruzan al lado del puente fronterizo de El Ceibo en la frontera de Tabasco hacia Guatemala; se arriesgan a cruzar de esta manera debido a que se «selló» el paso fronterizo por la llegada de la última Caravana Migrante del 2020.
En el silencio entre todo el murmullo de este espacio que es lugar de llegada y tránsito de personas que migran de manera irregular desde Centroamérica, pensaba en lo difícil que es ser padre en una situación así; lo que hizo Florencio ¿fue un acto de amor o es sólo una actitud egoísta que se tomó en un contexto de riesgo? El amor de Florencio como padre le hizo tomar una decisión con la cual busca la sobrevivencia de aquello que es el depósito de sus esperanzas o es que, ¿este mismo amor lo cegó y así consideró que nadie más que él, sabe qué es lo mejor para su hijo?
Amor filial, amor de familia. Todo el bagaje teórico sobre el amor podría caer ante algo como lo que veo ahora. ¿Es amor? ¿De verdad es amor esto? –me preguntaba mientras Florencio seguía sentado y al parecer ya se había tranquilizado–. Y bueno, pues ya: ¡se fue! –le dije–. Y así, mientras Florencio se volvía a erguir con ese semblante duro, de alguien que ha trabajado de sol a sol y ha tenido una vida difícil me dijo, casi susurrando, como hablando para sí:
[…] –le dije que lo quiero. Se fue el tren y el gritó: ¡te quiero! No escuché más por el ruido de la máquina.
NOTAS
[1] El siguiente relato etnográfico es parte del diario de campo con el que se ensambló la tesis de maestría: Actor -red, espacio social y migración irregular en tránsito por México. Etnografía del Hogar Refugio para Personas Migrantes: La 72. Una casa de migrantes en la frontera sureste, presentada en octubre del 2020, como parte del programa de posgrado en Ciencias Antropológicas de la UAM-Iztapalapa. Actualmente, sigo la labor etnográfica en el Doctorado en donde me centro en espacio social, cuerpos y emociones, y migración transnacional.
[2] El Hogar Refugio para Personas Migrantes: La 72, es una casa de migrantes localizada en la frontera sureste de México con Guatemala, concretamente en Tenosique, Tabasco; la única casa de migrantes en esta parte del país, se ubica a casi 70 kilómetros de distancia entre El Ceibo y la mencionada. Para razones prácticas, me refiero a este espacio como “La 72” o la casa de migrantes. Es en este espacio en donde he colaborado como voluntario en varias ocasiones.
[3] La etnografía se realizó en el contexto de la última Caravana migrante del año 2020, justo antes de la pandemia por coronavirus.
[4] Identidad: la identidad es la credencial de identificación oficial en países centroamericanos. Es similar a la credencial de elector que proporciona el Instituto Nacional Electoral (INE) en México.
[5] “La 72”, como varias casas de migrantes tiene áreas de atención profesional siendo una de estas el asesoramiento humanitario y jurídico, el cual regularmente se centra en apoyar y acompañar a las personas migrantes que desean hacer una denuncia (por algún crimen que hayan padecido) o de asesoramiento en la solicitud de refugio o visado humanitario.
por Redacción | Feb 22, 2021 | Febrero
Por Ana María Ángel
Vishkanya et Yolotzin
El Cantar de los Cantares es un libro bíblico, es decir, revelado. Es un libro especial y controversial, por ejemplo, no menciona la palabra Dios y hace referencia a un diálogo entre dos personas que se aman, alegóricamente es la expresión de la relación del alma con Dios. Lo que intentamos hacer es una narrativa similar al de este libro, un diálogo entre dos personas que se aman dentro de un …
El coro:
Se conocieron dentro de un espacio sagrado, cada uno con su historia, con su vida y proyectos personales. Una vez que se dio el paso, el beso… en medio de todo, todo desapareció, se irrumpieron el tiempo y el espacio, salieron de las categorías terrenas para entrar en las celestes, a una realidad eterna que los marcó para siempre, que se manifiesta en lo continuo. Así pues, en medio de esa realidad y de ese plano, se encontraron.
La amada: Era tarde y solamente una vez
solo una amorosamente vez
me envolvió en sus brazos
En medio de la nada y de todos
nació aquella intimidad
bajo la cúpula dorada.
Sus ojos y su mirada son claros,
y de mi voz melancólica se escapaba
una melodía tan humana y tan sagrada.
Un canto sin música
y aquello que permaneció oculto
y que acongojaba mi dormir,
estaba por fin saliendo a la luz.
Sólo una vez mi alma
salió del fondo tenebroso,
confesaba así mi dolor
y se dejó tocar por su amor.
Amor divino, amor sagrado,
amor que perdona, amor que abraza.
La amada: Mujer graciosa y de gran belleza,
adormilada y en ocasiones indolente.
Mi ser se expande para cubrir y abrazar,
se empequeñece en la humildad,
ríe, se carcajea y llora.
Mirada profunda que encanta,
labios carnosos que susurran secretos
cuerpo prohibido que seduce
y aniquila los sentidos del perdido.
El amado: Mi amada reluce, su piel, donde sea se ve,
es delicada como las flores
que ama, conoce y cataloga
cuando descubre sus misterios.
Ella es como la pantera,
pues a todos agrada,
con su amistad y esfuerzo,
se preocupa de todos y está atenta a todo.
Ella es como un búho,
que en la oscuridad puede ver
y se deja ver,
guía y siempre se escucha en el vacío.
La amada: Soy como una diosa,
que en su cuerpo reproduce lo sagrado,
que en él siente todo el placer
y comunica lo sagrado,
Tan sagrada que no ignora el infierno,
que se reserva de la muerte y la depravación.
Una diosa que guarda en su lecho
el corazón de su amado.
Mi amado me ha visto donde el resto no ve
Mi amado ha besado mi alma condenada
Mi amado toma de mi ambrosía
También él está condenado.
El amado: Ella camina hacia mí,
viene a buscarme,
sale a mi encuentro.
A lo lejos percibo su amor y su deseo,
ella quiere estar conmigo
y que nos unamos en uno.
Ella viene a buscarme,
y me ha preparado de cenar,
me ha ofrecido un té
y con él su ser.
Ella ha venido por mí
y me ha embriagado de su amor,
de su pasión,
de su vida y de su ser.
Ella viene por mí,
yo voy por ella
y salimos al encuentro.
La amada: Escuché su pecho
que entre suspiros y deseos
me hace perder la cordura,
me hace sentir única.
Adoro sentir sus cuerpos,
Todos, arriba y abajo
Visible e invisible,
pido que no huya de mi lado,
de mis abrazos y mis besos.
Su corazón ilumina como un cristal,
sus abrazos transmiten
la pureza de su amor,
y de su terror.
Si el infierno existiera
y la condena traspasara sus límites,
seguro vendrían por sus almas,
almas que al saberse amadas,
tocadas por el mismo amor,
no se perderían, no se dejarían corromper.
Condenadas, sí,
a lo sublime, a la vida,
no a la muerte,
sino a la eternidad.
por Redacción | Feb 22, 2021 | Febrero
Por David Arteaga Quintero
Eliza salió de su departamento hacia su trabajo. El viaje fue tranquilo y breve. Su trabajo no era encontrar la cura del cáncer ni mandar una sonda espacial, pero era igual de importante, pues ella atendía a víctimas de violencia familiar. Personas envueltas, por no decir secuestradas, por un amor que literalmente destruye y carcome, que transgrede hasta el alma y arranca las lágrimas. Parecen versos y metáforas de un poema, pero no lo son, se asemejan a una prosa dura y real, una narración que no aparece en cuentos, sino en reportajes de periódicos de nota roja.
Eliza llegó rápido y se sentó, intercambió tres puntos de vista con su vecino de escritorio, Jorge. El primero sobre la “vieja confiable” opinión del clima, el segundo sobre el incremento del precio del jitomate como toda una premio nobel de economía, y la última fue más bien una pregunta: ¿por qué el amor es así? No hubo tiempo para la respuesta, pues su supervisor había puesto sobre su escritorio el primer expediente del día. Era de una señora de mediana edad que recién había cumplido trece años de casada. Eliza pensó que estadísticamente el promedio de vida de un matrimonio en México era de trece años, la fecha de caducidad del amor.
El expediente contenía, entre otras cosas, fotos, testimonios de vecinos, reportes del oficial Perenganito y el teniente Merenganito y una contundente conclusión de un médico psiquiatra. Eliza se saltó todo eso para aterrizar en la declaración de la mujer, en la cual encontró algunas frases reiteradas como “no sé qué hacer para que cambie…. pedir ayuda no cambiará las cosas… me lo merezco… él estaba arrepentido…” etc. Pero una en particular le llamó la atención “mi marido me decía que lo nuestro era el amor o la muerte”. Se detuvo un instante, frunció el ceño y cerró el expediente. En ese momento se levantó y caminó hacia la cocineta de la oficina con el deseo de prepararse un café, mientras tanto una interrogante flotaba en su cabeza, no como una mariposa en armonía con el aire, sino como una avispa, zumbando y siendo disruptiva. ¿Qué tiene que ver el amor? se preguntó.
Eliza siempre se había sorprendido que la ciencia había canalizado todos sus recursos naturales, humanos y económicos en responder tres preguntas principales: ¿Existe Dios?, ¿Estamos solos en el universo? y ¿Para que la humanidad vino al mundo? Pero nunca había escuchado a científicos esforzarse por descifrar qué es el amor. No hay materias en las universidades sobre ese tema, no hay instituciones gubernamentales que contemplen departamentos destinados a ese fin y no había symposium nacionales para debatir sobre ello.
Mientras Eliza terminaba de preparar su café, vio venir la sombra de su buen amigo David, que se acercaba, justo para el mismo propósito que Eliza. Fue en eso que ella se interpuso y lo saludó –Hola Mr. D, ¿por qué te ves tan feliz? –irrumpió para saltarse los saludos convencionales–. David contestó con una sonrisa y posteriormente adornó con un comentario –Creo que como ayer, hoy amanecí más guapo, es mi maldición. Eliza, con mucha familiaridad, le regresó la sonrisa y arremetió con una pregunta
–David, ¿alguna vez has estado enamorado?
A lo que David le contestó en pose solemne –Carajo, todo el tiempo, ¿qué no sabes que el amor está en todos lados? –hizo una pausa y remató– amor por tu pareja, amor por tus padres, amor por tu mascota, amor por lo que estudiaste, incluso, amor por tomar un café.
Eliza, en ese momento se puso seria y le preguntó –Entonces entiendo que sabes qué es el amor.
David, se quedó inmóvil y recitó –Obvio no, nadie lo sabe, pero, ¿eso importa? Eliza se retiró dándole una ligera palmada de condescendencia en el hombro y dirigiéndose a su lugar pensó. –Claro que eso importa.
Eliza había pasado unas horas sentada en su escritorio sin abrir el expediente, lo único que hacía era golpear la pluma contra la mesa varias veces. Reflexionó en que la ciencia sólo había minimizado el concepto del amor a un proceso biológico-evolutivo cuya única función era la conservación de la especie, y por medio del cual, las sociedades aseguraban los vínculos psicológicos entre los individuos, es decir, el pegamento social. Dicho pensamiento fue rebanado por los perdigones de haces de luz que atravesaron la oficina desde la ventana poniente del piso y se posaban en el escritorio de Eliza. En ese momento se dilataron sus ojos, no por la tintineante luz, sino por la epifanía que estaba teniendo. Volteó al cielo y susurró –claro, esto no puede explicarse con la química de las hormonas, ni con los histogramas estadísticos basados en probabilidad, y mucho menos con el bombardeo cultural de caricaturas restregando la idea del príncipe azul; tiene que haber algo más, algo que está más allá de la razón. El destino, concluyó.
La desprestigiada metafísica que no te puede otorgar lógica alguna, pero, a cambio, te otorga la magia en los aromas de las delicadas flores y en el coloso movimiento de los astros. A Eliza le vino la idea de Fe, después de todo, en la biblia, Jesucristo, fue crucificado y sacrificado por un acto de amor, un amor a la humanidad, la historia de amor más conocida del planeta.
Ya era tarde, Eliza había leído y releído el caso, hablado y consultado con el personal calificado de su división. Mañana llegaría el momento de la entrevista con la víctima, su única oportunidad para conseguir la aceptación de iniciar un proceso judicial, la mecha por la que el engranaje de la Ley se encienda. Pensaba que todas estas reflexiones le ayudarían al momento de entrevistar a la víctima. Cuando llegue el momento no habrá lugar a dudas, tendría que ser empática y al mismo tiempo contundente; con conceptos sencillos pero al mismo tiempo reveladores, ser cariñosa para que se abra y al mismo tiempo mostrarse decidida para que se sienta protegida.
Desgraciadamente para Eliza, no se sentía ni empática ni contundente ni cariñosa, pero, eso sí, decidida. Hasta ese momento el concepto de amor, explicado por la ciencia, no la había convencido, pero el ideal de la religión del amor le había vibrado el alma. Eliza recargó sus codos y cruzó los dedos, mordiendo ligeramente su mano derecha y pensó –¿Siempre las cosas se dividen en extremos? ¿Siempre es blanco o negro? ¿O eres políticamente de izquierda o eres de derecha? ¿Se debería pelear sin tregua la ciencia y la metafísica? ¿Todo se reduce a amar o morir?
Eliza salió del trabajo a su departamento, esta vez, era un viaje largo y agitado. Abrió la puerta del departamento con un movimiento autónomo de su muñeca. En ese momento estaba tan cansada que decidió sustituir la cena por unas horas más de sueño; así que se dirigió directamente a ponerse la piyama. Recostada y con la conciencia entre despierta y dormida, se percató que hay un punto medio, una disciplina que siempre ha existido, conviviendo con la ciencia y la religión, desde hace miles de años. Una disciplina que se da en las universidades más prestigiosas y se crean departamentos gubernamentales para investigarla, le otorga la magia a nuestras vidas, no sólo a las flores ni a los astros, sino a la misma existencia humana.
Eliza se levantó segura de una cosa, que en su entrevista hablaría de una cosa, y sólo una, la única forma de entender e imaginar lo que es el amor. El amor es arte. Una figura atemporal que no es propiedad de la razón ni de la religión, pero al mismo tiempo las exalta. El amor no es una fórmula ni tampoco una fuerza divina. El amor se explica con la música, el cine, la escultura, la pintura, la poesía, la danza y por qué no, con una narrativa de tres páginas.